Pepe Viyuela: “El humor no es una frivolidad ni un lujo, sino una necesidad”
El cómico vuelve a representar en Madrid su clásico espectáculo ‘Encerrona’, con el que, acompañado solo de elementos como una silla y una escalera plegables, ya ha alcanzado los 35 años sobre los escenarios
Por supersticiones de actor o simplemente para despejar posibles pelusas que le haya dejado su gorro de lana, Pepe Viyuela (Logroño, 61 años) se frota fuertemente la calva antes de subirse al escenario del Teatro del Barrio, en Lavapiés (Madrid). No hay disonancia entre la imagen cálida que transmite en la ficción y lo que muestra fuera de ese ámbito. Por eso, la preocupación porque la vida imite al arte con excesivo rigor se nos dispara cuando, para el retrato que acompaña esta entrevista, el cómico riojano pregunta por una silla plegable. Su odisea para conseguir sentarse correctamente en una silla es parte medular de la comedia española contemporánea y de Encerrona, el espectáculo clown que estrenó en 1989 en ese mismo espacio, cuando era la Sala Triángulo. Durante 35 años, el intérprete ha mantenido su show y volverá a representarlo en el Teatro del Barrio este 28 de diciembre.
Viyuela, que en 2025 tiene previstas más funciones en Madrid y otras ciudades, ve Encerrona como una reflexión en torno al fracaso: el del personaje incapaz de entenderse con los elementos que le acompañan, como, además de la silla, una escalera también plegable, una guitarra o una chaqueta. Eso a pesar de que él, con una sólida y constante carrera, difícilmente pueda verse en la posición del perdedor. Ha triunfado en las tablas (fue premio Max en 2016 por Rinoceronte), en el cine, donde fue Filemón, y en televisión, con más de 200 episodios de Aída (2005-14), serie que renacerá el año que viene en una película para la que no está asegurado su regreso.
Vuelve con Encerrona el Día de los Inocentes. ¿Se sentará en la silla a la primera? No lo había pensado, ¡habrá que hacer algo especial! Es una fecha bonita, porque ahora la inocencia es un valor a la baja. Hay gente que considera que, si eres inocente, eres imbécil. Lo de volver es un poco falso, porque no me he ido. Empecé Encerrona con veintipocos y ha cambiado conmigo. Me he vuelto menos impulsivo, con una energía más contenida por obligación, porque los años te van atemperando. El personaje ha envejecido en el mejor de los sentidos. Aunque su esencia sea la misma, me gusta más ahora. Yo me gusto más ahora como persona. Me han salido muchas arrugas, he perdido todo el pelo, pero quiero pensar que estamos envejeciendo bien. Leí hace poco que la juventud es un maravilloso regalo, pero la vejez es o puede ser una obra de arte.
¿Qué tiene de especial este espectáculo para que usted lo mantenga 35 años después? Acababa de terminar en la Escuela de Arte Dramático y necesitaba algo para comer. Tenía un trabajo en un ayuntamiento, pero mi aspiración no era permanecer allí. Encerrona era algo provisional, pero se ha convertido en la mayor escuela que he tenido. Me ha hecho darme cuenta de la importancia de la perseverancia. Ahora todo es demasiado fugaz, los espectáculos mueren recién nacidos. Encerrona no es un espectáculo de improvisación, hay una partitura, pero, como en el jazz, si hay una posibilidad de salirte y luego volver, me dejo libertad para probar. He encontrado placer en pulir los gags, como un artesano pule una bola de bronce o de vidrio.
Su mujer, la actriz Elena González, figura como directora. ¿Ha sido siempre así? Sí, como te decía, lo hicimos para sobrevivir. Montaba mis cosas y, cuando ya tenía una cierta elaboración, Elena lo veía, corregía, decía lo que no valía para nada, si quedaba mejor sustituir un objeto por otro. Cada vez que viene toma notas, se da cuenta si añado algo. Es el espectáculo de nuestra vida, no nacimos con él como pareja porque ya llevábamos tiempo juntos, pero fue y sigue siendo la directora.
