Hechos de pan y con fecha de caducidad: así son los muebles (no comestibles) de Pain
El proyecto artístico de Nerea López y Elena Gallen dio una vuelta de tuerca a la fiebre por hornear pan que vivimos durante el confinamiento la pasada primavera. Una forma de arte efímero que indaga en la belleza de lo fugaz y las posibilidades estéticas del alimento más cotidiano del mundo
En octubre de 2018, Banksy puso patas arriba el mundo del coleccionismo del arte cuando una copia sobre lienzo de su obra Girl with balloon (Niña con globo) se autodestruyó en apenas unos segundos ante la sorpresa de todos los asistentes a la subasta en la sede londinense de Sotheby’s. Un mecanismo en el interior del marco hizo añicos la obra como por arte de magia tras haber sido vendida por más de un millón de euros.
Lo que podría ser una broma pesada del artista británico aún ...
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En octubre de 2018, Banksy puso patas arriba el mundo del coleccionismo del arte cuando una copia sobre lienzo de su obra Girl with balloon (Niña con globo) se autodestruyó en apenas unos segundos ante la sorpresa de todos los asistentes a la subasta en la sede londinense de Sotheby’s. Un mecanismo en el interior del marco hizo añicos la obra como por arte de magia tras haber sido vendida por más de un millón de euros.
Lo que podría ser una broma pesada del artista británico aún sin identificar, o una crítica feroz a los precios desorbitados que una obra puede alcanzar hoy en día, es una de las infinitas caras que el arte efímero puede ofrecer. Y que no solo se manifiesta a través de una pincelada o un metal con el que esculpir. Alimentos y sustancias con fecha de caducidad son los materiales predilectos en esta expresión artística que busca recalcar la fugacidad y la cualidad de cambio en el tiempo. Entre ellos, el pan.
Elena Gallen (Valencia, 1984) y Nerea López (Almería, 1986) ‘amasan’ en Pain, el proyecto artístico que vio la luz en pleno confinamiento la pasada primavera, creando objetos esculturales elaborados solo con harina horneada, levadura y agua. Es decir, el pan de toda la vida. El alimento elaborado más común de la humanidad se convirtió para ellas, a raíz de la pandemia, en un territorio creativo exóticamente familiar, donde explorar y canalizar la belleza de lo fugaz. “Nuestro interés concreto por el pan llegó durante la revalorización que vivió la harina esos meses. Un alimento tan cotidiano, y poco útil para gran parte de nuestra generación que no usa la cocina y come alimentos procesados, de repente pasó a ser un bien preciado que se agotó en los supermercados y que la gente usaba para dar salida a su creatividad. La cocina se convirtió en uno de los pocos espacios en los que podíamos jugar mientras seguíamos encerrados”, señala Nerea López. La integrante del estudio de fotografía Antártica en Madrid y realizadora de vídeos comerciales confiesa que vivió en primera persona esa fiebre por hacer pan y repostería.
Durante días intercambió recetas vía Zoom con su amiga Elena Gallen, guionista de formación y directora creativa de proyectos artísticos y comerciales para clientes como la productora Canadá, Camper, La Casa Encendida o el MUSAC de León. Ante su escasa destreza con el pan horneado decidieron dar un giro total a este hobby postpandémico y unir sus intereses artísticos, atraídas por la idea de fabricar con materia orgánica objetos de producción industrial tales como una silla, una lámpara o una mesa de diseño. “Los artistas contemporáneos acostumbran a hacer uso del plástico, la fibra de vidrio y otros materiales sintéticos. La harina, además de ser barata y accesible, aún está inexplorada más allá de su uso culinario. La idea de utilizarla para crear muebles, objetos cotidianos y piezas escultóricas nos sedujo mucho. Nuestras obras son efímeras, disfuncionales y con cierto toque surrealista, pero a la vez nos remiten al diseño de interiores y tienen una correlación directa con el día a día y también con el hogar. Durante esos días la casa se convirtió para nosotras, más que nunca, en un refugio y patio de juegos”, señala Gallen.
Arte recién horneado con fecha de caducidad
Ya en la desescalada, cuando pudieron verse las caras de nuevo, las piezas concebidas por videoconferencia se hicieron realidad y fueron inmortalizadas por el objetivo de Nerea López. Abrieron una cuenta de Instagram a modo de galería donde dar a conocer cada obra que iba saliendo del horno y en apenas unos días la plataforma curatorial de artesanía y arte objetual Kitte.studio contactó con ellas para incluir sus fotografías impresas en papel de periódico dentro su catálogo online.
La elección del nombre, al igual que su materia prima, no es casual. El vocablo pain (“dolor” en inglés), no solo pretende crear un juego de palabras con el alimento, sino que alude al momento en el que se gestó el proyecto. “Queríamos un nombre que sonase universal. Pensamos en conceptos que remitiesen de forma directa al pan, pero a la vez queríamos que no pareciese algo impersonal. Las fechas en las que nació Pain fueron, además del contexto global de miedo e incertidumbre que vivimos todos, un tiempo complicado a nivel emocional para una de nosotras. Este proyecto se convirtió en una forma de combatir y atenuar ese dolor”, explica Nerea López.
