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“Una idea bastante loca”: así es el bar en medio de la selva que abre una vez al mes

El dúo de artistas noruego-danés Elmgreen & Dragset han creado K-Bar, una coctelería tailandesa que casi siempre se encuentra cerrada pese a ofrecer un fabuloso menú de combinados

K-Bar es una obra de arte, lo que no le impide ser además un bar perfectamente operativo.Andrea Rossetti

“El bar es para mí un lugar de meditación y recogimiento, sin el cual la vida es inconcebible”, escribió Luis Buñuel en Mi último suspiro, su libro de memorias. Después especificaba que un buen bar debe ser ante todo un lugar tranquilo, recóndito y más bien oscuro. Quizá el K-Bar, una sofisticada coctelería situada entre la maleza de la selva tropical tailandesa, que casi siempre se encuentra cerrado pese a ofrecer un fabuloso menú de combinados alcohólicos, sería del agrado de don Luis por la literalidad con la que cumple sus requisitos. Sus autores, el dúo de artistas noruego-danés Ingar Dragset y Michael Elmgreen, in arte Elmgreen & Dragset, demuestran unas motivaciones que los emparentan con el surrealismo buñuelesco: “Abrir un bar en mitad de la nada, en Tailandia, es una idea bastante loca. Resulta absurdo, en el buen sentido”. Por eso mismo lo hicieron.

“Abrir un bar en mitad de la nada, en Tailandia, es una idea bastante loca. Resulta absurdo, en el buen sentido”, explica el duo de artistas Elmgreen & Dragset. Por eso mismo lo hicieron.Andrea Rossetti

K-Bar es una obra de arte, lo que no le impide ser además un bar perfectamente operativo. Solo que su ubicación carece de toda sensatez comercial, y su horario de apertura es extremadamente restringido: solo funciona un día de cada mes. El resto del tiempo puede contemplarse desde fuera –posee un amplio ventanal en la entrada–, y admirarse tanto su impecable interiorismo, que recuerda a cualquier cocktail bar de Manhattan, París o Hong Kong, como la pintura original del célebre artista alemán Martin Kippenberger que cuelga en una de sus paredes. La K del nombre del bar es la del apellido de este creador polifacético que falleció en 1997, con solo 44 años, como consecuencia de un cáncer de hígado. Todo el bar se planteó, de hecho, como un homenaje a su figura. “Kippenberger siempre fue una gran inspiración para nosotros, por su actitud promiscua con el arte, ya que hacía pintura, escultura y obras conceptuales”, explican Elmgreen & Dragset, antes de dejar caer la puntilla irónica que aporta otra capa de significado a su obra: “Además, Kippenberger murió justamente por su excesivo consumo de alcohol”. El menú del bar, elaborado con la colaboración de cocteleros tailandeses, prolonga este homenaje gracias a los nombres de sus bebidas: Dry Martin, Kippenberger Sling o Painter’s Punch (“Puñetazo de pintor”) son algunos de ellos. “Nos divertimos mucho al hacer ese menú”, inciden.

Su pieza es una de las siete que actualmente están instaladas en Khao Yai Art Forest, espacio que la filántropa tailandesa de origen surcoreano Marisa Chearavanont ha dedicado a la relación entre arte contemporáneo y naturaleza en las inmediaciones de un exuberante parque nacional a unos 150 kilómetros de Bangkok, y que abrió sus puertas a principios de febrero. Las demás obras allí presentes son creaciones de Louise Bourgeois, Fujiko Nakaya, Richard Long y Francesco Arena, además de los autores tailandeses Ubatsat y Araya Rasdjamrearnsook. Todas ellas discurren sobre las conexiones y disonancias entre el arte y los espacios naturales. Pero quizá sea el K-Bar la que lo hace con mayor agudeza y sentido del humor.

