“Daba miedo poner un pie dentro”: así se revive un edificio moribundo del Raval barcelonés

El estudio Mano Arquitectura ha rehabilitado un inmueble residencial que agonizaba en una cirugía a corazón abierto en los números 16 y 18 de la calle Lancaster, muy cerca de la Rambla de los Capuchinos

Uno de los lofts de Lancaster 16-18, inundado de la luz que entra desde el patio de manzana.Oleh Kardash Horlay

Al barrio barcelonés del Raval no le faltan rincones emblemáticos y con solera. De las 14 hectáreas del Jardín Botánico al Café de la Palma o el espléndido mercado de La Boqueria. Del teatro Llantiol al Museo de Arte Contemporáneo (MACBA...

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Al barrio barcelonés del Raval no le faltan rincones emblemáticos y con solera. De las 14 hectáreas del Jardín Botánico al Café de la Palma o el espléndido mercado de La Boqueria. Del teatro Llantiol al Museo de Arte Contemporáneo (MACBA). Del Palau Güell, a la tiendas, talleres y galerías del carrer de la Cera. De la Biblioteca de Catalunya a la Rambla del Raval, con el orondo gato de bronce de Fernando Botero.

Consolidado en torno al siglo XIV, cuando la ciudad padecía una epidemia de peste que quiso contrarrestarse creando un cordón sanitario en torno a los portales de Santa Madrona, Sant Antoni y Tallers, primero fue “tierra de conventos” y más tarde sede de la incipiente industria textil y núcleo de asentamiento de los procedentes del éxodo rural del siglo XVIII. La desamortización de Mendizábal (1837), que expropió conventos y los sustituyó por viviendas más bien precarias, contribuyó a transformar el Raval en uno de los vecindarios más densos de Europa.

Algunos de los apartamentos disponen de imponentes terrazas.Oleh Kardash Horlay

A finales del XIX, se convirtió en trastienda clandestina del puerto de Barcelona y empezaron a proliferar tabernas, burdeles y antros furtivos donde se consumía absenta y opiáceos. El periodista Ángel Marsà lo bautizó en 1923 como Barrio Chino, un nombre que hizo fortuna, y en sus calles pintó acuarelas Pablo Picasso, rodó películas Joaquim Jordà y robó, mendigó y ejerció la prostitución Jean Genet. Hoy cuenta con 110 hectáreas y cerca de 50.000 residentes, más de la mitad extranjeros.

Sebastián Machado, fundador del estudio Mano Arquitectura, acudió a un rincón del Raval en 2017 para rehabilitar un edificio residencial que agonizaba. Fue una cirugía a corazón abierto. En los números 16 y 18 de la calle Lancaster, muy cerca de la Rambla de los Capuchinos, Machado se enfrentó al reto de rehabilitar un par de fincas vetustas pero nobles, construidas en 1900 y corroídas por el abandono: “Eran una auténtica ruina”, nos cuenta el arquitecto bonaerense, instalado en Barcelona desde hace 24 años, “casi daba miedo poner un pie dentro”. Pese a todo, conservaban el encanto de lo genuino y muchas de las virtudes arquitectónicas de una ciudad en la que, según Machado, “se construye bien, con criterio y con arraigo, algo que se nota incluso en los edificios muy castigados por el tiempo”.

El uso de microterrazo da al conjunto un aire de elegante coherencia estética.Oleh Kardash Horlay

Viviendas boutique

A Machado le apetecía “dialogar” con el vecindario del Raval. Con su identidad, su historia y sus tradiciones arquitectónicas, “con el uso de la cerámica y la forja”, con sus patios de luces y sus interiores de manzana. También con el cercano Palau Güell, un Gaudí a escala humana, cumbre del modernismo discreto y cotidiano, y con una calle Lancaster de aire mestizo y mediterráneo, en la que los vecinos siguen colgando la ropa de los balcones. Contaba, además, con ese extraordinario tesoro que supone siempre “un cliente en tu misma longitud de onda, con el que percibes que te vas a entender desde las conversaciones preliminares”. En este caso, se trataba de “una promotora que fomenta la atención al detalle y quería construir en la calle Lancaster una pequeña comunidad de viviendas boutique”.

Hace ahora tres años y medio, Luis Benvenuty, periodista de La Vanguardia, saludaba el inicio de las obras como un esperanzador punto de inflexión para lo que él describía como “la Bosnia del Raval”, un “inquietante sumidero urbano”, “extraño agujero negro y ciego a tiro de piedra de la Rambla” en la que predominaban las fachadas apuntaladas y las ventanas tapiadas. Una vez concluida la intervención de Mano Arquitectura (que ha avanzado en paralelo a un proyecto de vivienda social del Ayuntamiento que pretende convertir la zona en un “pequeño Born”), la calle Lancaster cuenta ahora con una veintena de nuevos apartamentos que, en palabras de su promotora, Sharon Wurgaft (que nos guía en una improvisada visita al inmueble), “se están vendiendo a muy buen ritmo y superan ya el 50% de ocupación”. Para Wurgaft, “se ha creado una nueva comunidad de residentes, cosmopolita y muy entusiasta, en un par de inmuebles que estaban cayendo en pedazos”.

