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La reforma que ha logrado “estirar” 75 metros cuadrados sin apenas presupuesto ni intervención

El estudio Meii, con sede en Cartagena, ha llevado a cabo un proyecto sencillo que depura lo existente y muestra con orgullo las antiguas cicatrices de esta casa de los años sesenta

Lo primero fue demoler las entrañas. La idea era dejar el espacio interior diáfano para, a partir de ahí, imaginar el que sería su hogar. El arquitecto cartagenero José María Mateo, de 34 años, y su pareja buscaban vivienda antigua a reformar, lo único que se podían permitir. Encontraron un inmueble construido en los años sesenta en el barrio de La Concepción, cerca del centro de Cartagena (Murcia, 219.777 habitantes). Era oscuro y tenía mala distribución, pero también muchas posibilidades. Por eso apostaron por dejarlo como un lienzo en blanco para dibujar sobre él. En apenas unos meses la convirtieron en Casa Cruda, un trabajo sencillo, mínimo, atractivo y económico −la reforma les costó unos 50.000 euros− diseñado por el propio Mateo, que junto a Elvira Carrión, de 32 años, lidera el estudio Meii. Madera, azulejos y resina epoxi para actualizar, iluminar, simplificar y devolver a la vida estos 75 metros cuadrados donde menos es más.

La idea de mudarse a la barriada no les pareció mal. De origen obrero, popular, es una zona que ha ido tomando protagonismo en los últimos años entre los jóvenes que no pueden pagar una vivienda en el centro de Cartagena, aunque esa misma demanda ha disparado los precios. Por eso cuando tuvieron la oportunidad de ver la casa se acercaron con esperanzas. Era un segundo piso antiguo, repleto de habitaciones que daban a otras habitaciones. “Un lío”, recuerda el arquitecto, que también encontró un techo bajo y mucha oscuridad: la fachada al norte imposibilitaba la luz directa natural y la multiplicación de tabiques obligaba a iluminar con lámparas. Dudaron. Pero entonces miraron por encima del falso techo para comprobar el estado de las cubiertas. Ahí cambió todo. Delante tenían unas enormes cerchas de madera, vigas, tejas y ladrillo en los muros. “Entonces pensé: esto lo destapo y, haga lo que haga, la casa quedará bien por su propia arquitectura original”, relata. Dicho y hecho. Compraron y en febrero de 2024 su primer paso fue derribar todos los tabiques y el doble falso techo —había uno antiguo de estopa y otro más actual de yeso—. Solo quedaron en pie las paredes, el muro de carga y la cubierta a dos aguas.

“Quería ver qué nos encontrábamos y, a partir de ahí, decidir. Es diferente a lo que se hace con los clientes, pero así es mucho más fácil porque ves el espacio completo”, destaca Mateo. La estrategia que diseñaron entonces tenía como base mantener y enseñar todo lo posible la arquitectura original, así que establecieron que la cubierta, con sus tejas antiguas y cerchas de madera, debían permanecer y estar a la vista. Lo demás vino prácticamente solo, porque lo que había se adaptaba a la perfección al programa que la pareja buscaba: un espacio amplio público y un único dormitorio, además del baño. “La distribución venía dada por la propia cubierta, no tenía sentido dividirla”, afirma. Por eso plantearon un gran salón que ejerce de cocina, sala de estar y despacho de trabajo, donde las cerchas y vigas quedan a la vista. Y más allá del muro de carga, en lo que fue alguna ampliación posterior de la vivienda original, quedan dormitorio y baño.

La eliminación de los falsos techos ha permitido al espacio principal ganar metros cúbicos y, con ellos, una sensación de amplitud mucho mayor que la original. A ello contribuye también un gran ventanal —nacido de dos anteriores que había en sendas habitaciones— y un lucernario que, además de dar acceso a una pequeña terraza, mira al cielo hacia el sur y facilita la entrada de los rayos del sol durante todo el año para estructurar el espacio y resaltar texturas. La cubierta fue reforzada con aislamiento e impermeabilización por el exterior, mientras que en el interior ha quedado con su original estética rústica: apenas han realizado un tratamiento a las maderas de cerchas y colañas para evitar insectos y han añadido un producto hidrofugante y transparente a las tejas para que no suelten polvo. El ladrillo cocido de los testeros laterales ha quedado a la vista hasta la altura del antiguo falso techo. De ahí para abajo hay un trasdosado —que además de mejorar el aislamiento térmico y acústico, oculta las instalaciones— hasta llegar a un pequeño zócalo de azulejos de apenas 20 centímetros. El suelo existente se cubrió con una fina lámina de hormigón para eliminar irregularidades y luego se añadió una capa de resina epoxi para dar sensación de continuidad. La actuación genera contraste entre lo nuevo y lo antiguo, que muestra sus texturas —sus cicatrices— con orgullo.

Más allá del muro de carga, a un lado se encuentra el dormitorio, que cuenta con el apoyo de un sencillo vestidor. También se ubica ahí un baño separado que permite una utilización paralela de sus piezas. “Es algo que hacemos en muchos proyectos del estudio, porque da flexibilidad de uso y ocupan el mismo espacio. Eso sí, es más fácil ponerlo en mi casa que convencer a un cliente”, apunta el arquitecto. A un lado, el inodoro y un pequeño lavabo, zona que sirve también como aseo para las visitas. Al otro lado, la ducha y otros dos lavabos. Allí se esconde también una máquina de climatización, que lleva aire frío o caliente hasta salón gracias a unas toberas.

Las paredes del doble baño están cubiertas de azulejos de Cerámicas Vilar Albaro, con sede en Castellón. También son los que se usan para los zócalos, las escaleras que dan acceso a la vivienda y la cocina. Allí destaca el otro material que tiene gran importancia en Casa Cruda, la madera, porque para su mobiliario se han utilizado distintas variedades —haya, chopo, roble y cerezo— que aportan tonalidades diversas y dialogan con los colores, también irregulares, de los antiguos ladrillos de las paredes. Además del vestidor, también en madera, una mesa de Ikea customizada completa el uso de materiales nobles y da distinción al interiorismo, que cuenta con un sofá de Kave y una lámpara de mesa de Ikea. También unas coloridas sillas de hierro y enea elaboradas por Fino, proyecto del murciano Alejandro Cerón. Hay lámparas de Flos y Warren & Laetitia, cerámicas de Catalina Catarsis, arte de Casil, Shiva Gupta, Andy Okay y una lámina del festival La Mar de Músicas firmada por Ángeles Agrela.

Las obras de la reforma comenzaron en primavera de 2024 y acabaron pocos meses después, hasta que Mateo y su pareja se pudieron mudar a finales del año. “La primera cena fue en Nochebuena e invitamos a la familia”, afirma Mateo, que desde entonces ha comprobado que los sistemas de climatización permiten buen ambiente en invierno y en verano. Mientras, continúa con otros proyectos junto a su socia Elvira Carrión —y otras tres personas que trabajan en el estudio— como el polideportivo de La Unión o incluso instalaciones efímeras como la diseñada para el festival Concéntrico de Logroño.

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