“Nadie te va a creer”: la complicada personalidad de Bill Murray, medio siglo de caos dentro y fuera de los rodajes
La pausa en la producción de ‘Being Mortal’, cuyos responsables se encuentran investigando la conducta del actor tras la queja de una compañera, es solo uno de los muchos conflictos que la temperamental estrella de la comedia acumula a lo largo de casi 50 años de carrera
Tener a Bill Murray en una película es garantía de muchas cosas: su viabilidad comercial —que tantas carreras de directores indie ha propulsado—, la simpatía inmediata de parte del público, una hondura imprevista para los personajes que interpreta gracias a la expresividad de su rostro o los chispazos de genio derivados de la innata capacidad del cómico para la improvisación. También es garantía de no tener un rodaje tranquilo. A finales de abril trascendió la noticia de la pausa...
Tener a Bill Murray en una película es garantía de muchas cosas: su viabilidad comercial —que tantas carreras de directores indie ha propulsado—, la simpatía inmediata de parte del público, una hondura imprevista para los personajes que interpreta gracias a la expresividad de su rostro o los chispazos de genio derivados de la innata capacidad del cómico para la improvisación. También es garantía de no tener un rodaje tranquilo. A finales de abril trascendió la noticia de la pausa en la grabación de Being Mortal, última película de Murray, a consecuencia del “comportamiento inapropiado” del actor, según informó un miembro del equipo a The New York Times. Con la productora Searchlight Pictures en plena investigación, las especulaciones sobre lo que podía haber sucedido apuntaban a algo grave, por los precedentes: los ataques de ira, las malas relaciones con otros compañeros o la imprevisibilidad de la conducta de la estrella eran habituales y ampliamente conocidos en la industria, de modo que, para superar su propio listón y paralizar todo un rodaje, el actor debía cruzado algún límite inédito.
Los temores empezaron a confirmarse cuando el medio Page Six se hizo eco de una fuente interna de la producción, que decía que Murray estaba siendo “muy tocón”, “puso un brazo alrededor de una mujer, le tocó el cabello” y provocó que “algunas mujeres se sintieran incómodas”. Sin embargo, tanto esa fuente como otro entrevistado subrayaron que “todo el mundo ama a Bill” y que lo hacía “de manera cómica”: “Le encanta flirtear, disfruta de la poesía y del romance, pero siempre lo envuelve en comedia. No está claro si cruzó una línea”. Tras un silencio de varios días, Bill Murray concedió una entrevista y ofreció su versión de lo sucedido, que apuntalaba la tesis de una broma fallida: “Hubo una diferencia de opiniones con una mujer con la que estaba trabajando. Hice algo que yo consideraba gracioso y no se entendió así”, declaró a la cadena CNBC. “El mundo es distinto a cuando yo era pequeño. Lo que yo veía gracioso de niño no se ve necesariamente como gracioso ahora. Las cosas cambian y es importante que me dé cuenta”, explicó, asegurando que estaba “tratando de hacer las paces” con la mujer que presentó la queja y que todo lo sucedido le estaba resultando “bastante educativo”. Y, lejos de victimizarse, ejemplificó: “Creo que quienes no pueden aprender nada nuevo son los perros viejos. Yo no quiero ser como un perro viejo”.
A falta de que se conozcan las conclusiones de la investigación, otra referencia a tener en cuenta sobre lo que podía haber sucedido la ofrecía en Instagram una actriz que trabajaba con Bill Murray en la película, Keke Palmer, que, sin mencionarlo explícitamente y antes de que se suspendiese la producción, escribió: “No todo tiene que ver siempre con lo bueno que eres en tu trabajo… Tiene que ver con cómo te muestras en el trabajo. ¿Llegas puntual? ¿Tienes una buena actitud? ¿Eres eficiente? ¿Eres flexible? ¿Mantienes la calma bajo presión? ¿Eres buen comunicador?”.
Murray se ganó muy pronto, desde sus comienzos en Saturday Night Live, una gran fama de actor conflictivo. Especialmente célebre fue su pelea a puñetazos con Chevy Chase después de una rápida escalada verbal, a consecuencia de la tensa salida de este del programa y su regreso un año después. En 2019, el actor Richard Dreyfuss habló sobre las conocidas desavenencias con Murray durante el rodaje de ¿Qué pasa con Bob? (1990), asegurando que el actor le lanzó un cenicero a la cara. El hijo de Dreyfuss desveló que Disney tuvo que contratar guardaespaldas en plena producción de aquella película para proteger al equipo y contener a Murray. También fue muy famoso su desencuentro con Lucy Liu, a la que se dirigió, según la actriz, “en muy malos términos” mientras ambos realizaban Los ángeles de Charlie (2000): de acuerdo con la versión que algunos trabajadores de la película dieron en su día, los insultos y desprecios de Murray a las aptitudes interpretativas de la actriz llegaron hasta el punto de que Liu acabó agrediéndole físicamente con el apoyo de sus compañeras.
El actor de ‘Lost in Translation’ aderezaba sus apariciones sorpresa, antes de marcharse velozmente, diciendo: “Nadie te va a creer”.
