Así son las “fiestas” en lujosos pisos para subir los niveles de testosterona que han llegado a Silicon Valley

Comida macrobiótica, aparatos de musculación y análisis de sangre reinan en las ‘T-parties’, exclusivos encuentros que proliferan en EE UU

Barcelona -
Para parte de la ultraderecha estadounidense, la masculinidad aún está relacionada con la fuerza física. En la imagen, una ilustración del cuerpo masculino del siglo XVIII.Universal Images Group via Getty

La tesis resulta tan sencilla y popular como difícil de verificar. La masculinidad, como “concepto” o como “fenómeno”, habría entrado en declive en algún momento indeterminado de las últimas décadas, puede que entre 1960 y el final del siglo XX. Algunos lo atribuyen a factores culturales, sociales, psicológicos o políticos. Otros lo relacionan con indicadores biológicos de muy diversa índole, desde un brus...

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La tesis resulta tan sencilla y popular como difícil de verificar. La masculinidad, como “concepto” o como “fenómeno”, habría entrado en declive en algún momento indeterminado de las últimas décadas, puede que entre 1960 y el final del siglo XX. Algunos lo atribuyen a factores culturales, sociales, psicológicos o políticos. Otros lo relacionan con indicadores biológicos de muy diversa índole, desde un brusco descenso de la concentración de espermatozoides a una reducción generalizada de la masa muscular entre los hombres pasando, sobre todo, por una supuesta caída en los niveles de testosterona.

Algunos de los que denuncian el presunto declive se han apresurado también a sacar a la palestra recetas para intentar paliarlo, reconducirlo o revertirlo. Es el caso, en la órbita académica, de Richard Reeves, cuyo libro Of Boys and Men propone estrategias de supervivencia para la “identidad” masculina en un mundo posfeminista. También del británico Niall Ferguson, heraldo de un neoimperialismo destinado a “virilizar” de nuevo la geopolítica del mundo occidental, o del canadiense Jordan Peterson, impulsor de una “reacción masculina” contra “el feminismo radical”. En otra órbita, la de la ultraderecha estadounidense digital y mediática, conviven todo tipo de estrategias de restauración de la hombría perdida, desde los que insisten en que los hombres estarían siendo víctimas de un uso deliberado de agentes farmacológicos y químicos, a los que proponen el culto a los anabolizantes o a la antigüedad grecolatina, la renuncia a la masturbación e incluso “soluciones” tan peregrinas y exóticas como el bronceado de testículos.

Faltaba, eso sí, que el ecosistema emprendedor de Silicon Valley se decidiese a tomar cartas en el asunto. Si la masculinidad, como realidad biológica o como manera de estar en el mundo, ha entrado en crisis, ¿por qué no aquilatar el fenómeno, cuantificarlo y “resolverlo”, de una vez por todas, de una manera tecnológica y científica? Eso es lo que se ha propuesto hacer Jeff Tang, un autoproclamado “hacker biológico” (biohacker) de 27 años, fundador, junto a su socio, Andros Wang, de T-party, peculiar startup con sede en San Francisco.

La testosterona os hará libres

Tang organiza T Parties, “fiestas” con T de testosterona que, en realidad, vienen a ser sesiones colectivas de concienciación y “terapia” masculina. Para el joven emprendedor, la virilidad languidece porque los hombres se han olvidado de lo esencial: realizar un esfuerzo activo para mantener sus niveles de testosterona en niveles “óptimos”. Es decir, cuanto más altos, mejor.

La suya (pese al nombre de la compañía que lidera, que recuerda tanto al movimiento de restauración conservadora tea party como a los motines del té que le sirvieron de inspiración) no pretendería ser una perspectiva ideológica ligada la derecha de órbita trumpiana ni a la reacción airada contra el feminismo, sino una propuesta orientada a promover estilos de vida saludables. Es decir, en palabras del propio Tang, al fomento de una masculinidad “positiva”.

