Ugo Rondinone: “Creo en el arte público y la entrada gratuita al museo. La gente tiene hambre de experiencias”
El artista suizo juega con los opuestos en sus obras, pero también se alimenta de lo más íntimo: el amor y la pérdida, que conoce bien tras perder a dos parejas
No es fácil describir la práctica de Ugo Rondinone (Brunnen, Suiza, 58 años), que el artista explica a partir de una pérdida en su vida. “El punto de inflexión fue 1988, cuando todavía era estudiante en la Academia de Arte de Viena y mi novio, Manfred Welser, murió de sida. Después de un tiempo de conmoción, me alejé del dolor y encontré en la naturaleza un mapa espiritual para el consuelo y la regeneración”. Desde entonces, añade, la contradicción se convirtió en el motor ...
No es fácil describir la práctica de Ugo Rondinone (Brunnen, Suiza, 58 años), que el artista explica a partir de una pérdida en su vida. “El punto de inflexión fue 1988, cuando todavía era estudiante en la Academia de Arte de Viena y mi novio, Manfred Welser, murió de sida. Después de un tiempo de conmoción, me alejé del dolor y encontré en la naturaleza un mapa espiritual para el consuelo y la regeneración”. Desde entonces, añade, la contradicción se convirtió en el motor de su obra. “Mi trabajo se organiza mediante dos formas opuestas de mirar: hacia dentro de uno mismo o hacia afuera, a la naturaleza”.
La conversación con ICON tiene lugar en el Petit Palais de París, exquisito templo de la arquitectura Beaux-Arts que ocupaba el pasado otoño (de forma abiertamente disruptiva) con sus esculturas de cuerpos humanos suspendidos del techo o sentados en el suelo. También había un frenético vídeo con danzas tribales proyectado dentro de una construcción cilíndrica que se había plantado en mitad del edificio. Ha repetido la operación en When The Sun Goes Down The Moon Goes Up (Cuando cae el sol sube la luna), que se puede visitar hasta el 18 de junio en el Museo de Arte e Historia de Ginebra, donde sus obras dialogan con los cuadros de los pintores simbolistas del siglo XIX Ferdinand Hodler y Félix Vallotton, entre otras piezas del propio museo.
Contestatario incluso contra sí mismo, ha construido su carrera profesional acumulando opuestos. Ya desde sus primeras exposiciones, a principios de los noventa: “Inicié dos grupos de pintura simultáneamente: uno, los grandes paisajes en tinta inspirados en Goethe, se enfocaba al pasado, y el otro, las pinturas concéntricas con aerógrafo (Sun paintings), al futuro”.
Su página web se organiza en dos secciones llamadas Noche y Dïa. La primera muestra obras en blanco y negro o en los tonos naturales del bronce o la piedra, y la segunda recoge el espectro del arcoíris. Algo que se materializó con especial elocuencia en Human Nature (2013), el conjunto de esculturas antropomórficas de piedra desnuda que expuso frente al Rockefeller Center de Manhattan, y Seven Magic Mountains (2016), quizá su obra más conocida, siete tótems de rocas pintadas en colores rabiosos y apiladas hasta alcanzar los 10 metros de altura, en pleno desierto de Nevada.
En ambas integraba, además, dos tendencias artísticas en teoría irreconciliables: “Era como instalar land art en la ciudad y pop art en la naturaleza, un juego de contrastes entre el entorno natural y el artificial. Pero mi objetivo con todo esto es desarrollar un vocabulario universal, que cualquiera pueda entender: la ventana, la puerta, el payaso, el árbol, el sol, la luna... Como los arquetipos de Carl Jung, esas formas arcaicas de conocimiento innato transmitidas desde nuestros antepasados”.
Cabe buscar en su infancia otro origen para esa tensión entre extremos. Nació en una Suiza “de postal” de padres inmigrantes originarios de Matera (Italia), ciudad conocida por sus ancestrales construcciones rupestres, donde pasaba las vacaciones de verano con su abuela. “Esos dos mundos no podían ser más diferentes: por un lado, el lago azul y los prados verdes de Brunnen y, por otro, el paisaje árido de piedra caliza marrón grisácea de Matera”. Después, en Zúrich, trabajó como asistente de Hermann Nitsch, accionista vienés conocido por sus oscuras performances rituales llenas de violencia, un lugar del que afirma sentirse muy alejado a pesar de que en su día le fascinara por su ritualidad mística: “Me veo a mí mismo como un artista de la luz. Y el color es la luz del mundo. No quiero levantar muros entre el espectador y yo, sino abrir puertas y ventanas”.
En esta línea presentó la pasada primavera, en la Scuola Grande di San Giovanni Evangelista de Venecia, una exposición, Burn Shine Fly, plagada de motivos religiosos en tonos brillantes y festivos, empezando por una gran escultura con forma de corona de espino que daba la bienvenida en el exterior. Papel similar al que después cumplirían sus Monjes de colores frente a las escalinatas del Petit Palais. Ahora, en el MAH de Ginebra, su intención es de nuevo liberar al museo de su imagen de torre de marfil aislada del mundo, porque considera que el arte debería estar integrado en la vida cotidiana: “Soy un creyente en el arte público y un defensor de la entrada gratuita al museo. Cuando en 2021 Christo y Jeanne-Claude empaquetaron el Arco de Triunfo, fue un buen ejemplo de cómo el arte puede afectar a las personas, porque lo disfrutó mucha gente que no suele ir a museos. Para mí, esto es una prueba de que la gente tiene hambre de tales experiencias. No es diferente a cuando una orquesta conocida toca en un parque, por ejemplo”.
En 1988 se casó con su amiga y compañera de estudios Eva Presenhuber, galerista que hoy representa su obra, porque ella era austriaca y eso facilitaba el abrir galería en Suiza. Pero afirma que su único matrimonio de verdad es el que lo unió con el poeta y artista norteamericano John Giorno, 28 años mayor que él, que en la década de los sesenta estuviera vinculado sentimental y profesionalmente con Andy Warhol: “Llegué a Nueva York en la primavera de 1997 y conocí a John en una actuación en la iglesia de San Marcos unas semanas después. A partir de entonces fuimos una musa el uno para el otro, y amantes y socios hasta su repentina muerte en octubre de 2019″.
Antes de esta otra gran pérdida personal, tuvo tiempo de dedicarle, como comisario, una retrospectiva en el Palais de Tokyo parisino (2015) que después, con motivo del 80 cumpleaños de Giorno, se expandió por 13 ubicaciones de Manhattan. Bajo el título Ugo Rondinone: I ♥ John Giorno, se basaba en la idea del archivo personal y ponerla en pie fue una tarea titánica: “Contraté a dos archivistas que durante cuatro años clasificaron 12.000 documentos que organicé en 80 libros; uno por cada año de la vida de John. Fue un experimento artístico único”. Un vídeo, Thanx 4 Nothing, mostraba a Giorno leyendo uno de sus poemas. Habría que estar hecho de amianto para no emocionarse. “¡La explicación a eso es el propio John Giorno!”, asegura Rondinone. “Si se hubiera hecho con otra persona no habría sido igual. Estaba en la cumbre de su capacidad mental. Y aún siento que sigue conmigo”.
Puedes seguir ICON en Facebook, Twitter, Instagram,o suscribirte aquí a la Newsletter.