Con Bill Murray como amigo, igualmente, tampoco parece hacer falta tener enemigos. El también cómico y frecuente compañero de reparto Dan Aykroyd solía referirse a él como The Murricane (el “Huracán Murray”) por sus severos y repentinos cambios de humor. Y si bien Atrapado en el tiempo (1993) es, con permiso de Los cazafantasmas (1984), la comedia más popular de la carrera del actor, también marcó el final de su relación con Harold Ramis, director y colaborador durante muchos años. Murray, que estaba atravesando un proceso de divorcio, no dirigió la palabra a su colega durante la mayor parte del rodaje y, a modo de burla, contrató a una intérprete sordomuda para comunicarse con él, sin que ninguno de los dos supiese lenguaje de signos. Ramis y Murray llegaron a las manos y no se reconciliaron hasta poco antes del fallecimiento del primero, en 2014. Para el director, la gestión de emociones de Murray era comparable a la de un niño incapaz de expresar u obtener lo que quiere de otra manera que no fuesen “berrinches”.
Una filosofía al límite
En el libro Cómo ser Bill Murray (editado en España en 2016 por Blackie Books), el periodista Gavin Edwards trataba de resumir los principios filosóficos que regían la misteriosa figura de la estrella, seguramente una de las celebridades con mayor ratio de anécdotas rocambolescas presenciadas por testigos diferentes. A medio camino entre la biografía y el documental de avistamientos, en sus diferentes capítulos se recogían una gran cantidad de historias contrastadas de personas de a pie declarando todo tipo de disparatados encuentros con el actor: Murray robando patatas de una bolsa a un desconocido mientras esperaba a cruzar un semáforo, presentándose por sorpresa en fiestas universitarias para fregar los platos, entregando pizzas a domicilio, poniéndose a servir cócteles en un bar, metiendo la mano en bolsillos ajenos para regalar dinero, siendo detenido por conducir un carrito de golf en Estocolmo de madrugada y sobrio… La frase recurrente con la que el actor de Lost in Translation aderezaba estas apariciones sorpresa, antes de marcharse velozmente, era: “Nadie te va a creer”. Edwards describe en su libro, básicamente, a una persona en una constante cruzada personal por hacer del mundo un lugar más extraño.
Harold Ramis recordaba una ocasión, en la época de Saturday Night Live, en la que ambos caminaban por la calle cuando, de repente, un admirador se acercó a Murray para decirle lo mucho que le divertía su trabajo. “¡Cabrón, te voy a morder la nariz!” fue, de acuerdo a Ramis, la colérica y descabellada respuesta del cómico, que acto seguido forcejeó durante un rato con el viandante hasta, finalmente, pegar un mordisco a su nariz. La narración del libro de Edwards, que no elude sus controversias violentas —tampoco las acusaciones de “comportamiento agresivo” que formuló su exmujer, la diseñadora de vestuario Jennifer Butler, que en el proceso de divorcio obtuvo la custodia de los cuatro hijos que compartían—, encaja bien con lo expresado por los miembros del rodaje de Being Mortal al admitir que es difícil saber cuándo el actor está haciendo una creativa performance y cuándo se está comportando mal. También en lo relativo a su profesionalidad, por su documentada alergia a seguir los guiones, su dificultad para llegar a la hora, su afición por desaparecer o, sencillamente, ser imposible de contactar, puesto que se niega a tener agente y ofrece su teléfono o correo solo a un círculo de confianza muy reducido, bajo riesgo total de expulsión para quien lo revele a terceros.
Algunos compañeros, eventualmente, se han cansado de trabajar con él, como la productora Laura Ziskin, que, tras una docena de colaboraciones, decidió dejar de pasar por normal su forma de ser después de que la lanzara a un lago y rompiese sus gafas de sol. “Lo que siempre espero es que esa situación me despierte”, declaró Murray al autor Gavin Edwards cuando le preguntó por su afición a provocar momentos rocambolescos: “Y si veo que alguien no acaba de lanzarse pienso ‘Vale, voy a tratar de despertar a esa persona’. Es lo que me gustaría que otros hiciesen por mí, que me despertasen, coño”.
La media sonrisa de Murray ha bastado durante décadas para que hasta sus víctimas más agraviadas le disculpen todo. Richard Dreyfuss declaró haberle perdonado por el incidente del cenicero. El cómico también afirmó haberse reconciliado con Lucy Liu. Chevy Chase y él volvieron igualmente a ser amigos. E incluso el cineasta Richard Donner, con quien discutió “cada minuto de rodaje” en Los fantasmas atacan al jefe, acabó alabando su “soberbia creatividad”. “Yo solo tengo la reputación de ser alguien difícil con quien trabajar por parte de gente con la que no me gustó trabajar”, declaró Murray a The Guardian en 2018, poniendo de ejemplo a tres directores que siempre repetían con él en sus proyectos: Jim Jarmusch, Wes Anderson y Sofia Coppola. Está por ver si el actor consigue también el perdón en la crisis que paralizó Being Mortal. Aunque sea a base de incorporar a su filosofía el aprendizaje y los trucos nuevos que no estarían al alcance de un perro viejo.
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