El increíble éxito de ‘Smalltown Boy’, la canción sobre un joven gay que huye de su casa, hace 40 años
Era impensable que en 1984 y en pleno thatcherismo un tema que hablaba sobre un chico homosexual y un videoclip de tintes cinematográficos que lo retrataba sin velos se convirtiese en un éxito, pero fue más allá: se convirtió en un clásico que removió la vida de varias generaciones
En 1984 un adolescente homosexual apenas tenía algún referente positivo al que agarrarse. Nada a su alrededor que no fueran chistes de mariquitas, comentarios chuscos en el instituto o reportajes escandalosos en la revista Interviú. Pero una canción, y su videoclip luego, iban a cambiar ese panorama en parte. El de 1984 fue el verano de Smalltown Boy, el primer sencillo de un grupo llamado Bronski Beat y que arrasó en las discotecas de baile de toda Europa. Contaba la historia de un chico solitario y perseguido que tiene que huir de su hogar para poder ser feliz. El videoclip, popularizado en Reino Unido gracias a la MTV y en España a programas como Tocata, mostraba con una franqueza inédita lo que nadie se había atrevido antes.
Bronski Beat se formó en Londres alrededor de la figura (y voz) de Jimmy Sommerville, que había crecido en el Glasgow de los sesenta y setenta. La capital industrial de Escocia era un mundo de hombres de verdad, clima desapacible y crisis económica permanente, poco receptivo a aceptar comportamientos o sexualidades no ortodoxas. Como cualquier gay de su generación su única vía de escape estaba en la pista de baile, al son de los grandes éxitos del género disco. Temas como You Make Me Feel (Mighty Real) de Sylvester o Don’t Leave Me This Way de Thelma Huston, canciones disco que hablaban de amores ardientes, obsesivos, imposibles y probablemente ilícitos, fueron la banda sonora de la liberación homosexual de los setenta.
Pero las posibilidades de un gay de ser el mismo en uno de los epicentros de la crisis industrial de los setenta eran prácticamente nulas y, a finales de la década, Sommerville se trasladó a Londres, donde vivió de okupa mientras se implicaba en grupos y movimientos de liberación homosexual durante los años mas duros del neoliberalismo de Margaret Thatcher. Para Sommerville esto era parte de su ideario político tanto como la lucha de clases, más a la izquierda que el partido laborista.
En ese entorno conoció a a Steve Bronski y a Larry Steinbachek. Con ellos empezó a experimentar con sintetizadores, sonidos pregrabados y sus propios poemas. Y también aquí se puso de manifiesto el poder de su voz: el menudo Jimmy era un contratenor natural que se movía con asombrosa facilidad en el mundo del falsetto hasta alcanzar notas altísimas.
Pronto comenzaron a actuar en locales y convocatorias vinculadas al movimiento gay. Éxitos de temas de baile de lo que se vino a llamar Hi-NRG, que hicieron populares a Laura Branigan, Stacey Q o Dead or Alive, no tardaron en llegarles ofertas discográficas. Pero apostando siempre por la libertad creativa y la visibilidad sexual, rechazaron trabajar con gigantes como Trevor Horn o Stock Aitken Waterman y eligieron a Mike Thorne, el productor de Tainted Love de Soft Cell, para hacer su disco.
El álbum se tituló The Age of Consent (La edad de consentimiento), en referencia a la hipocresía de la legalización (o descriminalización, mejor dicho) de la homosexualidad en Inglaterra en 1967. Con la nueva ley, un adulto de 21 años podía mantener relaciones sexuales con otra persona de su mismo sexo y edad, igual o superior, sin que eso fuera delito. Sin embargo, para los heterosexuales esa “edad del consentimiento” eran los 16 años. De hecho, la funda interior del disco explicaba el tema en incluía el teléfono de una asociación de apoyo para gays. Nada que ver con la codificación para entendidos de Village People. Visibilidad y lucha política desde la portada. Incluso se distinguían fisicamente por su estética, radicalmente opuesta a la extravagancia neorromántica. Vestían polos y camisas de cuadros, vaqueros y botas Dr. Martens, más próximos al look skin head. En realidad se trataba del uniforme de la lucha política anti thatcherista de la que procedían. Bronski Beat fue el único grupo importante que participó en el famoso concierto de apoyo a la huelga de los mineros por parte del colectivo gay, como aparece en la película Pride de 2014.
