Un árbol cruza el mar: cómo el hombre más rico de Georgia compra y transporta los arbustos de las fincas más pobres
En ‘Taming the Garden’ la cineasta georgiana Salomé Jashi narra el extraño viaje de un árbol desde una finca humilde hasta el espectacular jardín de Bidzina Ivanishvili, el hombre más rico del país
Un árbol centenario flota en mitad del mar Negro. El reflejo de sus ramas sobre las aguas grises solo hace más evidente lo imposible de la escena: un árbol de tal vez diez metros de altura flotando en el mar. En la orilla, dos lugareños observan. A ellos no les sorprende: no es la primera vez que lo ven, y seguramente no será la última. Es una historia que se lleva cierto tiempo repitiendo a lo largo y ancho de Georgia, exrepública soviética situada entre Rusi...
Un árbol centenario flota en mitad del mar Negro. El reflejo de sus ramas sobre las aguas grises solo hace más evidente lo imposible de la escena: un árbol de tal vez diez metros de altura flotando en el mar. En la orilla, dos lugareños observan. A ellos no les sorprende: no es la primera vez que lo ven, y seguramente no será la última. Es una historia que se lleva cierto tiempo repitiendo a lo largo y ancho de Georgia, exrepública soviética situada entre Rusia y Turquía. Una historia de árboles que viajan.
Hablamos de la escena de una película, pero no de una película de fantasía. Taming the Garden (2021) es un documental dirigido por Salomé Jashi (Tbilisi, 41 años) que narra la historia de estos árboles que viajan. Empieza precisamente con esa escena: un árbol que flota bajo un cielo nuboso, sobre un mar en calma. ¿Cómo ha llegado allí? ¿De dónde viene? ¿A dónde va?
Bidzina Ivanishvili es un personaje misterioso. Es el hombre más rico de Georgia y, probablemente, también el más poderoso: fue elegido primer ministro de su país en 2012, y solo 13 meses después dejó el puesto tras considerar que su labor estaba hecha. El partido que fundó, Sueño Georgiano–Georgia Democrática, gobierna el país desde entonces. Pero él vive apartado de la vida pública, hasta el punto de que sus compatriotas dudan de si sigue residiendo en el país.
En lo alto de una montaña junto al casco viejo de Tbilisi se eleva una construcción imposible, una especie de mezcla entre un castillo de los cruzados y el aeropuerto internacional de un emirato de segunda. Es la casa de Ivanishvili, la residencia donde tal vez viva o tal vez no: una fortaleza de acero y cristal que ningún villano de Bond desdeñaría. Una casa que en su interior acoge algunas de las obras más valiosas del arte occidental –el cuadro Dora Maar con Gato fue adquirido en subasta en 2006 por 95 millones de dólares– y que se rodea, en su exterior, por varias decenas de árboles centenarios que, a diferencia de lo que le ocurre a la mayoría de los árboles, han nacido en otros lugares distintos al que ocupan ahora.
Donde otros solo habrían visto una transacción comercial, Salomé Jashi vio una historia que contar. “Es una historia exquisita”, explica a ICON. “Colecciona grandes árboles centenarios. Encarga a sus hombres que arranquen esos árboles y los lleven a su jardín por mar y tierra. Pero en la película se convierte en la historia de los poderosos y los débiles, los ricos y los pobres”.
“¿Has oído la historia de la vieja y el árbol?”. Un lugareño conversa con otro en una escena del filme. Relatan cómo los abogados de Ivanishvili se presentaron un día en la casa de una anciana local. Le preguntan cuánto quiere por el árbol y la mujer contesta que cuatrocientos. Cuatrocientos lari, casi ciento veinte euros. “Cuatrocientos mil es mucho, te podemos dar cuarenta mil”. La anciana, por supuesto, vende el árbol.
Es una historia que podría estar sacada de Las mil y una noches, o de un cuento de Perrault o de los hermanos Grimm: sólo habría que cambiar a Ivanishvili por un emir o un príncipe. Sus emisarios aparecen un día y ofrecen fantásticas sumas por unos árboles que para sus dueños no tenían ningún valor. Árboles que daban sombra al huerto, o que manchaban el jardín de hojas. Pero como en los cuentos, no es oro todo lo que reluce.
Trasladar árboles gigantescos no es una tarea fácil. Las carreteras son estrechas y están rodeadas de casas y más árboles. Para mover un árbol hay que talar los que quedan en el camino. Algunas vallas deben ser retiradas. El trabajo de desarraigo requiere meses. Un hombre se queja a los abogados de que llevan mucho tiempo importunándole a él y a sus vecinos. Los abogados contestan: “Firmaste un contrato”. El hombre discute y se aleja profiriendo vagas amenazas.
Pero la película no pretende tomar posiciones. “Creo que el público es lo suficientemente inteligente para atar cabos, hacer juicios, pensar, ponderar. No soy partidaria de las respuestas unidimensionales, porque en la vida no existen realmente. ¿Cómo voy a llegar a una conclusión en noventa minutos?”, argumenta la cineasta.
Ciertamente, el asunto es complejo. Por cada árbol talado hay una carretera arreglada, o un talud apuntalado. Los abogados se irán, pero los arreglos se quedan. Los vecinos obtienen algo más que solo dinero. Pero también pierden más que solo un árbol. Una mujer llora. “Tantas generaciones han jugado bajo ese árbol”, se lamenta. En otra escena un hombre exclama: “¿Pero es que nos estamos quedando sin árboles?”. A su alrededor puede verse que no es así.
Hay pocos diálogos en esta historia. Las escenas que se suceden son un testamento de la obra de ingeniería que supone el traslado. Árboles que se abren paso entre otros árboles, avanzando lentísimos pero imparables. A su alrededor las personas parecen minúsculas. Podría verse como el triunfo de la humanidad sobre el mundo. Podría verse como la voluntad de un hombre rico anteponiéndose al orden natural de las cosas. Jashi elige no hacerlo. Elige mostrar los hechos con un lirismo casi onírico, como si fuera una leyenda o una fábula.
“Se podrían haber hecho muchas películas distintas acerca de este evento. Podríamos haber hecho una película centrada en el hombre rico, mostrándole, hablando de sus aficiones. Podríamos haber hecho un filme de investigación sobre el papel del Estado en el proceso, un tanto sospechosa. Es una historia tan grande que una sola película no sirve para contarla. Habríamos atado la película a un momento concreto en el tiempo, pero me producían curiosidad las connotaciones metafóricas, simbólicas y poéticas”.
Un jardinero riega el árbol ya trasplantado. Del caos de las aldeas rurales ha pasado al orden domesticado del jardín de Ivanishvili. Parece que lleva allí una eternidad. No volvemos a ver a los aldeanos. No sabemos qué ha sido de sus vallas, sus casas y sus carreteras. El jardín de Ivanishvili abrió al público en 2020. Los visitantes hacen conjeturas. ¿Por qué esa fijación con los árboles? Algunos piensan que tal vez es un druida y los utiliza en arcanos rituales; otros piensan que es simplemente una ostentación de su poder, algo que hace porque puede, para demostrar que, a pesar de llevar años sin ocupar ningún cargo político, aún puede ensanchar carreteras y detener trenes a capricho.
No hay respuestas a esas preguntas. La única persona que podría facilitarlas no tiene intención alguna de hacerlo. Por eso la película de Jashi se resiste a dar contexto, a exponer conclusiones. En lugar de eso, prefiere entregarnos la imagen imposible de un árbol centenario que, rodeado de neblina, flota en mitad del mar Negro.
‘Taming the Garden’ se puede ver en la plataforma Mubi.
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