Una huida con un maletín y una retirada a tiempo: el final de Radio Futura, la “mejor banda” de su era
30 años después de la disolución del grupo, admiradores, críticos y conocidos analizan el fenómeno Radio Futura, un grupo que nació a la sombra de la nueva ola ochentera y evolucionó hasta un pop mestizo que no puede ser más relevante hoy
Tres décadas después, resulta tentador afirmar que Radio Futura murió de éxito. La recta final de los ochenta fue suya y se asomaba a los noventa pletórico, en la cresta de la ola gracias a esa ocurrencia genial que fue el rock latino, que echaba por entonces muy sólidas raíces en España. Sin embargo, Radio Futura se hizo una inesperada eutanasia. Cerró la persiana en silencio, renunciando a esa corona de emperadores del pop español que llevaban trabajándose desde sus orígenes. El relato oficial, tal y...
Tres décadas después, resulta tentador afirmar que Radio Futura murió de éxito. La recta final de los ochenta fue suya y se asomaba a los noventa pletórico, en la cresta de la ola gracias a esa ocurrencia genial que fue el rock latino, que echaba por entonces muy sólidas raíces en España. Sin embargo, Radio Futura se hizo una inesperada eutanasia. Cerró la persiana en silencio, renunciando a esa corona de emperadores del pop español que llevaban trabajándose desde sus orígenes. El relato oficial, tal y como se esboza en La Huella Sonora, página de los proyectos musicales de Santiago Auserón, habla de una crisis de crecimiento desbocado, de giras extenuantes boicoteadas por promotores sin escrúpulos, de tensiones personales y creativas, de un nuevo público multitudinario y “con otro talante, menos cercano a la estética del grupo”, de conciertos transformados en estériles y frustrantes baños de multitudes en los que ni siquiera duplicando el equipo de sonido era posible hacerse oír entre la histeria y el griterío.
Radio Futura, tal y como lo recuerda Auserón, había dejado atrás esa bendita edad de la inocencia en que era posible pasarse la gira “cantando en la furgoneta y en las habitaciones de hotel, aprendiendo la letra de clásicos del soul” para concluir los conciertos con un breve set de versiones de Otis Redding, Marvin Gaye y James Brown. Tras una década de actividad musical extraordinariamente fértil, con seis álbumes de estudio y más de 400 conciertos, la banda se desmoronó sin previo aviso, abrumada por el éxito de un single, Veneno en la piel, que les trajo un nuevo público a cuyas expectativas y exigencias no estaban dispuestos a adaptarse.
El 25 de septiembre de 1990 se produjo ese infausto concierto en la plaza de toros de Las Ventas, en Madrid, en el que, siempre según la escueta pero punzante crónica de La Huella Sonora, “el promotor huyó con el maletín del dinero”. Cinco días después, en Las Rozas, se subían juntos por última vez a un escenario, concluyendo así la gira que supondría su canto del cisne. Guardaban aún una última bala en la recámara, el álbum de remezclas y rarezas Tierra para bailar, que se editó en primavera de 1992, pocos días antes de que se hiciese pública la disolución definitiva. Sin embargo, en lo esencial, el grupo había dejado de existir meses antes, en algún momento indeterminado de las primeras semanas de 1991, el periodo en que Santiago Auserón empezó a colaborar con Kiko Veneno y a esbozar su nuevo proyecto, Juan Perro.
Retirarse a tiempo
Mucho tiempo después, ya en 2011, Auserón declararía que aquel había sido un divorcio pactado sin apenas acritud. La banda tuvo una muerte natural, una vez agotado su ciclo de vida útil: “10 años suelen ser tiempo suficiente para desarrollar un proyecto. Es inevitable que pasado ese periodo los intereses artísticos sean divergentes”.
Para el crítico musical y escritor Rafa Cervera, “a Radio Futura hay que reconocerles múltiples virtudes, y una de ellas, en absoluto menor, es haber sido capaces de dejarlo en el momento oportuno”. Cervera opina que, en los dos últimos álbumes del grupo, La canción de Juan Perro y Veneno en la piel, “se había hecho evidente que Auserón estaba pasando página e inclinándose de manera decidida hacia sonidos como la rumba y lo afrolatino, dejando atrás las influencias anglosajonas y nuevaoleras que habían estado en la esencia de Radio Futura hasta finales de los ochenta”.
