Kendrick Lamar, el poeta que todo lo cuenta y del que nada se sabe, señor de los Grammy y la Super Bowl
El músico angelino, protagonista de una pelea pública con el rapero Drake, ha sido el elegido para el intermedio del gran espectáculo de fútbol americano que se celebra este domingo en Nueva Orleans
Hay artistas que saben condensar la esencia de su tiempo. Ser crisol del momento y el lugar en el que viven. Un chaval negro de un barrio humilde de Compton (Los Ángeles) es hoy ese oráculo. El Dylan de nuestros días, que dijo hace tiempo algún cursi que supo acertar. El tipo al que escuchan los adolescentes y citan los presidentes, que alaban los Grammy y temen las cadenas conservadoras. Kendrick Lamar Duckworth, de 37 años, también es el hombre que este domingo 9 de febrero se subirá durante 13 minutos al escenario del estadio Caesars Superdome de Nueva Orleans para, en plena LIX Super Bowl, consagrarse definitivamente como la voz de América.
La influencia de Lamar (usa su segundo nombre a modo de apellido) llega a todo el planeta. Él rapea, sí, pero es mucho más que rap lo que hace: es una mezcla de canción protesta con poesía, una lírica poderosa cargada de intención. Y lo hace sin necesidad de apoyarse apenas en marcas (aunque ha hecho colaboraciones con Louis Vuitton y Reebok). Tampoco presume de coches ni dineros, y ni siquiera farda de su vida privada. Más allá de una infancia dura y de alguna caída en la depresión, de que tiene una pareja desde hace años —parece que están casados— y de que en algún momento han tenido un par de niños, poco se sabe de él. Es el rapero más famoso y a la par el más discreto del mundo.
Puede que 2025 sea el año de Lamar, pero la cantinela se repite desde hace una década. Quizá desde hace incluso dos, cuando alcanzó la mayoría de edad y ya fundó su primer grupo, Black Hippy. Pero fue gracias a su segundo disco, hoy de culto, Good kid, m.A.A.d city (2012), cuando alcanzó la gloria. Fue el álbum de hip hop que más tiempo estuvo en las listas de Billboard, y Rolling Stone lo nombró “el mejor disco conceptual de la historia”. El éxito fue inmenso. Fue telonero de Kanye West, giró con Steve Aoki y también solo, pero la muerte de tres amigos le alcanzó en forma de depresión y de ideas suicidas, rompiéndose en pleno tour. En 2017 todo cristalizó en el brillante To Pimp a Butterfly, un disco amado por los críticos y los amantes del hip hop. Muy prolífico, en 2017 llegó DAMN, que le valió el Pulitzer de la Música, algo casi nunca conseguido por un músico que no sea clásico y jamás por un rapero.
Después, todo paró. Hasta Mr. Morale & the Big Steppers, en 2022, estuvo cinco años sin publicar (aunque colaboró con Beyoncé o participó en la banda sonora de Black Panther, lo que le valió una nominación al Oscar). Fue por entonces cuando se comprometió con Whitney Alford, su novia del instituto, y cuando tuvieron su primera hija, Uzi; después llegó un niño, Enoch. Nadie filtra su vida, ni él ni sus amigos. Amigos del barrio, un lugar difícil donde contempló un asesinato cuando tenía solo cinco años y se metió, aunque no quería, en guerras de pandillas. Era tan responsable que sus padres le llamaban Man-Man (hombre-hombre), y reconoció en la radio NPR que eso le “puso un estigma a la idea de reaccionar como un niño”: “Me hacía daño y esperaban que no llorara”. Y amigos del instituto Centennial High donde sacaba buenas notas y un profesor de Inglés le enseñó a beber de los poetas clásicos estadounidenses. “En esa época, la música era lo único en lo que era bueno. Me agarré a esa libertad y esa expresión”, afirmaba en este diario en 2016.
Ahí empezó a pulirse su pluma. El brillo de Lamar está en sus letras, en sus mensajes, que destellan más al ser él una figura anodina, en el mejor sentido del término. Lejos del bling bling, ha sabido focalizar el dolor causado por la violencia en Estados Unidos y se ha convertido en un referente del movimiento Black Lives Matter. “Hay problemas de los que es inevitable hablar. Está en mi sangre“, le decía al diario The Guardian hace ya 10 años. “Yo soy Trayvon Martin, yo soy todos esos chicos negros”, comentaba, en referencia al joven asesinado de manera impune por un vigilante de seguridad en 2012 que encendió la mecha del movimiento.
