De ‘Al salir de clase’ a ‘Élite’: cómo las series adolescentes hablaron a los jóvenes de todo lo que estaba prohibido
Han pasado casi 40 años desde ‘Segunda enseñanza’, la primera serie puramente adolescente en España, y los creadores y guionistas de los títulos más populares explican a ICON cómo reflejaron los miedos, anhelos y avances sociales de cada momento desde la altura de un pupitre
En el séptimo capítulo de Verano azul le vino el periodo a Bea. O, como lo llamaba su hermano Tito, “el periódico”. Su madre proclamaba, entre música de violines, una frase hoy clásica de la televisión española: “Bea ya es mujer”. Así, la serie de Antonio Mercero rompía con uno de los mayores tabúes de la sociedad y sentaba las bases de lo que vendría después: a menudo, las series adolescentes son las primeras en abordar los temas más transgresores. ...
En el séptimo capítulo de Verano azul le vino el periodo a Bea. O, como lo llamaba su hermano Tito, “el periódico”. Su madre proclamaba, entre música de violines, una frase hoy clásica de la televisión española: “Bea ya es mujer”. Así, la serie de Antonio Mercero rompía con uno de los mayores tabúes de la sociedad y sentaba las bases de lo que vendría después: a menudo, las series adolescentes son las primeras en abordar los temas más transgresores. Segunda enseñanza, la serie de 1986 escrita y protagonizada por Ana Diosdado, mostró uno de los primeros personajes homosexuales en la televisión española (Aitana Sánchez-Gijón interpretó a una estudiante que se enamoraba de su profesora) y exploró el tema del suicidio cuando el personaje de Jorge Sanz, incapaz de soportar el autoritarismo de su padre heredado de la estricta educación franquista, se ahorcaba.
En 1997, Telecinco se propuso crear su propia Sensación de vivir con la emisión diaria en las sobremesas de Al salir de clase. Según Antonio Cuadri, uno de sus creadores, la consigna de la serie era proporcionar un ojo de cerradura a los padres para que descubriesen cómo era la vida de sus hijos con una aproximación realista. Al salir de clase retrató a una generación de transición. “A aquellos jóvenes les tocó gestionar la resaca de la inquietud cultural [los chavales tenían grupos de música: Silvanos, Radar o Tess] y la preocupación social [representada por Alumnos en acción, la asociación solidaria del instituto Siete Robles] y a la vez estaban ya tocados por el consumismo y por la superficialidad posmodernista a la que los jóvenes se abandonarían definitivamente en los 2000”, explica Antonio Cuadri.
Los personajes de Al salir de clase experimentaban las preocupaciones de los jóvenes de los 90: los trabajos basura (en el Superpizza o poniendo copas en el CBC), los complejos de clase (Raúl, el personaje de Victor Clavijo) o la ecología (La patrulla ecológica liderada por Elena, interpretada por Athenea Mata). “Nuestro propósito era hacer una serie sobre adolescentes españoles pero desde su punto de vista, no el de los adultos”, explica Eduardo Zaramella, otro de los creadores, “Y siempre ha habido adolescentes que, para rebelarse, deciden cambiar y mejorar el mundo que los rodea”. En Al salir de clase aparecieron asuntos sociales como el sida (Carlota -Pilar López de Ayala- entablaba amistad con un seropositivo), la inmigración (con la marroquí Yasmina, que además trabajaba en un centro de acogida de inmigrantes) o la homosexualidad.
“La cadena todavía no lo tenía muy claro”
El autor de la trama de Santi (Alejo Sauras), el primer adolescente gay de la televisión española, fue el guionista Jaime Palacios. “Yo quería decirles a los adolescentes que ser inteligente no era algo de lo que avergonzarse o de lo que burlarse. Y que tampoco había que esconder los sentimientos. Que los amigos podían ser el refugio en el que de verdad ser nosotros mismos”, señala Palacios, “Por eso había chicos que les decían a sus amigos ‘te quiero’ sin connotaciones gays”. El primer personaje homosexual de la serie había sido Clara (Laura Manzanedo), que se enamoraba de Miriam (Marián Aguilera), luego le prendía fuego a su casa y acababa enamorándose de chicos y aclarando que lo del lesbianismo había sido “una fase de confusión”.
