El caso ‘príncipe de Bel-Air’: por qué lo que antes era divertido hoy tiene que ser dramático
La nueva versión de la telecomedia, recién estrenada en Estados Unidos, recupera personajes y trama con tono grave para tratar cuestiones raciales y de clase, a pesar de que la original ya lo hacía. Lo mismo ocurre en otras nuevas versiones de diversas comedias y productos de terror
Al oeste de Filadelfia, un chico crece y vive sin hacer mucho caso a la policía. Cierto día, jugando al baloncesto con amigos, unos tipos del barrio le meten en un lío y su madre le manda, con sus tíos, a Bel-Air. Cantado sobre una base de hip-hop, este breve relato recogía la premisa argumental y conformaba la cabecera de una de las telecomedias más populares de la historia, El príncipe de Bel-Air, emitida entre 1990 y 1996 por la NBC, ...
Al oeste de Filadelfia, un chico crece y vive sin hacer mucho caso a la policía. Cierto día, jugando al baloncesto con amigos, unos tipos del barrio le meten en un lío y su madre le manda, con sus tíos, a Bel-Air. Cantado sobre una base de hip-hop, este breve relato recogía la premisa argumental y conformaba la cabecera de una de las telecomedias más populares de la historia, El príncipe de Bel-Air, emitida entre 1990 y 1996 por la NBC, cuyos capítulos llegaron a congregar a cerca de 15 millones de espectadores solo en su país de origen.
El actor protagonista, el entonces emergente rapero Will Smith, se convirtió en una estrella mundial que, nada más finalizar la serie, encabezaría producciones millonarias como Independence Day (1996) u Hombres de negro (1997) y está nominado este año por tercera vez al Oscar a mejor actor por King Richard. Tres décadas después, la plataforma Peacock (no disponible en España) ha estrenado un remake de la serie, titulado Bel-Air y producido por el propio Smith, cuyo trailer ya se viralizó hace un mes por tratarse, casi, de un repaso punto por punto de la famosa cabecera en un tono completamente serio.
Aunque no han faltado los críticos y tuiteros acusando a esta nueva propuesta dramática, centrada en cuestiones de raza o clase, de ser una actualización políticamente correcta o estar pasada por un presunto filtro woke (expresión utilizada para referirse despectivamente a personas concienciadas con alguna forma de desigualdad social), de hecho, la serie original ya abundaba en esos aspectos. Lejos del razonamiento esgrimido por los nostálgicos de una supuesta Arcadia de entretenimiento despolitizado, en el piloto original de 1990 de El príncipe de Bel-Air, por ejemplo, el personaje de Will Smith (llamado igual que el intérprete) empezaba a respetar a su tío Phil tras saber que había conocido a su héroe, el activista Malcolm X.
En otro episodio, el protagonista se molestaba porque la asignatura de Historia de su instituto solo recogiese las experiencias de la población blanca. Y en uno de los momentos más recordados de la serie, el primo Carlton descubría los límites de su privilegio de clase al ser víctima de la discriminación policial, cuando unos agentes les le detienen junto a Will porque no creen que dos personas negras puedan viajar en un coche tan caro sin haberlo robado. De esta manera, no puede decirse que la nueva Bel-Air añada estos elementos a sus tramas, sino que los remarca.
Smith, en calidad de productor de la nueva versión, ha insistido durante la promoción en que una perspectiva dramática puede hacer llegar los temas de El príncipe de Bel-Air a una nueva generación de espectadores. Preguntado por ICON, el guionista español Adolfo Valor, autor de comedias como Promoción fantasma, Cuerpo de élite o la serie Los reyes de la noche, no cree que el público actual tenga necesariamente menos “ganas de reír y de pasárselo bien” que antes: “Estamos en una época en la que todo se subraya mucho y hay un afán de trascender, pero creo que son modas puntuales que tienen más que ver con la gente que hacemos las pelis o las series”.
Aunque Valor admite que los aspectos más discursivos de la serie original eran lo que menos le interesaba, el guionista opina que ahora se busca un “poso de relevancia” y se apuesta porque “el mensaje se vea mucho”, algo que puede hacer perder “el lado divertido”. “El pelotón chiflado es aparentemente una estupidez de dos gañanes que intentan sobrevivir haciendo la mili, pero para mí también es una peli superanárquica, que puede verse como política y antimilitarista”, argumenta.
Entre las novedades de la versión de Bel-Air de 2022, el personaje de Hilary Banks ha pasado de ser una frívola amante de la moda a una influencer de Instagram, el tío Phil está haciendo campaña para ser fiscal de distrito, a Will le busca un peligroso líder pandillero para matarlo y Carlton funciona más nítidamente como una némesis del personaje principal: para ahondar en la dinámica del pez fuera del agua en la que se apoyaba su argumento, el primo es ahora popular, más poderoso socialmente y exitoso en los estudios, mientras que Will es abiertamente un paria.
Las críticas, de momento, no han sido muy positivas. “Con una hora por episodio y sin chistes, Bel-Air tiene todo el tiempo del mundo para construir un drama sobre raza, clase e iniciación a la madurez, pero acaba siendo menos compleja y astuta que la serie original”, escribe el periodista Jack Seale en The Guardian. “Una sofocante seriedad domina Bel-Air, lo que nos recuerda el valor incalculable que puede tener una comedia inteligente a la hora de tratar temas importantes”, dice, por otro lado, Inkoo Kang en The Washington Post.