Esa incógnita que planteó Banksy en Sotheby’s sobre el sentido o no de comprar una obra que tarde o temprano terminará desapareciendo, se traslada a la fugacidad que un alimento perecedero como el pan puede imprimir a cualquier pieza. “Existen antecedentes de conservación en el arte orgánico, pero hasta donde hemos visto, está claro que no es fácil. Las esporas de los hongos atacan con facilidad el pan, especialmente en condiciones de humedad. Esto hace que la mayoría de piezas se tengan que desechar rápidamente. Por eso quizá [Pain] tienen más cabida en entornos expositivos o eventos efímeros, pero también nos planteamos hacer por encargo piezas más realistas como las lámparas, con una lámina fotográfica que preserva el objeto en estado óptimo”, puntualiza Gallen.
Su proceso creativo, al igual que otras manifestaciones de arte efímero, es tan sorprendente como sencillo. En primer lugar, las creadoras de Pain dejan claro que su materia prima no es el pan, sino una mezcla de agua y harina con la que conseguir una forma deseada antes de cocerla en el horno. ”Básicamente hacemos el mismo uso de la harina que un escultor puede hacer del barro o la arcilla”, puntualizan. Esta harina debe reunir ciertas condiciones de flexibilidad, firmeza, retención de la humedad y color. A continuación, rocían cada pieza con una capa de spray de nobecután, un potente antiséptico que forma una película transparente para proteger de la humedad. “Es el producto que usó el embalsamador de Dalí para conservar su bigote”, desvela Gallen.
Ademas de contar con piezas más personales, como lámparas y esculturas, la estética que envuelve a los muebles de Pain viaja en el tiempo reinterpretando clásicos del mobiliario moderno como la silla 14 de Michael Thonet de 1854 o la mesa que Isamu Noguchi fabricó en los años cuarenta con su mismo nombre. “Optamos por trabajar estos diseños clásicos sin saber hasta qué punto lograríamos reproducirlos fielmente. La elección surge de forma orgánica, en el proceso de creación hay piezas que cristalizan y otras que desestimamos. Mientras, vamos concretando una estética pero creemos que todavía es demasiado pronto para definirnos”.
Ni ‘food art’ ni muebles que se comen
Nerea y Elena recalcan que su proyecto artístico no trata sobre objetos comestibles ni está en la esfera del llamado Food Art, el arte culinario protagonista del festival de Berlín que organiza la artista, cocinera y fundadora de la galería Entretempo Kitchen, Tainá Guedesel. Tampoco se engloban en esa corriente de cuquismo foodie venida de Japón que enloquece en Instagram bajo el hashtag #kawaiifood.
Pain es una reflexión sobre el consumismo rápido y efímero que impera en la actualidad. “En la fast-culture [cultura rápida] en general, y en la vorágine de Instagram en particular, el valor de cualquier obra se reduce a su función estética, no en sí misma sino por la forma en la que se comparte y es recibida por el público. El proceso y el concepto que subyace parece irrelevante o se pasa por alto. En Pain, en cambio, el proceso es totalmente artesanal, largo e imperfecto. Pero el resultado aunque sea bueno siempre es efímero, y desechamos las piezas a las 24 o 48 horas de haberlas fabricado. Por eso las fotografiamos en estado óptimo, para que sean consumidas digitalmente”.
Las obras de Pain no son las únicas en las que el pan desempeña una función más allá del disfrute de nuestro estómago. El trabajo de la escultora neoyorquina Lexie Smith, que Nerea y Elena citan como referente, utiliza la masa madre como herramienta política para dibujar un atlas social en el proyecto Bread on Earth, según las maneras de consumirla en diferentes partes del mundo. Las reproducciones de cuadros famosos de Ju Duoqi o Tatiana Shkondina a partir de alimentos tan comunes como una manzana o una col, o las máscaras grotescas de James Ostrer, que incorporan todo tipo de golosinas y helados, son otros ejemplos de cómo la comida puede servir al arte más allá de los fogones.
En España, la obra de Claire Morgan que acogió la muestra ON & ON en La Casa Encendida contó con un manto de más de 8.000 fresas que iban pudriéndose a lo largo de los días. La incorporación de más fruta fresca buscaba crear un contraste poético de olores, entre lo putrefacto y lo nuevo. Flora Fairbairn y Olivier Varenne, comisarios de la exposición, explicaban en la web del centro cultural madrileño el valor en alza del arte con fecha de caducidad: “Vivimos en un mundo sometido a un control constante por parte de los medios. Los artistas responden con obras efímeras que, por su naturaleza, no se pueden rastrear realmente. Estas obras tan dispares tienen en común su interés por los estados de cambio. Evolución, disolución, memoria, fragilidad y envejecimiento”. Ese transcurso vital que puede llegar a experimentar un objeto tan cercano como el pan.