“Aquello fue antes de Santi y la cadena todavía no lo tenía muy claro. No le gustaba mucho”, aclara Zaramella. “Además, en esa época estaba más aceptado una relación entre dos hombres que entre dos mujeres. Cuando me tocó a mí escribir el episodio 500, insistí en que Clara aclarase que era bisexual, que había tenido relaciones tanto con chicos como con chicas. Nada de ‘fui lesbiana pero ya no’. Era bisexual”. Palacios se propuso tratar la historia de Santi con más rigor.
“Yo quería que Santi fuese uno más, con sus palos, sus desengaños, sus cuernos, sin poner especial énfasis en su homosexualidad. Quería normalizarlo”, indica, “Pero primero lo presenté en el armario, para mostrar que su represión era lo que le amargaba la vida. Aparecía en un grupo neonazi dándole palizas a los ‘diferentes’, odiándose a sí mismo, pero vetaron la trama de los neonazis y la reemplazaron por La banda del bate. Yo no le puse ese nombre”. Telecinco permitió que Santi fuese gay bajo la condición, eso sí, de que no ejerciera como tal. “La cadena no quería mostrar besos ni relaciones sexuales con Santi. Que fuera gay, pero que no viésemos su vida gay”, recuerda Zaramella, “Pero en la siguiente temporada se nos permitió contar una historia de amor y Santi se enamoró de Rubén. Ambos personajes cayeron muy bien entre el público. El primer beso homosexual en una serie española ocurrió en Al salir de clase”.
De Historias del Kronen al CBC
Los personajes de Al salir de clase funcionaban como un reverso luminoso de la imagen que en los 90 se daba de los jóvenes: la ruta del bakalao, el botellón e Historias del Kronen. Los alumnos del Siete Robles pertenecían a la primera generación de españoles que se pudo permitir el acceso a la universidad casi en su totalidad y por tanto soñaba a lo grande: Al salir de clase representaba al mínimo común denominador de la juventud española y la cadena rechazó que hubiese tatuajes o piercings. En el bar de la serie, el CBC (Chico busca chica), actuaban desde los grupos de Turbo (Rafa Reaño) hasta estrellas del pop como Bon Jovi, Justin Timberlake o Jennifer Lopez. Esto último marca el devenir de la serie en desbarre de ciencia-ficción: la actuación de Lenny Kravitz en el CBC no es, ni de lejos, lo más inverosímil que ocurrió en Al salir de clase.
“La dinámica de tener que escribir capítulos diarios sin parar nos llevó a plantearnos tramas de thriller porque los misterios siempre enganchan mucho al público joven”, explica Zaramella, “La primera fue la de La mano negra [un antecedente ibérico de Gossip Girl, que difundía panfletos con los secretos más sórdidos de los personajes] y fue un exitazo impresionante. Explotamos el misterio de quién era La mano negra y duró muchísimos capítulos. La gente todavía se acuerda”. La mano negra resultó ser Eva (Paz Gómez), una esquizofrénica que moría de leucemia pero que (inspirada, según Palacios, en la Kimberly Shaw de Melrose Place) resultaba estar viva y ponía una bomba en el instituto.
Al tratarse de una serie diaria (en cinco temporadas emitió 1200 episodios), Al salir de clase quemó trama en una constante huída hacia adelante. Alberto fue captado por una secta, intentó ser modelo y cayó en la adicción a la cocaína. La ecologista Elena sufría un trastorno mental, acusaba a Íñigo de haber abusado de ella y su enfermedad se agravaba cuando se bebía accidentalmente un tripi que Santi había echado en el agua de su hermana Violeta para vengarse de ella por haberle contado a su madre que era gay.
