Madrid Nuevo Norte: ‘Pormishuevismo’ pintado de verde
Se vende integración social para los que ya están integrados, ecología al alcance de quienes puedan pagarla y un escándalo inmobiliario del que se hablará en los libros de historia
“La mayor operación de vivienda asequible de Europa” parece un pelotazo de toda la vida: promoción de oficinas de lujo y viviendas a precios que harán llorar a cualquier familia de clase media. Tras más de treinta años de vaivenes judiciales, la paradoja está servida: se vende integración social para los que ya están integrados, ecología al alcance de quienes puedan pagarla y un escándalo inmobiliario del que se hablará en los libros de historia. Esto es lo que debes saber sobre Madrid Nuevo Norte (MNN).
10.500 viviendas, 20% protegidas. Seguro que lo has leído mil veces porque lo han repetido hasta la saciedad como si fuera un logro mundial. ¿La realidad? La ley estatal marca un mínimo del 40% en nuevas urbanizaciones, pero en MNN se ha quedado en un 20% tras negociaciones y, aun así, ni siquiera se traducirá en un parque público de alquiler, ya que buena parte de esas viviendas serán de régimen privado —cooperativas, promociones protegidas que acaban en manos particulares, etcétera—. El Ayuntamiento recibirá parcelas, sí, pero podrá sacarlas a concurso para que otros construyan en ellas. Eso significa que no habrá un parque municipal estable y mucho menos vivienda asequible permanente. En la práctica, lo que quedará como vivienda “asequible” será un porcentaje mínimo, casi testimonial. Algo irrisorio, vaya. Un timo pintado de verde.
El relato verde tampoco resiste mucho si lo analizamos. Los responsables insisten en que será un barrio “cero emisiones”, pero plantar un bosque de torres de entre 100 y 300 metros de alto tiene un coste climático imposible de ignorar. Aunque después todo se llene de árboles, sensores, paneles solares y bicicletas, el carbono embebido —las emisiones de CO2 asociadas a la extracción, producción, transporte de materiales y construcción— tardará décadas en compensarse. En estudios de ciclo de vida, como el informe The Greenest Building que analiza el valor ambiental de reutilizar edificios, se estima que construir un edificio nuevo —aunque sea mucho más eficiente que uno promedio— puede tardar hasta 80 años en amortizar sus emisiones incorporadas. Hay que recordarlo: la industria del cemento por sí sola representa alrededor del 6-8% de las emisiones globales de CO2. Si fuera un país, estaría entre los principales emisores mundiales. En ese contexto, “construir de cero” bajo la bandera verde suena más a una hipocresía técnica que a un proyecto climático genuino.
Nadie en su sano juicio discute que avanzar hacia distritos energéticamente neutros es un objetivo urgente, pero lo que no cuela es disfrazar de sostenibilidad un megaproyecto. La megalomanía, por muy verde que la pintes, jamás será sostenible. ¿Quién gana y quién paga? En diciembre de 2024, Adif y Renfe firmaron la venta de los terrenos a Crea Madrid Nuevo Norte —BBVA, Merlin Properties y Grupo San José— por 1.245 millones de euros, de los cuales solo se han abonado 216 millones; el resto se abonará en cómodos plazos a veinte años. Mientras tanto, entre 1.000 y 2.000 familias agrupadas en la asociación No Abuso-Justicia Chamartín reclaman la reversión de los terrenos expropiados en los años cuarenta y cincuenta, cuando se les pagó entre 6 y 11 ptas./m² justificando el uso público ferroviario. Hoy, sobre ese mismo suelo, se levantarán oficinas y viviendas privadas. Su lucha nos recuerda que la regeneración urbana también debe medirse en memoria y justicia, no solo en metros edificables. ¡Ah! Un detalle sin importancia: si algún día prospera su demanda, no pagarán los promotores, porque contractualmente Crea MNN está libre de responsabilidad. Pagará el Estado. Ya sabes: privatizar beneficios, socializar pérdidas.
Comparar ayuda a entender. En Nueva York, Hudson Yards, inaugurado en 2019, prometía ser el barrio del futuro: rascacielos brillantes y sostenibilidad en clave XXI. Hoy es un enclave elitista que recicla aguas grises, cuyos espacios públicos son más escaparate que uso cotidiano y muchas viviendas “asequibles” tienen entradas separadas —las célebres poor doors—. Si buscamos un ejemplo más cercano, podríamos encontrarlo en el 22@ de Barcelona, aquel plan de principios de los dosmiles que atrajo start-ups y multinacionales, pero también desplazó industrias y vecinos del Poblenou. ¿Innovación tecnológica? Sí. ¿Gentrificación salvaje? También. ¿Por qué mimetizar modelos que han mostrado graves fricciones en otras ciudades?
Digamos las cosas como son: crear nuevos barrios de primera mientras otros que ya existen siguen desconectados no es regeneración, es clasismo. La alternativa más sensata es rehabilitar y renaturalizar lo existente, activar un parque público de alquiler y redistribuir la inversión hacia los distritos olvidados. Como dijo el activista Chico Mendes, “la ecología sin conciencia de clase es jardinería”.