“¿Cuándo va a salir del armario?”: la obsesión histórica por vislumbrar homosexualidad en artistas heterosexuales
Shawn Mendes es el último ejemplo del ‘wishdar’, un fenómeno antiguo que se ha vuelto incontrolable en las redes sociales: decidir sobre la sexualidad ajena de acuerdo a los propios deseos
Los cantantes Shawn Mendes (Ontario, 23 años) y Camila Cabello (Cojímar, Cuba, 24 años), una de las parejas de la órbita pop más admiradas por la generación Z, anunciaron hace dos semanas que habían terminado su relación. La noticia aún da de sí y, como mandan los tiempos promocionales, Mendes ...
Los cantantes Shawn Mendes (Ontario, 23 años) y Camila Cabello (Cojímar, Cuba, 24 años), una de las parejas de la órbita pop más admiradas por la generación Z, anunciaron hace dos semanas que habían terminado su relación. La noticia aún da de sí y, como mandan los tiempos promocionales, Mendes acaba de lanzar su nuevo sencillo, It’ll Be OK (”Todo irá bien”), que habla de esta ruptura (ella aún no ha publicado música nueva, pero se ha teñido el pelo).
El resumen de la noticia es: un hombre al que solo se le han conocido relaciones con mujeres ha dejado su última relación, que también era con una mujer. No hay, aparentemente, motivo alguno para dudar de su heterosexualidad, especialmente cuando siempre que se le ha preguntado ha respondido con franqueza que si su sexualidad fuera otra se sentiría cómodo compartiéndolo, pero que no es el caso. “Había desesperación por que yo saliera del armario, lo que es ridículo. Me cabrea porque conozco a gente que es gay y no han salido del armario, y conozco el sufrimiento que les supone. Que la gente siga con esa mierda es ignorante e insensible”, se quejó en una entrevista en The Guardian hace un año. Sin embargo, las redes siguen llenas de insinuaciones y chistes que, medio en serio, medio en broma, hacen referencia a la supuesta homosexualidad del cantante y más ahora, como si su ruptura con una mujer fuese la confirmación que algunos ansiaban.
El fenómeno no es nuevo. Por una parte, un colectivo hambriento de referentes los buscaba en estrellas que podían serlo o no serlo, sin importarles mucho cuánto había de verdad en los rumores. A veces los rumores eran tan fuertes que obligaban a los actores a contraer los famosos “matrimonios lavanda”, o sea, uniones de conveniencia que servían para acabar con rumores molestos y además usar como herramienta promocional, como el de Rodolfo Valentino y Natalia Rambova o el de Rock Hudson y Phyllis Gates. Pero como se ha ido descubriendo en momentos más permisivos, muchos de esos rumores tenían una base de verdad.
“En el pasado estábamos desesperados por los referentes, la diferencia es que antes no salía nadie del armario. En la época de Richard Gere hasta en las revistas de cine se preguntaban si sería o no sería”. Alberto Mira es escritor y profesor universitario especializado en cine, teatro musical y teoría e historia queer y recuerda cómo en los años ochenta Gere era sujeto de rumores y chanzas, simplemente, porque se desnudaba en sus películas. “Los hombres de verdad no se desnudaban”, recuerda. Desnudarse era —es— un acto de exposición, de pasivización, incluso de sumisión. Ofrecer el propio cuerpo para el consumo de los otros sin que uno tenga control sobre cómo se realiza ese consumo. Desnudarse fuera de la seguridad de la alcoba para ser escrutado, medido y pesado por ojos desconocidos era algo que los hombres no hacían. Las mujeres sí, pero los hombres no. El público ansiaba encontrar algo femenino en Richard Gere.
Algo parecido ocurría con otros actores: Tom Cruise, John Travolta y Rob Lowe. Aparecían en pantalla no como hombres hechos y derechos, sino como cosas bonitas destinadas a ser consumidas. Los rumores corrían, quizá más lentamente por la ausencia de redes sociales, pero cruzaban océanos y atravesaban la barrera del lenguaje: se comentaba por igual en una peluquería de Minnesota que en un patio de colegio de Majadahonda. ¿Cuál es, entonces, la diferencia?
“Esto no es más que bullying, y da el mensaje [...] de que ser gay es algo digno de burla y cotilleo”, comentó una usuaria de Twitter. “¿Cómo te sentirías si todo el mundo estuviera comentando si eres gay o no?”, se pregunta otra. Otro recordó: “Fue espantosa la sensación de que me dijeran que era gay porque por un momento había dejado caer un poco la máscara y había hecho algo ligeramente femenino”. La diferencia es que ahora hay más voces en la conversación, y hay foros en los que preguntarse el porqué de los rumores.
