Cuando David Bowie “arruinó” el gran disco de Iggy Pop: medio siglo del encuentro más electrizante del rock
Fue el acuerdo transoceánico más memorable del siglo: el hombre que triunfaba en el glam británico fue encargado de encauzar al hombre que languidecía en el rock estadounidense. El disco resultante sigue desconcertando y cautivando 50 años más tarde
En noviembre de 1973, hace ahora 50 años, los Stooges dieron en una sala universitaria de la ciudad de Largo, en Maryland, el que Iggy Pop (Michigan, 76 años) considera el peor concierto de su carrera. El más “turbio, desquiciado y narcótico”. Por entonces, los de Detroit se habían convertido, como decía Greil Marcus de los Doors, en una banda “en guerra con su público”. Llevaban presentando en directo, desde finales de febrero, tal vez el mejor y sin duda el más controvertido de sus álbumes, ...
En noviembre de 1973, hace ahora 50 años, los Stooges dieron en una sala universitaria de la ciudad de Largo, en Maryland, el que Iggy Pop (Michigan, 76 años) considera el peor concierto de su carrera. El más “turbio, desquiciado y narcótico”. Por entonces, los de Detroit se habían convertido, como decía Greil Marcus de los Doors, en una banda “en guerra con su público”. Llevaban presentando en directo, desde finales de febrero, tal vez el mejor y sin duda el más controvertido de sus álbumes, Raw Power, pero incluso incondicionales como el crítico californiano Joel Selvin consideraban que al grupo ya apenas le quedaba “un rescoldo” de su anterior fuego escénico. Habían perdido el norte, la energía y la sustancia.
Ni siquiera la incorporación de un pianista, el contundente y caótico Scott Thurston, y de una segunda guitarra, Tornado Turner, sustituyendo en alguno de los conciertos a un Paul Williamson al que la vida en la carretera empezaba a resultarle insufrible, consiguieron avivar la llama. Pese a todo, en palabras de Selvin, perseveraron con poca voluntad y aún menos acierto hasta bien entrado el invierno de 1974, en una gira extenuante que los llevó de Los Ángeles a Cleveland, pasando por Memphis, Phoenix, Toronto o Washington.
Tras otro par de conciertos olvidables en Nueva York y en Wayne, Michigan, aterrizaron en su Detroit natal el 9 de febrero. Llegados a este punto, los hermanos Asheton, Ron y Scott, optaron por deshacer el petate y quedarse en casa. Iggy dio por disuelta la banda cuatro días después. Era la segunda vez que se separaban. Ya no volverían a tocar juntos hasta noviembre de 2003.
Jim Jarmusch explica la historia de esta claudicación en su espléndido documental Gimme Danger, la descacharrante epopeya de una banda que se avanzó a su tiempo y sufrió las consecuencias. Pop, los Asheton y su primer cómplice, Dave Alexander (expulsado de la banda en 1970 y fallecido en 1975), llevaban intentando abrirse paso en la constelación rock desde 1967. En la estela de otros grupos de Detroit, como MC5, se anticiparon al punk, ese niño huérfano con múltiples padres que acabaría cristalizando en el Londres de 1976.
Sus dos primeros discos, The Stooges (1969) y Fun House (1970), se consideran hoy obras maestras que contribuyeron de manera decisiva a la emergencia del underground estadounidense, pero cosecharon en su día ventas decepcionantes y fueron maltratados por el grueso de la crítica. Edmund O. Ward escribió en Rolling Stone que The Stooges era un álbum “estridente, pueril, aburrido, poco imaginativo y de pésimo gusto”.
Un plato que se sirve crudo
El caso es que Raw Power, un álbum que lleva ya medio siglo creciendo en el recuerdo, fue la consecuencia directa de un fracaso. En septiembre de 1971, Iggy Pop se encontraba compuesto y sin banda. Su discográfica había decidido no renovar un contrato con unos Stooges que estaba dando magros resultados. Los Asheton se habían hartado de Iggy, de su apatía y de sus bruscos cambios de humor, alimentados por el consumo creciente de heroína.
Solo su último fichaje, el guitarrista de Texas James Williamson, se mostraba dispuesto a seguir haciendo música con él, en cuanto consiguiesen un nuevo contrato y formasen una nueva banda. Pese a todo, esa inminente vuelta a la actividad se venía aplazando una y otra vez desde la primavera. Pop y Williamson, cada vez más enfrascados en inercias narcóticas, pasaban las horas muertas viendo la tele.
