La antigua quesería menorquina que Luis Laplace ha convertido en su nuevo hogar
El llamado “arquitecto invisible” no solo es autor de la galería que ha puesto a la isla en el mapa del arte. También ha convertido un edificio del siglo XIX, en el que abundaban las habitaciones sin ventanas, en su segunda residencia
Hace cinco veranos, Luis Laplace (Buenos Aires, 52 años) buscaba una finca en Menorca sin encontrar el lugar ideal. Como tantas otras veces en su vida, decidió tomar la dirección contraria a la más concurrida. “Decidí buscar en el interior. Aquí, a diez minutos escasos de la playa, encontré un silencio y una privacidad que nunca hubiera tenido en la costa”, afirma el arquitecto, sentado en la cocina de la antigua quesería que compró cerca de Alaior, a 15 kilómetros de Mahón. Este e...
Hace cinco veranos, Luis Laplace (Buenos Aires, 52 años) buscaba una finca en Menorca sin encontrar el lugar ideal. Como tantas otras veces en su vida, decidió tomar la dirección contraria a la más concurrida. “Decidí buscar en el interior. Aquí, a diez minutos escasos de la playa, encontré un silencio y una privacidad que nunca hubiera tenido en la costa”, afirma el arquitecto, sentado en la cocina de la antigua quesería que compró cerca de Alaior, a 15 kilómetros de Mahón. Este edificio del siglo XIX y paredes blancas era un lugar “fresco y oscuro”, en el que abundaban las habitaciones sin ventanas a causa de su anterior uso, que Laplace reformó hasta convertirlo en su segunda residencia, el paraíso isleño en el que desconectar cuando París, la ciudad donde vive desde hace casi 20 años, se vuelve demasiado frenética.
Autor de proyectos residenciales para la aristocracia del arte (la artista Cindy Sherman, el galerista Emmanuel Perrotin o el coleccionista Mick Flick), el argentino se ha hecho famoso para el público por sus colaboraciones con la galería Hauser & Wirth. Tras reformar una antigua granja en el condado de Somerset para habilitar un exitoso centro de arte en 2014, llegó el gran proyecto menorquín: la restauración de un anexo del hospital de la Illa del Rei, donde la poderosa galería suiza inauguró una nueva sede en julio, convertida en el fenómeno de la pasada temporada estival. Laplace conocía la isla desde los noventa, cuando vivió un par de años en Mallorca.
Entonces, en el relativo frenesí de su juventud, le pareció “demasiado tranquila y silvestre”. “Ahora está más adaptada a mi edad. Estoy en un momento vital en el que busco otras cosas”, asegura el arquitecto. Volvió a Menorca hace cinco años, cuando Iwan Wirth, responsable de la galería, le pidió que encontrara el lugar ideal para instalar su nuevo centro. Wirth y Laplace vislumbraron la Illa del Rei mientras compartían un vermú en el puerto de Mahón. “Nos preguntamos qué era ese lugar que teníamos delante y que, de lejos, ya nos fascinaba. A los Wirth les pasa lo mismo que a mí: el contexto es lo que más nos importa”. No tardaron en enamorarse del islote, donde se encuentra un hospital naval del siglo XVIII, los restos de una basílica paleocristiana y un anexo de un centenar de metros de largo, donde los Wirth han instalado las salas de este nuevo centro.
A primera vista, la intervención de Laplace puede parecer mínima, aunque sea prácticamente integral. Su lema es respetar lo que se encuentra y renovar de acuerdo con el espíritu del espacio: en Menorca, los acabados tienen un punto bruto y la decoración hace sutiles referencias al pasado naval del lugar. “Es el arquitecto invisible”, sonríe Iwan Wirth. Él se lo toma como un cumplido. “Dicen que los arquitectos tenemos egos fuertes, pero mi ego no pasa por imponerme en el espacio o hacer que la intervención resulte espectacular. Trabajo desde un lugar de relativa discreción, pero también los Wirth hacen eso. Por eso nos llevamos tan bien”.
Laplace creció en una familia que hizo fortuna en la aeronáutica. Su abuelo, volador infatigable, le solía llevar de paseo con su planeador. “Fue un modelo para mí, por su capacidad de observación y por su excentricidad. Mis amigos no tenían un abuelo chiflado que los llevaba en avión, sino ancianos que fumaban en pipa y leían el periódico”, recuerda. Laplace se mudó a Nueva York a finales de los noventa, cuando trabajó siete años al lado de Annabelle Selldorf, la arquitecta titular del arte contemporáneo. En una fiesta de Navidad, conoció a su compañero, Christophe Comoy, un abogado francés con quien se mudó a París en 2004, huyendo de un Manhattan ensombrecido por el 11-S, para crear su propio estudio.
“Es una persona mucho más racional que yo. Él se encarga de los clientes y yo de la parte creativa. Es una buena combinación”, dice Laplace sobre su reparto de poderes. Comparten un piso en la rive droite parisiense, al pie de la colina de Montmartre, en un edificio de estilo Haussmann donde también tienen su estudio, y una granja cerca de Toulouse, herencia de la familia de Comoy. Aunque Laplace solo logra desconectar entre las flores de hinojo y azafrán de su jardín, o caminando por el camí de cavalls que recorre la isla de un extremo a otro, cuando no degusta una llagosta en Fornells o se encuentra con los Wirth, que tienen varias residencias en la isla, en el mercado de pescado de Mahón. “A diferencia de lo que sucede en las islas vecinas, Menorca no es un coto para ricos, sino un lugar donde todo el mundo se mezcla sin problemas”, dice Laplace, antes de despedirse en dirección a la playa de Son Bou para darse el último baño de la temporada.