¿Puede la arquitectura ser curativa? El sanatorio de tuberculosos de Alvar Aalto cumple 90 años
El hospital de Paimio, cerca de Helsinki, hoy es una fundación que protege su legado, permite alojarse en algunas de sus habitaciones y, sobre todo, recuerda el trascendental papel de la arquitectura a la hora de construir centros sanitarios
La sensación que producía el sanatorio de Paimio a los recién llegados era muy diferente de la que ahora se tiene al verlo alzarse entre los altos pinos tras un viaje de hora y media en coche desde Helsinki. Inaugurado en 1933 para tratar la tuberculosis, el sanatorio marcó un hito en la carrera de Alvar Aalto y los admiradores del gran arquitecto finlandés saben que sus instalaciones (sin uso médico y abier...
La sensación que producía el sanatorio de Paimio a los recién llegados era muy diferente de la que ahora se tiene al verlo alzarse entre los altos pinos tras un viaje de hora y media en coche desde Helsinki. Inaugurado en 1933 para tratar la tuberculosis, el sanatorio marcó un hito en la carrera de Alvar Aalto y los admiradores del gran arquitecto finlandés saben que sus instalaciones (sin uso médico y abiertas al público desde hace un par de años) les depara una interesante visita al espacio para el que fueron concebidos iconos del diseño como la silla Paimio. Para los enfermos de tuberculosis, el tiempo en compañía de estos muebles se alargaba demasiado como para que el camino a Paimio les resultara alentador. “La estancia en el sanatorio podía durar años, y muchos pacientes morían”, explica en un momento de nuestra visita Lotta Mujo, responsable de desarrollo de la Paimio Sanatorium Foundation, la fundación que desde 2020 gestiona el sanatorio y que nos ha invitado a recorrerlo con motivo de su 90º aniversario.
Es una mañana de enero, el pinar está nevado y ráfagas de viento helado azotan los árboles. El sanatorio parece igual de gélido. Lotta Mujo ha aparcado el coche en la parte trasera del edificio y el sanatorio nos da la espalda con una enorme pared blanca sin ventanas, levantándose abruptamente sobre la nieve como el glacial coloso de La narración de Arthur Gordon Pym.
Hay que rodear este gigante blanco para que el sanatorio se muestre más amable. Los toldos de las ventanas que aparecen al otro lado tienen los colores de las sombrillas de las playas italianas, y la elegante marquesina de la entrada podría ser la de un cine antiguo. Dentro aún es más acogedor, pues el característico color blanco de la arquitectura funcionalista está acompañado de otros de tonos pastel. En el recibidor el suelo amarillo y la franja azul que discurre por la escalera principal producen la impresión de que los días en el sanatorio de Paimio pasarán con ligereza.
Lotta Mujo explica mientras subimos por esta escalera que Alvar Aalto le dio tanta importancia a los colores que le encargó un estudio cromático al artista finlandés Eino Kauria. Como todo lo demás, estaban pensados para ayudar a los pacientes a recuperarse. “Lo que hace especial al sanatorio de Paimio es que Aalto lo diseñó como si fuese un instrumento médico más, con el convencimiento de que la arquitectura y el mobiliario también podían curar”.
En las habitaciones, el arquitecto diseñó un tipo especial de lavabo que impedía que cuando los pacientes se lavaban las manos (cosa que tenían que hacer continuamente) el agua salpicara e hiciera ruido molestando a sus compañeros de cuarto. Los techos de estos dormitorios los pintó de un tenue verde oscuro para que la luz no les deslumbrara y les resultaran más agradables a la vista, pues pasaban mucha parte del día tumbados boca arriba en sus camas, recibiendo los saludables rayos del sol.
Una de las salas de reposo la amuebló con las famosas sillas Paimio. Diseñadas para el sanatorio, su producción llevó a Aalto y a su mujer, la también arquitecta Aino Aalto, a fundar Artek, una de las firmas de mobiliario más famosas del mundo, donde en la actualidad este modelo de silla sigue siendo uno de los productos más populares. “Estaba pensada para que los enfermos respiraran mejor”, informa Lotta Mujo. Acto seguido, se sienta en una de las sillas Paimio de una manera que nunca antes habíamos visto, metiendo ambos brazos dentro de la voluta que hay detrás del respaldo y echándose hacia atrás para adoptar la postura que se creía más idónea para los pulmones.
La higiene era otro de los pilares del tratamiento de la tuberculosis junto al descanso, la luz del sol y el aire fresco. Eso se tradujo en el diseño de superficies curvadas para impedir que el polvo se acumulara o en la instalación de un curioso ascensor que tenía el único propósito de transportar al lavadero las escupideras que usaban los pacientes. Otro ascensor (uno de los primeros de Finlandia) conducía a los pacientes a la terraza del edificio, donde se tumbaban en hamacas a tomar el aire. Contemplando desde este lugar la espectacular vista del pinar que rodea Paimio, se entiende mejor que en los libros ese funcionalismo sensible a las necesidades del ser humano y en contacto con la naturaleza por el que es recordado Aalto, el menos frío de los arquitectos modernos.
