Homosexualidad, comunismo y una copa menstrual: ‘The Last of Us’ se ha convertido en la pesadilla de los conservadores
Cada martes espectadores puristas, anticuados, misóginos u homófobos se quejan al considerar que la agenda ‘woke’ está estropeando la serie inspirada en su videojuego favorito
“Amigo, tu tipo de ignorancia y odio es exactamente la razón por la que hacemos historias como esta”. Fue la contundente respuesta del actor Nick Offerman a un usuario de Twitter que se lamentaba amargamente de que la interpretación del actor de un hombre homosexual le hubiese arruinado la experiencia de seguir cada semana The Last of Us. Tanto el tuit como la cuenta que lo originó fueron borrados poco después, pero sirve como ejemplo del tipo de reacciones que provocó Long, long time,...
“Amigo, tu tipo de ignorancia y odio es exactamente la razón por la que hacemos historias como esta”. Fue la contundente respuesta del actor Nick Offerman a un usuario de Twitter que se lamentaba amargamente de que la interpretación del actor de un hombre homosexual le hubiese arruinado la experiencia de seguir cada semana The Last of Us. Tanto el tuit como la cuenta que lo originó fueron borrados poco después, pero sirve como ejemplo del tipo de reacciones que provocó Long, long time, el tercer episodio de la serie.
“Esto es The Last of Us, no [la precursora serie de temática LGTB] Queer as folk” escribía un tuitero enardecido, mientras el analista político ultraconservador Ben Shapiro la llamaba Brokeback Zombie Farm y lanzaba una diatriba furiosa disfrazando su homofobia de purismo: ”Literalmente no tiene nada que ver con la trama del programa”, se lamentaba, a pesar de reconocer que jamás ha jugado al videojuego. Su comentario fue ampliamente rebatido por fans del multimillonario éxito de Playstation. Desde su estreno, sobreanalizar cada lunes The Last of Us se ha convertido en un ritual obligatorio en el que nunca faltan insultos y exabruptos.
El capítulo que desencadenó los lamentos de tantos hombres de mediana edad a los que la adaptación de un videojuego había destrozado psicológicamente simplemente narraba una hermosa historia de amor en medio del apocalipsis, tan bien guionizada, interpretada, dirigida e iluminada que los días posteriores a su emisión se convirtió en un tema ineludible cuando se hablaba de televisión, un fenómeno poco frecuente desde que tenemos más canales de los que podemos gestionar, y dejó en muchos espectadores la sensación de haber asistido a un clásico instantáneo, uno de esos capítulos nacidos para perdurar en la memoria como La constante de Perdidos o La batalla de los bastardos de Juego de tronos.
Quienes lo denostaban simplemente basaban su odio en que los enamorados eran dos hombres y acusaban a la serie de rendirse a la “agenda gay” y la cultura woke, término definido por el diccionario Merriam-Webster como quien “está al tanto y activamente atento a hechos y cuestiones importantes (especialmente cuestiones de justicia racial y social). No es un asunto baladí. El gobernador de Florida Ron De Santis, principal aspirante republicano a la carrera por la Casa Blanca, que esta semana se ha enzarzado en una batalla contra Disney por el rechazo de la compañía de entretenimiento a la ley estatal que trata de censurar los contenidos gays en las escuelas, tiene como grito de guerra: “Florida será la tumba de la cultura woke”.
Atendiendo a los llantos conservadores, a pesar de vivir en un contexto de guerra y crisis económica y medioambiental, el retrato robot del nuevo enemigo de las esencias de occidente es un milenial de género fluido, vegano, defensor de los derechos LGTBI+, concienciado con el cambio climático, animalista y anticapitalista. Resulta risible, pero sólo hay que darse una vuelta por el mundo virtual, y también el real, para comprobar que hay quien se lo cree.
