Normalidad democrática

Conviene recordar que la democracia se abre paso en España con un espectáculo de transfuguismo institucional

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez y la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso en un evento del Día de la Hispanidad.Kiko Huesca

Creo que hay que felicitarse. Pese a una crisis tan abrumadora como la pandemia de coronavirus y pese a unas circunstancias económicas acongojantes, España mantiene de forma plena, diría que casi “ostentórea” por citar a un clásico, esa normalidad democrática que la caracteriza.

Aclaremos para empezar los conceptos léxicos. Si nos atenemos a la Constitución, España es “un Estado social y democrático de derecho”. O sea, lo que venimos llamando una democracia. En cuanto a la “normalidad”, es, según el diccionario de la Real Academia de la Lengua, “lo que se ajusta a cierta norma o a carac...

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Creo que hay que felicitarse. Pese a una crisis tan abrumadora como la pandemia de coronavirus y pese a unas circunstancias económicas acongojantes, España mantiene de forma plena, diría que casi “ostentórea” por citar a un clásico, esa normalidad democrática que la caracteriza.

Aclaremos para empezar los conceptos léxicos. Si nos atenemos a la Constitución, España es “un Estado social y democrático de derecho”. O sea, lo que venimos llamando una democracia. En cuanto a la “normalidad”, es, según el diccionario de la Real Academia de la Lengua, “lo que se ajusta a cierta norma o a características habituales o corrientes”.

Ahora díganme que no constituyen “características habituales o corrientes” esos esforzados tránsfugas que corrigen la aritmética parlamentaria cuando ésta ofrece un resultado insatisfactorio para quien puede contratar sus servicios. No me refiero a aquella nebulosa de conspiradores que destruyó UCD desde dentro y luego salió de estampida hacia Alianza Popular o el PSOE, sino al tránsfuga que domina el oficio y sabe actuar en el momento exacto.

No me obliguen a ser exhaustivo. Desde los tránsfugas que dieron Galicia al PSOE (1987) y mantuvieron a Joaquín Leguina al frente de Madrid (1989) hasta los que en 2003, con tanto talento que dieron un nombre, “tamayazo”, a la sutil maniobra, convirtieron a Esperanza Aguirre en presidenta de los madrileños, pasando por los que dieron al GIL de Gil el poder en Ceuta (1999) o la alcaldía de Benidorm a Zaplana (1991), esas personas constituyen un rasgo esencial de la normalidad democrática española.

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Conviene recordar que la democracia se abre paso en España con un fastuoso espectáculo de transfuguismo institucional: el18 de noviembre de 1976, las Cortes franquistas votaron la Ley para la Reforma Política y lo que era una dictadura comme il faut, de las de antes de la guerra, con sus gerifaltes, sus correajes y su Tribunal de Orden Público, emprendió alegre el camino de la normalidad democrática.

Señoras, señores, seamos conscientes de lo que viene siendo normal. Este es el país que tiene un rey emérito cargado de comisiones y pufos fiscales en una remota suite arábiga. Este es el país de los GAL, la cal viva, Luis Roldán y el capitán Khan. Este es el país de Filesa, Gürtel, Bárcenas y el misterioso “M. Rajoy”. Este es el país en que los partidos se reparten los tribunales. Este es el país en que los terroristas excarcelados son saludados como héroes. Este es el país de las privatizaciones para amigos, del saqueo en las cajas de ahorros, de los cohechos urbanísticos. Este es el país en que Eduardo Inda pasa por periodista e Irene Montero pasa por ministra. Este es el país donde en Cataluña pasa lo que pasa. Este es el país cuyo Estado dispone de unas cloacas con seis carriles, centro comercial y pista de pádel.

Este es el país donde manda más quien miente con más desparpajo. O sea, que Isabel Díaz Ayuso y Pedro Sánchez (da igual que una parezca loca y el otro disimule mejor) acabarán beneficiándose del lío que han montado.

Tenemos por delante unas semanas de muchísima normalidad democrática. De lo que es nuestra normalidad y nuestra democracia.


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