Auge, caída y auge de Sargadelos, la ‘bauhaus gallega’ que llenó de vanguardia las mesas españolas
Nació como industria decimonónica y ha llegado a estar en concurso de acreedores. Visitamos esta fábrica de porcelana, una rareza arquitectónica que resume 200 años de historia y colaboraciones artísticas
En Cervo, una aldea lucense de apenas 100 habitantes, existe una fábrica pintada de colores primarios que ha llevado el nombre de esta localidad al mundo entero. Una mole de piedra, metal y cristal que desde su inauguración en 1972 adquirió un halo mágico, casi galáctico, por su planta circular y las esculturas con forma de alienígena plantadas en un huerto detrás del complejo industrial. “Cuando era pequeña, la primera vez que visité la fábrica, le pregunté a mi padre qué hacía esta nave espacial en medio del monte”, cuenta Sara Méndez, responsable del departamento de diseño de ...
En Cervo, una aldea lucense de apenas 100 habitantes, existe una fábrica pintada de colores primarios que ha llevado el nombre de esta localidad al mundo entero. Una mole de piedra, metal y cristal que desde su inauguración en 1972 adquirió un halo mágico, casi galáctico, por su planta circular y las esculturas con forma de alienígena plantadas en un huerto detrás del complejo industrial. “Cuando era pequeña, la primera vez que visité la fábrica, le pregunté a mi padre qué hacía esta nave espacial en medio del monte”, cuenta Sara Méndez, responsable del departamento de diseño de Sargadelos: uno de los fabricantes de porcelana artesanal más célebres de España, de los pocos que quedan en funcionamiento y sin duda el más particular. Sus reconocibles juegos de café, vajillas en azul y blanco e intrigantes esculturas que evocan el folclore gallego han sido, en algunos momentos, ubicuos en nuestros salones.
La fábrica de Sargadelos también ha sido fértil en titulares. En los últimos 10 años, Méndez ha sido testigo de momentos cruciales para esta empresa fundada hace más de dos siglos: superar el concurso de acreedores de 2014, alguna polvareda política, la apertura a nuevos mercados como Italia y México o colaborar con el MoMA de Nueva York. “Hace unos meses diseñamos una vajilla para el museo. Nunca pensamos en poder llegar hasta allí”, confiesa la diseñadora.
El vínculo de la casa gallega con el arte siempre ha sido un elemento definitorio. Su fundador, Antonio Raimundo Ibáñez, marqués de Sargadelos, puso en marcha la primera fábrica de loza en Cervo en 1806, con el objetivo de satisfacer su gusto por las artes plásticas aprovechando los yacimientos de caolines de la zona. Reducida ahora a ruinas apenas a un kilómetro de la fábrica actual, allí se fabricaron las primeras remesas de una porcelana brillante y cremosa con el estilo neoclásico traído de Inglaterra que imperaba en la época.
Tras su cierre en 1875, fue el intelectual y empresario Isaac Díaz Pardo, al frente de la fábrica Cerámicas do Castro, quien impulsó la etapa moderna de Sargadelos a mediados del siglo XX. La inquietud artística que marcó toda su vida lo llevó a viajar hasta Argentina para encontrarse con el pintor Luis Seoane y otros exiliados gallegos por la guerra civil española. Juntos crearon el Laboratorio de Formas, un proyecto que perseguía el resurgir de la identidad cultural y social de Galicia con propuestas como recuperar la tradición castreña en la cerámica o la antigua fábrica de Sargadelos. El nuevo rostro de la factoría cayó en manos del arquitecto Andrés Fernandez-Albalat Lois, padre de la A Coruña moderna, y del propio Isaac Díaz Pardo, que ideó la marquesina ondulada de hormigón del aparcamiento o las pasarelas metálicas que comunican los edificios. Para perpetuar el legado de su fundador, Seoane diseñó un mural de mosaicos que sigue adornando uno de los pilares.