Pero además de acabar convertida más en Melrose Place que en Sensación de vivir, Al salir de clase hizo avanzar la televisión española hacia el siglo XXI. Una de las tramas de las que Zaramella se muestra más orgulloso es la de Andrea (Carla Pérez), una chica insegura que tiene una cita con un chico, se va con él a su casa y este la coerce para mantener relaciones sexuales. “Ella le decía que no, pero al final se dejaba por la presión de no quedar como una estrecha. Después se sentía mal, se sentía violenta, y lo hablaba con una profesora que le aclaraba que eso había sido una violación. La chica lo denunciaba y mostramos el juicio, donde el abogado defensor argumentaba que ella no se había opuesto y él no la había golpeado, mientras que la abogada de la chica explicaba que, si ella había dicho que no, era una violación. Tratamos el tema con el asesoramiento de colectivos de mujeres. Al final el chico, que era mayor de edad, era condenado a varios años de cárcel y comprendía su error. No es una trama tan recordada, pero yo estoy muy orgulloso de ella porque lo tratamos con mucho cuidado en un momento en el que estas cosas no se hablaban”, asegura Zaramella.
Los adolescentes saltan al horario de máxima audiencia
Al salir de clase convivió con Compañeros, estrenada pocos meses después pero en emisión semanal y en horario de máxima audiencia. Manuel Ríos (guionista, director y a partir de la tercera temporada productor ejecutivo de Compañeros) explica que su creador, Manuel Valdivia, se dio cuenta de que en España hay mucha gente relacionada con la educación entre estudiantes, profesorado, funcionarios y padres de alumnos. “Entendimos que el tema despertaría interés en la audiencia y, guiados por Valdivia, trazamos un trasfondo de espíritu educativo. El único referente con el que contábamos era Segunda enseñanza”. Y efectivamente, interesó: Compañeros alcanzó una audiencia de más de cinco millones, superando el 30% de cuota, con más éxito aún entre los espectadores adultos que entre los adolescentes. Lo que enganchaba eran los personajes.
El fenómeno de Quimi y Valle (Antonio Hortelano y Eva Santolaria), dos ídolos que decoraron las portadas de las revistas adolescentes de la época, impulsó el fenómeno de Compañeros. “Al principio no eran la pareja protagonista, quizá iban a ser Arancha y César, pero desde el principio Eva y Antonio se entendieron muy bien. Y los personajes iban como un tiro. Desde el segundo episodio, cuando alguien escribía ‘Valle puta’ en la pizarra y ella se rebelaba y él la defendía. Valle tenía una personalidad rompedora, empoderada y echada para adelante”. Tanto el título Compañeros como su canción de cabecera (No te fallaré) evocaban el auténtico concepto la serie: las amistades incondicionales. Por eso el corazón de la serie era la lealtad íntima entre Luismi y César.
A diferencia de Sensación de vivir, los personajes de Compañeros no eran aspiracionales. No existían por encima de su público sino a su altura. “Era una serie sobre la amistad”, indica Ríos. “César se acercaba a grupos de neonazis y, cuando sus amigos le daban la oportunidad de volver, él se daba cuenta de que se había equivocado. Era un grupo de amigos de verdad y el público se sentía parte de esa pandilla, como si fuesen sus compañeros de la clase de al lado. Los personajes no eran estrafalarios en su forma de ser, no hacían cosas rocambolescas. Irene Montero dice que le fascinaba la serie. Estoy convencido de que mucha gente de esa generación descubrió una serie de valores con Compañeros que les marcaron y les influyeron en su forma de vivir la vida”.
Virales 20 años después
Hace un par de meses se viralizó en Twitter el vídeo de la profesora que interpretaba Tina Sáinz dando un discurso en clase contra el fascismo. Si los valores del Azcona, un colegio concertado inspirado en el Montserrat de Madrid, siguen siendo relevantes hoy es porque Compañeros tenía una voluntad educativa deliberada. Esto, claro, era fácil en una España que todavía se ponía de acuerdo en algunos temas gracias a que la cultura era monocorde: la televisión dictaba el pensamiento homogéneo de la sociedad. “Y hablaban de filosofía. En un capítulo los profesores y los alumnos debatían sobre si leer Yonqui de Burroughs en clase, descubrían a Lope de Vega, apareció Arsuaga hablando de Atapuerca, Fernando Savater visitó el colegio para dar una charla sobre educación y filosofía. Había muchos debates morales y sentíamos una responsabilidad para con nuestra audiencia”, recuerda Ríos. Compañeros trató conflictos sociales como el sida (con un niño infectado al que algunos padres pretendían expulsar del colegio, inspirado en un caso real de la época), el embarazo adolescente, el bullying, las sectas, el divorcio, la salud mental, el terrorismo de ETA, las drogas, la explotación laboral, los refugiados bosnios o la ouija.