La venganza de los trolls
El odio a la diferencia ha encontrado el sustrato perfecto en el anonimato de las redes y en el caso de los productos culturales su onda expansiva tiene consecuencias en forma de review bombing, o lo que es lo mismo, otorgarles una puntuación bajísima en las páginas que permiten su valoración, en la mayoría de las ocasiones incluso antes de que se emitan. En la IMDB el número de valoraciones sobre el capítulo de la pareja homosexual de The Last of Us se multiplicó un cien por cien respecto a los anteriores y en Metacritic recibió una puntuación de 4,8 sobre 10 mientras los dos primeros capítulos habían rozado el sobresaliente.
No es un hecho aislado. El review bombing alcanzó su cenit en Cazafantasmas (2016), la nueva entrega de la popular película de los ochenta protagonizada por cuatro mujeres y se ha repetido en todos los productos audiovisuales de ciencia ficción en los que los personajes poderosos no son hombres blancos heterosexuales. Lo han sufrido Eowyn y Arondir, el elfo negro de Los anillos del poder, Mrs Marvel (aquí, para mayor ofensa, la protagonista es paquistaní), o Hulka. La serie sobre la abogada verde soltera optó por burlarse de las críticas antes de recibirlas y colocó a los incels (célibes involuntarios profundamente misóginos) como los (torpes) archienemigos de la heroína.
Sin un tsunami de odio pero con cierto desdén ha sido recibido el séptimo capítulo, Left behind, centrado en la relación romántica entre Ellie y su amiga Riley, al que muchos han catalogado condescendientemente como “capítulo de relleno” a pesar de explicar un suceso esencial en la trama y no ser una historia surgida de la pluma woke de los guionistas sino la plasmación de la expansión del videojuego. Una expansión que ya había despertado oleadas de odio tras su aparición digital, que echaba al traste los deseos de muchos jugadores que fantaseaban con una relación entre Joel y Ellie. Es curioso: tramas progresistas no, tramas pederastas sí.
La protagonista de la serie, Bella Ramsey, sabe lo que es la fama global. Con apenas un par de frases se convirtió en la heroína que los fans de Juego de tronos no sabíamos que necesitábamos, pero nada la había preparado para lo que le esperaba al incorporarse a The Last of Us. En cuanto se filtró que interpretaría a Ellie tuvo que enfrentarse a miles de comentarios en los que no se juzgaba su capacidad interpretativa sino que no resultase suficientemente atractiva. “Es la primera vez que me enfrento a una reacción negativa” declaró a The New York Times. “Hubo momentos en que era divertido, pero tras mirar las redes durante diez minutos apagaba mi teléfono y pensaba: quizás fue mala idea”.
No fue la única protagonista de la serie insultada por su físico. Melanie Lynskey, que interpreta a la vengativa Kathleen en el capítulo cuatro, fue víctima del body shaming o humillación corporal. La modelo Adrianne Curry publicó una foto en la que señalaba: “Su cuerpo dice ‘vida de lujo’, no ‘líder post-apocalíptico’. ¿Dónde está Linda Hamilton cuando la necesitas?”. Para la ex concursante de America’s Next Top Model, Lynskey era demasiado “voluptuosa”. La actriz neozelandesa no se ahorró la respuesta: ”Estoy interpretando a una persona que planeó y ejecutó meticulosamente un derrocamiento de FEDRA. Se supone que debo ser INTELIGENTE, señora, no musculosa”.
Viejos zombies, mismas menstruaciones
Desde que Victor Halperin dirigió La legión de los hombres sin alma en 1932, el género zombie ha sido revisado hasta la saciedad, lo que hace que sea necesario darle una vuelta a la fórmula para no caer en lo reiterativo. Durante el confinamiento, el showrunner de The Last of Us, Craig Mazin, responsable también de la exquisita Chernobyl, se encontró en un pasillo del supermercado preguntándose si debería comprar productos de higiene íntima para su mujer y su hija. Y, como no tenía muy claro qué usaban, tuvo que llamarlas.
