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El viaje espiritual de Javier Sartorius se convierte en película: una vida entre el privilegio y el compromiso

‘Solo Javier’ repasa la historia de un aspirante a tenista reconvertido en misionero; ya se promueve la causa para su beatificación. Hablamos con su hermano Fernando, quien además fue entrenador personal de famosos

La historia de Javier Sartorius no es solo la de una persona proveniente de una familia pudiente y acomodada de Madrid. Sus raíces no le definían. Tampoco lo hacía su apellido. Él era solo Javier. Así lo quiso al menos los últimos años de vida, que terminó con apenas 44 años en 2006. Ahora la película Solo Javier, que se puede ver en cines desde el 12 de septiembre, narra la historia de Javier Sartorius Milans del Bosch, un joven con una vida de éxito que dejó todo por seguir su vocación espiritual. Con este biopic, la familia quiere rendir homenaje al viaje que significó su vida y conseguir que más personas le conozcan, así como promover la causa para su beatificación.

A su lado siempre estuvo su hermano mayor Fernando (Madrid, 64 años), con quien se llevaba apenas 11 meses de diferencia. Eran uña y carne, les llamaban Zipi y Zape y juntos crearon un tándem desastre que terminó con más de una expulsión del colegio. Es él el encargado de promocionar este proyecto. Aunque reconoce que al principio “no estaba muy de acuerdo”, ahora está “muy contento”. El que comenzó con esta idea fue su hermano Mauricio, tal y como explica por teléfono Fernando a EL PAÍS: “Vio todo el impacto que estaba teniendo, todos los comentarios que la gente hacía sobre él y todo el legado que dejó”.

Javier no era bueno en los estudios —“suspendíamos como siete asignaturas”, asegura su hermano—, pero aspiraba a ser alguien importante en el tenis. Incluso Manolo Santana llegó a interesarse por él. Pero para su familia, los estudios estaban por delante de todo. Ambos estaban matriculados en el colegio de los Jesuitas, donde su madre consiguió que fueran al mismo curso y a la misma clase pese a la diferencia de edad: “Mi madre dijo: ‘El marrón que me estoy comienzo con Fernando —“que yo tenía siete años”, aclara—, no me lo como el año que viene con Javier’. Nuestras vidas no serían lo mismo porque, de repente, nació el binomio Javier y Fernando”. Diez años después, su padre les conseguiría una beca de tenis en una universidad de Boston para graduarse en Administración y Dirección de Empresas. Sería en Estados Unidos donde cada uno elegiría un camino diferente, aunque manteniendo la esencia y la unión.

Se mudaron a Los Ángeles, continuaron practicando tenis y seguían siendo uña y carne. La metamorfosis de Javier se produjo cuando empezó a tener un contacto más cercano con la miseria y con las personas sin hogar. “Llegaba a casa y decía lo bien que se encontraba cuando ayudaba a los demás”, recuerda su hermano, y añade: “Tenía una disciplina muy fuerte sobre la meditación, el ayuno y ayudar”. Los dos acabaron adentrándose en la religión orientada a la meditación mientras continuaban con el tenis como afición. Javier llegó incluso a ganar el US Open de Padel Tenis en 1989, y lo primero que hizo fue tirar el trofeo a la basura. Unos días más tarde, haría las maletas con un billete de ida, pero no de vuelta, con destino a Cuzco (Perú), donde se integró en los Misioneros Siervos de los Pobres. “Fue un alivio porque yo recuperé mi identidad. Quería que fuera con él. Yo le dije que eso no era para mí. Fue ahí cuando descubrí todo lo del entrenamiento personal y el culto al cuerpo”, defiende Fernando. Su hermano encontró y apostó por la fe, él por el mundo del deporte y del entrenamiento personal —entre sus clientes destacan Tom Cruise, Carolina Herrera, Elsa Pataky, Salma Hayek o Ana Botín—.

Lo que iba a ser una experiencia como misionero de unos meses acabó convirtiéndose en años de voluntariado. “Nos regaló una parte de su vida”, afirma en la película una de las personas a las que ayudó durante su estancia en el país. Allí conoció a gente que no tenía nada y quedó maravillado por el trabajo de los misioneros. “Hay quienes tienen de todo exteriormente, pero que son infelices. La felicidad está en encontrar algo que para ti sea vocacional. Mucha gente hoy se sorprende porque interiormente están vacíos”, explica Fernando.

A su regreso a España, se trasladó a Toledo para iniciar los estudios eclesiásticos y convertirse en sacerdote misionero. Pero su vida daría un nuevo cambio de rumbo y se marcharía al santuario de Lord, en Lleida, para terminar de desprenderse del apellido, de todo lo que poseía y donde se recluyó durante una década. En el santuario participó en la reconstrucción de edificios y en los trabajos agrícolas. “Javier lo dejó todo en vida y experimentó una muerte en vida. En la Biblia le dicen a Jesucristo: ‘¿Qué tengo que hacer para alcanzar el reino de los cielos?’. Y le dijo: ‘Vete a casa, vendo todo lo que tienes y sígueme’. Y es exactamente lo que hizo. En Estados Unidos, ganó el campeonato [de padel tenis], tiró el trofeo a la basura, me regaló su cadena de oro y se compró un billete de ida y sin vuelta. Cuando murió físicamente, ya había muerto en vida. Cuando murió a los 44 años, él ya había vivido la vida que él quería”, recuerda su hermano durante la conversación.

Fue en 2006 cuando comenzó con una dolencia gástrica y le fue diagnosticada una colitis ulcerosa que requería de un control severo de los alimentos y ayunos constantes. La afrontó de forma positiva, pero tuvo que trasladarse al monasterio de San Miguel de Dueñas, en León, para ser tratado de su enfermedad. Allí murió por un repentino ataque al corazón poco antes de recibir el Sacramento del Orden. “Me enorgullece porque todo el mundo habla de él por lo buena gente que era”, explica su hermano. Y añade: “Es un mensaje de esperanza. A Javier le suspendieron la asignatura de Religión durante 12 años, y ahora le quieren hacer santo. A mí me suspendían Educación Física y ahora escribo libros de entrenamiento personal”.

La historia de Fernando también daría para una película, aunque por el momento no parece estar en sus planes. Todo empezaría cuando se hizo socio del emblemático Gold’s Gym de Venice Beach, en Los Ángeles, donde entrenó junto a estrellas y referentes de la halterofilia como Arnold Schwarzenegger. “En España no existía el concepto de entrenador personal. Es mi religión, mi vida gira alrededor del deporte y el ejercicio. Con 37 años decidí venirme a España, fui el primero [entrenador personal] e inicié una revolución. Entrenaba a todos los famosos”, recuerda.

Se define a sí mismo como un “evangelizador liberador” a través de la disciplina y el deporte. En 2014 y 2017, publicó dos libros de la mano de la actriz Elsa Pataky —una de sus clientas más conocidas— Intensidad Max y Desafío Max. También afirma ser un “atleta de cuerpo”: “Y Javier era un atleta de espíritu. Nuestras vidas tomaron caminos diferentes, pero toda esta aventura que tuvo Javier y la que tuve yo no hubiera pasado si no hubiéramos estado los dos juntos”.

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