¿Por qué es Shawn Mendes objeto de estos comentarios y no, por ejemplo, Ed Sheeran? Porque Mendes expone su cuerpo, viste de forma extravagante y se resiste a caer en los estereotipos de la masculinidad. “Vivimos en un momento de transición. Hay gente que quiere sacar del armario a otra porque es la manera de mantener las fronteras entre lo masculino y lo femenino”, explica Mira. En un momento en el que esas barreras se difuminan hasta el punto de desaparecer, hay un sector que se resiste a dejar que eso ocurra.
Harry Styles es, de algún modo, la antítesis de este fenómeno. Por supuesto que existen rumores acerca de él —existen rumores acerca de cualquier varón que se dedique al mundo del espectáculo, al menos de cualquiera que esté delgado— pero no son tan extendidos. Quizá tenga que ver con que su vida amorosa es mucho más pública y obedece al estereotipo de gran conquistador. Quizá sea una cuestión de que su sentido de la moda haya ido más allá de lo peculiar y se haya adentrado en los pantanosos terrenos de lo performativo más que en la ambigüedad andrógina de Mendes.
Algunas de las voces que se elevan contra esta tendencia llaman la atención sobre el hecho de que muchos de los que propagan los memes y los chistes sean hombres gais. El mismo concepto de outing —sacar del armario a una persona sin que esta haya dado su consentimiento— es muy polarizante entre la comunidad gay. Para algunos es aceptable hacer outing a personas que además de ocultar su condición, utilizan una posición de poder para perpetuar la discriminación contra el colectivo: diputados conservadores, predicadores evangélicos y otras figuras de autoridad han sido expuestos en el pasado, se entiende que en retribución por sus crímenes contra sus semejantes. Para otros, una mayoría, el outing no está justificado nunca.
Hoy en día se reconoce, generalmente, el derecho de cualquier persona LGTBIQ+ de salir de su correspondiente armario a su ritmo, con sus tiempos y en sus términos. Ese derecho se difumina cuando hablamos de celebridades: Pablo Alborán, por ejemplo, ha tardado años en decidir hacer pública su homosexualidad, y se le ha cuestionado durante todo ese tiempo. Para Alberto Mira, la clave está en el tiempo que ha pasado, y que las actitudes han variado mucho desde que el cantante comenzase su carrera. En aquella época tal vez podría haberle afectado de alguna manera la revelación, mientras que “en el momento actual importa mucho menos ser gay o no ser gay, puede no hacer falta salir del armario porque ningún acto te convierte en una cosa u otra”. En otras palabras, cada uno es libre de interpretarse a sí mismo como se le antoje.
Es posible que el fondo de la cuestión sea más uno de proyectar deseos que de asignar sexualidades: el columnista y líder de opinión LGTBIQ Dan Savage habla del wishdar —un juego de palabras con el gaydar, el supuesto superpoder que permite a los gais reconocer a otros gais—. Savage dice que “no se ve mucha especulación con la sexualidad de Louis C. K.”, dando a entender que el comediante Louis C. K. es un sujeto menos deseable. Si Shawn Mendes fuera gay, o Tom Cruise o Richard Gere en su momento, serían una joya en la corona de la comunidad, un faro de belleza y turgencia, de éxito y deseo. Que Shawn Mendes fuera gay sería, en cierto modo, una victoria. Que lo fuera Louis C. K. sería indiferente en el mejor de los casos.
El fenómeno opuesto se da con el gayface: artistas que —por lo que sea— son considerados clarísimamente heterosexuales, pero se les recrimina desde ciertos círculos (Twitter, fundamentalmente) que mantienen una presentación ambigua para beneficiarse del favor de los públicos gay-friendly. Es difícil reconciliar las dos ideas: que hay una serie de hombres homosexuales que lo mantienen en secreto para salvaguardar la propia prosperidad y que, al mismo tiempo, otros despiadados caballeros como James Corden, Darren Criss o el ya mencionado Styles deliberadamente se muestran ambiguos y basan el éxito de su carrera en que la gente piense, precisamente, que son homosexuales.
Es posible que todas estas tendencias aparentemente contradictorias en el fondo representen ese momento de transición, en el que hay fuerzas tirando en todas las direcciones: gais que buscan un reflejo en un hombre atractivo, joven y exitoso; heterosexuales que quieren rechazar ese nuevo modelo de masculinidad y proponer que ningún hombre como es debido puede ser así; personas no binarias entusiasmadas con las estrellas del pop que rompen barreras sin ser ellas nada de eso. Es posible, ciertamente, que todas esas fuerzas al final y por casualidad estén haciendo el mismo ruido, provocando el mismo dedo que señala en la misma dirección, pero con intenciones completamente distintas.
Lo que está claro es que las actitudes y las etiquetas en los años veinte del siglo XXI son mucho más amplias y flexibles de lo que lo han sido nunca: hay hombres que tienen sexo con hombres, heteroflexibles, bisexuales, pansexuales, y una montaña de conceptos diferenciados por meros matices que permiten que cada uno encuentre su casa, si le place, en uno de ellos. Siempre y cuando uno no sea Shawn Mendes.
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