“¿Qué usan? ¿Cuántos paquetes debería comprar?” se preguntó, según confesó a Vulture. “Empecé a considerar esa misma experiencia en el contexto de The Last of Us. Tras el apocalipsis es molesto tener que lidiar con ello y tener escasez de opciones. ¿Por qué no enseñarlo? Sobre todo cuando nuestra coprotagonista es una chica de 14 años. ¡Eso es parte de su vida!”. De ese recuerdo llegó otro detalle que ha suscitado miles de comentarios: la aparición de una copa menstrual en el sexto capítulo. La mayoría de espectadores alabó que se normalizara algo tan común como menstruar. “Estoy obsesionada con la forma en que #TheLastOfUs finalmente nos muestra cómo la gente lidia con la menstruación en el apocalipsis”, escribía la guionista Aiko Hilkinger.
“La referencia casual a la menstruación en un programa de éxito como The Last of Us es un paso para romper este tabú del ciclo mensual experimentado por 1.800 millones de mujeres y puede ayudar a personas como los padres solteros, que necesitan saber cómo ayudar a sus hijas cuando comienzan a tener períodos”, declaró a la CNN la especialista en salud sexual femenina Shirin Lakhani. Y según TMZ, marcas de copas menstruales como The Flex Co aumentaron un 400% en las ventas en los dos días posteriores a la emisión del capítulo.
No era la primera vez que aparecía un producto de higiene íntima en la serie. En el tercer episodio, Ellie se regocija al encontrar una caja de tampones (no olvidemos que encontrar objetos escondidos es un elemento esencial del desarrollo de un videojuego). Si el producto que recibe de manos de María, la cuñada de Joel, hizo que la búsqueda de “copa menstrual The last of us” arroje ocho millones de resultados en Google es porque para muchos espectadores (y también espectadoras) resultaba un artilugio desconocido cuyo propósito se deducía sin sobreexplicarse. “La gente no sabe cómo cargar armas, y no se lo explicamos. ¿Por qué deberíamos tener que explicar esto?”, declaró Manzin.
A pesar de que se vincula a modernidad y la preocupación por el reciclaje, una copa menstrual tiene una vida útil de una década y no es un invento reciente: lleva en circulación desde los años treinta. Pero que se haya erigido en un símbolo contra el despilfarro ultra contaminante de compresas y tampones, la vuelve lo suficientemente woke como para generar polémica.
La copa no fue la única aportación de María que ha hecho correr ríos de tinta. Un par de líneas de guion, y literalmente solo un par, desataron la enésima revolución entre los espectadores. Cuando María explica a los recién llegados Joey y Ellie que en la comunidad en la que vive en todos aportan y poseen los mismos recursos, Joel, bromea: “Entonces, es comunismo”. Su hermano Tommy se revuelve ligeramente alarmado: “No, no es así”. Pero María lo corrige. “Esta es una comuna. Somos comunistas”. Hasta la propia HBO azuzó el fuego, se diría, compartiendo en sus redes esa escena con la frase “Esto suena a comunismo”.
No podemos obviar que Joel y Tommy son texanos, y el de la estrella solitaria es uno de esos estados conservadores en los que la palabra “comunista” supone un tabú mayor que la menstruación. Se acusó a la serie de vender la comuna comunista como un paraíso utópico, aunque igual no lo es tanto, teniendo en cuenta que en los primeros minutos del capítulo conocemos a un par de afables ancianos que viven aislados y avisan a Joel de las cosas terribles que hacen a los que se acercan a esa pequeña sociedad.
Que apenas una línea de guion o un objeto tan cotidiano como un receptáculo para la sangre menstrual se conviertan en objetos de enconados debates, deja claro que estamos ante una de las series más trascendentales del año. Es difícil prever si será por algo positivo o negativo, pero con toda seguridad, hoy, martes, día de resaca de un nuevo episodio, estaremos hablando de nuevo de ella.
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