Alberto Campo Baeza: “Un arquitecto tiene que intentar hacer la casa más hermosa del mundo. Con lo que tenga, mucho o poco”
El Premio Nacional de Arquitectura tiene fama de amable y talento de fábula. Muestra ambos en esta conversación que tuvo lugar en la pequeñísima y a la vez formidable azotea de su estudio madrileño
Cuando uno se sienta con Alberto Campo Baeza (Valladolid, de 74 años), sabe que le va a hablar de arquitectura, seguro. De cajas y casas, de planos horizontales, de podios, de luz y de habitar. Autor de obras fundamentales en la España contemporánea, como la Caja de Granada, la madrileña Casa Turégano o ...
Cuando uno se sienta con Alberto Campo Baeza (Valladolid, de 74 años), sabe que le va a hablar de arquitectura, seguro. De cajas y casas, de planos horizontales, de podios, de luz y de habitar. Autor de obras fundamentales en la España contemporánea, como la Caja de Granada, la madrileña Casa Turégano o el mirador Entre Catedrales en su adoptiva Cádiz, la arquitectura de Campo Baeza siempre es intensa y siempre entiende la luz natural como material principal de proyecto. Pero además de edificios y espacios, uno sabe que en conversación con él también va a aparecer la literatura y la pintura, la música, el teatro, el cine, la física y (quizá) la matemática. Y también sabe que no te vas a aburrir. Y también sabe que le va a escuchar.
Invita a ICON Design a la pequeñísima y a la vez formidable azotea de su estudio en Madrid. Como siempre, el saludo es cariñoso. Porque Campo Baeza es docente incansable, escritor cuidadoso y posiblemente el último gran maestro vivo de la arquitectura española, pero sobre todo es un tipo amable. Muy amable.
Después de todos estos años, todos estos proyectos y todos estos premios, se sigue llevando muy bien con todo el mundo. A veces hasta me lo echan en cara [ríe]: “Es que usted siempre se lleva muy bien con la gente”. Hombre, yo siempre he tratado a la gente con cariño y la gente me trata con muchísimo cariño. Estoy enormemente agradecido por todo lo que me ha pasado.
Y lo que le ha pasado no es poco. Además de las obras de todo porte y escala, desde viviendas pequeñas como la Casa Gaspar hasta sedes centrales de entidades bancarias, también ha hablado en medio mundo: Suiza, Estados Unidos, Italia, Irlanda, Bélgica... Y la Escuela de Madrid.
Exacto. ¿Es arquitecto o profesor? Ambas cosas. No creo que se pueda ser buen profesor sin ser buen arquitecto. O al menos sin intentar serlo. A mí me llega el maravilloso veneno de la docencia a la vez que el de la arquitectura, y los dos me los inocula Alejandro de la Sota. Cuando empecé en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid (ETSAM), mi primer profesor fue él, ese señor bajito que se ponía a hablar y se ponía a contar las cosas que contaba y cómo las contaba. Encandiló a toda la clase. Nos abdujo. Era como un mago. Dije: “Quiero hacer lo que hace este señor”. Fíjate que aunque estoy jubilado como profesor en la ETSAM, he seguido dando clase.
¿Ah, sí? Sí, en el New York Institute of Technology, por Zoom a causa de la pandemia. Y aunque yo hablo un inglés... correcto, fui a una academia a perfeccionarlo. El profesor me dijo que no lo necesitaba, pero preferí seguir yendo.
Además de los edificios y de la docencia, están los premios; la larguísima lista que termina, de momento, con el Premio Nacional de Arquitectura que le dieron el año pasado. En palabras del jurado, fue por la coherencia de su trayectoria y por su independencia creativa. ¿Cómo se es coherente e independiente? Como lo de ser amable, yo siempre he intentado ser coherente con todo lo que hago y con cómo vivo. Por ejemplo, vivo en un apartamento muy pequeño, de 30 metros cuadrados que da a un patio interior, pero desde una ventana, por las mañanas, se ven las chimeneas de acero inoxidable hasta la plaza de España. Y esas chimeneas, por las mañanas, se tiñen de color rosa y son como “los dedos rosados de la aurora”, que decía Homero. Así que mi apartamento no es muy grande, pero, gracias a esa ventana, resulta que es muy lujoso.
