¿Pero quién permanece en Facebook? Perfil de los últimos usuarios de la primera red social
Frente al ruido de Twitter, los bailes de TikTok y el esteticismo de Instagram, la red creada por Mark Zuckerberg hace 18 años permanece como la resistencia de unos cuantos que quieren charlar con amigos, tiempo y calma
Si se pregunta a unas cuantas personas todavía activas en Facebook qué les gusta de esa plataforma, un elemento común cruzará todas las respuestas: frente a la imagen hipersaturada y frenética de TikTok, la furia de Twitter y la estética casi autoparódica de ...
Si se pregunta a unas cuantas personas todavía activas en Facebook qué les gusta de esa plataforma, un elemento común cruzará todas las respuestas: frente a la imagen hipersaturada y frenética de TikTok, la furia de Twitter y la estética casi autoparódica de Instagram, Facebook sigue siendo un lugar relajado en el que hablar con amigos. El bar de siempre, la mesa camilla. “De Facebook aprecio el espacio para escribir, la actitud favorable a la lectura reposada y la menor aunque no inexistente virulencia”, explica Sergio, de 42 años. “Facebook es una apacible residencia de ancianos donde charlar de nuestras cosas. A veces se lía un poco, como si viniese el monitor de aquaerobic. Es como usar una gramola, fumar en pipa o viajar en diligencia. A veces pienso que nos estamos perdiendo algo, y eso me gusta”.
Carlos, de 41 años, apela a lo colectivo: “La mayoría de mis amigos tienen Facebook y lo consultan, así que lo que quiero compartir con mi entorno lo van a ver. Me he vuelto menos exhibicionista de mi cotidianidad y, como si fuera un artista underground, no aspiro a que mis cosas lleguen más allá”. Raquel, de 42 años, opina que “lo mejor de Facebook es elegir a quién leo y cuándo y, sobre todo, que la gente no se encuentre conmigo de casualidad. A los que están aquí los tengo más o menos controlados, los juzgo y me juzgan con un poco más de contexto. Instagram me satura rápido porque soy más verbal que visual. Me interesa más la gente que analiza que la gente que solo muestra”. “Yo estoy encantado en Facebook con mis obsesiones de viejo, sin estridencias, un poco a salvo y con esa función tan pertinente para la gente olvidadiza que es la de los recuerdos [Facebook ofrece cada día a sus usuarios mensajes o fotografías que compartieron en esa misma fecha en años anteriores] que son como botellas con mensaje devueltas a la orilla”, afirma Álvaro, de 45 años. “Estar aquí en tiempos apocalípticos es lo más parecido (virtualmente) a encontrarse en la casa de Claire en Melancholia”.
O sea, Facebook no está para el exhibicionismo, ni para la discusión con extraños, ni para enterarse de las últimas noticias, ni para descubrir nuevas tendencias. ¿Para qué está entonces? “Para los viejos”, dijo un niño de 11 años como respuesta a una encuesta interna de la compañía según documentos obtenidos por The Wall Street Journal y recogidos en un análisis de The New York Times. Esos mismos documentos revelaban que Facebook lleva años perdiendo usuarios jóvenes en Estados Unidos (no es lo que Facebook muestra en los datos facilitados a sus inversores: la empresa afirma que con 1.970 millones de usuarios únicos cada día, la cifra ha aumentado un 1% respecto al año anterior, pero no se facilitan sus rangos de edad).
Bonita interfaz, ¡me quedo!
Facebook se convirtió en una barca de la que muchos nunca se han bajado, tras saltar durante años de una a otra; era el asentamiento definitivo de una generación que había crecido a la vez que creía el propio concepto de red social. La primera experiencia en este sentido para toda esa generación milenial fue aquel protoinstagram llamado Fotolog, después MySpace y finalmente Facebook, un lugar difícil de entender hasta que todo el mundo se apuntó: resultó ser una gran fiesta donde ver y ser visto, donde entablar conversaciones y compartir gustos comunes. Facebook consiguió hacerse gigante, tanto que se convirtió en la entrada a internet: una carta de presentación digital, el lugar donde los medios de comunicación debían estar para ser leídos y obtener tráfico redirigido hacia sus webs. La puerta del mundo. Nada menos.
Google intentó competir creando sus propias redes sociales a imagen y semejanza, primero Google Wave y después Google+, ambas ya desaparecidas (en 2010 y 2018, respectivamente). Facebook, simplemente, se convirtió en algo lo suficientemente ubicuo y familiar para que ese par de generaciones que crecieron con él se asentasen allí, encontrasen un entorno digital cómodo y, ya sobrepasados los 30 y muchos, no mostrasen interés alguno por empezar de cero en plataformas como Instagram (que Facebook compró en 2012 por 765 millones de euros) o TikTok (que Instagram, según millones de usuarios molestos, intenta imitar últimamente con muy poco disimulo). Facebook puede ser hoy un lugar con una población envejecida, pero queda mucho para que se convierta en la ciudad fantasma que llegó a ser MySpace.
“La arquitectura de Facebook no ha cambiado en dos décadas”, apunta Geert Lovink, investigador en la Universidad de Ciencias Aplicadas de Ámsterdam y director y fundador del Institute of Network Cultures, como una de las posibles causas de esta fidelidad de cierto tipo de público hacia la red social de Mark Zuckerberg. “La idea era, y de algún modo aún es, la de una red social supuestamente gratuita, para amigos y donde otros son invitados para participar en tu muro, como medios de noticias, corporaciones, anunciantes y otros sujetos recomendados”. Las cursivas son suyas.