El proyecto como tal “estaba liquidado”, porque se estaba convirtiendo en otra cosa, “tal vez coherente, pero distinta”. Auserón podría haber intentado “quedarse con el nombre, que por entonces garantizaba ventas millonarias, y convertirlo en una carcasa vacía al servicio de sus nuevas inquietudes musicales, pero actuó con la valentía y la honestidad que le han caracterizado siempre y optó por pasar página”. Algo tuvieron que ver, en opinión del crítico, tanto un natural deterioro de convivencia en el seno del grupo como los problemas de salud del guitarrista Enrique Sierra, que ya por entonces había recibido su primer trasplante de riñón y se sometía a sesiones de diálisis (acabaría falleciendo en 2012).
El promotor musical valenciano Emilio Ruiz, responsable de la sala de conciertos Arena, coincide con Cervera en que “Radio Futura tuvo la sabiduría y la elegancia de dejarlo cuando estaban aún en lo más alto”. En su opinión, “siempre condujeron su carrera con un rigor y una profesionalidad exquisitas, bien secundados por personas tan competentes como su manager, Paz Tejedor, pero por encima de todo eran gente muy creativa y con verdaderas inquietudes artísticas. No eran de los que se aferran al éxito por el éxito y se mantienen en el ruedo por pura inercia, hasta que se acaba el dinero”.
Ruiz los llevó a Valencia en varias ocasiones y estuvo con ellos en el concierto en la capital del Turia de esa gira postrera de 1990: “Los vi felices y en plena forma, parecía que les quedaba cuerda para rato”, nos cuenta. “Si a esas alturas había ya tensiones profundas en el grupo y habían hablado de dejarlo, lo cierto es que en absoluto lo manifestaron. Aquella era una gira de mucha envergadura, con refuerzo de seguridad, de luces y de sonido e incluso catering propio, pero la actitud de Santiago y los demás seguía siendo tan sencilla, sensata y constructiva como siempre. Creo que se sintieron cómodos aquella noche en Valencia porque, a pesar de lo mucho que había crecido su público, a ellos les encantaba tocar en salas de conciertos. Lo que detestaban eran los estadios y las plazas de toros. Lo que les pasó días después en el concierto de Madrid es algo que se me escapa, pero parece que les afectó hasta el punto de tomarse un periodo sabático y, al final, darle carpetazo al grupo”.
El promotor recuerda aquella época “como una auténtica edad de oro de la música en directo en España, lo que hizo que algunas bandas a las que habíamos venido apoyando desde sus orígenes se endiosasen y se volviesen arrogantes y de trato imposible, pero nada de eso ocurrió con Radio Futura”. A Ruiz le llamaban la atención las plácidas costumbres del por entonces sexteto: “Aquellos eran años muy salvajes y muy narcóticos, pero ellos eran más bien de llegar pronto, descansados y frescos, probar sonido a media tarde y retirarse a su furgoneta a la hora en que el resto de músicos se preparaban para salir de juerga. Eso sí, se permitían pequeños lujos, como compartir un plato de buen jamón, una botella de champán o un buen vino tinto”. Santiago, en concreto, “infundía respeto por su carisma y su forma de expresarse, pero nunca te hablaba desde un pedestal, no era en absoluto prepotente, no te pasaba factura por su éxito”.
Un largo viaje hacia la luz
Una batalla que había empezado 11 años antes, en 1979. Por entonces, los hermanos Auserón, Luis y Santiago, comenzaron a colaborar con la “orquesta pop” del pintor y promotor cultural toledano Herminio Molero, un proyecto musical tan ambicioso como amateur que se pretendía en la estela de Roxy Music. Aquel fue el germen de lo que vendría después. Rafa Cervera opina que, en rigor, hay que hablar de dos bandas distintas: “La primera, la Radio Futura de Herminio Molero, se fue profesionalizando gradualmente, pero sin perder del todo su carácter frívolo y petardo, que estaba en la esencia del proyecto. En 1980 acabarían editando un álbum, Música moderna, que a mí me parece uno de los más interesantes de su época, porque es una síntesis muy equilibrada entre el mundo musical arty y un tanto naíf de Molero y las ya muy perceptibles inquietudes intelectuales de Auserón”.