¿Y lo de la independencia? En este ecosistema tan lleno de modas, ¿cómo hace para mantenerla? Pues creo que nace desde el principio. Uno de los primeros ejercicios que nos propuso Alejandro de la Sota fue un restaurante en la bahía de Santander, y siendo la época que era, casi todos los alumnos hicieron cosas al estilo de Frank Lloyd Wright, con voladizos, terrazas y tal. Yo, en cambio, hice una caja de cristal con ruedas debajo del agua [ríe]. Era algo completamente distinto a los demás proyectos de clase y don Alejandro me puso la mejor nota. De alguna manera, creo que siempre he intentado ser así.
Le han llamado radical. Pues sí, si radical es sinónimo de coherente, sí que lo soy. También han dicho que soy minimal, y eso no lo soy. Para la gran arquitectura no se necesitan muchos elementos, pero eso no es ser minimalista.
Siempre he creído que, en realidad, era barroco. [Ríe].
Sí, porque su arquitectura siempre genera recorridos y caminos y siempre tiene que ver con la relación entre el ser humano y la luz, que para quienes no somos creyentes, es un poco como poner al ser humano en contacto con la trascendencia. Bueno, en realidad la luz no es algo misterioso; desde que Newton enuncia su teoría corpuscular de la luz (alrededor de 1637), sabemos que la luz es algo controlable, dominable. Es un material y se maneja de forma técnica. Pero como ya he dicho otras veces: al ser un material que nos dan gratis, no lo tenemos tan en cuenta como deberíamos.
Una de las arquitecturas donde la manipulación de la luz es más necesaria son las iglesias. ¿Le gustaría que le encargaran una iglesia? ¿Una capilla? Yo diría que la luz debe formar parte esencial del proyecto en todos los edificios, casas, oficinas y colegios, pero sí que la luz de la arquitectura religiosa es un poquito más especial. Dicho esto, yo solo he hecho un proyecto de iglesia, que era, curiosamente, un templo para la iglesia evangélica, para los protestantes. Y digo curiosamente porque yo soy católico practicante y la iglesia iba a estar en pleno barrio de la Macarena de Sevilla. Una cosa algo heterodoxa [ríe]. El proyecto me hacía mucha ilusión, pero no salió adelante porque no había dinero. Eso sí, la propuesta que me hicieron era estupenda porque ellos son estupendos y se portaron maravillosamente conmigo.
Y, excepto una iglesia, ha construido de todo. Pero me falta la torre, el rascacielos. Me gustaría hacer una torre. Es más, uno de los ejercicios que he puesto a mis alumnos del NYIT es un rascacielos en Manhattan. Lo he hecho, primero, porque ellos son de Nueva York. Y segundo, porque para mí sería un sueño.
¿Qué está proyectando ahora mismo? Quizá el proyecto más especial sea uno en Jalisco, en México. Es un gran cajón de hormigón vacío y ese hormigón estará hecho con la roca que excavemos para implantar el edificio, así que se va a fundir en color con la propia roca. Es un podio, una plataforma para contemplar el mar.
Es un poco el punto cero de la arquitectura, ¿no? Sí, el plano elevado sobre el territorio. Como la Acrópolis de Atenas. Este es un proyecto muy grande, pero también estoy haciendo una casita muy pequeña en Tenerife, de 9x6 [metros], pero que también es hermosísima. Un arquitecto siempre tiene que intentar hacer la casa más hermosa del mundo. Con lo que tenga, mucho o poco. Sabiendo, además, que una casa es tal vez lo más importante que va a tener una persona y que tienes que hacerla para que la gente que viva en ella sea feliz.