“Mi objetivo es enseñar a la gente la emoción del flamenco”: cómo Philippe Starck ha reformado el mítico Joy Eslava
El diseñador parisiense ha convertido la mítica sala madrileña en un enorme tablao que recuerda a las cuevas del Sacromonte granadino. Ahora abre sus puertas
Philippe Starck (París, 73 años), vestido con camiseta negra de manga corta, se lleva la mano una y otra vez a las gafas de montura noventera; otras veces, levanta la mano para atusarse el pelo, corto y blanco. Detrás suyo hay una especie de pizarra verde, como las que utilizan los profesores para escribir en clase, limpia. El diseñador más internacional de Francia, el primero del mundo que se convirtió en una celebridad por derecho propio y cuya firma en un local, desde hace casi cinco décadas, es i...
Philippe Starck (París, 73 años), vestido con camiseta negra de manga corta, se lleva la mano una y otra vez a las gafas de montura noventera; otras veces, levanta la mano para atusarse el pelo, corto y blanco. Detrás suyo hay una especie de pizarra verde, como las que utilizan los profesores para escribir en clase, limpia. El diseñador más internacional de Francia, el primero del mundo que se convirtió en una celebridad por derecho propio y cuya firma en un local, desde hace casi cinco décadas, es igual a éxito, se encuentra en Sintra, pequeña localidad portuguesa conocida por tener un palacio famoso por su arquitectura. “Me encanta tener la oportunidad de estar en medio de ninguna parte. Es bello estar en medio de la nada”, aclara, en conversación por Zoom con ICON Design. “Estamos en lo alto de la montaña, sobre una hermosa villa. Me encanta. Sintra es uno de los sitios alejados de todo donde puedo trabajar y vivir tranquilo”.
Nuestra cita es para hablar de la última obra de Starck en Madrid, treinta años después de la primera: el glamuroso Teatriz, restaurante y bar de copas construido en un antiguo teatro, cuyo diseño fue como traer un trozo de Nueva York, Tokio o París a la capital (hoy, en el local se ha instalado una firma de moda). Luego abrió Ramsés, hace más de una década, frente a la Puerta de Alcalá, símbolo de un Madrid ya no tan inocente. Y ahora regresa con el que puede convertirse en su trabajo más recordado, el Teatro Eslava, última reencarnación de la antigua Joy Eslava, aquella discoteca que Pedro Trapote abrió en 1981 y convirtió en un referente de las noches larguísimas, y cuajadas de gente guapa, a lo largo de los ochenta, noventa y dosmiles.
Con una inversión de 14 millones de euros y una ampliación de su aforo (ahora caben 1.300 personas), el nuevo espacio que acaba de inaugurarse es el proyecto más minimal de Starck. Apegado a los valores esencialistas de la tierra. Al flamenco. Porque los jueves, viernes y sábados, Eslava se transformará en un enorme tablao de la mano de Cristina Hoyos y OléOlá. “Me he involucrado en este proyecto porque tengo una pasión brutal por Andalucía”, confiesa el diseñador, parisiense trotamundos al que España, de algún modo, ha conquistado. “Hace muchos años estuve perdido en el sur y pude contemplar a innumerables mujeres y hombres bailar flamenco. Aquello me causó un shock, era la síntesis de la pasión”.
El suelo, las paredes y los techos del Eslava son de color terroso. Recuerdan vagamente a las obras de land art de Robert Smithson o Richard Long, y también, evidentemente, a las cuevas del Sacromonte granadino. La luz del pasillo de entrada es tenue, tanto que parece una instalación. No hay decoración, solamente los estilizados apliques que Starck ha diseñado para la ocasión. Una idea pulcra y estilizada de lo matérico, del barro y la paja. Si se alza la vista, los arcos de medio punto lo inundan todo. Es otra de sus visiones. De lo que él llama “producto radical”. Al final del pasillo se encuentra la sala central del teatro, repleta de mesas donde disfrutar del espectáculo.
“El flamenco es una de las cosas más puras que conozco. Mi objetivo es enseñar a la gente su emoción. Por eso, cuando me pregunté cómo hacerlo, era evidente que tenía que ser con lo mínimo”. La ausencia de ornamentación ha hecho que la estructura original del edificio, construido en el siglo XIX, cobre importancia. Para Starck esta desnudez también va ligada al fuego. “El flamenco es fuego”, dice, “y alrededor del fuego no necesitas nada: estás caliente. El flamenco viene de la tierra, de los adentros”.
Este trabajo ha mantenido cerrado el teatro durante dos años. Se han reformado y puesto al día todos los vestuarios, reservados, escenario y cocinas. Para ello ha contado con artesanos españoles y con la colaboración estelar de Ara Starck. Su hija ha sido la encargada del impresionante diseño del telón y la embocadura, pintada a mano por un especialista valenciano. “La última vez que estuve en Madrid vi la cortina por primera vez y lancé un wow. Es misterio y es enigma, pero a la vez es wow”. El telón y las porterías de los lados reflejan un fuego en blanco y negro. Es el único detalle en el que se ha dejado llevar, además de los dorados de baños y las balaustradas, porque “el flamenco es radical y no puedes tener decoración alrededor del flamenco”. Starck disfruta y se enciende hablando de lo que ha creado. No ha parado de trabajar desde hace medio siglo. Con 20 años ya era director artístico de la firma de moda Pierre Cardin. Desde entonces, ha estado en cientos de países y en cada uno ha dejado su firma pegada a edificios, clubes, salones, casas y mobiliarios. Aunque no le gusta recordar todo aquello. “Nunca visito nada porque no soy un turista”, dice tajantemente. “Solo visito mi cerebro”.
Pero España es diferente. Aquí tuvo una casa durante 40 años, en Formentera. “Fui el primer extranjero en la isla. Llevé el primer bote y me hice con el primer ciclomotor, Bultaco. No había electricidad, ni cristales en las ventanas”, describe de aquellos inicios jipis. “Era un sueño. Un paraíso. Después la gente empezó a llegar y era gente muy interesante, pero imagínate. Comíamos lo que pescábamos”. Aquello terminó hace un par de años, cuando vendió su casa porque ya no era lo mismo.
En 2016 comentaba en una entrevista a ICON Design: “Cuando un país o una ciudad están emergiendo, lo primero que hacen es llamarte”. Sobre este nuevo Madrid, plagado de hoteles boutique —él está también detrás de la próxima apertura de Branch, perteneciente a Evok, en el número 20 de Gran Vía— y fantasiosos restaurantes, no es capaz de mojarse y dar una opinión clara. “Para saber si Madrid ha madurado tendría que vivir aquí. No lo sé. Pero siempre es un síntoma del comienzo de un boom”.
Hace una década, en la primera mitad de 2012, el periodista Gilles Vanderpooten conversó con Starck en diez jornadas diferentes. Aquello quedó reflejado en un libro llamado Impressions d’ailleurs. Starck reflexionaba sobre la religión, el trabajo, la ciencia, la creación o la ecología, entre otros muchos aspectos. Uno de los comentarios más interesantes y lucidos tenía que ver con el sueño: “Los sueños son un tema real”, argumentaba. “Veo ciudades y lugares de tal belleza que me parecen la perfección absoluta. La recurrencia de estos lugares hace que cuando me despierto esté convencido de que existen. A menudo sucede que me proyecto en ellos antes de darme cuenta de que no representan el mundo real. Viajar a otros mundos de esta manera es emocionante”. Quizás con lo que ha hecho en el Teatro Eslava lo haya conseguido.