Tang parte de estudios recientes que han registrado un descenso gradual de los niveles de testosterona en sangre tanto en Estados Unidos como en Dinamarca y otros países desarrollados. Una vez establecido que el néctar de la masculinidad languidece, opina Tang, resulta evidente que la salud y la calidad de vida de los hombres está amenazada.

El pasado mes de agosto, según explica Liz Lindqwister en una afilada crónica en The San Francisco Standard, T-party congregó a un grupo de hombres interesados en la testosterona como elixir de la juventud y el bienestar. Se reunieron en un lujoso apartamento del barrio de Marina, junto a la bahía de San Francisco, entre tapices dedicados a dioses griegos, aparatos de musculación, barriles llenos de agua helada en los que realizar inmersiones “tonificantes” y bandejas repletas de salmón ahumado, té matcha y zumos macrobióticos.

Tang y Wang habían contratado los servicios de un flebotomista, es decir, un experto en extracciones de sangre, porque el primer paso para incrementar los niveles de testosterona es, por supuesto, conocerlos. Los invitados, “una veintena larga de empresarios, altos directivos de empresas tecnológicas o diseñadores de software” que habían pagado entre 100 y 400 dólares por acudir a la sesión, se sometieron al ritual de extracción de la muestra de sangre y esperaron pacientemente los resultados.

Mientras esperaban, Tang, un tipo entusiasta y que alterna el sentido del humor con el tono pedagógico, les explicó que los bajos niveles de testosterona pueden deberse a causas tan diversas como “el estrés, la falta de sueño o de ejercicio, el consumo de alcohol o drogas, una dieta inadecuada o incluso a esfuerzos físicos mal orientados y calibrados”. La solución pasa, en consecuencia, por revertir ese conjunto de malos hábitos y someterse a una estricta disciplina de alimentación, ejercicio y cambio de costumbres y actitudes.

Pero eso no es todo. Para Tang, el mero hecho de desarrollar una conciencia clara de la importancia de la testosterona, conocer los niveles óptimos y compartir con otras personas las estrategias más eficaces para obtenerlos tendría, ya de por sí, un efecto positivo sobre la salud general de los interesados en el hackeo biológico. Las T-parties pretenden ser, en consecuencia, grupos de autoayuda comunitaria. Espacios seguros de interacción masculina en que la tribu de la testosterona se reunirá para monitorizar de manera periódica sus indicadores de “virilidad” y poner en común los resultados.

Sin inyecciones ni píldoras

Lo novedoso del enfoque de Tang, según apunta Lindqwister, es que aporta recetas “naturales” y de apariencia sensata y científica, especialmente pensadas para aquellos que ya han desechado las supuestas soluciones mágicas, es decir, la información superficial y sin contrastar de “propietarios de gimnasio que quieren venderte suplementos vitamínicos o médicos poco escrupulosos que te recetan pastillas o inyecciones de testosterona”. Aunque los fundadores de T-party reconocen que no son biólogos ni médicos, sí aseguran contar con el asesoramiento de un equipo de multidisciplinar de expertos del que forma parte, entre otros, el neurólogo y divulgador de la Universidad de Stanford Robert Sapolsky.

Lakshmi Varanasi explica en Business Insider que Tang se describe como “una persona interesada en experimentar con su propia salud y compartir sus conclusiones”. Sus credenciales consisten, según asegura él mismo, en haber sido capaz de predicar con el ejemplo: “Siguiendo un método contrastado, he conseguido incrementar mis niveles de testosterona de 790 [nanogramos por decilitro de sangre] a 1090″.

Tang organizó su primer “festival de la testosterona” el pasado mes de mayo en Colombia. 24 hombres menores de 40 años aportaron muestras de sangre, asistieron a una completa presentación y compartieron experiencias tras someterse a la preceptiva y “saludable” inmersión en el tanque de agua helada. La siguiente sesión se realizó en Nueva York. La de San Francisco fue la tercera, y contó con una notable cobertura mediática. Lo suficiente para convertir las T-parties en una moda, no sabemos si efímera.