Lovink comparte la sensación de un éxodo juvenil desde hace unos años, y apunta a que la sombra de sospecha que se ha proyectado sobre Mark Zuckerberg ha sido decisiva a la hora de alejar a la gente de Facebook. “Ahora hay una conciencia masiva de cómo funciona Facebook si lo comparamos con hace cinco años, y esto se ha disparado también entre generaciones más viejas. Los jóvenes se fueron hace ya años a Instagram y luego a TikTok, pero plataformas como Signal o Telegram les han funcionado asimismo como alternativa a WhatsApp [también propiedad de Facebook tras pagar 13.800 millones de euros en 2014]. Como mucho, los jóvenes se ven obligados a usar ocasionalmente Facebook como parte de su identidad digital [para conectarse de forma rápida y sencilla en otras webs y plataformas] o para tener contacto con ciertos mundos oficiales, como el de la familia, la escuela o posibles trabajos. Es lo mismo que sus cuentas de Google, que las necesitan para acceder a YouTube”.
Sin embargo, Lovink ve un motivo añadido para que tantos sigamos en Facebook aunque lo utilicemos con menos asiduidad. “Muchos no saben cómo eliminar gradualmente su presencia allí. En el pasado, las redes sociales simplemente desaparecían, como ocurrió con MySpace, Friendster, Orkut, Sónico o Fotolog. Pero el efecto de bloqueo del monopolio actual ha hecho casi imposible que miles de millones de usuarios eliminen sus cuentas y simplemente sigan adelante”. Algunos lo han hecho. Joel, fotógrafo portugués de 32 años, se decidió tras una ruptura. “Tenía muchísimas fotos y gran parte de mi vida compartida en Facebook. Cuando terminé aquella etapa no quería que siguiese allí. Podría haber dejado de entrar en Facebook, simplemente, pero no quería dejar un rastro digital tan grande”.
Una vida en datos
Borrar ese rastro no es tan sencillo. Joel se vio obligado a buscar un tutorial para conseguirlo y recuerda el proceso como “confuso”. Esto fue en 2020. Actualmente, en un intento de transparencia y sencillez de la compañía tras varios escándalos seguidos durante la legislatura de Donald Trump (las fake news, la trama rusa, el caso Cambridge Analytics o las sospechas de oligopolio), Facebook ofrece instrucciones más claras a sus usuarios sobre su propia privacidad y también sobre cómo hacer desaparecer para siempre su perfil. Eso sí, especifica: “Es posible que guardemos copias de tu información durante 90 días en el almacenamiento de seguridad que utilizamos para poder recuperarla en caso de una catástrofe, un error de software u otros posibles acontecimientos que causen una pérdida de datos. También puede que almacenemos tu información para ciertos casos, como asuntos legales, infracción de condiciones o prevención de daños”.
Otros piensan, precisamente, en esa cantidad de información y recuerdos volcados en la plataforma a la hora de no borrar su perfil en ella. El conjunto de Facebook, Instagram y WhatsApp guarda para algunos demasiados recuerdos preciados, es una especie de álbum personal y diario de vida que no quieren dejar de tener. “Me daría mucha pena perder todo eso”, explica Raquel, de 39 años. “Eso sí, entro y participo menos que antes en Facebook porque hay menos gente. Quedábamos los cuatro de siempre, pero estos mismos escribimos cada vez menos, así que es la pescadilla que se muerde la cola: participo menos porque hay menos gente e imagino que hay menos gente por el mismo motivo”. Es lo que se conoce en el mundo empresarial como efecto red: cuando la calidad y utilidad de un producto depende del número de personas que lo usen. Facebook, como la plataforma que enseñó al mundo entero lo que era el contenido generado por el usuario (con ella nos convertimos, por primera vez en la historia, en consumidores y productores a la vez), es un gran ejemplo de producto dañado por el efecto red. Atraerá a menos gente si todos dejamos de participar. Chartbeat, plataforma medidora de tráfico, ha informado de una pérdida constante de usuarios web redirigidos desde Facebook desde 2021.
Pero mientras tanto, la plataforma es un lugar tranquilo y sus fieles son muy fieles. Su propia naturaleza de mesa camilla crea debates probablemente imposibles en otras redes más dadas a la celeridad y la imagen que han llegado a influir en obras literarias. Alberto Mira, profesor de estudios cinematográficos en la universidad Oxford Brookes y autor del ensayo Crónica de un devenir (2021), explica: “Facebook funciona para mí como un diario y como laboratorio de ideas. En mis últimos libros, que tenían un elemento personal, me gustaba ponerlo a prueba y la verdad es que me ha ayudado a matizar mis planteamientos. Ciertamente la introducción a Crónica de un devenir no habría sido la misma si la gente no me hubiera dicho ‘pues yo no lo veo así' y no me hubiera forzado a explicarme de otra manera”. Probablemente esas interacciones hubiesen sido un simple insulto en Twitter, un breve vídeo de reacción en TikTok y un impersonal corazón en Instagram. En Facebook todavía se conversa, se argumenta y se cambia de opinión. En pleno 2022 eso es más radical que cualquier baile.
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