El 9 de septiembre, un tal David Bowie acudió al rescate. John Adams, manager de lo que quedaba de los Stooges, llamó a Iggy para decirle que el músico británico estaba en Nueva York, iba a cenar en el célebre night-club Max’s Kansas con su socio, Tony DeFries, y quería conocerle. Iggy estuvo a punto de no acudir a la cita. Bowie le parecía por entonces un oportunista y un advenedizo y, además, estaba viendo un ciclo de películas del Oeste. Cruzar el par de calles que le separaban de la sala de fiestas de Park Avenue South se le antojaba un esfuerzo con muy pocos alicientes. Pero Adams consiguió convencerlo. Y Bowie, un adulador consumado, se ganó al instante su simpatía asegurándole que los Stooges habían sido la mejor banda estadunidense de los últimos años y proponiéndole que viajase al Reino Unido para lanzar allí, en un ambiente “más propicio a la innovación”, su carrera en solitario.
La Iguana en Londres
Pop recogió el guante. Firmó un contrato con MainMan, la compañía de Bowie y DeFries, y estos le consiguieron un contrato con Columbia Records. Cruzó el charco y se instaló en Londres, una ciudad que, según explicaría años más tarde, le parecía “irreal”. Pasó varios meses dando largos paseos por Hyde Park, Kensington y Westminster, esperando a que DeFries y Columbia decidiesen qué querían hacer con él.
Para superar su atasco creativo, exigió la presencia en Londres de Williamson, al que consideraba el único hombre capaz de ayudarle a escribir canciones. Bowie le había sugerido la posibilidad de que escribiesen juntos, pero encajó el rechazo con elegancia: después de todo, estaba demasiado ocupado gestando a Ziggy Stardust. Iggy y Williamson tardaron una eternidad en reunir un puñado de canciones a la altura de su propio listón de exigencia, pero ya a mediados de 1972 estaban impacientes por entrar en el estudio. MainMan sugirió a los de Detroit que reclutasen músicos británicos para completar una nueva banda, pero Iggy no tenía muy claro que le interesase el glam, más allá de alguna superficial afinidad estética, ni que quisiese rodearse de ingleses, a los que consideraba “las criaturas más extrañas del planeta”.
Ninguno de los candidatos a formar parte de su nueva sección rítmica estuvo a la altura de sus expectativas. Así que llamó a los Asheton y les pidió que volasen a Londres para incorporarse a una remozada versión de los Stooges, Scott recuperando la batería y Ron sustituyendo la guitarra por el bajo, dado que Williamson, con su lealtad al líder en tiempos de crisis, se había ganado el derecho a convertirse en el guitarrista de la banda. Los Asheton aceptaron porque, según contarían años más tarde a Jim Jarmusch, los meses pasados en casa de sus padres tras la primera disolución del grupo les habían convencido de que no tenían nada mucho mejor que hacer.
El retorno de los chiflados
A Bowie, DeFries y Columbia no les entusiasmó esta intempestiva resurrección de los Stooges. Bowie llegó a acusar a Pop, al que consideraba su protegido, de ingratitud y de ceguera: le habían ofrecido una nueva oportunidad y él optaba por reincidir en los errores del pasado. Después de todo, el británico no había sido del todo sincero en el encuentro en Nueva York de un año antes. Apreciaba el carisma escénico de Iggy y su capacidad para escribir canciones energéticas y feroces, pero los Stooges le parecían una banda agotada y los Asheton, un par de músicos mediocres y con una imagen más bien deplorable.
Pese a todo, se llegó a un pacto de caballeros. La nueva banda iba a llamarse Iggy and the Stooges, el álbum se grabaría en Londres, en los estudios de la CBS, y se añadirían un par de baladas a la ristra de trallazos proto-punk que Pop y Williamson habían concebido. Las primeras demos, grabadas con el técnico de sonido Keith Hardwood en Olympic Studios iban a ser la pauta, pero Columbia confiaba en que el sonido del álbum, demasiado crudo y caótico, en su opinión, se puliese de manera sustancial bajo la supervisión de uno de sus hombres de confianza, Mike Ross-Trevor.
Las nueve canciones que forman parte del álbum se grabaron entre el 10 de septiembre y el 6 de octubre de 1972. Pop asegura que se sintió como un niño con zapatos nuevos, recuperando la sensación de hacer música con plena libertad y rodeado de sus viejos cómplices, en un entorno profesional, secundado por técnicos que les trataban con deferencia exquisita y parecían entender perfectamente qué eran los Stooges.