La escalera central del vestíbulo y la vistosa lámpara conservan la atmósfera de la Barcelona de primeros del siglo XX.Oleh Kardash Horlay

Construir menos, construir mejor

En la operación de rescate que ha dado pie a este círculo virtuoso, Machado partió de una premisa que forma parte de su ADN como arquitecto, “el respeto por lo ya existente”. Él cree en una arquitectura regeneradora, humilde y empática, orientada a “rescatar la belleza de lo antiguo haciendo uso de un lenguaje contemporáneo”, consciente también de que “cada piedra que se coloca implica una responsabilidad”.

Así, optó por una reforma integral, tan ambiciosa como cauta, que uniese ambos edificios añadiéndoles un remonte (dos plantas adicionales) rehabilitando la fachada sin renunciar a su antiguo aspecto y haciendo uso de los materiales de construcción utilizados en su día, empezando por un microterrazo “muy barcelonés, rugoso y táctil”, que trepa por paredes de baño y cocinas y aporta al conjunto una muy marcada identidad estética. Parte de la intervención ha consistido en hacer aflorar las costuras de este edificio de urdimbre impecable, apuntalando la estructura original de madera y bovedillas cerámicas catalanas y dejándola a la vista. Se trata de ofrecer a los nuevos residentes “la experiencia de vivir en una Barcelona auténtica, cercana a la tradición, en apartamentos con todos los servicios y comodidades modernos, pero con esa dosis extra de arraigo y sabor local”.

Cuando a Machado se le pregunta cuál es su primer recuerdo relacionado con la arquitectura, le viene a la mente la casa de sus padres en un barrio de clase media de Buenos Aires: “Recuerdo las texturas, los olores, el tacto de algunas superficies, los rincones en los que solía jugar, leer o perderme cuando era niño”. Una serie de estímulos sensoriales que despertaron en él una vocación “muy temprana”, la de “construir espacios para que la gente viviese en ellos”. Machado pasó por una facultad de Arquitectura de la Universidad de Buenos Aires en que le formaron, como suele hacerse, para que se convirtiese “en un cruce entre ingeniero, matemático y genio renacentista que luego tiene poco que ver con la realidad profesional de la mayoría de arquitectos”.

En 2001, “pocos meses antes de que el corralito hundiese la economía argentina”, se subió al avión que debía llevarle a cursar un máster en Australia, en la Universidad de Nueva Gales del Sur. Hizo escala en Barcelona, y la ciudad le resultó tan estimulante que quiso quedarse en ella “unas pocas semanas” que acabarían convirtiéndose en más de dos décadas. Tras pasar por el farragoso proceso de convalidación de su título, una “vuelta a la universidad” que le acabaría resultando muy estimulante (“me asomó a la arquitectura desde la perspectiva europea”), se fogueó en estudios ajenos y acabó creando, en 2004, Mano Arquitectura, la obra de su vida, hoy un semillero creativo con decenas de profesionales que está a punto de cumplir 20 años.

La fachada ha sido restaurada respetando la piedra original del edificio.Oleh Kardash Horlay

Saber escuchar

Al frente de su estudio ha construido edificios que intentan “dialogar con distintos entornos de manera no estridente, desde el respeto, sin elevar la voz”. Casi todos los proyectos de Mano Arquitectura arrancan “con un viaje”, que puede ser de apenas unos metros o de miles de kilómetros, que consiste en “plantarse en el espacio en que vamos a construir, intervenir o rehabilitar y esforzarnos en comprenderlo, preguntarnos qué nos pide, qué podemos aportar”. Ese continuo viaje le ha llevado últimamente a proyectar y construir un restaurante y galería de arte (Mad) en Mendoza, en el corazón de la Argentina vinícola, un chalet en Font Romeu (Pirineos franceses), 38 viviendas fieles a la esencia de la arquitectura vernácula del Valle de Arán en Baqueira Beret, una bodega en Burgos, una residencia estudiantil en Aravaca, una casa asomada al mar en Ibiza, una cabaña inspirada en los templos budistas del Japón feudal en Crans Montana (Suiza), la rehabilitada casona vasca de Laukariz, en las afueras de Bilbao…

Proyectos que Machado concibe como “arquitectura de proximidad y de sensaciones, lugares, en primer lugar, en los que yo mismo me sentiría cómodo”. Resulta significativo lo mucho que ha trabajado en los Pirineos, un entorno natural “en el que se te exige que construyas con mucho tacto y mesura, reduciendo a la mínima expresión tu huella sobre el paisaje e interactuando con unas tradiciones locales que pueden parecer muy restrictivas, pero en realidad son un potente estímulo para la imaginación”.

Machado concluye que la buena arquitectura, tal y como él la concibe, se basa en gran medida en saber escuchar: “Mis mejores proyectos han nacido de un diálogo con el cliente, con el paisaje, con la cultura y con el entorno arquitectónico en el que me impongo la disciplina de extraer toda la información que necesito antes de ponerme a hablar”. Eso hizo en Lancaster. Escuchó los estertores de un edificio moribundo y buscó la manera de insuflarle una nueva vida coherente con la anterior. Gracias a ese fértil diálogo, el Raval barcelonés cuenta con un nuevo rincón en el que vale la pena vivir.

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