Tang y Wang recuperan así la tradición del biohacking, ese intento de “piratear” el propio organismo recurriendo tanto a cambios en el estilo de vida como al auxilio tecnológico. Se puso de moda en la década de 2010, impulsado por millonarios como Richard Branson o estrellas del coaching como Tony Robbins. La novedad es que, esta vez, el enésimo intento de hackear nuestro organismo para moldearlo de manera óptima se dirige exclusivamente a los hombres y pone el foco en la sustancia andrógena que regula aspectos como el apetito sexual, el vello púbico, corporal o facial, la musculatura, la producción de espermatozoides o la salud de los huesos. Acude a la fuente de la virilidad con la intención de restaurarla de manera “científica”. Como ocurre con la mayoría de las tendencias tecnológicas que se han ido afianzando en los últimos años, el biohacking ha alcanzado ya el estatus de los fenómenos que ni se crean ni se destruyen, se transforman.

¿La esencia de la masculinidad?

Lo explica Paul B. Preciado en Testo yonqui. La testosterona, la hormona que segregan los testículos, tiene una profunda influencia en la salud y en la bioquímica de la sensibilidad. Unos niveles muy bajos de esta sustancia pueden producir falta de deseo sexual, fatiga crónica, pérdida de masa muscular, irritabilidad, depresión o disfunción eréctil. Un exceso muy acusado puede traducirse en cambios de humor, agresividad, comportamiento errático o una mayor propensión a enfermedades cardiovasculares y cáncer de próstata.

La testosterona, en fin, es uno de tantos parámetros físicos que conviene mantener equilibrados, como la tensión arterial o el índice de masa corporal. La buena noticia es que conservar ese equilibrio óptimo no supone, en la mayoría de los casos, ningún esfuerzo. El rango considerado “normal” o “saludable” en hombres adultos menores de 50 años es muy amplio. Oscila entre los 300 y los 1.000 nanogramos por decilitro de sangre (para ser más precisos, entre 270 y 1.070 según un estudio reciente de la Universidad de San Diego, California) y no existe evidencia de que los valores cercanos a 1.000 sean preferibles, desde el punto de vista de la salud o del equilibrio emocional, a los cercanos a 300.

Sí está documentado que los niveles en sangre de esta hormona andrógena tienden a disminuir con la edad, en el marco del proceso gradual de envejecimiento masculino, conocido como andropausia. A partir de los 40 años, la reducción promedio es de un 1,6% anual. Solo si se produce un declive mucho más pronunciado y los valores totales se sitúan por debajo de los 150 nanogramos estaríamos hablando de niveles patológicos, compatibles con un síndrome, el hipogonadismo de inicio tardío (HIT), que puede afectar a la calidad de vida, pero resulta poco frecuente. También parece documentado que se está produciendo un descenso gradual de los niveles promedio en determinados grupos de edad y determinados países. Pero los científicos no se ponen muy de acuerdo ni en las posibles razones ni en hasta qué punto resultan significativos.

Tal y como indicaba hace unos años la antropóloga médica y experta en sexualidad y género Alexis Ruth Matza, la necesidad de monitorizar de manera continua los niveles de testosterona es bastante relativa salvo en casos de caídas patológicas asociadas al envejecimiento o terapias hormonales en procesos de reasignación de sexo. En el resto de circunstancias, “la relación entre niveles de testosterona e identidad masculina” es más una cuestión de “percepciones culturales” que de evidencia biológica.

Esa es, al menos, la opinión de la antropología médica. Si la masculinidad está en declive, los graduales, moderados y tal vez no del todo significativos descensos en el nivel de testosterona que se han detectado en los últimos años no tienen la culpa. Tal vez el último grito en biohacking se ha propuesto, después de todo, arreglar lo que no está roto. O proporcionar un magnífico pretexto para que hombres que dedican una parte sustancial de su tiempo libre a potenciar su salud y su hombría compitan entre ellos por ver quién tiene la testosterona más alta.

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