Una bolsa de basura de 1.400 euros: ¿por qué está el lujo obsesionado con lo pobre?

Zapatillas destruidas, presentaciones en sacos o bolsos inspirados en lo que arrojamos al contenedor. Los últimos lanzamientos de Yeezy y Balenciaga echan leña al fuego de un debate eterno: ¿cuánta ironía es demasiada?

Distintas imágenes de la Trash Bag de Balenciaga, un bolso de piel que imita la forma de una bolsa de basura.

“No podía resistirme a hacer la bolsa de basura más cara del mundo, porque ¿a quién no le encanta un escándalo de moda?”. Las palabras de Demna, director artístico de Balenciaga, a WWD el pasado enero, tras la presentación de su colección de moda de este otoño, no erraban el pronóstico: en agosto, el anuncio de la puesta a la venta de su ...

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“No podía resistirme a hacer la bolsa de basura más cara del mundo, porque ¿a quién no le encanta un escándalo de moda?”. Las palabras de Demna, director artístico de Balenciaga, a WWD el pasado enero, tras la presentación de su colección de moda de este otoño, no erraban el pronóstico: en agosto, el anuncio de la puesta a la venta de su Trash Bag, un bolso de piel inspirado en la forma de una bolsa de basura y que cuesta 1.400 euros, se convirtió en el centro de una auténtica fiebre viral.

Demna había vuelto a dar en el clavo y a demostrar por qué su trabajo es el más influyente en la vanguardia y en la juventud de ahora. Días después, el lanzamiento en las tiendas de GAP de la nueva colaboración de la marca americana con Yeezy, la firma de moda fundada por el rapero Kanye West, suscitó comentarios de todo tipo por un motivo similar: las prendas de la colección, entre el gris y el negro, no se vendían colgadas en perchas, sino amontonadas en grandes bolsas de lona negra como las empleadas para almacenar escombros o basuras. El propio Ye, en un post de Instagram borrado posteriormente –la práctica habitual de su cuenta, donde una publicación reemplaza a la anterior: cuenta con un solo post y 17 millones de seguidores– explicaba que su inspiración habían sido las personas sin hogar y los niños. Curiosamente, la polémica no venía de esta inspiración –la colección ya había sido presentada en una suntuosa escenificación con aires paramilitares en el famoso aparcamiento firmado por Herzog & de Meuron en Miami– sino de lo que el marketing denomina experiencia de compra: los clientes debían rebuscar en las bolsas hasta encontrar el modelo y la talla deseada.

Una imagen de las grandes bolsas de lona que sirven para vender la nueva colaboración entre Yeezy y GAP en las tiendas de la firma estadounidense de ropa casual.
La Trash Bag de Balenciaga que actualmente se puede reservar en su tienda 'online' está elaborada en piel de becerro y cuesta 1.400 euros.

La bolsa de basura, objeto ínfimo y cotidiano, es un recurso irresistible para la moda, especialmente cuando el lujo juega con los códigos de lo desechable y los éxitos se miden igualmente en ventas y en impacto viral. “No creo que este hype ligado a la bolsa de basura diga nada especialmente nuevo”, responde el crítico de moda Angelo Flaccavento, cuando le preguntamos por este fenómeno. “La moda lleva mucho tiempo generando impacto como herramienta de comunicación, en ocasiones hasta el extremo de mostrar insensibilidad hacia ciertos sectores de la población, como las personas que viven en la pobreza, en este caso”.

De la eficacia de este gesto en términos de marketing dan muestra las métricas sociales: según calculó Business of Fashion a partir de datos de Tribe Dynamics, el valor de los impactos en redes de Balenciaga se disparan cada vez que se anuncia un drop (venta puntual de un producto en edición limitada). El lanzamiento de las zapatillas Paris, una cápsula de calzado deportivo con aspecto deteriorado, generó cinco millones de dólares en impacto, más del doble de los 2,4 millones de dólares que le calcularon a su campaña creada junto a Kim Kardashian. En solo una semana, el bolso en forma de bolsa de basura generó impactos por valor de 2 millones de dólares, además de un sinfín de memes y referencias.

