Cuando ser hombre significa portarse como un niño: el programa hiperviolento que triunfó en MTV revive dos décadas después
‘Jackass Forever’ es la nueva entrega cinematográfica del formato en el que varios hombres blancos, jóvenes y alocados se automutilaban y herían en nombre del espectáculo
A lo largo de 22 años, tres temporadas y tres películas, los chicos de Jackass se han metido cochecitos de juguete por el recto, han esnifado un gusano por la nariz y lo han sacado vivo por la boca, se han arrojado sobre un camión en marcha forrado de velcro, se han tragado un pez y lo han vomitado o se han sellado el ano con un piercing. “Hay una fina línea entre la valentía y la estupidez”, advertía el líder de la pandilla, ...
A lo largo de 22 años, tres temporadas y tres películas, los chicos de Jackass se han metido cochecitos de juguete por el recto, han esnifado un gusano por la nariz y lo han sacado vivo por la boca, se han arrojado sobre un camión en marcha forrado de velcro, se han tragado un pez y lo han vomitado o se han sellado el ano con un piercing. “Hay una fina línea entre la valentía y la estupidez”, advertía el líder de la pandilla, Johnny Knoxville, antes de que su compañero Chris Pontius se enfundase en un disfraz de conejo para ser atacado por un perro de presa adiestrado para matar.
La cuarta entrega de la vertiente cinematográfica del programa de MTV (2000-2002), Jackass Forever, fue número 1 en taquilla en Estados Unidos el mes pasado y las cifras refutan cualquier teoría en torno a la nostalgia: solo un 25% de su público fue mayor de 35 años, mientras que un 67% tenía entre 18 y 34 años. Eran niños durante la emisión original. Algunos ni habían nacido. Y todos lo han descubierto gracias a lo bien que encajan las locuras de Jackass en formato TikTok. La mayoría de esos fans no se planteará las múltiples interpretaciones que ha suscitado esta franquicia.
Porque interpretaciones hay, casi incontables. Está la idea de la masculinidad masoquista, que se empezó a estudiar en Estados Unidos tras la segunda ola feminista y la guerra de Vietnam. En 1996, el académico David Savran postuló que el hombre blanco heterosexual, ante lo que sentía como una progresiva pérdida de relevancia en la sociedad, había asumido una “identidad victimizada” cuyo ego quedaba dividido en dos mitades, una sádica y otra masoquista. De ahí salía el “masoquista reflexivo” de Savran, quien, en vez de humillar a los demás, aplicaba sus impulsos agresivos contra sí mismo. En un estudio sobre el éxito de Jackass, el profesor de Estudios de género Kyle Kusz escribió en 2007 que “el imaginario sadomasoquista reflexivo es muy popular porque permite a los hombres blancos imaginarse a sí mismos como víctimas de la sociedad y, a la vez, personas fuertes, viriles, duras y en control de sus vidas”. En The Stronger Women Get, The More Men Love Football (Cuanto más fuertes se vuelvan las mujeres, más les gustará el fútbol a los hombres), la escritora Mariah Burton Nelson había hecho un paralelismo similar entre el avance de la causa feminista y el repunte de la violencia masculina.
“Según las mujeres iban equiparándose a los hombres en los negocios, en la administración o en la educación, los hombres necesitaron encontrar la manera de seguir estableciendo algún tipo de superioridad. Y ese lugar era la fuerza física y la habilidad de infligir violencia, así que la violencia adquirió un mayor protagonismo en la construcción de la masculinidad”, cuenta a ICON el académico Jackson Katz, quien ha escrito The Macho Paradox y dedicado su vida a estudiar la masculinidad desde un punto de vista cultural y sociológico.
Según Katz, es posible parangonar el nacimiento de actividades públicas basadas en la violencia con supuestas amenazas a la masculinidad tradicional. El fútbol americano universitario se creó a finales del siglo XIX, un periodo de tensiones globales pero sin conflictos abiertos. Los boy scouts fueron fundados en 1907 por Lord Baden-Powell, un oficial del ejército que temía que la Revolución Industrial estuviese convirtiendo a los jóvenes en “torpes chupadores de cigarrillos” cuyos trabajos en oficinas o fábricas los alejaran de la naturaleza. “Siempre existe cierta ansiedad y cierto miedo ante la feminización de la sociedad mediante la burocracia, los libros o las ideas. Por eso el antiintelectualismo está tan arraigado en la cultura estadounidense”, apunta Katz.