El problema llegó cuando Pop y Williamson insistieron en ejercer de “productores”, a pesar de que reconocían no tener “la menor idea” de lo que estaban haciendo. Querían, en particular, que el álbum no sonase “ni glam ni pulcro”. Incluso el par de baladas añadidas de trasquilón, Gimme Danger y I Need Somebody, debían tener el tenso y virulento sello Stooges.
Según reconocería más tarde, Iggy incurrió en un error de amateur al mezclar la mayoría de las partes instrumentales en uno de los canales estereofónicos y las voces en el otro, sin preocuparse en exceso por nimiedades como el equilibrio o la calidad de los tonos. Pese a que la mezcla resultante horrorizó a Columbia, Iggy y Williamson insistieron en que era así como querían que sonase el álbum.
DeFries intervino para salvar la inversión decidiendo que Bowie remezclase los temas. Lo hizo, al parecer, en un solo día, a finales de octubre, en los estudios Western Sound Records, con Iggy presente, pero sin acceso directo a la mesa de mezclas. El estadounidense aceptó esta solución “humillante” porque le dieron a entender que “en caso contrario, no habría álbum”.
Bowie, pese a todo, trató de mostrarse conciliador y buscar un punto intermedio entre las inquietudes “artísticas” de su colega Pop y las presiones comerciales de DeFries y la discográfica. Por desgracia, pese a su buen talante, Bowie tampoco era un productor experto y, además, trabajó con prisas. Algunos expertos atribuyen el (relativo) fracaso que acabaría siendo su intervención en el álbum al uso de recursos tecnológicos, como el Cooper Time Cube, que le resultaban fascinantes, pero con los que no estaba familiarizado.
Colega, ¿qué les has hecho a mi álbum?
Iggy contó a Jarmusch que “le dejó hacer”, pero que su frustración aumentaba a medida que iba constatando la manera en que los temas dejaban de sonar tal y como él los había concebido. Le molestó, en especial, la insistencia en poner en relieve la percusión en canciones como Penetration, intentando aportar nitidez y pulcritud a lo que Iggy deseaba que sonase “crudo, caótico y compacto”.
La versión de Bowie difiere sustancialmente. El británico dejó escrito en las notas que acompañaron a la reedición del álbum en 1996 que Iggy, no Tony DeFries, fue quien le pidió que intentase “rescatar” un álbum que ya había sido rechazado por Columbia porque sufría problemas evidentes de acabado. Tal y como él lo recordaba, su “muy limitada” intervención había consistido en “detalles”. Iggy Pop consideró que “el zanahorio” [Carrot Top, una referencia jocosa a Bowie, que en 1972 llevaba el pelo teñido de color naranja] había “arruinado” su álbum. Años después, coincidiendo con esa reedición de 1996, matizaría esta impresión tan negativa al reconocer que “David hizo lo que pudo, considerando que la remezcla se hizo en un estudio barato y con una mesa de mezclas que parecía prehistórica”.
Claro que el Iggy Pop de 1996 llevaba ya varios años de íntima amistad con Bowie, a la postre un ángel de la guarda que le rescató de un abismo personal en 1976, llevándoselo a Berlín Oeste, donde vivieron juntos hasta 1978, ayudándole a desengancharse de la heroína y relanzando de nuevo su carrera discográfica. Su legendaria amistad ha inspirado ficciones tan fértiles como la película Velvet Goldmine.
Es más, el Pop de 1996 ya no era un artista perdido en su laberinto y ansioso por encontrar cuanto antes un lugar al sol, sino una leyenda del rock que se sentía en paz con su legado. Podía permitirse el lujo de ser generoso con el cómplice y amigo que tanto había contribuido a ello. En cuanto a Raw Power, pese a la controversia en torno a su remezcla y la poca fe que tuvo en él la discográfica encargada de editarlo, fue acogido con entusiasmo por al menos la facción más moderna y combativa de la crítica.
Hoy sabemos que el disco que estuvo a punto de acabar con la incipiente amistad entre dos titanes de la música y que dio pie a una gira tediosa y autodestructiva es una maravilla, la fuente a la que acudir para sumergirse en clásicos inmarcesibles del ruido y la furia como Search and Destroy o Gimme Danger. El tiempo le ha dado la razón y su reputación como artefacto cultural decisivo está más que a salvo de las triviales controversias de hace 50 años.
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