Algunos de esos memes aludían a una figura ficticia que, en el imaginario colectivo de la moda, aparece recurrentemente para ilustrar los delirios de perversidad de la industria. En Zoolander (2001), la película de Ben Stiller que encapsulaba todas las contradicciones de la moda, el villano al que se enfrentaba el supermodelo protagonista era Mugatu, un diseñador de moda –sus maneras y su imagen eran una mezcla de Thierry Mugler, Jean Paul Gaultier y John Galliano– cuya máxima aspiración era pervertir al mundo con Derelicte, una colección de lujo inspirada en la pobreza. Como suele suceder, la moda ya le había tomado la delantera, porque hay pocos símbolos tan ilustrativos como esta versión fashion del viejo sueño alquímico de transformar el barro en oro.

Un fotograma de 'Zoolander' (2001) donde Will Ferrell, que interpreta al diseñador-dictador Mugatu, presenta su proyecto para 'Derelicte', una colección de moda inspirada en la pobreza.

De hecho, la basura y los objetos cotidianos irrumpieron en la moda al mismo tiempo que la sensibilidad estética del surrealismo y su glorificación de lo ínfimo y de las yuxtaposiciones inesperadas. Elsa Schiaparelli, la couturière que colaboró con Salvador Dalí y que liberó el subconsciente de los modistas de su tiempo, diseñó, por ejemplo, abrigos cuyo aspecto imitaba el de una red de pesca llena de algas. Este legado fue continuado en los años setenta por Yves Saint Laurent –su colección de 1971, inspirada en la Segunda Guerra Mundial, incluía prendas con aspecto gastado–, en los ochenta por el punk y, sobre todo, por los reyes de la moda espectáculo de los noventa y la primera década del siglo XX.

Un detalle de la colección de alta costura de Christian Dior para la primavera de 2000. Diseñada por John Galliano y conocida como la colección 'Clochard', incluía elementos inspirandos en los enseres de las personas sin hogar de París.Victor VIRGILE (Gamma-Rapho via Getty Images)

La periodista y escritora Dana Thomas, autora de libros como Deluxe, Dioses y reyes y Fashionopolis (los dos últimos, publicados en España por Superflua), menciona dos precedentes especialmente ilustrativos, aunque con intenciones opuestas: la colección de alta costura primavera-verano 2000 de John Galliano para Christian Dior, y la propuesta para el otoño de 2009 de Alexander McQueen. Sobre la primera, conocida como la colección Clochard (mendigo en francés), Thomas recuerda que se inspiró “en las personas sin hogar que John Galliano solía ver cuando salía a correr por las mañanas por París con su entrenador personal”.

“Fue un escándalo”, explica por escrito Thomas, quien alude a las protestas que sucedieron al desfile, y que tuvieron lugar frente a la tienda de Dior en Avenue Montaigne, y a las declaraciones del presidente del Partnership for the Homeless de Nueva York, que acusó a Galliano de “trivializar la situación de las personas sin hogar”. Galliano despachó las críticas calificándolas como “burguesas, condescendientes y petulantes”. “Además de demostrar falta de sensibilidad, estaban comercializando la pobreza y la enfermedad mental para obtener mega-beneficios”, sostiene Thomas.

'Horn of Plenty', una de las últimas colecciones que presentó Alexander McQueen, incluía bolsas de basura y otros elementos alusivos a la contaminación generada por la industria de la moda.Antonio de Moraes Barros Filho (WireImage)

Harina de otro costal fue Horn of Plenty, la colección de Alexander McQueen para el otoño de 2009, que profundizaba en el legado gótico y el imaginario violento, contracultural y onírico del británico dejando para la posteridad uno de sus desfiles más recordados. La textura de muchas de las prendas recordaba al aspecto de una bolsa de basura de plástico pero, explica Thomas, aquí el plástico negro sí cumplía exigencias del guion. “Su desfile, que incluía una montaña de desperdicios de las escenografías de desfiles anteriores, fue más incisivo, porque su comentario era real y sincero, una condena con todas las letras de la enorme cantidad de residuos que genera la industria de la moda en nombre del beneficio”, apunta la escritora. “Sin embargo, tuvo mucho menos impacto mediático o social que el desfile de Galliano. Sucedió casi una década después de la debacle de Dior, y la moda se había vuelto tan ciega ante su impacto en la humanidad y el medio ambiente que nadie realmente captó la importancia de este mensaje, ni los editores ni los consumidores. Como siempre, McQueen se había adelantado, y nadie entendió que era el más certero de todos”.