Si traemos esa tesis a mediados de los noventa, tendríamos la supuesta amenaza en una nueva forma de consumo: la metrosexualidad. Y su reacción sería el frat bro, un hombre que, independientemente de su edad, se comportaba como un universitario descerebrado. Fueron los años de gloria de la gamberrada: Ashton Kutcher, el grupo Limp Bizkit, la serie Dos hombres y medio, la saga Resacón en Las Vegas o el programa Top Gear, que era esencialmente Jackass con coches. Años en los que una canción como The Bad Touch de Bloodhound Gang, cuya letra decía “Tú y yo no somos más que animales así que vamos a hacerlo como en el Discovery Channel”, en cuyo videoclip los integrantes del grupo iban vestidos de monos y cuyo disco se llamaba Hooray For Titties (“Hurra por las tetitas”) podía ser un éxito mundial.
La testosterona explosiva del frat bro parecía rebelarse contra la ropa bonita, los perfumes o los sentimientos. En este contexto apareció Jackass, y ofrecía una existencia completamente al margen de cualquier sistema. Dave England se comía los ingredientes crudos de una tortilla, luego los vomitaba, hacía una tortilla con ellos y se la daba a probar a sus compañeros, que acababan vomitando. Algunos experimentos eran más creativos que otros (en una ocasión Knoxville se disfrazó de Abraham Lincoln, se colocó varias sanguijuelas en la cara y recitó el discurso de Gettysburg) pero había algo que no fallaba: si a una escena le faltaba un buen remate, alguien le propinaba a otro una patada en la entrepierna. “Denota una obsesión psicosexual con la vulnerabilidad masculina”, comenta Katz.
Jackass se rebelaba contra todo lo que era importante para la sociedad de los dosmiles: la belleza, el materialismo, el decoro, las ideas, la estética, la educación, la tecnología, el dinero, la heterosexualidad, las instituciones, el triunfo, lo narrativo, las clases sociales, la ropa, el discurso, el trabajo, el lenguaje, el sexo, lo artificial y la madurez. Todo eso podría dejar de existir y ellos seguirían haciendo sus experimentos sin inmutarse: en un mundo completamente mediatizado, Jackass encontró la manera de conectar con lo primario. Quizá incluso el espíritu de Knoxville y compañía evocase la primera forma de entretenimiento del ser humano. “Es fácil imaginarse a una tribu de cazadores en las llanuras africanas hace miles de años diciendo ‘Hey, mirad todos’ antes de meterse en la boca un bicho asqueroso”, razonaba en The Ringer el periodista Jason Concepcion.
Para Katz, Jackass era una metáfora de una generación de hombres que se habían construido una utopía masculina a su medida. “Muchos hombres jóvenes tenían miedo de fracasar, como es comprensible, especialmente los que venían de familias de clase media o baja. Jackass era un rechazo a la madurez. Un grupo de hombres se repliega a un mundo sin responsabilidades adultas en el que serán solo juzgados en base a su capacidad para hacer estupideces. Crearon sus propios criterios de validación. Nadie quiere medirse en un sistema en el que siempre pierde, por eso ellos crearon una métrica nueva en la que podían triunfar”, cuenta.
Uno de los creadores de la franquicia, el cineasta Spike Jonze (Her), rebatió en 2010 el argumento de que Jackass es humor para frat bros: “Todos veníamos del mundo del monopatín, que es lo contrario a eso. La mayoría éramos antifrat”. En el Journal of Gender Studies, Sean Brayton encontró una metáfora más colorida: Jackass es realmente comparable al burlesque. Si el burlesque propone una performance exagerada de la femineidad que a la vez contribuye a perpetuarla, Jackass hace lo mismo con la masculinidad grotesca. La ridiculiza y a la vez la celebra. Por eso encontró un dialecto común entre los marginados, los garrulos y los atletas: las hostias. Y, secretamente, el cariño.
La cultura Jackass era, por encima de todo, blanca. Ningún otro género, raza o condición sexual podría haber abordado un proyecto como Jackass sin lecturas sociopolíticas. “Es un fenómeno específico a la raza blanca”, subraya Katz. “¿Vería un espectador blanco a un grupo de hombres negros degradándose en pos del espectáculo? Esa situación tendría otro significado. Ver Jackass es ver violencia en clave de espectáculo, algo que lleva ocurriendo desde los gladiadores hasta el boxeo o el kickboxing. Y en esos casos sí había un componente racial”.
En el momento en que el hombre perpetra esa violencia aparentemente incontenible contra su propio cuerpo entran en juego ciertos factores como el odio contra sí mismo. También aquí Katz tiene una teoría: “Muchos hombres han interiorizado la crítica de que todos son estúpidos, irresponsables, ignorantes, irracionales. Que son cabezas de chorlitos. Y la cultura frat bro es una celebración de ese estereotipo, una reacción defensiva ante esa caricatura: ‘¿Crees que puedes reírte de mí? Pues ya me humillo yo antes de que me humilles tú. Así te arrebato tu poder’”.
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