Para qué o para quién es mejor, esa es la pregunta

En las neurociencias, no hay consenso sobre qué formato es más adecuado para la lectura. Existen estudios para todos los gustos

Una empleada de una librería de Barcelona prepara un envío de libros durante Sant Jordi, el pasado 22 de abril.Manuel Medir (Getty Images)

Leer supone, en primera instancia, reconocer la forma de las letras y, con ellas, las palabras. Pero además mientras leemos percibimos la totalidad del texto como si se tratara de un paisaje. Así, nos hacemos una representación mental de este, que nos sirve de base para interpretar la información que vamos procesando. En las neurociencias no hay consenso sobre cuál es el formato más adecuado para la lectura. Muchos estudios muestran las ventajas del papel, mientras que otros señalan que no hay diferencia alguna entre ambos formatos o bien muestran las ventajas del formato digital. La pr...

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Leer supone, en primera instancia, reconocer la forma de las letras y, con ellas, las palabras. Pero además mientras leemos percibimos la totalidad del texto como si se tratara de un paisaje. Así, nos hacemos una representación mental de este, que nos sirve de base para interpretar la información que vamos procesando. En las neurociencias no hay consenso sobre cuál es el formato más adecuado para la lectura. Muchos estudios muestran las ventajas del papel, mientras que otros señalan que no hay diferencia alguna entre ambos formatos o bien muestran las ventajas del formato digital. La pregunta importante no es qué formato es mejor, sino para quién, para qué y cuándo. ¿Es lo mismo para un adulto que para un niño? ¿Es mejor para las lecturas de la escuela pero peor para la lectura recreativa? ¿Hay alguna ventaja que justifique el uso de un formato concreto para textos de ficción y no para los técnicos?

Uno de los cambios estructurales que se da en la lectura digital es que en ella la experiencia del límite no se produce de una manera tan acabada como en la lectura en papel: cuando leemos en pantalla vemos solo una parte del libro, podemos movernos para adelante o para atrás a lo largo del texto, pero no está tan clara esa noción de finitud del texto. Por eso no es azarosa la metáfora de la “navegación” que se usa para referirse a Internet, ya que no hay un camino prefijado y tampoco se sabe dónde está la orilla. Un libro tradicional, en cambio, ofrece al lector unos rasgos topográficos que le permiten orientarse sin perder de vista el conjunto: la página de la izquierda, la página de la derecha, las cuatro esquinas y un texto fluido que no se ve interrumpido por enlaces o publicidades. A esto se suma la posibilidad de tocar las páginas con las manos y dejar una huella a medida que se avanza en la lectura, lo cual nos brinda un informe sensorial-motor de cuánto hemos leído y cuánto nos falta. Todos estos elementos hacen que muchas personas perciban la lectura en papel como algo más controlable, en tanto les ofrece un mapa mental coherente sin ninguna traba. A su vez, la orientación espacial tiene impacto en la memoria: muchas personas afirman que les resulta más fácil recordar lo leído cuando recuerdan dónde estaba situada la información.

La interacción con el texto es distinta en cada soporte ya que este se halla relativamente obturado (por ejemplo, en un formato sin posibilidad de edición) o tiene una capacidad de inserción sin marcas de límites entre lo ajeno y lo propio (por ejemplo, en un texto de procesador). Escribir en los márgenes, subrayar, destacar y volver atrás para releer alguna frase es algo más ligado al libro de papel. Ese sentido de apropiación del texto a partir de los trazos originales hace del libro algo más próximo. Aunque quizá sea por el hecho de haber leído siempre en ese formato. Es importante entender que la comprensión lectora es un proceso posterior a la descodificación: primero se lee y después se comprende lo leído. Sabemos que, para un lector, no es lo mismo leer en una pantalla que en un libro. Faltan más investigaciones que estudien el efecto del uso de la tecnología en el funcionamiento cognitivo a largo plazo. Mientras tanto, la clave estaría en usar la tecnología de manera equilibrada y saludable.

Facundo Manes es neurólogo, neurocientífico y doctor en Ciencias por la Cambridge University.

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