Sergio G. Sánchez: “Los espejos me daban terror. Estaba obsesionado con que yo no era un niño, sino un anciano”

El guionista de ‘El orfanato’ y ‘Lo imposible’, dos de las películas españolas más taquilleras, debuta en las series con ‘Alma’, ambiciosa producción situada en el lugar favorito de su ficción: la frontera entre la vida y la muerte 

El guionista y director Sergio G. Sánchez

Un grupo de adolescentes sufre un accidente de autobús. Varios pierden la vida y otros consiguen contarlo, mientras que una chica, pese a haber salvado el pellejo, no recuerda nada al despertar en el hospital, para desasosiego de los padres. Al misterio sobre su identidad se unen pronto las incógnitas sobre la naturaleza del accidente, si fue fruto de la niebla, si fue un error humano o si estaba planeado. Es el punto de partida de Alma, la serie que Netflix estrena el próximo 19 de agosto, capaz de concentrar en poco ...

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Un grupo de adolescentes sufre un accidente de autobús. Varios pierden la vida y otros consiguen contarlo, mientras que una chica, pese a haber salvado el pellejo, no recuerda nada al despertar en el hospital, para desasosiego de los padres. Al misterio sobre su identidad se unen pronto las incógnitas sobre la naturaleza del accidente, si fue fruto de la niebla, si fue un error humano o si estaba planeado. Es el punto de partida de Alma, la serie que Netflix estrena el próximo 19 de agosto, capaz de concentrar en poco tiempo las obsesiones de su creador, Sergio G. Sánchez (Oviedo, 49 años): las fronteras entre la vida y la muerte, la búsqueda de significado en la familia o la posibilidad de que un hecho escabroso tenga implicaciones más perversas de lo imaginado.

Vídeo: NETFLIX

Sobre esos temas, Sánchez levantó en 2017 su debut en la dirección de cine, El secreto de Marrowbone, aunque para entonces ya era uno de los nombres propios del fantástico y de la industria en España, gracias al guion de El orfanato (2007), por el que obtuvo el Goya. Dicha película situó también en el mapa al director Juan Antonio Bayona, con quien repitió sociedad –y éxito de taquilla– en Lo imposible (2012).

En Alma, sin embargo, la apuesta es aún más personal. Rodada en su Asturias natal, la serie se encuentra directamente vinculada a vivencias personales del autor. Igualmente, frente a quienes critican una presunta homogeneidad en la oferta de plataformas, pocos podrán acusar a esta producción de nueve capítulos de falta de riesgo y ambición. Entre el drama young adult y el terror adolescente de los años noventa, sus tramas involucran un componente mitológico que llega a evocar la memoria del cine fantástico español más añejo y desprejuiciado, aunque al propio Sánchez se le pongan los ojos como platos ante la mención de cineastas como Amando de Ossorio.

“No lo habría pensado en la vida, pero entiendo la relación. Nunca sabes hasta qué punto estás empapado de esas cosas que ves de pequeño”, responde. Los reconocibles rostros de Milena Smit y Josean Bengoetxea son, de entrada, los más populares de un reparto joven tan poco conocido como, en su momento, lo eran los actores de El secreto de Marrowbone, entre los que se encontraban George MacKay, Mia Goth, Charlie Heaton y Anya Taylor-Joy (por no hablar de ese niño de Lo imposible que acabaría convirtiéndose en Spider-Man).

El actor Pol Monen, que interpreta a Bruno en 'Alma'.LANDER LARRAÑAGA/NETFLIX (LANDER LARRAÑAGA/NETFLIX)

Con sus antecedentes, ¿no le vienen muchos aspirantes a estrella rogando que los descubra? Debo reconocer que Alma ha sido la primera vez que he notado que la gente venía nerviosa a un casting. Cuando hicimos las pruebas de El secreto de Marrowbone, hubo ciertos actores que no me podía creer que se presentaran. Lo difícil, de hecho, fue convencer a los productores de que no quería esos nombres, sino a quienes finalmente hicieron la película. Pero entonces no me parecía que nadie sintiera que su vida dependía de obtener ese papel. Aquí, con algunos, sí percibía que mi presencia pesaba en la habitación y eso no me gustaba. Luego en el rodaje se les olvida, porque hago tal clase de animaladas y tonterías que es imposible guardarme el respeto.