Aunque el disco no pasó en absoluto desapercibido, en febrero de 1981, Molero abandona el grupo y nacen unos Radio Futura distintos: “En cuanto Herminio sale por la puerta, los Auserón, Enrique Sierra y Solrac (Carlos Velázquez) abandonan esa frivolidad juguetona e insolente de singles como Dance usted y Enamorado de la moda juvenil y se embarcan en un proceso de búsqueda de su propio sonido”.
El músico Remi Carreres, bajista en su día de la banda valenciana Glamour, conoció a los Radio Futura justo después del éxito de Enamorado de la moda juvenil, cuando no habían definido aún la que sería su identidad artística definitiva: “Cuando los vi por primera vez, en 1980, me impactó su imagen, tan moderna, tan poco española, tan de otro planeta. Para un chaval como yo, curtido en el mod y el glam, en David Bowie, Brian Eno o Mott the Hoopple, fue una auténtica revelación que existiese una banda así en un país que me parecía tan poco estimulante como el nuestro”.
Un directo apabullante
En opinión de Carreres, ya en 1980 los Radio Futura suponían “un salto cualitativo en términos de profesionalidad y bagaje musical con respecto a los demás grupos de la nueva ola española”. De aquellos primeros encuentros en Valencia y Madrid, en conciertos propios y ajenos, nació “una amistad muy sólida”. Carreres recuerda en especial “lo extremadamente cool que resultaba Luis Auserón, con una imagen ciberpunk rotunda y futurista, y lo serio y amable que era Enrique Sierra, un hombre sabio en el sentido más amplio y auténtico de la palabra”.
Rafa Cervera los entrevistó por vez primera en 1982: “Fue para Estricnina, el fanzine que editaba yo por entonces. Acababan de editar La estatua del jardín botánico y tenían ya en el zurrón temas estupendos, como Rompeolas, pero su discográfica de entonces, Hispavox, los había dejado en el dique seco, sin un plan de crecimiento ni una promoción adecuados, porque no sabía muy bien qué hacer con ellos”. Cervera los vio “un tanto mortificados por esta situación, porque ya entonces eran muy ambiciosos y tenían las ideas muy claras, pero fueron muy simpáticos y considerados con el periodista incipiente que era yo a los 18 o 19 años. Incluso me regalaron un relato, La bestia azul, que es un brote o derivado literario de La estatua del jardín botánico”.
Meses después, ese grupo sometido a una esclavitud injusta consiguió liberarse, fichó por otro sello, Ariola, y allí capitalizaría por fin tanto talento incomprendido, editando dos álbumes cruciales, La ley del desierto/La ley del mar (1984) y De un país en llamas (1985). Cervera destaca que se trata de un par de obras “conceptualmente sólidas, muy innovadoras y que, además, tuvieron un profundo calado, porque consiguieron el beneplácito del público”. Con ellos, un Santiago Auserón cada vez más consciente de su papel de líder intelectual de la banda “trazó una línea muy personal, de ruptura contundente con su pasado”. En ese periodo, en opinión de Cervera, “se consolidan como una de las bandas fundamentales no ya del pop español de la época, sino de la música popular en lengua castellana”.
De cero al cielo
El también crítico musical Juan Puchades coincide en que aquellos Radio Futura “en plena reinvención” estaban ofreciendo en esos años decisivos, entre 1982 y 1984, “algo radicalmente nuevo que voló la cabeza” a todos. De La estatua del jardín botánico en adelante, atravesaron un “periodo mágico” en el que Sierra y los Auserón “se hicieron cargo de la nueva creatividad del proyecto dejando atrás la herencia de Herminio Molero”. Años después llegaría La canción de Juan Perro (1987), que en opinión de Puchades “es su mejor disco, partiendo de la base de que toda su carrera hasta llegar a ese punto es un laboratorio de ideas en que cada nueva entrega pone el listón un poco más alto que la anterior”.
Puchades es de los que piensan que Radio Futura fue un auténtico lujo para el pop español en esos años de necesaria transición a la modernidad cosmopolita que fueron los ochenta: “Consiguieron una cuadratura del círculo tan crucial y tan difícil como aunar calidad y comercialidad, ganándose a la vez el respeto de los críticos y del público, algo que resulta casi imposible en nuestra canallesca España”.
