Cómo Terence Trent D’Arby cayó desde la cumbre: historia del artista que iba a ser “el nuevo Prince”
40 años después de iniciar su carrera y 35 tras su caída en desgracia, el artista que hoy se ha cambiado el nombre por Sananda Maitreya continúa publicando discos, dando conciertos y llevando una vida alejada del estatus de la superestrella que un día fue
El 28 de febrero de 1987, la portada de la revista británica New Musical Express mostraba la imagen de un joven negro de pelo largo mirando fijamente a la cámara, con el titular El nuevo príncipe del pop: Terence Trent D’Arby. El entonces desconocido músico acababa de publicar su primer single, If You Let Me Stay, y el interés fue creciendo. Cuando, en el mes de julio, se publicaba el álbum, Introducing The Hardline According To Terence Trent D’Arby, vendió un millón de copias en los tres primeros días y se aupó al número 1 en Reino Unido durante nueve semanas consecutivas. Acabó despachando ocho millones de discos en el mundo, obtuvo un Grammy al mejor vocalista y sedujo a la crítica al mismo tiempo. Se generó un inusual consenso a la hora de validar aquel titular que lo presentó, y que jugaba a compararlo con Prince.
“En mi opinión, Terence Trent D’Arby fue el mejor artista debutante de la segunda mitad de los años ochenta”, explica JuanP Holguera, crítico musical que escribe para Rockdelux. “Su voz era una fuerza de la naturaleza, pero además era un músico completísimo a todos los niveles. Componía, arreglaba y tocaba casi todos los instrumentos, y lo hacía todo bien. Prince era un genio, pero Terence Trent D’Arby no se quedaba atrás. Y cantaba mejor. No se me ocurre ningún otro artista de aquella época que reuniera tanto potencial”.
También tenía una historia que contar. Tan novelesca que resulta razonable dudar de su veracidad. Nació en Nueva York en 1962 con el nombre de Terence Trent Howard. Su madre era una cantante de góspel, y su padre biológico permaneció en el anonimato porque, al parecer, era un hombre casado. El pequeño Terence fue un hijo no deseado y su madre le decía con frecuencia que todo su amor era para Jesucristo y él era secundario. El apellido Darby (al que añadió el apóstrofo para darse más alcurnia) lo tomó de su padrastro, un pastor de la Iglesia de Pentecostés que le impuso una férrea disciplina. “Odio todo ese rollo religioso. Cuando era pequeño escuchaba a escondidas cualquier tipo de música que no tuviese relación con el góspel. Era como una vía de escape, una rebelión personal”, declaró el músico a Santi Carrillo en EL PAÍS durante su primera visita a España en 1987.
La familia se mudó a Florida, y allí él se aficionó al boxeo. A los 17 años ganó el campeonato estatal y, posteriormente, se enroló en el ejército. Le destinaron a la ciudad alemana de Frankfurt y le terminaron expulsando por ausentarse sin permiso. En lugar de seguir la disciplina militar, él prefería irse a ensayar con The Touch, la banda local en la que había comenzado a cantar y con la que llegó a publicar un álbum en 1984, Love On Time. Dos años después, se instaló en Londres, donde siguió moviéndose en el mundillo musical, y donde consiguió un contrato discográfico con CBS. Ahí comenzó también a cultivar su propia imagen de marca. Sin sonrojarse, llegó a declarar que su debut era el álbum más importante desde el Sgt. Pepper’s de los Beatles. “Creo que soy un genio. Cuando he de afrontar una entrevista digo lo que siento. Trabajé una época como periodista y conozco el mecanismo que rige el mundo del pop: siempre la misma pose, las mismas preguntas, las mismas respuestas; tópicos y más tópicos. Tremendamente aburrido”, le espetaba a Carrillo.
D’Arby no solo podía presumir de talento musical. También de una belleza física y una presencia magnéticas. Su productor y descubridor para la industria, Martyn Ware (que había tocado con la banda de tecno pop The Human League y había propulsado la carrera de Tina Turner en los ochenta) declaró a The New Statesman que su protegido “era el hombre más guapo del mundo. Cuando caminaba con él por el Soho, las mujeres se paraban y se quedaban mirándolo. Él parecía un Dios, porque tenía ese cuerpo de boxeador y también era muy andrógino. Incluso a los hombres les molaba también”.