La serie, de hecho, es muy exigente a nivel interpretativo por las diferentes dimensiones de los personajes, por ejemplo en el caso de Mireia Oriol. ¿Fue un proceso complejo? En un momento dado, a los actores les dieron un enlace para que vieran los primeros episodios. Estaban superemocionados y el comentario que más repetían era “¡Se entiende todo!” [ríe]. Sobre el papel, les parecía tan enrevesada que tenían la preocupación de que fuera difícil de seguir. Son muchas capas y el trabajo de Mireia era el más complicado. Claudia [Roset, que interpreta a Deva] apenas tenía experiencia y dudaba mucho, pero está increíble y ha acabado siendo uno de los hallazgos de la serie. Tampoco fue fácil con Milena Smit, porque su personaje es un misterio en casi toda la temporada. Ella, para llegar ahí, tenía que entender y construir su interpretación con cosas que están en off. Cada uno tenía su dificultad.

¿En qué siente que se diferencia Alma de sus anteriores incursiones en el género fantástico, más allá del formato? Yo no consideraba que hubiese hecho nada abiertamente fantástico todavía. Lo que he hecho roza el género, aunque al final son retratos de mentes rotas. Aquí es la primera vez que entro de lleno. Para mí no había fantasmas en El orfanato, pero para Jota [apodo del director Juan Antonio Bayona], sí. Tampoco los había en El secreto de Marrowbone. Este es otro tipo de historia. Siempre hablo de Henry James y de Shirley Jackson, escritores muy ambiguos que se mueven en esa fina pared donde nunca sabes si lo que estás viendo es real o no. Pero aquí tiré eso por tierra, desde el primer momento de la serie sabemos que estamos en un universo fantástico.

La mecánica de sus guiones, frecuentemente, tiene que ver con personajes siguiendo hilos: la investigación de Belén Rueda en El orfanato, las pistas hasta el reencuentro de la familia de Lo imposible… Aquí, literalmente, una madeja de lana juega un papel importante. ¿Diría que diseña las historias como si fueran mapas? ¡La madeja estaba bien embarullada al principio, la verdad! Tuvimos que hacer muchos mapas en esta serie. Todo lo desglosamos, especialmente los guiones de los chicos y, sobre todo, de Mireia, poniendo cada cosa con un color, para tener la referencia de dónde está el personaje. No es que aquí haya tantas tramas, porque realmente son dos, lo que pasa es que tienen muchas ramificaciones. Desde Netflix me ayudaron mucho a clarificar, porque yo creo que tengo una tendencia a retorcer las historias para que todo tenga una segunda y una tercera lectura. Siempre me obsesiona que, cuando veas por segunda vez una película o una serie que yo haya escrito, tengas una lectura distinta. A veces, mi productora, Belén Atienza, me dice que estoy todo el rato pensando en la segunda lectura en vez de centrarme en la primera.

El tema del umbral entre la vida y la muerte es también habitual en sus historias. ¿Hay algún motivo concreto por el que le interese tanto? No lo sé muy bien. Yo tuve un accidente de tráfico en 2005. Volviendo de Barcelona a Asturias, pillé una placa de hielo en la carretera, con tan mala suerte que estaba en un viaducto que pasaba por la vía del tren y caí a la vía, 12 metros más abajo. Estuve cuatro meses recuperándome en el hospital. Lo primero que me dijeron fue que seguramente me iba a quedar tetrapléjico y ciego. En ese proceso, me pasaron por la cabeza muchas cosas. Aunque para mí, lo más heavy es que no recordaba el accidente. Pensaba: “Qué terror tan salvaje hay que sentir para que tu cerebro decida que es mejor escondértelo”. Ahí nació la historia de Alma, el personaje, y su proceso de recuperación de recuerdos. Hay otra parte de la serie que me toca muy personalmente. En mi familia, viví muy de cerca el proceso horrible de alguien muy joven a quien diagnosticaron una enfermedad sin salida posible. Eso dejó una mella muy grande en mí, que necesitaba sacar de alguna manera. Pero no creo que mi obsesión con el umbral venga de ahí, todos tenemos un jardín con tesoros enterrados y la vida te va dando las herramientas para desenterrarlos. Yo siempre he tenido esta cosa intuitiva con la muerte. Es verdad que era un niño muy enfermizo, estaba todo el rato entrando y saliendo de hospitales, hubo un par de veces donde me dijeron que la palmaba. Y tenía mucho pánico a los espejos…

