El reparto equitativo de la merma

La oscuridad en la exposición no contribuye a la claridad del debate, y desata así de nuevo las sospechas

El gobernador del Banco de España, Pablo Hernández de Cos, el 25 de octubre en el Congreso.Óscar Cañas (Europa Press)

Hay dos tipos de eufemismo, el eufemismo de significante y el eufemismo de significado. En el eufemismo de significante (es decir, el vocablo empleado), simplemente una palabra sustituye a otra porque se cree que la primera de ellas no suena bien o no reúne la elegancia que exige la situación. Pero en el eufemismo de significado no se sustituye un término por otro, sino que se cambia una idea por otra. Y eso parece más grave.

Veamos dos ejemplos. “Trasero” es un eufemismo de significante que se usa en vez de “culo”. Y ahí no se produce alteración en el...

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Hay dos tipos de eufemismo, el eufemismo de significante y el eufemismo de significado. En el eufemismo de significante (es decir, el vocablo empleado), simplemente una palabra sustituye a otra porque se cree que la primera de ellas no suena bien o no reúne la elegancia que exige la situación. Pero en el eufemismo de significado no se sustituye un término por otro, sino que se cambia una idea por otra. Y eso parece más grave.

Veamos dos ejemplos. “Trasero” es un eufemismo de significante que se usa en vez de “culo”. Y ahí no se produce alteración en el significado, sino solo en las palabras. Si digo “le dio una patada en el trasero”, eso representa lo mismo que “le dio una patada en el culo”. La figura mental que se forma el receptor del mensaje coincide en ambos casos, aunque una expresión resulte vulgar y la otra no. Estos eufemismos de significante generalmente buscan evitar expresiones malsonantes, o no ofender, o mantener un registro culto. No hay mayor problema con ellos.

El engaño más combatible reside en los eufemismos de significado. Si oímos “reforma fiscal” (en vez de “subida de impuestos”) no solamente se cambian ahí unas palabras por otras, sino que se altera el fondo del mensaje para que no se perciba la gravedad del asunto.

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El gobernador del Banco de España, Pablo Hernández de Cos, compareció el lunes ante el Congreso y acudió en su discurso, cuidadosamente preparado, a un llamativo eufemismo de significado. Y leyó un párrafo especialmente interesante para su análisis, por su opacidad y por la trampa que contiene (y que reproducimos en cursiva).

“Empresas y trabajadores deben interiorizar la naturaleza fundamentalmente transitoria de algunos de los principales factores que están detrás del actual repunte de los precios y buscar un reparto equitativo de la merma de rentas de la economía nacional frente al resto del mundo que implican los aumentos de costes recientes”.

Se trata, como en tantas ocasiones, de un lenguaje aparentemente concebido para que lo comprenda un segmento de sus destinatarios, pero de modo que a la vez pase inadvertido para el resto.

Viene a decir el señor gobernador que el aumento de los costes de una empresa no debe conducir al aumento equivalente de sus precios y tampoco en los salarios, sino que ambos conceptos han de repartirse la pena como buenos hermanos: el empresario reducirá sus márgenes de beneficio (al no aumentar en la misma medida los precios); y el empleado, su capacidad anterior de gasto (al no aumentar en la misma medida los salarios).

Dicho de otro modo: los empleados perderían la mitad de la subida y disminuirían su capacidad de compra, todo ello por la caída de las rentas de la economía nacional y merced a un reparto equitativo de la merma. “Reparto equitativo”, gran expresión en tiempos de pérdidas que se solía olvidar en tiempos de bonanza.

El gobernador del Banco de España está en su derecho de reclamar esta solución, para evitar una espiral peligrosa. Eso puede merecer críticas y defensas técnicas y políticas, y forma parte de las discusiones en la vida pública. Pero la oscuridad en la exposición no contribuye a la claridad del debate, y eso ya desata las primeras sospechas sobre las intenciones del emisor (el Banco de España dejó de ser emisor de moneda, pero ahora ejerce principalmente como emisor de mensajes).

Los eufemismos de la economía sirven como termómetros de las crisis económicas. Ya pasó hace bien poco con los “recortes” o los “ajustes” (disminuciones, reducciones), la “desaceleración” (recesión), la “regulación de empleo” (despidos) o la “austeridad” (pobreza, miseria, penuria). Atención ahora si empiezan a llegar de nuevo los términos sustitutorios, porque la merma de las rentas suele tener como preludio la merma de las palabras.

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