Ese humor tan físico, ¿no le resulta exigente tanto tiempo después? No especialmente. Intento no engordar, no fumo, o fumo un poquito, y hago deporte, aunque menos del que debería. Tengo buena salud y mi cuerpo, de momento, se porta bien conmigo. He sido siempre una persona cuidadosa, no he cometido excesos, pero porque soy así, no porque me propusiese llevar una disciplina y un ascetismo. He tenido la suerte de que nunca me ha apetecido desbarrar, salir mucho de fiesta ni maltratarme. Es verdad que nunca habría imaginado que seguiría haciendo esto con 61 años. Estoy deseando que mi nieta tenga edad para verlo. Ahora tiene veinte meses, no entendería que lo que hago es raro. Que no sepa sentarme en una silla… Diría: “Mira el abuelo, es como yo”.
¿Es terapéutico para un actor trabajar en torno a la idea del fracaso? Es recomendable pensar que el fracaso es un compañero con el que vas a todas partes, no solamente para los actores. El fracaso es superior al éxito si uno sabe aprender de él. El éxito muchas veces te seduce de manera perversa. El fracaso es una escuela permanente. Para el payaso, además, el fracaso se convierte inmediatamente en éxito. Fracasas porque no sabes sentarte, pero la gente se ríe, entonces estás triunfando. El fracaso se ha demonizado porque la sociedad del éxito nos empuja a creer que tenemos que triunfar en todo momento, pero que las cosas te salgan mal y lo reconozcas está muy bien, es terapéutico, no vives con tanta tensión. Eso me ha enseñado el payaso.
¿Qué opina de esa retórica del éxito que promueven algunos influencers? ¿Hay comedia ahí? Sí, y probablemente mucha inseguridad. La necesidad de reivindicarse tanto creo que responde a que ellos no acaban de creérselo. Si no, no tendrían tanta necesidad de hablar. Lo haces y ya. Yo me considero una persona de éxito, he hecho lo que me ha gustado y parecido bien en la vida, estoy contento. Tengo una familia y amigos con los que he compartido muchas cosas bonitas. Si me comparo con Donald Trump, a lo mejor a él le ha ido bien en lo suyo, pero me parece un hombre muy carente de equilibrio y empatía. No voy a decir que me dé lástima, pero no añoro lo que tiene ni lo respeto mucho. No me interesan él o Elon Musk, no me parecen personas edificantes. El éxito para mí no tiene que ver con tener más, sino con estar bien rodeado, dormir tranquilo, que nadie diga que eres un hijo de puta, aunque seguramente alguien lo dirá de mí. ¡Tampoco creo que muchos! No debería primar el malismo, debería primar la bondad.
¿Cómo lleva la chanza en redes sociales? La cuenta que sube la misma foto suya todos los días, los comentarios sobre su supuesto parecido con Penélope Cruz… Mientras no haya amenazas, por mí se pueden reír lo que quieran de mi aspecto o mis ideas. Los memes me hacen mucha gracia. No soy yo, son extensiones, consecuencias de ser conocido y tener la posibilidad de resultar objeto de mofa. Pero estoy ahí de forma vicaria. Cuando eres payaso, si no eres capaz de reírte de ti mismo, mal lo llevas. Tampoco me parece ofensivo, creo que es inocente. Lo de Penélope me hace gracia, aunque supongo que a ella no. Tendré que preguntarle.
Recientemente se anunció el rodaje de una película de Aída. ¿Volverá el personaje de Chema? No sé si estaré. La película parece que sí va a salir, pero yo no tengo confirmado volver. De momento, no. A lo mejor la semana que viene sí, porque lo estamos hablando y viendo. Pero hay una cuestión de incompatibilidad de fechas que no sé si vamos a poder cambiar. Chema es otro trasunto más del fracasado, un personaje al que quiero y con el que he compartido diez años. Me siguen asociando y le debo mucho.