¿Cómo la familia de El secreto de Marrowbone, que los tapaba? ¡Sí! Es por una idea muy extraña que tenía de niño. Los espejos me daban terror porque estaba obsesionado con que yo no era un niño, sino un anciano recordando su infancia y que, en el momento en el que me viese, mi infancia se iba a acabar de golpe e iba a tener 80 años. ¡Así que no quería mirarme! No sé de dónde salen esas cosas, ¡igual tengo un trastorno! Son temas que me obsesionan. Las fronteras me interesan mucho, entre infancia y madurez, vida y muerte, realidad y fantasía, imaginado y vivido… En ese terreno de nieblas es donde me gusta moverme o me sale todo con más facilidad.

Entre los guionistas hay mucho debate con la ética de los giros argumentales y el modo apropiado de plantarlos. Siendo usted un autor muy dado a las sorpresas, ¿ha desarrollado algo así como unas reglas propias? Lo importante es que, si juegas a eso, tengas clara la historia en tu cabeza, en qué capas de lectura quieres moverte, qué detalles quieres que el espectador reciba de primeras y qué otros te guardas para después. En Alma, la imagen que abre la serie ya cuenta muchas cosas, aunque no lo aprecias hasta que ves el final. Me gusta meter muchas cosas así en las historias. El secreto de Marrowbone polarizó muchísimo las opiniones por eso. Depende de los gustos personales. Hay gente a la que le gusta enfrentarse a una película que funcione como un pasatiempo o un puzle e ir juntando todas las fichas. Y hay otra gente a la que no le gustan esos juegos, porque siente que le ocultan cosas y tiene reacciones viscerales si ocurre algo que no espera. Les entiendo, ¡pero es que eso es parte de la mecánica! Al menos, yo intento ser honesto y coherente, que todo tenga un por qué y una razón de ser. Que, más allá de la trama, estés tratando unos temas y haya algo de fondo con lo que puedas identificarte y suponga un enganche. Creo que cada historia es como una señal de radio, hay un emisor que la lanza y hay receptores por ahí, pero sí tú no estás en sintonía, ni has vivido nada parecido, ni nada de lo que estás viendo te representa, te puede pasar por encima de la cabeza.

Cuando ganó el Goya por El orfanato, en su discurso de agradecimiento contó que el guion había estado 10 años cogiendo polvo. ¿Sigue habiendo miedo en España a apostar por el fantástico o cree que ahora hay más valentía gracias, precisamente, al éxito de una película como aquella? En aquel momento, era muy difícil. Me tiré 10 años escuchando, productora tras productora, que no entendía los mecanismos del género, que estaba intentando combinar melodrama con cine de terror, dos elementos que decían que no casaban. Recuerdo mucho a una señora que decía que eso era agua y aceite. Pero es la combinación que hace especial a El orfanato. Llevó mucho tiempo y tuve pánico por otras películas parecidas que se estrenaban. Cuando salió Los sin nombre (1999), que iba también de una madre en busca de su hijo, pensé que me habían pisado. ¡Luego salieron quinientas del estilo y ya me dio igual! Pero sí que creo que esa combinación con lo emocional antes no era parte de la percepción ni estaba en el imaginario del terror, surge en algún momento de la primera década de los 2000. Es algo que ha cambiado mucho, aunque antes se dijese que no funcionaba.

¿Mantiene la amistad con Juan Antonio Bayona? Mantenemos la relación, claro que sí. Cuando empezamos con Alma, él ya estaba en Nueva Zelanda rodando la serie de El Señor de los Anillos, y era gracioso porque nuestra productora, Belén Atienza, estaba allí con él, iba recibiendo lo que grabábamos y se preguntaba qué hacían en Nueva Zelanda en un plató con cromas cuando nosotros teníamos todo eso en Asturias [ríe].

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