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Armie Hammer, el galán caníbal que Hollywood canceló y ahora regresa riéndose de sí mismo

Tras salir por la puerta de atrás de la industria por un escándalo sexual, el actor trata de encontrar un nuevo lugar con tres películas independientes y un ‘pódcast’. Se expone, pero no se esconde y va retornando con calma y soltura

Silencio, tiempo y distancia. No son los ingredientes más habituales de las estrellas de cine para hacer carrera, pero a Armie Hammer (Santa Mónica, California, 39 años), sorprendentemente, están funcionándole para la suya. Claro que antes el ruido había sido atronador. Hace cuatro años, Hammer, último en la estirpe de una millonaria saga petrolífera, de esas que dan nombres a museos y campos de golf, se convirtió en el centro de la conversación en Hollywood, que no dudó en otorgarle el título de caníbal igual que antes le había dado el de galán. Y que tampoco tembló a la hora de quitárselo todo (proyectos, agentes, familia, fortuna). La vida y la carrera del actor se hundieron. ¿Cómo se sale de ahí? O, más bien, ¿se sale de ahí? Él es la viva respuesta de que sí. Y de que la memoria colectiva es pequeña, muy pequeña, y capaz de convertir el escándalo en anécdota.

Hammer, epicentro hace apenas cuatro años de las burlas y el escándalo de la siempre pacata industria audiovisual, parecía acabado. Sus mensajes sexuales filtrados con mujeres, con acusaciones de tendencias caníbales y, en un caso, hasta de violación (que la Fiscalía de Los Ángeles investigó a fondo y rechazó por falta de pruebas), le colocaron en un ostracismo que, sorprendentemente, ya no parece eterno. Él, que protagonizó La Red Social (2010) o Call Me by Your Name (2017) para luego caer a los infiernos, cancelando series y películas con Jennifer Lopez, ha sabido cómo hacer el regreso perfecto, o casi perfecto, porque lo ha hecho como ha querido: sin alharacas, sin puertas grandes, sin megaproyectos. Simplemente, trabajando en lo que le apetece, con las entrevistas justas y la exposición mínima. Y sabiendo sacarle punta a su situación, con humor, sin echar balones fuera. Pero ha vuelto: además de un pódcast propio, tiene tres películas pendientes de estreno, la primera, ya mismo. Y eso que hasta ahora y desde principios de 2022, cuando se estrenó Muerte en el Nilo, solo había salido en un pequeño proyecto: un videoclip de una cantante, Georgina Leahy, donde hacía el papel de un tipo llamado... Kannibal Ken.

Ahora se pone serio y va un paso más allá. El 5 de diciembre llegó a los cines estadounidenses Frontier Crucible, un wéstern clásico, con vaqueros de sombrero, indios de largos cabellos y los picachos de Monument Valley de fondo, que Hammer coprotagoniza. Por Sunset Boulevard, ya preparada para la temporada de premios, no se encuentran enormes carteles de la cinta; no hay promoción a lo grande, ni una inmensa premiere en el Teatro Chino. Dirigida por Travis Mills, es una película pequeña, con Hammer y William H. Macy como principales reclamos. Pero para el galán venido a menos, es la más grande de su carrera. Porque supone volver a trabajar, rehabilitarse, ser visto por los suyos, por fin, como uno más.

No es el único proyecto que tiene entre manos, pero sí el más grande en los últimos cuatro años desde que arreciaron los vientos del escándalo. De la mano del director alemán Uwe Boll tiene ya lista Citizen Vigilante (que antes se llamó The Dark Knight, El caballero oscuro, un título que decidieron cambiar tras conversar con Warner por su similitud con la película de Christopher Nolan sobre el universo Batman). Rodada en Zagreb (Croacia), en ella sí es el protagonista, interpretando a un cazador de criminales en contraposición a un agente de la Interpol que le sigue los talones. El filme se presentó en el mercado de Cannes (que no en el festival) y recibió numerosas propuestas. Además, a finales de junio terminó de rodar un filme de estilo noir en Los Ángeles, Night Driver, dirigido por John Bevilacqua y junto a Rainey Qualley (hija de Andie MacDowell y hermana de Margaret Qualley, la protagonista de La sustancia), donde interpreta a un veterano de guerra que ahora hace recados y entregas nocturnas.

La consecución de estos proyectos, sin un agente que guíe su carrera —él mismo ha reconocido que ahora su único equipo es su abogado, y que con esto le basta—, no es menor. En un momento en el que la industria cinematográfica hollywoodiense no está de lo más boyante —con recortes, despidos y fusiones—, encontrar tres proyectos tras ser considerado un paria no es poca cosa. De hecho, el mismo Hammer afirmaba en un podcast llamado Your Mom’s House a principios de año que su agenda estaba bastante llena y que ha llegado a decir que no a varias propuestas. “Rechazar un primer proyecto después de cuatro años de esta mierda, la verdad, fue la mejor sensación”, reconocía. “Va lento, pero ahora, cuando sale mi nombre en conversaciones entre gente del sector, lo que se oye es: ‘Tío, a ese lo jodieron’. Y eso sienta muy bien. Es muy alentador”. Un par de veteranas publicistas de Hollywood consultadas sobre el caso opinan que esa es, efectivamente, la sensación en la industria: que, al estar libre de delito, es más que posible que Hammer acabe regresando, especialmente en un panorama donde tampoco hay demasiados perfiles como el suyo.

Va retornando con calma y soltura, se expone, pero no se esconde. Él mismo ha sido su juez más duro, reconociendo en charlas y podcast —lanzó el suyo hace un año, Armie Hammer Time, que ahora ha puesto en pausa para perseguir su carrera actoral— que fue “un imbécil”, que no lo hizo bien, que había sido abusivo con las mujeres y que, en parte, hasta le vino bien hacer borrón y cuenta nueva para darse cuenta de qué quería exactamente. Aunque eso le haya costado el divorcio de su esposa, Elizabeth Chambers, y alejarse de sus dos hijos, Ford y Harper. Pero incluso ahí la rehabilitación empieza a notarse: en verano, su exesposa publicó una fotografía de los cuatro juntos, celebrando el final del curso escolar. Normalidad.

Solo ha querido conceder una entrevista a un medio grande, The Hollywood Reporter. Fue en febrero y lo hizo con todas las precauciones, de esas que los medios ni siquiera suelen admitir: por correo electrónico y con la posibilidad de dejar preguntas sin contestar. Aun así, fue claro y conciso. La terapia había calado en él, estaba claro. Manejando su propia narrativa, el actor contaba que le daba igual lo que pensaran de él, que se lo pasaba mucho mejor en películas más pequeñas y que estaba feliz de volver a rodar, pero que su profesión, y el hecho de trabajar o no, ya no eran algo que le definieran. Hablaba de que, en su caso, hubo una especie de “histeria colectiva”: “La gente veía la palabra ‘caníbal’ y todos decían: ‘Tiene sentido, se come a la gente’. Qué tiempo para estar vivos. Echando la vista atrás, es divertidísimo, como observación social”.

Quizá ahora sea fácil mirar atrás, pero la historia le puso en un lugar muy complicado. Llegó a tener pensamientos suicidas. Pasó un año por rehabilitación. Perdió su fortuna, tanto que se mudó a las islas Caimán (en el Caribe, cerca de Cuba) para trabajar como vendedor de multipropiedades. Su propia vida daría para todo un guion, aunque quizá más grande de lo que parece que le gustaría interpretar. O, al menos, eso dice ahora. En el hipócrita ecosistema de Hollywood, los grandes estudios le esperan a la vuelta de la esquina.

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