Miguel Ángel Silvestre: “Visto desde fuera no está mal ser yo, pero desde dentro no sabes qué demonios tiene una persona”
A sus 38 años, el actor conocido por sus iniciales de M.A.S. se ha aceptado tal y como es y ha dejado de buscar la perfección. Como recompensa, pasa por uno de sus mejores años: protagoniza ‘Sky rojo’ (la nueva serie para Netflix de los creadores de ‘La casa de papel’) y colabora con L’Homme, la fragancia de Yves Saint Laurent
“Si de chaval me hubieran dicho que iba a hacer una campaña con Yves Saint Laurent... Es fuerte, ¿eh?”, reflexiona hoy Miguel Ángel Silvestre. “Con todo lo hortera que pude llegar a ser. Mira yo tengo un colega que me dice: ‘Migue, tú fuiste el primer tío que se puso una camisa arrugada en Castellón”. Con lo feas que eran, Miguel Ángel. “Tío, eran feísimas. Pero yo las vi en una revista y me compré una en una tienda de Valencia que s...
“Si de chaval me hubieran dicho que iba a hacer una campaña con Yves Saint Laurent... Es fuerte, ¿eh?”, reflexiona hoy Miguel Ángel Silvestre. “Con todo lo hortera que pude llegar a ser. Mira yo tengo un colega que me dice: ‘Migue, tú fuiste el primer tío que se puso una camisa arrugada en Castellón”. Con lo feas que eran, Miguel Ángel. “Tío, eran feísimas. Pero yo las vi en una revista y me compré una en una tienda de Valencia que se llama Lucio. Ese es el tipo de riesgos que tomaba yo. Peinados imposibles, camisas arrugadas y cejas depiladas. Y pantalones de campana. Pero me iba a la discoteca y lo defendía a muerte, me ponía a bailar en el podio con los colegas... sin freno, tío”.
Cuando estaba en la academia de Sergi Bruguera, en la que pasó toda su adolescencia entrenando para ser tenista de élite, Miguel Ángel Silvestre recibió su valoración médica. Decía: “No es el que tiene las mejores condiciones físicas, pero es el primero en subir la montaña”. Pero a los 19 años abandonó el tenis porque se dio cuenta de esa determinación no era suficiente. “Quise ser el mejor tenista del mundo sin tener el mayor talento del mundo”.
Algunas noches todavía sueña que tiene edad de competir y que le dan la oportunidad de participar en Roland Garros. Pero cuando se despierta tiene 38 años y es Miguel Ángel Silvestre, de profesión estrella, lo cual tampoco está nada mal: solo este mes aparece en el thriller Sky Rojo (la nueva serie para Netflix de Álex Pina, creador de La casa de papel) y es imagen de L’Homme, la nueva fragancia de Yves Sant Laurent.
Para Silvestre, lo de acicalarse siempre ha tenido un componente sentimental. El día que en casa le pusieron un armario para que guardase sus cosas (“Mi peine, mi perfume, mi gomina”) se sintió adulto por primera vez en su vida. Y cada vez que su padre le regalaba una colonia la conservaba “como un tesoro”.
El señor Silvestre era un fisioterapeuta que se sacó el título de instructor de tenis para dar clase a su hijo. De ahí la bronca que le cayó al chaval la noche que, meses después de dejar la Bruguera Academy, se escapó de fiesta a Valencia y volvió a casa con un cheque gigante de 200 euros. “Yo no había tomado una gota del alcohol en mi vida, porque era muy disciplinado, y a los 19 empecé a salir a tope. En una discoteca de Valencia que se llama El Cel me ofrecieron participar en un desfile y lo gané”, explica. El final feliz de esta historia es que Miguel Ángel Silvestre acabó coronándose como Mister Castellón 2002 y de ahí saltó al cuerpo de baile de Norma Duval. Dicen que cuando perdió el título de Mister España, en una gala celebrada en un hotel de Marbella, Miguel Ángel echó un par de lágrimas.