En aquella entrevista con EL PAÍS (Tentaciones) en 2016 se mostraba reflexivo y sensato. “Todo el mundo tiene una perspectiva distinta, según le haya tratado la vida”, explicaba con cautela. “No sé cómo ha sido la vida de otra gente. Solo conozco la mía. Y la mía fue una mala historia, una historia de lucha y dolor, y por eso tiendo a tenerlo presente en mi música. No tengo problemas con lo que cuenten otros artistas en sus canciones, pero en lo que yo hago creo que lo justo es mostrar un equilibrio. Y eso me viene de mi infancia”. Afirmaba que se veía en la obligación de devolver lo aprendido: “Quiero utilizar mis privilegios y las oportunidades que tengo para inspirar a la gente”.
Esas oportunidades le han llevado al escenario de los Grammy, donde el pasado domingo se coronó con cinco premios, entre ellos dos de los más grandes: canción y grabación del año, por su tema Not Like Us. El tema es el culmen de su muy pública pelea con el también rapero y compositor canadiense Drake.
De prácticamente la misma edad (Lamar es ocho meses menor) y con una trayectoria relativamente paralela en el mundo del rap, hubo una época en la que fueron incluso colaboradores. En 2011 el canadiense invitó al angelino a participar en su disco Take Care y a ser telonero de su gira junto a ASAP Rocky, y los tres cantaron juntos en 2012.
Pero en agosto de 2013, todo explotó. Lamar lanzó una canción contra Drake y otros raperos como Wale o J. Cole, en cuyos versos decía: “Os quiero, pero estoy intentando mataros. Intentando asegurarme de que vuestros fans no vuelvan a escuchar una palabra vuestra”. Drake afirmó entonces no saber de qué iba el asunto y dijo que le estaban provocando. “Creo que es un maldito genio por derecho propio, pero también me he mantenido firme, como debía”, contó en la revista Vibe.
En octubre de 2023 Cole y Drake se unieron para colaborar y empezaron a dissear (como se españoliza el verbo en inglés to diss; criticar, humillar, insultar) contra Lamar en otra canción, y él les respondió en marzo. Un mes después, Drake sacaba Push Ups, donde se burlaba de la estatura de Lamar (mide 1,68 metros), ilustrando el tema con una pegatina de una talla de zapato pequeña, un 7 (un 40 europeo); días después, otro diss criticaba a Lamar por colaborar con Taylor Swift.
Lamar devolvió el golpe primero con el tema Euphoria (Drake fue productor de la serie del mismo nombre), donde acusó al canadiense de apropiarse de la cultura afroamericana (su madre blanca). También de usar letristas “fantasmas o de IA” en los versos: “No eres un artista de rap, eres un artista del timo con las esperanzas de ser aceptado”. Y en el tema 6:16 in LA afirmó: “Debes ser una persona terrible/ Todos en tu equipo susurran que te lo mereces”. Drake no se quedó atrás y en Family Matters acusó a Lamar de malos tratos: “Cuando pones las manos sobre tu chica, ¿es en defensa propia porque es más grande que tú?”.
Esa misma noche, Lamar lanzó Meet the Grahams, en referencia al apellido de Drake, contra su madre, su hijo e incluso contra una supuesta hija secreta del canadiense, algo que este corrió a negar en Instagram. Y en menos de 24 horas lanzó el que se convirtió en su gran éxito, Not Like Us. “Oye, Drake, he oído que te gustan jóvenes [...] Asegúrate de esconder a tu hermana pequeña de él”, le acusaba Lamar. La imagen para ilustrar el tema era la casa de Drake en Toronto con las marcas rojas utilizadas para indicar que dentro vive un delincuente sexual. “Solo me acuesto con Whitneys, no con Millie Bobby Browns”, afirmó Drake, haciendo una referencia explícita a la esposa de su rival.
Not Like Us llegó al número uno de Billboard y Lamar lanzó un videoclip (donde salían su esposa y sus dos hijos) y ha cantado el tema en varios conciertos multitudinarios. Ahora falta por ver si la conservadora cadena Fox o la propia liga de fútbol americano mantienen la letra íntegra de la canción si la interpreta este domingo en el intermedio de la Super Bowl, o si, gracias al retraso de cinco segundos en la emisión, el tema es censurado. Pero si en los Grammy todo el Crypto Arena la coreó, será difícil callar a los 80.000 espectadores del estadio. Y menos aún a millones de seguidores —ya sea del fútbol americano, del rap o de la cultura estadounidense— que, en sus casas, corearán al chaval de Compton.