Paimio funcionó como sanatorio antituberculoso hasta los años sesenta. Después de que los antibióticos reemplazaran a las curas de reposo para el tratamiento de esta enfermedad, el edificio se integró en el Hospital Universitario de la ciudad de Turku y empezó a funcionar como hospital general. En 2014, una fundación comenzó a usarlo como centro de rehabilitación para niños, pero el coste de su mantenimiento hizo que cuatro años después las autoridades sanitarias de Turku decidieran venderlo.
Finlandia se movilizó entonces para evitar que el sanatorio acabara en manos inadecuadas. En 2020 nació, con la misión de proteger sus instalaciones y mobiliario, la Fundación Paimio Sanatorium, fundada con el apoyo del Gobierno de Finlandia y la Fundación Alvar Aalto. Los aficionados al diseño tienen desde entonces la oportunidad de realizar visitas guiadas al edificio que puso a Finlandia y a su creador en el mapa mundial de la arquitectura moderna, aunque lo cierto es que no hace falta saber demasiado de arquitectura para disfrutar la visita. Abierto al público en plena pandemia, el coronavirus retrasó algunas de las actividades de la Fundación pero también hizo que resultara más sencillo contextualizar las necesidades que tuvo que tener en cuenta Aalto al diseñar el sanatorio. Entre mayo y agosto del año pasado, el sanatorio de Paimio recibió más de 10.000 visitantes, asegura Mujo.
Una de las curiosidades del sanatorio tiene que ver con las dos chimeneas que diseñó Aalto para la sala de estar principal: nunca llegaron a utilizarse porque no tiraban bien, así que los pacientes la usaban para esconder las botellas de alcohol que de vez en cuando lograban introducir en el edificio. Bastante menos populares entre los enfermos eran los armarios de sus dormitorios. Según cuenta Lotta Mujo al abrir uno, a muchos su forma les recordaba a la de los ataúdes, así que verlos día tras día junto a sus camas les desanimaba. Otros pacientes le tenían más respeto a la segunda planta de la cafetería, pues jamás habían visto que una estancia colgara de ese modo encima de otra inferior, sin columnas que la sostuvieran. “Como a muchos les daba miedo que se desplomara, se negaban a sentarse debajo”.
A principios de los años treinta, la arquitectura moderna resultaba exactamente eso, moderna, y en el sanatorio no todo el mundo la encontraba de su agrado. Así, la habitación de un miembro del equipo médico que visitamos durante nuestro recorrido está decorada con muebles antiguos, más propios de un sanatorio como el que visita Hans Castorp en La montaña mágica que del catálogo de Artek. “¡Esto no es funcionalismo!”, advierte Lotta Mujo al verme apuntar con la cámara de fotos a un aparador decorado con una cenefa de hojas doradas.
Además de visitar el sanatorio con un guía, desde hace unos meses es posible alojarse en una de las pequeñas viviendas que Aalto diseñó para las enfermeras junto al edificio principal, amuebladas ahora por la Fundación con diseños de Artek. También se puede alquilar las salas del sanatorio para la celebración de conferencias o reuniones de empresa, una actividad que hoy constituye una de las principales fuentes de ingresos de la Fundación.
Coincidiendo con el 90º aniversario del sanatorio de Paimio, el próximo mes de junio la Fundación inaugurará además el Paimio Sanatorium Institute, un ambicioso proyecto que, en sintonía con la filosofía de Aalto, permitirá a arquitectos, diseñadores, científicos, artistas e investigadores de todo el mundo trabajar juntos por una arquitectura más sostenible.
En enero de 2025, Finlandia lanzará asimismo la candidatura conjunta del sanatorio de Paimio para ser inscrito en la lista de Patrimonio Mundial de la Unesco junto a otras 12 obras de Alvar Aalto en este país. En marcha está también un programa de donativos que permita a la Fundación Paimio Sanatorium continuar protegiendo el edificio, adelanta Lotta Mujo. “El edificio está en buenas condiciones, pero los recursos que necesitaremos para mantenerlo en los próximos años son considerables y la ayuda que nos dio el Gobierno para comenzar nuestras actividades ha comenzado a agotarse. Por eso, a lo largo de este año vamos a lanzar una campaña de recaudación de fondos. Los admiradores de Aalto podrán hacerse amigos del sanatorio por una pequeña cantidad anual”.
Al final de la visita, nuestra guía abre el armario de una de las habitaciones y saca una vieja bandera de color azul. Los pacientes las utilizaban para despedir desde sus ventanas a aquellos compañeros que lograban recuperarse y abandonaban el sanatorio, pero el lema que lleva inscrito la bandera también sirve para desear que la Fundación tenga éxito y Paimio siga en pie otro siglo más: “Salud y fuerza”.
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