Tras siglos estudiándolo, nadie sabe qué es ni para qué sirve este objeto: el misterio de los dodecaedros ‘romanos’
Unos 120 diseños metálicos, de origen impreciso, desconciertan y fascinan a arqueólogos desde 1739: las explicaciones que dan hablan más de nosotros mismos que de las propias piezas
Es una pequeña pieza de bronce, no más grande que una bola de billar. Un poliedro de 12 caras que, en cada vértice, luce un pequeño remate redondo, como una esfera. En cada uno de sus planos hay tallado un agujero, y cada uno de estos agujeros resulta de distinto tamaño. Suena misterioso, y lo es. De los llamados dodecaedros romanos, de hecho, ni siquiera se sabe si tienen su origen en Roma. Ninguna referencia escrita alude a ellos, lo cual dificulta muchísimo interpretar qué lugar ocuparon en la sociedad cuando estos fueron aleados.
Los dodecaedros se encontraron por primera vez...
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Es una pequeña pieza de bronce, no más grande que una bola de billar. Un poliedro de 12 caras que, en cada vértice, luce un pequeño remate redondo, como una esfera. En cada uno de sus planos hay tallado un agujero, y cada uno de estos agujeros resulta de distinto tamaño. Suena misterioso, y lo es. De los llamados dodecaedros romanos, de hecho, ni siquiera se sabe si tienen su origen en Roma. Ninguna referencia escrita alude a ellos, lo cual dificulta muchísimo interpretar qué lugar ocuparon en la sociedad cuando estos fueron aleados.
Los dodecaedros se encontraron por primera vez a principios del siglo XVIII y se presentaron al mundo en 1739. Como confirma el arqueólogo Néstor F. Marqués, hasta la fecha habrán aparecido unos 120. “Esos, más los que habrá en alguna colección privada y de los que no tengamos noticias. Este no es un objeto común, pero tampoco raro”, sostiene el también director de Antigua Roma al Día, un proyecto de divulgación en redes. Tras estudiar las decenas de teorías que se han escrito sobre el dodecaedro durante 300 años, el historiador alberga alguna certeza: no eran elementos meramente decorativos, por la precisión con que se habían fundido. “¿Y para qué los agujeros de diferentes tamaños, entonces?”, agrega el autor. Más otra revelación importante: el significado que se ha dado a estas figuras a lo largo de la historia habla más de nosotros que de ellas.
“Al principio, se creyó que podrían ser armas o algún objeto bélico de otra suerte, como parte de un estandarte. A finales del siglo XIX e inicios del XX se pensaba, por ejemplo, que los agujeros podrían medir la trayectoria de un proyectil. Pero esto refleja, más que nada, los intereses de los historiadores en aquel momento. La arqueología militar era abundante y todo lo encontrado se orientaba hacia allí”, reflexiona Marqués. Huelga contar cómo andaba Europa cuando se formularon aquellas teorías. De hecho, la mayoría de estas piezas han aparecido en las actuales Francia, Alemania o Gran Bretaña. Yendo más allá: Galia, Germania y Britania. Por todo ello, hay quienes creen que el dodecaedro romano era en realidad celta. Ninguno de estos objetos ha aparecido en Italia, ni al norte de África, ni en la península Ibérica, algunos de los territorios clave de la Roma antigua.
¿Serán objetos mágicos, entonces? Probablemente. “En el simbolismo pitagórico y de Platón, los poliedros tienen mucho significado. El tetraedro simboliza el fuego y el octaedro, el aire. El icosaedro, una figura de 20 lados, representa el agua. El hexaedro es la tierra. En este sentido, el dodecaedro podría aludir al todo, lo que los engloba; al universo. Esta teoría es interesante, pero es difícil demostrarla. En estos objetos no hay ninguna marca que se refiera al cosmos o la medición de las estrellas”, arguye Marqués. Aunque aún hoy aparecen algunos de estos objetos, el misterio nunca se desvanece. A finales de los ochenta, en Alemania apareció un dodecaedro que formaba parte del ajuar en la tumba de una mujer. ¿Un amuleto? Quizá. Junto a él había restos de cera. “¿Valían para sujetar velas, entonces? Parece improbable”, sentencia el experto. “También se ha planteado que fueran instrumentos de medida, pero hay dodecaedros de tamaños muy dispares. Al tiempo, la diferencia en la talla de los agujeros no parece seguir ningún patrón”, prosigue Marqués.
Llegados a este punto, aparece la llamada arqueología experimental: aventureros que se han lanzado a crear dodecaedros romanos gracias a impresoras en tres dimensiones. La era de las redes sociales hizo el resto. Algunos vídeos de YouTube, que acumulan más de 250.000 visitas, muestran que estos podrían emplearse para tejer. Los pequeños pivotes en los vértices ayudarían a tensar el hilo y los agujeros valdrían para crear formas con el punto, como los dedos de un guante. “Ya hay quienes han descartado esto, pero se ha abierto una puerta interesante: la de lo puramente doméstico. Quizá valdrían para jugar, aunque no se parezcan mucho a un dado”, apunta Marqués.
Según cuenta este investigador, se han llegado a elaborar teorías muy descabelladas sobre ellos, como que ni siquiera pertenecieran al tiempo y el espacio donde fueron encontrados: “Rebatir teorías siempre ayuda a forjar un espíritu crítico. Lo fundamental es que sigamos estudiando la historia, revisar cómo nos la han contado hasta ahora y con qué intereses. Y que sigamos encontrando piezas nuevas, siempre en un contexto científico”. Esta reivindicación choca con la deriva del llamado expolio arqueológico. Esto es, que cualquier individuo armado con un detector de metales pueda acabar cavando la tierra y extrayendo un dodecaedro al azar, sin ningún tipo de procedimiento que permita fecharlo y ubicarlo con precisión. De nuevo, ese fenómeno guarda mucha relación la fiebre de las redes sociales, y llega de parte de quienes buscan por su cuenta crear contenido a lo loco.
Más objetos misteriosos
Los dodecaedros romanos no son los únicos objetos cuyo sentido permanece en el aire. Pedro Huertas, experto en arqueología militar romana y guía de museo, menciona los betilos, una suerte de ídolos prehistóricos con una forma alargada: “Hay quienes los atribuyeron a ritos sexuales sagrados, pero muchas teorías van por caminos distintos”. Su enigma favorito es el mecanismo de Anticitera, descubierto en Grecia hace un siglo. Este artefacto de varias piezas, de algún modo, recuerda al volante con el que se abriría la escotilla de un barco; también al mecanismo que encontraríamos en el interior de un reloj. Curiosamente, fue justo la arqueología experimental la que descubrió, hace un año, cuál era su cometido: predecir eclipses.
Por su parte, Marqués recuerda las termas de Caracalla, en la misma ciudad de Roma. Allí, el misterio lo ocupó un sillar con agujeros que resultó servir para colocar las fichas de un juego. A los romanos les gustaba echar alguna partida para entretenerse durante el baño. La incógnita aún sobrevuela, en cambio, cuatro huecos pequeños en el mostrador de una caupona (posada) de Pompeya. ¿Se utilizarían para guardar el cambio? O las spintriae, una suerte de monedas en las que se habían acuñado dibujos eróticos: “Hoy sabemos que están más relacionadas con los espectáculos que con la prostitución. Al principio se pensó que eran fichas con las que pagar en los lupanares”. Decíamos, estas interpretaciones nunca hablan tanto de los objetos estudiados como de nosotros mismos.