Con el nuevo siglo, la ficción española se liberó de sus complejos y empezó a apostar por la ciencia-ficción. Según Carlos García Miranda, guionista de El internado y Los protegidos, era lógico que para ello se recurriese a los adolescentes: el público juvenil está más abierto a abrazar relatos de fantasía y los personajes adolescentes encajan en la ciencia-ficción porque, según resuelven misterios, van descubriendo su identidad. “Conocerse a uno mismo es el objetivo principal de todo adolescente. Y además, los misterios sirven para que los chavales tengan un secreto que ocultar a los adultos, que es otro elemento clave en la vida de un adolescente. Mediante la investigación, los chavales aprenden a equivocarse y a construirse su propia vida al margen de sus padres”, señala García Miranda.
El destino en tus manos
El internado fue una de las primeras series en tener en cuenta las reacciones de los espectadores en los foros (los guionistas leían el de la web especializada Fórmula TV) y en Facebook. Cuando el público rechazó a Amaia (Nani Jiménez) porque no aceptaba que Marcos (Martiño Rivas) se enamorase de otra chica tras la muerte de Carolina (Ana de Armas), los guionistas construyeron el giro de que Amaia era en realidad una villana nieta de un científico nazi. “Los fans la odiaban. La llamaban ‘la acoplada’. Así que al final de la serie resultó ser la mala y Elena Furiase le gritaba ‘acoplada’ como guiño a los fans. Hicimos un pase con público en un cine de Madrid y cuando la mataron la gente se puso en pie a aplaudir y a insultarla”.
En 2008 Antena 3 repitió la fórmula de Compañeros con Física o química, creada por Carlos Montero con una influencia más anglosajona que las predecesoras. “Yo creo que la primera vez que pensé en ser guionista fue viendo Segunda enseñanza, porque era un drama social muy realista. El detonante en Física o química era muy sencillo: una profesora joven se acostaba con un chico que resultaba ser su alumno y, lejos de echarse para atrás, continuaba la relación porque era una cabra loca. Ese concepto de que el encuentro sexual ocurriese primero y después descubriesen la relación salió de Anatomía de Grey, cuando Meredith se enrollaba con Derek y después se enteraba de que era su jefe. Yo quería hacer el reverso de lo que se había hecho hasta entonces en las series de televisión adolescentes: quería hablar de las cosas de una manera frontal, sin pudor y sin dar lecciones. Y yo creo que eso caló”, asegura Montero.
El libertinaje sexual en el instituto Zurbarán provocó tríos, webcams eróticas y prostitución de lujo. Las dinámicas sentimentales tóxicas ya no eran las del chico malo y la niña buena sino las del chico malo y la chica mala (el triángulo Gorka-Ruth-Cabano). También había, como siempre, neonazis, bullying (con el personaje del inmigrante chino Yang) y drogas. “En el capítulo 2 todo el mundo tomaba pastillas y la cadena nos dijo que los únicos que podían drogarse y beber alcohol eran ‘los malos’. Luego la serie, como ocurre siempre, se fue pervirtiendo con el patrocinio publicitario y estaba claro a quién preferían las marcas para que promocionase sus productos: a Fer no lo querían, al chino tampoco. Eso ha cambiado mucho. Ahora a esas marcas tan potentes les daría vergüenza hacer eso”.
Vivan las chonis
Fer (Javier Calvo) recogió el testigo del Santi de Al salir de clase: era un chaval gay que vivía su homosexualidad con total naturalidad gracias a su (lo que en 2008 todavía se llamaba) mariliendres. Yoli (Andrea Duro) representó a una España moderna en la que la clase obrera ya no se avergonzaba de su chonismo sino que lo lucía como un orgullo identitario: durante los 2000, programas como Gran Hermano u Operación Triunfo confirmaron que la clase media trabajadora era ahora la máxima protagonista de la televisión española. Yoli convertía un insulto a la vez machista y clasista (“zorra poligonera”) en su emblema y se erigió como la chica más carismática del instituto y la más popular entre la audiencia una década antes de que el término slut shaming (avergonzar a una chica por su promiscuidad) estuviese presente en la conversación social.