La pintura original del célebre artista alemán Martin Kippenberger cuelga en una de las paredes del bar.Andrea Rossetti

La pintura es en sí misma un objeto carísimo y un producto cultural occidental que, como el bar que la contiene, nadie esperaría encontrar entre la vegetación de un bosque tropical. “Para nosotros era importante la idea de que haya obra de un artista alemán icónico delos años noventa en el parque de Khao Yai, porque revierte lo sucedido en los últimos siglos, en los que muchos artefactos artísticos y culturales del sudeste asiático acabaron en museos europeos”, apuntan Elmgreen & Dragset. “Así que esto es una especie de dulce venganza, pero a pequeña escala”. Otro aspecto conceptual relevante es la frustración que genera en los visitantes, que perciben un lugar hermoso donde podrían disfrutar de una copa bien merecida después de un largo trayecto (el tráfico de Bangkok garantiza un viaje de más de tres horas), pero ese acceso le estará vedado a no ser que su visita coincida con un segundo sábado de mes. “Nos gusta trabajar con la negación al espectador en situaciones teóricamente interactivas en las que en realidad no pueden participar”, indica la pareja artística. “Esa negación nos hace pensar sobre el objeto en cuestión y nuestra relación con él. En el mundo en general se nos niegan muchas cosas, porque no tenemos el dinero suficiente o por otros motivos, y en concreto el mundo del arte está lleno de previews para unos pocos, para los VIPs. Además, al abrir el bar solo un sábado al mes, la población local tiene más posibilidad de usarlo, y ellos lo necesitan más que mucha gente que vendrá de Bangkok, donde ya hay muchos bares”.

El bar posee un amplio ventanal en la entrada desde el que puede admirarse tanto su impecable interiorismo, que recuerda a cualquier cocktail bar de Manhattan, París o Hong Kong, como la pintura original de Martin Kippenberger.Andrea Rossetti

Esa dinámica de la negación ya figuraba en obras anteriores de Elmgreen & Dragset, como la titulada Powerless Structures, Fig. 11, que puede verse en el museo Louisiana de Copenhague, y que consiste en un trampolín sobre el mar, con la particularidad de que el vidrio de un ventanal se interpone entre el agua y el teórico nadador. O en el que quizá sea el trabajo más conocido del dúo, Prada Marfa, una tienda de la marca de moda Prada que desde 2005 se encuentra en pleno desierto del estado norteamericano de Texas: “Al poner un objeto de lujo en la naturaleza hablas tanto de la industria de bienes de lujo como de la propia naturaleza. Por eso, ante un bar de aspecto urbano en mitad de la selva, ves esa selva de forma distinta”. Procede apuntar que, en particular, Michael Elmgreen se considera una persona cien por cien urbana, y no tiene especial aprecio a los entornos naturales.

La instalación artística de Prada en Texas. FOTO: Getty ImagesBill Clark (CQ-Roll Call, Inc via Getty Imag)

Sobre las implicaciones colonialistas de la obra, y de la propia idea de un artefacto cultural como Khao Yai Art Forest, los artistas consideran que la iniciativa presenta más ventajas que inconvenientes: “Creemos que es bueno para el arte contemporáneo de Tailandia que pasen cosas como esta. Nosotros habíamos trabajado antes en Bangkok, así que conocíamos un poco su escena, y nos parece importante apoyar este desarrollo. Podemos criticarlo, porque en estos museos de arte contemporáneo se siguen patrones occidentales, pero también son un escaparate estupendo para exponer a los artistas locales. La idea es que haya más arte contemporáneo de artistas tailandeses integrados en el paisaje urbano”.

Su K-Bar no se basa en un local concreto, pero es una mezcla de lugares que los artistas han visto y experimentado: “No queremos decir cuáles son nuestros bares favoritos, por si le da por ir a demasiada gente y se estropean”. Ingar Dragset añade: “Hace un par de años me preguntaron mis lugares favoritos en Valencia, donde voy mucho, y me los preparé y todo, pero al final decidí no enviarlos para que Valencia no se convirtiera en otra Barcelona, que ya es demasiado turística. No quería formar parte de eso”. Finalmente, capitulan: “Podemos nombrar bares que ya son famosos de todas maneras, como Bar Basso, en Milán, al que vamos mucho, y de donde nos hemos llevado algunos de sus vasos de negroni, que son legendarios”. “Bueno, y yo voy a decir otro”, apunta Ingar Dragset. “Se llama Moskus Bar y está en mi ciudad natal, Trondheim, en Noruega. A Trondheim tampoco es que vaya tanta gente, así que ese sí puedo decirlo”.

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