El hombre providencial

Entre las muchas cosas de las que el “hombre fuerte” dice protegernos está el “politiqueo” y la trifulca partidista

El primer ministro de Italia, Mario Draghi, participa en una videoconferencia con líderes europeos el 26 de febrero desde Roma.FILIPPO ATTILI / CHIGI PALACE PR (EFE)

Las formas, por supuesto, son importantes. Resulta fácil descalificar a un energúmeno como Donald Trump. O a cualquiera de los demás “hombres fuertes”, cada vez más abundantes. El expresidente Barack Obama dijo el otro día que en épocas de incertidumbre y temor los ciudadanos buscaban la protección del “hombre fuerte”, el líder resolutivo y providencial, y que eso explicaba la irrupción de Trump.

Obama podría tener al...

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Las formas, por supuesto, son importantes. Resulta fácil descalificar a un energúmeno como Donald Trump. O a cualquiera de los demás “hombres fuertes”, cada vez más abundantes. El expresidente Barack Obama dijo el otro día que en épocas de incertidumbre y temor los ciudadanos buscaban la protección del “hombre fuerte”, el líder resolutivo y providencial, y que eso explicaba la irrupción de Trump.

Obama podría tener algo de razón. Lo que a algunos nos horroriza de los “hombres fuertes” (la mentira continua de Trump, el aventurerismo bélico del turco Erdogan, los asesinatos políticos del ruso Putin, el salvajismo del filipino Duterte, el frío totalitarismo del chino Xi Jinping, la astuta estupidez del venezolano Maduro), a otros les resulta indiferente o incluso atractivo: el gran protector ha de tener las manos libres para hacer su trabajo.

La proliferación de “hombres fuertes” (una denominación que evoca al macho dominante) suele atribuirse al auge del populismo nacionalista. Esa tesis no es incompatible con la de Obama: el caudillo que invoca la patria, la historia y los fantasmas más oscuros de la gente (desde el racismo hasta la envidia) pertenece a la estirpe de los “hombres fuertes” y sabe cómo explotar el miedo de los suyos.

Las formas, decíamos, son importantes. ¿Incluimos en la lista a Silvio Berlusconi? El tipo es personalmente simpático y a la vez, con su “bunga bunga” y su facilidad para corromper a cualquiera, profundamente repelente. ¿Matteo Salvini? Populista, fanfarrón, farsante y muy cercano al fascismo.

Hasta aquí estaremos más o menos de acuerdo. Bien. ¿Y qué pensamos de Mario Draghi? Ah, las formas. Este hombre fue un banquero ilustre. Es inteligente, educado y discreto. Al frente del Banco Central Europeo logró salvar el euro. No se le conocen tentaciones caudillistas, no explota las pulsiones patrióticas, no miente de forma descarada. Compone el perfil del perfecto tecnócrata. ¿Nos gusta? Parece que sí. Y, sin embargo, su aplaudida llegada a la presidencia del Consejo de Ministros de la República Italiana revela, de forma mucho más clara que la elección de un líder brutal y grosero, una de las causas profundas de la pandemia de “hombres fuertes”: la crisis del parlamentarismo.

Nadie ha votado a Draghi, como nadie votó a su antecesor, Giuseppe Conte. El presidente Sergio Mattarella le encargó formar gobierno porque el Parlamento era incapaz de elegir a uno de sus miembros. Es decir, el Parlamento había dejado de ejercer sus funciones más básicas.

Entre las muchas cosas de las que el “hombre fuerte” dice protegernos está el “politiqueo” y la trifulca partidista. No por casualidad el último acto de la presidencia de Donald Trump fue un asalto al Capitolio perfectamente insurreccional y perfectamente impune. Quizá los Parlamentos del mundo no sean aún conscientes de que su bronca tradicional se multiplica ahora en las redes y los ciclos informativos permanentes, creando una desagradable cacofonía. Quizá no perciben que su dificultad para llegar a acuerdos y su incapacidad para cambiar viejos hábitos (véase lo que practican estos días PSOE y PP en España) constituyen una plataforma de lanzamiento para el hombre providencial que está por encima de la política.

Lo de Draghi debería alarmarnos casi tanto como lo de Trump.

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