Juan Carlos I o la maldición del hombre

¿Para qué necesita robar un rey? Pues para tenerlo todo. El dinero es la base de la educación sentimental masculina

Juan Carlos l en una regata en Palma de Mallorca (2005)JAIME REINA/AFP/GETTY IMAGES (AFP via Getty Images)

Que Juan Carlos I era un ejemplo de hombre bueno es algo que sabemos todos desde pequeños. Poseía todos los atributos que la masculinidad de manual obliga, la nobleza era solo un matiz. Era fuerte, guapo, cazador, conquistador sexual, poderoso e inviolable. Esto último lo era por rey pero también por varón. Vale la pena recordar que en España aún entendemos como violación una relación sexual no consentida con penetración. En este sentido, muchos hombres han crecido sintiéndose presuntamente inviolables, como si fueran reyes en el terreno sexual. Como mínimo inviolables por una mujer, quiero de...

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Que Juan Carlos I era un ejemplo de hombre bueno es algo que sabemos todos desde pequeños. Poseía todos los atributos que la masculinidad de manual obliga, la nobleza era solo un matiz. Era fuerte, guapo, cazador, conquistador sexual, poderoso e inviolable. Esto último lo era por rey pero también por varón. Vale la pena recordar que en España aún entendemos como violación una relación sexual no consentida con penetración. En este sentido, muchos hombres han crecido sintiéndose presuntamente inviolables, como si fueran reyes en el terreno sexual. Como mínimo inviolables por una mujer, quiero decir.

Ahora dice todo el mundo que Juan Carlos I no fue ejemplar. Y yo digo que se equivocan. Miren a su alrededor y piensen cuántos ejemplares como él han conocido a lo largo de su vida. Varones obsesionados con ser el número uno, follarse a cuantas más mejor, acumular todo el dinero posible y trabajar sin descanso para conseguirlo a cualquier precio. Hombres depredadores, cazadores, emprendedores… Hombres que se sientan a la mesa en Navidad y te sueltan un discurso. Son políticos, jefes, profesores de Facultad y también, en el peor de los casos, padres y abuelos que han hecho uso y abuso de su poder.

Estoy hablando del tipo de varón que antes molaba y era celebrado en todas partes. De hecho, Juan Carlos I gustaba a todo el mundo. A las élites políticas y a las económicas. Élites bien informadas que conocieron y celebraron al monarca por ser tal cual fue. Ningún abuso de poder se comete sin la complicidad del contexto. Y ningún poderoso abusa solo. Todos necesitan la complicidad de su entorno y el consentimiento tácito y “real” de la familia.

No me extraña que de los 75 ministros y ex altos cargos que firmaron un manifiesto de apoyo al reinado de Juan Carlos I este verano, solo 12 sean mujeres. Entiendo que los tíos empaticen más con su rollo. Todo ese mundo de blanqueo de capitales, amantes despechadas, tarjetas opacas, complejo de sucesión, transferencias anónimas… Este campo semántico ha sido durante demasiado tiempo el paraíso vital de muchos. Hoy, en cambio, es maldición de unos pocos señalados, como Juan Carlos.

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Es hora de empatizar con todos los que son como él para explicarles que su forma de hacer las cosas ya no vale. Preguntémonos ¿para qué necesita robar un rey? La respuesta está clara: para tenerlo todo. El dinero es la base de la educación sentimental masculina y muchos hombres creen que funciona como el amor, que posee la virtualidad absoluta, la cualidad mágica de hacerlo todo posible. El problema de Juan Carlos I fue que, como muchos otros, no supo manejar la geometría del deseo y nunca tuvo suficiente de nada. Ni mujeres ni billetes.

Uno puede querer dinero para algo, para comprarse una casa, por ejemplo. Pero si necesitas acumularlo para ser más rico o más hombre, entonces la historia acaba siempre en delito. Lo mismo pasa con el sexo, por cierto. Por eso, si el rey emérito es hoy un despojo de la vieja masculinidad, es hora de asumir que España está llena de despojos como él. Y que a todos nos va a tocar reubicarlos. Y mientras lo hacemos no olvidemos que fueron ejemplares, pues es el mejor antídoto para nuestro futuro. Necesitamos hombres nuevos. Incluso aunque sean reyes.

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