Cervera coincide en adjudicarles sin discusión la etiqueta de principales promotores en España del rock latino: “Diría que fueron casi los únicos que consiguieron impulsarla con energía y fundamento, aunque es cierto que Gabinete Caligari también echó una mano con su descubrimiento de lo cañí, renunciando a Joy Division para asomarse al rock torero, y Alaska incluyó un bolero en su álbum Deseo carnal. Pero la latinidad fue una veta más bien poco explorada por la nueva ola española con la excepción de Los Coyotes. La herencia de Radio Futura la recogerían el propio Auserón y bandas posteriores como Macaco o Jarabe de Palo”.
Un letrista incomparable
El escritor coruñés Agustín Fernández Mallo, autor de novelas como Nocilla Dream, sigue considerando a Radio Futura uno de sus grupos de referencia: “Vuelvo a ellos periódicamente, siempre hay nuevos hallazgos, nuevas fuentes de inspiración sonora y textual”. En su opinión, fueron los únicos de su época, “tal vez junto a Golpes Bajos”, capaces de grabar en España “discos atemporales en lo sonoro y conceptualmente bien planteados”. Él se queda con “el posmodernismo juguetón de Enamorado de la moda juvenil”, pero sobre todo con el álbum La ley…, “en el que su posmodernismo se sustancia en algo mucho más filosófico y único en el panorama español de los ochenta”. Fernández Mallo destaca que “el disco se abre con una pregunta a la que aún sigo dando vueltas hoy: “La ley del desierto es el agua, pero, ¿la ley del mar?”. Se trata de “una duda común a la poesía, la ciencia y la filosofía que, en mi opinión, ya marca el tono de esta obra”.
El escritor tiene un proyecto poético-musical bautizado como Revinientes que, en gran medida, parte del cancionero de Radio Futura. “Se trata de un experimento sonoro que he lanzado con la comisaria de arte Pilar Rubí. A ambos nos gusta mucho Radio Futura y nos ha influido tanto a nivel de textos como de ambición sonora. Por ejemplo, la primera estrofa de nuestra primera canción, De eón en eón va el mundo, dice: “Metálicos en un jardín botánico, dibujamos una elipse de dos centros, solo eso, dos centros”. Son versos que vienen de lejos, porque ya estaban en mi poemario Carne de píxel. Describen una relación amorosa geometrizada que, obviamente, se basa en La estatua del jardín botánico”. Revinientes debe también a Radio Futura “la pulsión ambiciosa de no quedarse en el pop, sino de combinar en una misma canción ecos de otras músicas, ya sea la música sacra o la ruidista no-wave”.
Rafa Cervera coincide con Fernández Mallo en reivindicar la excepcional calidad de las letras de Santiago Auserón: “Me parece un gran escritor, no sé si un poeta. Las suyas son letras con una ambición literaria muy poco frecuente en el pop. El pop español ha conocido grandes letristas, como Nacho Canut y Carlos Berlanga, pero casi siempre en una onda más intranscendente y frívola. Santiago hizo letras de una sensibilidad vanguardista y contemporánea, alejada del clasicismo a veces algo rancio de los Aute, Serrat o Sabina”. Su único defecto es, para Cervera, “que nunca o muy rara vez se permite incurrir en el humor, pero tampoco es algo que se le pueda reprochar a alguien que fue discípulo de Gilles Deleuze en la Sorbona. Santiago Auserón no tiene pretensiones intelectuales: es un verdadero intelectual”.
La solidez de un legado
Todos los consultados coinciden en que el legado de la banda sigue, en gran medida, intacto. Para Emilio Ruiz, “son la mejor banda del mejor periodo de la música española que yo al menos he conocido: ahora hay algún grupo interesante, pero no de ese nivel”. Fernández Mallo ha vuelto a escucharlos entre confinamiento y confinamiento y considera que “en absoluto han envejecido; al contrario, se agigantan”.
Puchades recuerda con nostalgia a una banda que “pese a las peculiaridades sonoras de los años ochenta”, tenía grandes canciones y, sobre todo, un directo irresistible: “Eran auténticas máquinas. Salían sin contemplaciones, a por todas. Iban a cuchillo”. Eso sí, reconoce que le pareció “estupendo” que se separaran cuando lo hicieron: “¡Y cada día me parece más acertado! Dejaron el pabellón bien alto, en un momento de máxima popularidad, y nunca volvieron. Así es como habría que hacer las cosas. Los grupos no tendrían que volver nunca”. Ni por dinero ni por hacerle justicia a un legado que, cuando es auténtico, se basta y se sobra para defenderse solo.
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