“Ella era una choni muy Belén Esteban en ese sentido: orgullosa de su clase, que reivindica sus orígenes y que tiene un corazón que no le cabe en el pecho. Y hacerla la mejor amiga del gay era fantástico, porque eran dos marginados que luchaban por no serlo y llevaban con mucho orgullo quienes eran. Su actitud era de ‘podríamos ser lo peores de la clase pero somos los mejores’, porque se lo creían. Y por eso funcionaban”, explica Montero. El guionista asegura, eso sí, que se enfadó mucho cuando Fer murió en el último capítulo. Él ya no estaba en la serie y, aunque entiende el poder del recurso de matar a un personaje muy querido (toda serie adolescente necesita su Chanquete), considera que la figura del homosexual trágico es un cliché al que él no habría recurrido. Tampoco está de acuerdo con que en Física o química: el reencuentro (escrito por Carlos García Miranda) Yoli intente ocultarle a su marido su pasado como “zorra poligonera”: “¡En serio? Ella jamás se avergonzaría, estaría superorgullosa. Y no se casaría nunca, ni de blanco, ni haría un bodorrio por todo lo alto”.
Las redes sociales también formaron parte de la columna vertebral de La pecera de Eva, en 2010. La apuesta de Mediaset para Siete, su canal juvenil, consistía en un formato sencillo (casi todas las escenas tenían lugar en el despacho de Eva, la psicóloga de un instituto) y una fórmula innovadora: los actores tenían directrices generales pero no diálogos, de modo que debían estar muy presentes en la escena para ir improvisando el desarrollo de sus sesiones de terapia. La naturaleza psicológica de La pecera de Eva permitió a los guionistas explorar la salud mental no como un artefacto narrativo sino como un conflicto que cada personaje debía gestionar. Se trataron temas como el estrés postraumático, la depresión, la masturbación compulsiva, la baja autoestima, la marginación, la anorexia, la adicción a los videojuegos, la misoginia patológica, los malos tratos o la vigorexia.
“Trabajaba más el de redes que los guionistas”
“Era la primera serie en la que se intentó generar un ecosistema digital. Había muchísima gente siguiéndonos a través de Facebook, que era una herramienta que entonces no se utilizaba para la ficción”, recuerda el guionista David Botello. “Muchos nos escribían para decir que habían decidido estudiar psicología. Otros nos contaban sus casos. Teníamos a un redactor guionista, en aquella época no se llamaba CM, que iba respondiendo o reconduciendo los casos a los psicólogos de la serie para que contestasen. Se generaban conversaciones en el muro de Facebook y había días que trabajaba más Rafa, el de redes, que los guionistas de la serie”.
Tuvieron que pasar varios años hasta que la adolescencia, tanto la actual como la nostálgica (tras Física o química: el reencuentro se estrenará El internado: Las cumbres en Prime Vídeo), regresase a la televisión. Con Élite llegó la globalización: los alumnos del exclusivo colegio Las encinas se parecen más a los pijos estadounidenses que a los españoles, ya que la apuesta de Netflix es despojar a sus series de rasgos de identidad local para que funcionen entre público de todo el mundo. Y recurrir siempre a talentos de eficacia demostrada, como Carlos Montero.
“Yo ya había cubierto los temas más sociales de la adolescencia, me quedé satisfecho con Física o química, así que me planteé Elite más como un juego: retratar a una élite que desconocemos y nos imaginamos”, explica Montero. “Los pijos de Madrid nos resultaban bastante insoportables con sus zapatos castellanos y sus banderitas de España, y nos imaginamos una juventud muy privilegiada más catalana o universal. Nos gustaba la idea de ver cómo los ricos y los pobres pueden corromperse. Ver cómo unos se aprovechaban de otros”. Sin embargo, lo más parecido a un conflicto de desigualdad social que retrata Élite es el de Nadia, hija de inmigrantes árabes, aunque ser musulmana ni es el único rasgo de su identidad ni es su única trama. Es un personaje plenamente integrado en la serie.