La historia de Smalltown Boy refleja la de muchas personas LGTB que en el momento de su publicación y todavía hoy buscan una vida mejor en un lugar alejado de sus sitios de origen. El pueblo, el bullying, unos padres que no comprenden lo que sucede y la soledad están presentes en la letra, cuyo estribillo repite como un mantra “¡date la vuelta, huye!” y “Llora chaval, llora”, aunque no se sabe si es lo que gritan sus acosadores mientras le patean o si se lo está diciendo él a si mismo.
El artista plástico Carles Congost recuerda el impacto de la canción en aquel verano de 1984. “Recuerdo perfectamente esa canción, ese momento, ese disco. Para el resto podía ser solo una canción de baile pero los que entendíamos nos sentíamos indentificados”. Nacido en Olot, un municipio de Girona, sabe perfectamente lo que es crecer en un entorno pequeño y poco abierto a la diversidad: “Con o sin episodios de bullying sabías que tenias que irte. Has crecido a medias. Siempre fingiendo, interpretando a otro, sin poder ser tu mismo. Tenías la autocensura tan interiorizada que, sobre todo, sabías lo que no tenías que hacer”.
Congost ha dirigido videoclips para algunos de los grupos mas importantes de la musica nacional (como Retorciendo palabras de Fangoria), tiene un proyecto musical, The Congosound y utiliza las estrategias del pop en su trabajo artístico. “Siempre me han interesado como canal para contar historias. La musica pop tiene una capacidad de autoidentificación que hace que cuando oyes una canción determinada te parece que habla de ti, de tus amigos. Y en este caso mas todavía. La tristeza que contiene esa canción es la de mis 15 años.”
La homosexualidad no estaba presente en la música de los primeros años ochenta, a pesar de las apariencias. Los nuevos románticos, esos hijos comerciales del glam y de la new wave, gastaban en laca y maquillaje más que muchas peluquerías, pero su aspiración fundamental era la de llamar la atención un rato antes de pasarse al traje de chaqueta y la balada pegadiza. Al final, los Duran Duran o los Spandau Ballet terminarían por casarse con alguna modelo en una playa tropical o con su novia de toda la vida en la parroquia del barrio.
Las pocas excepciones a esta regla podían escandalizar con sus looks pero luego renegaban de palabra. Nadie como Boy George encarnó la ambigüedad sexual en los ochenta, pero en su momento nadie se supo de su tormentosa relación con el batería del grupo y cuando en las entrevistas promocionales le preguntaban por su sexualidad evitaba dar respuestas claras. Algo parecido ocurría con Freddie Mercury, que en ese mismo 1984 aspiraba su casa travestido en el video clip de I want to break free pero nunca reveló en vida sus tendencias sexuales. Elton John no habló abiertamente de su homosexualidad hasta 1992.
Carles y Daniel
En 1984 el fotógrafo Daniel Riera era un adolescente que empezaba el nuevo curso en el instituto de su Olot natal. El primer día conoció a otro chico que se sentaba a su lado. Era Carles Congost y pasaron aquel verano bailando Smalltown Boy. Ni siquiera hablaban de lo que tenían en común: “Para decir ciertas cosas tenías que esperar el lugar y el momento propicio y esperar que te aceptaran. Pero la música o el cine eran las cosas de las que hablábamos, las que teníamos en común, y ahí estaba todo” recuerda hoy. “Tenía ese disco en todos los formatos posibles. En vinilo, en cassette y luego en CD. Y lo sigo teniendo y escuchando”.
La popularidad de Bronski Beat se diluyó pronto. Tal vez el concepto de un grupo formado enteramente por hombres homosexuales cantando abiertamente a la homosexualidad no podía durar a mediados de los ochenta. Su cantante, Jimmy Somerville, sí gozó de éxito duradero tanto en solitario como con otro grupo, The Communards. Bronski Beat permanece hoy como un grupo que rompió las reglas y Smalltown Boy es un clásico que han homenajeado artistas como Brandon Flowers y tiene 370 millones de escuchas en Spotify. Tal vez todavía a alguien, en algún lugar del mundo, le apela personalmente como mucho más que una canción pop.
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