¿Cree que la relación con su hijo en la ficción, Fidel, fue una referencia positiva para familias con miembros LGTBIQ+? Creo que provocaba una ternura inmensa en aquel momento. Era la primera vez que en una ficción española aparecía un menor homosexual que no tenía problema en decirlo. No es que saliera del armario, nació fuera. El personaje de Fidel fue muy importante, se convirtió en reivindicativo de la necesidad de vivir la sexualidad con libertad. Desde la ficción se pueden modificar y aportar cosas a lo real. La valentía con la que Eduardo Casanova lo hizo abrió muchas mentes.
¿Cómo ha asistido al desarrollo como director de Eduardo Casanova? Ya se olía que Eduardo era una persona con mucho talento, valentía, ingenio y ganas de vivir. Está donde quiere estar y siempre ha tenido mente de director, de inventar historias, querer contarlas, pensar en cómo contarlas, colores, textura, velocidad. Lo que me hubiera sorprendido es que no hubiera hecho nada al acabar la serie y se hubiese ido a su casa a coleccionar sellos.
¿Volvería a interpretar a Filemón? Ya no sé si estoy en edad, pero fue muy importante. Javier Fesser [director de La gran aventura de Mortadelo y Filemón, 2003] decía que me había hecho una putada porque ya iba a ser Filemón para siempre, pero a mí me parece una suerte. Mortadelo y Filemón nacieron antes que yo, en 1959. Me he criado con ellos. ¿Quién me iba a decir que iba a vestirme de Filemón y vivir sus peripecias? Nunca terminaré de agradecérselo a Javier, porque fue quien apostó por mí. Había mucha gente que le decía: “No, este no ha hecho apenas cine, hay que ir con alguien más experimentado”. Pero se la jugó. Debió de tener que ver con que yo sea bastante histriónico.
Este año abandonó una obra por la denuncia contra Ramón Paso. En octubre estalló el caso Errejón, en cuyas listas concurrió en Vistalegre II. ¿Duele como una traición que personas a las que se apoya puedan tener esa cara oculta? No tenía amistad propiamente con ninguno de los dos, pero son los hechos los que duelen. En el caso de Errejón, me he enterado como todos, me ha sorprendido y todavía estoy preguntándome muchas cosas. Habrá que ver qué pasa cuando sea juzgado, pero de momento es doloroso. El caso de Ramón es distinto, hay una denuncia de 14 mujeres, yo estaba en una función cuando pasó eso y nos fuimos. Lo sigo pasando mal, son cuestiones traumáticas, pero ni qué decir tiene que quienes más han sufrido son las víctimas. Hoy [por el jueves 19] ha salido la sentencia de Pelicot y es otro caso que te hace preguntarte cómo puede darse ese comportamiento por parte de la psique masculina. Desde donde estás tienes que intentar responder, sin considerarte Superman ni nada por el estilo. No había otra solución en el caso de Ramón más que marcharnos. Ahora la justicia tiene que hablar, en ambos casos.
Como alguien que ha estado en Gaza con Payasos Sin Fronteras, ¿cómo se hace reír cuando la realidad es tan fea? Es que el humor no es una frivolidad ni un lujo, sino una necesidad. No es más difícil, es más fácil. Cuando hay necesidad, la gente se agarra a un clavo ardiendo, a lo que le des para ser feliz. Es como la tierra seca, que se esponja y recibe el agua con muchísimo agradecimiento. Antes de probarlo, pensaba: “Madre mía, me van a mandar a la mierda, ¿te crees que están para payasitos en una situación tan grave?”. Pero cuando uno, en un momento especialmente delicado, ríe, no solamente está riéndose, está proyectándose hacia el futuro con esperanza. A lo mejor uno sale pensando que no está tan mal y mañana puede empezar mejor. Tienes que ser consciente de la importancia que pueden tener las chorradas que haces. Quiero creérmelo, porque es lo que me ha ayudado a seguir.