El caso de Balenciaga se puede entender como un juego en torno a los conceptos de lo pobre y lo lujoso, pero también se inscribe en una de las principales líneas de investigación de Demna desde su etapa en Vetements: la fascinación por los utensilios corrientes, y su transformación en objeto de culto, de la bolsa similar a la de IKEA que convirtió en uno de sus primeros éxitos virales, al bolso en forma de bolsa de papel que lanzó en 2018, la camiseta de DHL que ya presentó en su anterior etapa en Vetements o las zapatillas con aspecto gastado de este mismo año.

Esa glorificación de lo callejero y lo cotidiano tiene su origen en la moda conceptual de los noventa, y en sus préstamos retóricos del punk. No hay que olvidar que, mientras McQueen y Galliano llenaban pasarelas y conversaciones con fastuosas puestas en escena, diseñadores como Martin Margiela o Helmut Lang suscitaban igual revuelo con sus versiones lujosas, minimalistas y artesanales de prendas y enseres cotidianos. Pantalones de pintor y prendas inspiradas en los clásicos de la indumentaria de trabajo en el caso de Lang, y complicados trampantojos, en la mejor tradición de Schiaparelli o Gaultier, en el caso de Margiela.

En ambos casos, la sobriedad de su filosofía, su culto a la discreción y el alcance de sus innovaciones –fueron firmas de éxito, pero con un estatus de culto minoritario frente al frenesí que suscitaban McQueen o Galliano– los ubicaron en un terreno ajeno a las polémicas. Era moda de lujo para alérgicos al lujo, igual que las prendas aparentemente deterioradas del español Miguel Adrover –en su caso, con una denuncia explícita de la deriva consumista y contaminante del sector– o la colección de graduación en 1993 del turcochipriota Hussein Chalayan, enterrada y desenterrada justo antes del desfile para conservar las marcas de la tierra y la putrefacción. O, a otro nivel, de los jerséis y vestidos lujosamente agujereados de Comme des Garçons y Yohji Yamamoto, para quien el ideal estético era una chaqueta vieja y gastada, impregnada de dignidad por su uso diario, tal y como explicó a Wim Wenders en el documental Notebook on Cities and Clothes (1989).

Una imagen del desfile otoño/invierno 2022 de Balenciaga, donde los modelos lucieron por primera vez distintas versiones de la Trash Bag que sale a la venta esta temporada.

En esta línea crítica, conceptual y con dejes surrealistas, en 2017 la firma madrileña BIIS lanzó un producto sorprendente parecido: un bolso de piel en forma de bolsa de basura, con distintas medidas y una aspiración: ser “la bolsa de basura más cara del mundo”. Así lo recuerda Rubén Gómez, cofundador junto a Sara Lasry de esta enseña de joyería. “Aquella colección se llamaba Litter [basura] y reflexionaba sobre el hecho de que las piezas que más nos gustaban de nuestros armarios no habían venido de tiendas corrientes, sino que las habíamos encontrado en un rastro o tiradas en la calle, o alguien nos las había regalado en una mudanza. Es decir, que no habíamos pagado por ellas un precio de lujo, pero su valor era más alto porque sabíamos que nunca encontraríamos nada igual. La colección reflexionaba sobre eso, había un pendiente que era un céntimo, o piezas inspiradas en la piedra de un mechero o las anillas de las latas, que fueron las primeras joyas que llevaron los punks. En esa colección había un objeto que no era una joya, y ese objeto fue la bolsa de basura”.

La ¿segunda? bolsa de basura más cara del mundo. Bin Bag (2017) de la firma madrileña BIIS.