“Hay una percepción de que el público quiere más complejidad, lo que a veces se materializa en una suerte de oscuridad sin humor”, opina, también consultado por ICON, el periodista Daniel D’Addario, crítico de televisión de la revista Variety. Para el guionista Adolfo Valor, incluso los creadores de comedia participan de esta tendencia hacia la autoimportancia y la afectación, como ejemplifica el caso del director y guionista Adam McKay, cuyo último largometraje, la producción de Netflix No mires arriba, está nominado al Oscar a la Mejor Película: “Creo que él, en sus primeras comedias tontas con Will Ferrell, hablaba de los mismos temas y lo hacía mucho mejor que en esta etapa de análisis político y de intentar salvar el mundo. Yo vuelvo a ver El reportero: La leyenda de Ron Burgundy cada dos o tres años, pero El vicio del poder, aunque me gustó, no creo que la vuelva a ver en mi vida. ¿Cuál es mejor peli? No lo sé, pero tengo claro que disfruto mucho más con El reportero o Hermanos por pelotas”.
El drama elevado
En los últimos años, entre la crítica de cine ha emergido un concepto que trata de diferenciar algunas aclamadas películas contemporáneas de terror con respecto al cine de género de toda la vida. Calificado de “terror elevado”, el término ha sido contundentemente rechazado por muchos de los directores a los que alude, como Robert Eggers (La bruja) o Ari Aster (Hereditary). “Es una vergüenza que el género tenga una reputación tan mala entre la élite que haya quien necesite diferenciar si una película es una celebración del terror o una superación”, declaró Aster en el Festival de Sundance de 2018. Igualmente sin mucho aprecio entre los aficionados puros, con multitud de artículos en páginas especializadas en cine de terror cargando contra su uso, no parece que la etiqueta aspire a tener un recorrido demasiado riguroso, más allá de ofrecer munición para la parodia en películas como la quinta entrega de Scream.
Eso no significa que en el género no hayan permeado igualmente sensibilidades y corrientes de su tiempo: un caso que podría recordar al de Bel-Air (aunque con bastantes nuevas ideas y mucha mejor acogida de público y crítica) es el de la película Candyman, cuya última entrega, en 2021, fue saludada como una reinvención con una perspectiva fresca sobre el racismo o la discriminación en la presión inmobiliaria… temas que, de nuevo, ya estaban presentes de un modo menos explícito en la versión primigenia de 1992.
“Creo que en los años posteriores al estreno de El caballero oscuro en 2008, hay un sentido de la seriedad que se trata como equivalente a tener algo importante que decir. Es ciertamente posible explorar esas ideas sin ser tan solemne y grave”, explica el crítico Daniel D’Addario. Igual que en la trilogía de Batman dirigida por Christopher Nolan se eliminaban, entre otras muchas cosas, las no muy queridas pezoneras del traje que el personaje había lucido en la anterior versión de Joel Schumacher, el remake de Walker Texas Ranger, estrenado el pasado año en Estados Unidos, que puede verse desde hace unas semanas en España a través de Movistar Plus+, también cambia radicalmente el tono que hizo popular a la serie que protagonizó Chuck Norris, sin espacio para la ironía en torno a las casi sobrehumanas habilidades marciales de su héroe.
Con el título reducido simplemente a Walker, la nueva serie incorpora un trauma fundacional al protagonista, ahora un trágico padre de familia herido por el asesinato de su mujer. Pero eso no implica que la serie sea más profunda argumentalmente que su modelo original, sino un simulacro de que lo es, como se muestra, por ejemplo, en lo relativo a la actuación de las fuerzas de la ley. “Plantea preguntas que no puede o no quiere abordar, más allá de simplemente mencionarlas. No es de extrañar que se aleje de estas preocupaciones; las cosas eran más fáciles, tal vez, cuando los actores podían golpear y patear en su camino a la gloria, sin darle más vueltas”, escribía D’Addario en su reseña de la serie en Variety.
En el episodio especial de reunión del reparto original de El príncipe de Bel-Air estrenado en HBO en 2020, la actriz Tatyana Ali, que interpretó a la más pequeña de la familia Banks, Ashley, recordaba que en su perfil de Instagram, cada vez que colgaba una publicación relacionada con la serie, era habitual encontrar comentarios con el hashtag #BlackExcellence (“Excelencia negra”). A falta de ver si la nueva versión dramática, de la que aún se han emitido solo tres episodios de las dos temporadas que tiene confirmadas, alcanza esa categoría, la periodista británica de ascendencia nigeriana Saidat Giwa-Osagie comentaba, en un artículo en The Atlantic, cómo El príncipe de Bel-Air le había ayudado de adolescente a abrazar su identidad y se detenía a analizar el poder soterrado de uno de sus más emblemáticos gags recurrentes, el de Carlton desatado bailando It’s not unusual de Tom Jones: “Este baile tonto representaba un sutil acto de desafío. Por divertido que fuera, le permitía resistir el escrutinio al que se enfrentaba por ser negro a su manera. Con el baile, declaraba que su color de piel no era una restricción, sino que podía ser también su propia forma de libertad”. Los creadores de Bel-Air, por el momento, no han confirmado que el nuevo Carlton vaya a bailar.
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