En opinión de Ware, llegó un momento en que su arte de manipular las opiniones le comenzó a pasar factura. “Él creó un monstruo. Todo empezó como algo irónico, él entendía cómo funcionaba el negocio de construir una estrella y se convirtió en su propio experimento, pero luego cayó en desgracia con periodistas que estaban extremadamente ansiosos por derribarlo”. En uno de esos combates de boxeo dialécticos, un entrevistador le preguntó qué ocurriría si su siguiente álbum no tuviese tanto éxito como el primero. “Eso es como decirme que qué haría si mi polla se cayera”, respondió él.
Más dura fue la caída
El 23 de octubre de 1989, D’Arby publicó su esperadísimo segundo álbum, con un título aún más pomposo que el primero: Neither Fish Nor Flesh. A soundtrack of love, faith, hope and destruction (“Ni carne ni pescado. Una banda sonora de amor, fe, esperanza y destrucción”). Fue un batacazo descomunal: solo aguantó cuatro semanas en la lista británica, vendiendo apenas 100.000 copias. La crítica también lo vapuleó, aunque con división de opiniones. “Neither Fish Nor Flesh es mi disco favorito de todos los suyos”, afirma JuanP Holguera. “Creo que fue un fiasco no por ser un mal trabajo, sino por sonar demasiado ambicioso. Además, exigía al oyente una predisposición y una atención que quizás no requería el primero. No creo que perdiera el mojo, sino que le perdió la boquita, como se suele decir”.
Él mismo ha declarado más de una vez es que aquel fracaso fue lo que mató a Terence Trent D’Arby. Tenía 27 años entonces y sintió que se había unido al infame club de Jim Morrison, Janis Japlin, Jimi Hendrix y compañía, aunque esas declaraciones llegaron (muy) a posteriori. Su relato autobiográfico en aquel momento tiraba más bien hacia la resiliencia “Estoy pagando el precio de querer subir muy arriba. Estoy pagando por todo lo que dije y procuro no sentir ningún tipo de amargura. No me lamento de cómo me trató la prensa: ése era el juego y tengo que aceptar perder”, declaró a Diego A. Manrique en EL PAÍS en 1993. El artista presentaba entonces un tercer álbum, Symphony Or Damn, que le supuso un pequeño rebrote de popularidad, con singles de éxito como Delicate y Let Her Down Easy (que posteriormente sería versionado por George Michael). Con Vibrator (1995) finalizó contrato con Sony, y, tras grabar un disco que nunca vio la luz, finalizó el milenio oficiando como vocalista de INXS en la inauguración del Estadio Olímpico de Sídney. El acto tenía más sentido del que parece: D’Arby y Michael Hutchence, el líder de la banda australiana, fallecido en 1997, eran amigos e incluso habían compartido la misma novia, la presentadora televisiva Paula Yates. Aquella fue la última aparición pública de (el artista antes conocido como) Terence Trent D’Arby.
La extraña transformación
“Terence Trent D’Arby había fallecido. Vio su sufrimiento mientras moría de forma noble. Después de un intenso dolor medité por un nuevo espíritu, una nueva voluntad, una nueva identidad”, explicaba el artista cuando se presentó por primera vez como Sananda Maitreya, en octubre de 2001. El cambio de alias no se debía a una transformación religiosa, como las de Cassius Clay o Cat Stevens, sino a una serie de sueños lúcidos que, según él, había tenido años atrás. En su página web oficial, su biografía comienza así: “Sananda Francesco Maitreya nació de las cenizas ardientes del corazón de un exartista que había sufrido un trauma severo, perdió su voluntad y rezó devotamente a su creador para que lo devolviera a una nueva vida. Después de mucha meditación, en 1995, a la edad de 33 años terrestres, sus oraciones fueron respondidas y recibió una nueva conciencia. El nombre dado a esta conciencia fue Sananda (que significa “el que camina con luz”) Maitreya (que significa “entre los hijos de Dios”). Presenta su música como rock del post milenio porque siente que es más inclusiva y representativa de la visión que su espíritu inspira a compartir”.