Su bolso Bin Bag, elaborado en piel negra en dos formatos y con asas amarillas, no pasó desapercibida entre los aficionados a la moda. De hecho, los autores de Diet Prada, la cuenta de Instagram que busca y denuncia casos de copias, plagios e injusticias en la industria de la moda, se hicieron eco de ella cuando, un año después, MM6 –la firma heredera de la que Margiela fundó en los ochenta, pero liderada en esa época y hoy, en un giro de los acontecimientos digno de Zoolander, por el mismísimo Galliano– lanzó un bolso sospechosamente coincidente con el de BIIS.

En el caso de Balenciaga, Gómez quita hierro al asunto. “Creo que Demna y nosotros compartimos una visión aceleracionista del consumo y del mundo de las tendencias”, explica. “Obviamente no es un plagio, pero está claro que bebemos de las mismas fuentes y lecturas. Hay mucha gente trabajando hoy con la creatividad de este modo. Nosotros somos una marca pequeña que ya en 2017 bromeábamos con batir el Récord Guinness de la bolsa de basura más cara del mundo, pero es más fácil interpelar con una bolsa de 1400 que con una de 300″.

Con este planteamiento coincide Flaccavento, para quien la clave está en que este bolso es, con todas sus contradicciones, un objeto de lujo. “Lo novedoso en el caso de Balenciaga es que este objeto, la bolsa de basura, se reproduce tal cual en un material distinto y lujoso, a partir de un modelo humilde, y esto hace que su capacidad de impacto sea aún más fuerte, si es posible. Lo que cuenta es el nombre de la etiqueta, que hace la bolsa más atractiva y deseable para los consumidores de lujo”, apunta. También él alude a los ilustres predecentes de esta imagen. “Este revival no es nada innovador”, señala. “Viene de la poética dadaísta del desplazamiento, o del objet trouvé. Pero esto no es una broma dadaísta, sino una treta de marketing irónica de un modo diabólico y oscuro: ponle el nombre de un diseñador o una celebridad, eleva el precio hasta el extremo y ya lo tienes. Es una prueba, para mí, de la pérdida total de la ecuación del valor y el dinero. Hoy todo el valor procede del hype”.

¿Gestión de residuos o moda? Una imagen, el pasado julio, de la presentación en Miami de la colaboración entre Yeezy, Gap y Balenciaga.

Dana Thomas, a su vez, juzga con más dureza gestos como los de Balenciaga y Yeezy, especialmente porque desperdician una ocasión para una verdadera autocrítica en la moda. “Para mí, la moda de la bolsa de basura debería ser un reproche inteligente a la moda, por el inmenso daño que causa a las personas y al planeta, para enriquecer a unos pocos. Pero el hecho de que se promocione y venda globalmente, por parte de empresas que cotizan en bolsa, y sin ironía, demuestra exactamente lo que argumentaban los críticos contra Dior, que la moda banaliza problemas importantes, y lo que McQueen dijo: que a la moda le da igual el daño que produce. La industria, a nivel global, se rige por pura codicia”.

El dilema, en todo caso, reside en la propia naturaleza del objeto, y plantea varias preguntas. Por ejemplo, si un bolso de piel, confeccionado con los métodos de la marroquinería de lujo, pierde legitimidad si adquiere la forma de una bolsa de basura. O si la ironía, como estrategia retórica en la moda, no se ha convertido en un trayecto de ida y vuelta que está, a fin de cuentas, en la mente del espectador. “Cuando hicimos nuestra Bin Bag en 2017, también había algo de Zoolander, de crítica a toda esa idiotez de la moda”, reconoce Gómez. Más de dos décadas después de su estreno, ver la película de Ben Stiller arroja dos conclusiones inquietantes. Por un lado, que aunque el cine plantee visiones alocadas de la moda, la moda siempre se las apaña para adelantarle por la derecha: el desfile de Dior, en que las modelos llevaban harapos de alta costura y botellitas de whisky enganchadas al cinturón, ya se había celebrado cuando Zoolander llegó a los cines. Por otro, que nada es tan sencillo como parece. Y, menos que nada, dilucidar el significado exacto de la bolsa de basura más cara del mundo.

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