En esta época, Sargadelos produjo diseños icónicos como la vajilla Portomarínico, toda en blanco y con decoración geométrica inspirada en las ménsulas del templo de San Juan de Portomarín, justo donde el camino francés atraviesa el río Miño. 50 años después, se sigue vendiendo entre generaciones muy diversas que aprecian tener en casa una vajilla creada para durar toda la vida. “Y si se rompen disponemos de reposiciones, algo que los clientes valoran mucho. Nuestros productos tienen ciclos de vida muy largos y nos gusta que la gente repita”, explica Méndez. “Tampoco pretendemos saturar el mercado, defendemos un consumo más responsable basado en materiales que no sean de usar y tirar, porque sin la sostenibilidad no vamos a ningún sitio”. Vajillas inmortales como Espiroide, con el dibujo de una diadema del siglo V a. C. encontrada en el Castro de Elviña (A Coruña); o Monférico, cuyos motivos se basan en la fachada barroca del Monasterio de Monfero, nacieron también con ese mismo empeño de durabilidad, ambas pintadas con el azul cobalto tan recurrente en el archivo de la marca.
Según un antiguo escrito de la fábrica, este color llegó a simbolizar la excelencia del oficio en los años cincuenta, ligado a una explicación técnica: “El azul cobalto en la cerámica es uno de los pocos pigmentos que soportan las altas temperaturas. Colores como el rojo necesitan de una segunda cocción a baja temperatura para fijarse a la pieza. Cuanto mayor sea la temperatura de cocción, y los caolines sean más puros, mayor será la calidad de la porcelana”, explica Méndez. Pero el azul no es el único color que existe en las colecciones de Sargadelos. La reciente colaboración con el arquitecto británico David Chipperfield añade tonos mostaza y un teja suave sobre platos, boles y jarrones inspirados en las redes utilizadas para pescar en las costas gallegas. La colección, llamada Rede, está fabricada en la segunda sede de Sargadelos —especializada en decoración en relieve—, en el municipio coruñés de Sada.
Durante los años setenta y ochenta, azuzada por la apertura del posfranquismo, la enseña Sargadelos tomó el pulso a las vanguardias del momento. La lista de artistas que pasearon por sus instalaciones y engrosan la obra que contiene el museo de Sargadelos en el mismo recinto incluye a creadores gallegos y nacionales como Grupo Atlántica, Castelao (impulsor del Movimiento Renovador en el arte gallego), Souto, Acisclo Manzano o Gloria García Lorca, y figuras internacionales como Eddy Varekamp o Norman Trapman.
Fomentar colaboraciones junto a otras disciplinas es una de las estrategias que mantiene la empresa gallega para surcar el futuro sin perder su identidad, basada en técnicas artesanales como el estarcido, que aporta ese color uniforme a todas las piezas, y el trabajo de proximidad de sus maestros ceramistas. “Tratamos de unir tradición y modernidad cada vez que pensamos una colaboración. Es importante que no se pierdan los valores de la marca, pero adaptándonos a los nuevos tiempos para hacerla atractiva a un público más amplio”, puntualiza Méndez. El diseñador Andrés Gallardo, conocido por sus joyas de porcelana con formas de animales, manos o flores, ha sido el último en incorporarse a la familia Sargadelos. Su primera colección aúna ambos mundos a partir de figuras ya existentes en el catálogo de la empresa gallega como el zorro, el petirrojo o la figa, una mano que ejerce de amuleto protector frente a las meigas. “Nuestra intención no fue diseñar una colección desde cero, sino sacar de su contexto algunas de sus piezas y transformarlas en algo que la gente se pudiera poner”, señala el creativo murciano. Estas pequeñas joyas son pura sensibilidad de hoy, pero respiran el mismo espíritu de las primigenias porcelanas de Ibáñez o las cerámicas vanguardistas de Pardo y Seoane. Todas, hoy, conviven en las renovadas tiendas de la casa: luminosos enclaves, como el de Madrid, que demuestran que la leyenda continúa.