Pero hoy, sentado en la sala de billares del Círculo de Bellas Artes de Madrid tras una sesión de fotos en la que no ha dejado de proponer ideas (sobre la luz, sobre las posturas, sobre el atrezo), no quiere quejarse. “Llevo varias semanas de jornadas de trabajo de 14 horas”, explica. “Y me lo noto, estoy un poco... mira, estoy maravilloso, no me puedo quejar. Es doloroso pero más duelen otras cosas que hemos pasado, tete”. ¿Qué cosas? “Mira, antes decías que ser Miguel Ángel Silvestre no debe de estar nada mal. Y he pensado: ‘Eso visto desde fuera, porque desde dentro tú no sabes qué demonios tiene una persona’. Cuando pienso en Marilyn Monroe, todo lo que sufrió, y cuando la veías desde fuera dirías ‘ni tan mal’. Cada uno dentro anda con sus tinieblas y sus frustraciones”, explica.
Quizá se refiera a 2008, el año en que Sin tetas no hay paraíso lo convirtió en la fantasía erótica oficial de la nación. Un fenómeno para el que la tele se quedó pequeña: la segunda temporada se estrenó en un evento en el (entonces llamado) Palacio de los Deportes de Madrid. Él, mientras tanto, sufría por si el público se sentía decepcionado al descubrir que no era un tipo duro como el Duque (cada vez que disparaba se le cerraban los ojos y tenía que repetir la toma), sino “un hortera de Castellón”.
“Tenía miedo de que no me volvieran a llamar, tenía miedo de que se dieran cuenta de que yo no era tan inteligente como los diálogos de mis personajes. Me he ido relajando, claro. Hoy acepto más quién soy, ya no pienso que si descubren lo que hay saldrán corriendo en dirección contraria, que era mi mayor paranoia entonces”, admite.
En aquella época Paolo Vasile, el boss de Telecinco, dejaba caer observaciones crípticas sobre Silvestre: “Le aguanto cosas impensables en otra persona, pero es un tipo puro”. “Lo mejor que puedo hacer con él es defenderlo de sí mismo, porque a veces tiende a ser autodestructivo y peligroso”. “Ha idealizado al Duque a costa de sí mismo, como en El retrato de Dorian Gray”. En 2010, un reportaje de El País Semanal titulado “Silvestre mata al Duque” describía cómo en aquella época la vida del actor “se volvió tan complicada que le era más sencillo vivir como el Duque, un papel en el que sabía lo que tenía que hacer”.
Aquellos fueron los meses de fans trepando por fachadas de hoteles para colarse en su habitación, de hordas de gente forzando las verjas de los restaurantes para entrar a verle cenar, de paseos por el festival de Málaga con ocho guardaespaldas, de paparazi sobornando al portero de su edificio o alquilando pisos enfrente del suyo. Durante dos años Silvestre protagonizó ocho de cada diez portadas de la Cuore. La semana que ganó el Ondas por Sin tetas no hay paraíso, su cara ocupaba la portada de las siete revistas del corazón más vendidas del país.
“La prensa rosa convirtió mi carrera en lo que es hoy. Hablaban del Duque y de mí con cariño y yo, de repente, era un chaval con guiones en la mesa. Con la oportunidad de trabajar con Cuerda, con Almodóvar, con las Wachowski. Y todo eso se lo debo a la prensa del corazón”, asegura.
Ese sentido de la nobleza añade un tercer ingrediente a la receta Silvestre: si en persona se revela como un cruce entre Don Draper y el Nen de Castefa, su sensibilidad también tiene bastante de Rafa Nadal. En conversación con Miguel Ángel uno se pregunta si acaso su único defecto es ser demasiado afable. Muchas veces, asegura, ha dicho que no a hacerse una foto con un admirador y a continuación ha salido corriendo detrás de él para disculparse y hacérsela.
Hubo un tiempo en que los remordimientos le quitaban el sueño. Rechazó un papel en una película que después arrasaría y ganaría ocho Goya (Silvestre se sorprende cuando le digo que el título es obvio, echen ustedes cuentas), así que se pasó más de dos años arrepintiéndose. Dice que renunció a grandes personajes por empeñarse en interpretar “historias viscerales”. En una ocasión, se preparó por su cuenta para un papel engordando 20 kilos y dejándose barba. Nada más llegar al rodaje el director le pidió que adelgazase y se afeitase.
Silvestre reconoce que aquel perfeccionismo le hacía infeliz. Y se le notaba tanto que durante el rodaje de Lo mejor de Eva (2012) el cantautor Jorge Drexler se le acercó y le dijo: “La perfección ofende a los dioses”. Poco a poco, Silvestre fue aceptando sus limitaciones y “aprendiendo a jugar con la baraja” que le ha tocado. Pero, sobre todo, empezó a disfrutar de la partida. “Yo soñaba con trabajar al nivel de calidad de Javier Bardem, que es mi referente principal. Por eso en cada personaje he dado el 100% de mí. Hay veces que me ha salido fatal. Otras veces he dicho ‘ay, casi’. Algún día me saldrá. Pero tío, no me dirás que no lo intenté”.