En las escasas entrevistas que ha ofrecido desde entonces, su discurso se ha vuelto, digamos, aún más difícil de tomar en serio que antes. En 2017, el periodista británico Paul Lester sugería en The Guardian que no tenía claro si Maitreya había construido su propia metanarrativa para mantenerse cuerdo o para racionalizar su declive y caída sin implicarse a sí mismo artísticamente, pero lo cierto es que se agarraba fuertemente a sus palabras. Básicamente, explicó su fracaso en base a una teoría de la conspiración según la cual los peces gordos de la industria discográfica le decidieron apartar porque era un competidor peligroso para Michael Jackson y otros de los dioses del pop de aquel momento.
“Yo había subido al Olimpo, y sé que había un par de personas en puestos muy, muy altos del establishment que, como Zeus, se divertían un poco con mi pequeña rutina”, proclamaba ante Lester en su entrevista de 2017. “Y estaba funcionando. Todos estaban ganando dinero y felices como el demonio. Pero cada vez más estrellas de primera línea se quejaban de la atención que estaba recibiendo. Los otros dioses del Olimpo enviaban a sus representantes a preguntar: ¿qué está pasando? El establishment tenía que hacer algo al respecto porque no podía tener a todos los dioses cabreados”.
Cuando lo fue a entrevistar para The New Statesman en 2015, la periodista Kate Mossman revelaba haber recibido instrucciones por parte de su representante de prensa de no mencionar el nombre de Terence Trent D’Arby porque era doloroso para él, y no hacer comparaciones con Prince, que por aquel entonces eran recurrentes no solo por el estilo musical sino también por el cambio de nombre y su modo de operar al margen de la industria. En esa conversación aireó por primera vez otra de sus historias más comentadas. Según él, en la noche del 8 de diciembre de 1980 soñó que se encontraba con John Lennon en una calle de Nueva York, le tendía la mano, y sintió que caminaba dentro de él. Cuando despertó, escuchó que Lennon había sido asesinado. “Desde los 18 años en adelante, tuve una confianza diferente sobre lo que estaba destinado a suceder con mi vida. Solo puedo decir esto con relativa humildad: me vi a mí mismo como un Beatle”.
Desde el cambio de nombre, el artista (ahora afincado en Milán y casado con la arquitecta y presentadora de televisión italiana Francesca Francone) ha sido más prolífico que nunca, aunque casi nadie se ha enterado. Sananda Maitreya ha publicado nueve álbumes de estudio y cuatro en vivo. No es una obra fácil de rastrear, ya que comenzó distribuyéndola por capítulos en su página web. Se trata de discos conceptuales larguísimos, de contenido fantasioso o pseudomitológico, con títulos como Angels & Vampires, The Rise Of The Zugrebian Time Lords o el que acaba de publicar este mismo año, The Pegasus Project: Pegasus & The Swan.
JuanP Holguera los ha escuchado y opina que valen la pena: “Ha seguido editando trabajos no solo dignos, sino realmente buenos. En un gesto más que merecería un puesto de honor en un hipotético listado de Cómo arruinar tu carrera discográfica, tomó la decisión de cambiar su nombre artístico cuando todavía era conocido en medio mundo. También cambió su residencia a Italia, que no es precisamente el centro del cotarro musical. Pero más allá de la repercusión que puedan haber tenido, creo que son obras muy valiosas. Su último disco es una maravilla”.
Mientras tanto, Martyn Ware sostiene que su voz es mejor de lo que era antes, y que el único problema es que necesita un editor que le asesore. Holguera considera que, tal vez, ante su dificultad para lidiar con la industria, el artista decidió salirse del juego y operar en sus propios términos para ser más feliz. Tal vez tuvo que matar a Terence Trent D’Arby para seguir viviendo. Cuando Paul Lester le preguntó si echaba de menos estar en el Olimpo, Sananda Maitreya respondió: “¿Que si echo de menos estar en el lugar en el que ninguno de mis colegas sobrevivió?” Ahí, al final, le ganó la partida a Michael Jackson, Prince, George Michael, Michael Hutchence y Whitney Houston. D’Arby, o Maitreya, siguen aquí.