El ‘hallazgo Nadia’
“Nadia fue un hallazgo de Darío [Madrona, co-creador de Élite], porque le aportó a la serie un realismo que yo no estaba buscando: mis referentes iban más en la línea de Crueles intenciones o Gossip Girl. En muchos sentidos los chavales musulmanes que ya han nacido aquí apenas son diferentes a los demás. Para Nadia, quitarse velo significaba una liberación, aunque después se reconcilie con sus orígenes y esté orgullosa de su religión, queríamos contar esa fluctuación y experimentación con el mundo capitalista”, señala Montero.
Élite retrata un mundo en el que el ascensor social se mueve a una velocidad trepidante y los chavales ya no sueñan con tener un grupo de rock sino con ser influencers. Christian (Miguel Herrán) tiene hambre de fama, aunque todavía no ha decidido cómo la va a conseguir, lo cual añade una pátina inédita al subgénero adolescente: la sátira. “Es una parodia de la cultura de Mujeres, hombres y viceversa, con esas camisas tan apretadas”, indica Montero, “Es una parodia desde cómo va vestido hasta lo listo que se cree y cómo le dan golpes por todos lados. Eso hace que lo quieras aún más. Nos encantaba Christian, nos dio pena que se fuera [el actor, Miguel Herrán], nosotros queríamos hacer tres temporadas con él”.
Al lado de Élite, series como Skam (Movistar+), Merlí (TV3) o HIT (TVE) parecen documentales. La catalana Merlí evocaba El club de los poetas muertos y demostró, en pleno debate en torno a la obligatoriedad de la asignatura de filosofía en los institutos, que la filosofía no solo es necesaria y aplicable a cada aspecto de la vida sino que puede resultar apasionante. El éxito a nivel nacional de su emisión en Netflix propició una secuela en Movistar+, Sapere Aude, que sigue a los chavales en sus estudios universitarios. Skam importa un formato noruego que ya se ha adaptado en siete países. Las redes sociales no es ya que sean complementarias al hábito de ver la serie, sino que forman parte de la experiencia: los personajes tienen perfiles e interactúan en Instagram, desencadenando tramas que después se resuelven en el capítulo siguiente.
“Los adolescentes se saben la teoría, pero a la hora de llevarla a la práctica...”
La versión española ha incluido una relación de maltrato cuya víctima es Nora, una adolescente feminista. Su guionista, Estíbaliz Burgaleta, explica que la intención era mostrar algo que habían descubierto durante sus entrevistas con chavales: “Se saben la teoría muy bien pero a la hora de llevarla a la práctica es distinto. Son conscientes de que hay límites, de que dependen mucho del móvil y de que son una generación muy controladora, pero si rascas descubres que se agarran a cualquier excusa para justificar dinámicas tóxicas. ‘Si yo tengo su contraseña y él tiene la mía estamos iguales’. Queríamos contar una relación de maltrato desde el principio, que empieza con un goteo. Desde pequeños nos dicen que el amor todo lo puede, así que ¿cómo no vas a perdonar a una persona arrepentida que te pide que le perdones porque no quiere ser celoso?”. La historia de Nora acababa con otra de las lacras que más afecta a los adolescentes en la década de los 20: la publicación de fotos íntimas. Según Burgaleta, hacerse fotos en circunstancias sexuales es para los adolescentes una forma de hacerse los adultos, por miedo a quedar como unos mojigatos o unos inmaduros.
Skam también ha retratado un romance entre dos chicas, una de las cuales sufre trastorno de la personalidad límite. “Elegíamos mostrar momentos de Joana más sutiles, no efectistas, para retratar cómo convive una persona con su trastorno. No vemos sus grandes crisis, que sería lo típico, sino que lo contamos a posteriori o ella misma se los cuenta a Cris”, señala Burgaleta. Joana y Cris, por cierto, consiguieron su final feliz: no solo acabaron la serie juntas y enamoradas sino que ninguna dejaba de ser lesbiana después de prenderle fuego a la casa de la otra. La ficción, como los adolescentes, acaba madurando.
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