Tras cumplir su contrato de dos películas con Telecinco se fue a la competencia: su amiga Yuan le convenció de que Velvet iba a ser un éxito mundial. “Ella tiene una sensibilidad especial. Es la dueña del restaurante madrileño Labiotika. Yo le decía: ‘Imposible, solo la van a echar en Antena 3’. Pues se estrenó en toda Latinoamérica, en el canal nacional de China y luego llegó a Netflix. Los mejores consejos de mi vida me los ha dado Yuan”, asegura.
Tan mundial fue el éxito de Velvet que alguien de Hollywood le echó el ojo y lo convocó para el casting de Sense 8, la serie de las Wachowski para Netflix. Cuatro pruebas más tarde consiguió el papel y Ramón Campos, productor de Velvet, le miró a los ojos y le dijo: “Miguel Ángel, nosotros no podemos interponernos entre tú y tus sueños”. Así que allá se fue, con una maleta cargada de camisas (no arrugadas en esta ocasión) y acabó instalándose una temporada en Los Ángeles, donde alquiló un apartamento y se compró un coche. Como le hacía ilusión customizar la matrícula, decidió poner sus iniciales. Luego se dio cuenta de que formaban el acrónimo con el que le apodan las revistas del corazón: M. Á. S.
“Tardaban tanto en cambiarla que la dejé, pero cada vez que me subía al coche pensaba: ‘Joder, ¡la putada de la matrícula, hostia!”, recuerda entre risas. “No me gustó. ‘MÁS’ es positivo, pero también excesivamente ambicioso. La palabra connota.... me da igual, tío: Miguel Ángel Silvestre”.
Hay que estar muy en paz con uno mismo para abordar un personaje tan histriónico como el Lito de Sense8, en muchos sentidos una parodia de Silvestre: un actor que triunfa como galán en una telenovela llena de revolcones y tiroteos. En la primera cena con el equipo, las Wachowski montaron un karaoke porque, por lo visto, les encanta. A Silvestre no tanto, y menos que le insistieran en que se arrancase por Ricky Martin como buen estereotipo latino, cuando a él lo que le va es el flamenco. Al final, claro, bailó y cantó Ricky Martin.
“Nunca me he sentido cosificado sexualmente, pero tampoco es que me haya parado a pensarlo. ¿La gente por qué va a ver a Tom Hardy? Porque es un gran actor, pero agüita la carita que tiene el compañero. Natalie Portman tiene una vulnerabilidad que te rompe el corazón, pero es linda también. A Phillip Seymour Hoffman también le daban papeles en base a su físico. Es como cuando vas a una tienda y coges un llavero porque te gusta”, compara.
Ahora que sabe que no es una moda pasajera, ahora que el público lo aprecia tal y como es, Silvestre se ha permitido el lujo de resucitar al Duque en Sky Rojo, una superproducción en la que interpreta a un matón que evoca el voltaje del personaje que le dio la fama. “El director me decía que se me escapaba el chaval de Castellón. Es que a mí hacer de tipo duro fajao me cuesta mucho porque se me ponen los ojos redondos enseguida. Hace muchos años, cuando preparaba el Duque, mi profesor me decía que se me escapaba la inocencia. Pero luego eso era precisamente lo que le gustaba al público del personaje”, recuerda.
Hace tres años decidió que no podía seguir dedicando todo su tiempo libre a intentar conseguir más trabajo. Su padre falleció y Miguel Ángel se dio cuenta de que llevaba años sin ver a algunos de sus mejores amigos cuando llegaron al funeral. Ahora, cuando no tiene que trabajar, se pasa los días de cañas, estudiando matemáticas avanzadas (le entró curiosidad por los números durante el confinamiento) o surfeando. Silvestre descubrió el surf durante el año y medio que se pasó recluido para esconderse del mundo tras Sin tetas no hay paraíso: “Hoy me siento más feliz que nunca y eso quiere decir que, si no estoy en la cresta de la ola, estoy de pie y con toda la ola por delante”.
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