El inesperado triunfo de Kieran Culkin tras la larga sombra de Macaulay y una anárquica familia de siete hermanos
Gracias a su papel del insufrible Roman Roy en la serie ‘Succession’, el actor se está llevando todos los premios de la temporada. Los últimos se los ha dedicado a su madre, Patricia, que les crio a él y a sus hermanos en un diminuto apartamento de Nueva York
El lunes, 15 de enero, Kieran Culkin se llevó a casa un premio Emmy. Pero es que el día anterior, el domingo, recogía el Critics Choice. ...
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El lunes, 15 de enero, Kieran Culkin se llevó a casa un premio Emmy. Pero es que el día anterior, el domingo, recogía el Critics Choice. Y una semana antes, el Globo de Oro. Y todavía faltan los premios del Sindicato de Actores, los People’s Choice, los de la Asociación de Críticos de Hollywood. Está nominado a todos. Después de más de 30 años en películas, teatro, serie y doblaje, y también frente al ojo público, parece increíble que la carrera de Culkin (Nueva York, 41 años) esté empezando a tomar vuelo, a agarrar de las solapas a los críticos y a hacer reír y llorar al público. Que le reconozcan por su cara y su nombre y sepan quién es. Kieran. No Rory. Ni tampoco, claro, Macaulay. El mediano de una familia de siete hermanos que crecieron siendo actores (por placer u obligados) y en la que él, el del medio, se está coronando gracias a un esfuerzo de años y a un papel: el de Roman Roy, el insoportable y maleducado hijo menor de Logan Roy (Brian Cox) en la serie Succession, que en un crescendo a lo largo de sus cuatro temporadas ha terminado arrasando. Ahora, también, en la temporada de premios. Y también le ha cambiado la vida a Culkin.
Él, que interpretó su primer papelito como hermano de su hermano —era Fuller, el pequeño de los McCallister cuando Macaulay, de 43 años, triunfó en Solo en casa, allá por 1990—, no tenía nada claro lo de ser actor. Nunca le interesó demasiado, a diferencia de al inmediatamente siguiente a él, Rory, un talento de la interpretación al que siempre le gustaron las cámaras, o a la segunda, Dakota, que, hasta su muerte hace 14 años, se decantó por la producción. Tuvo que llegar Succession para ver que era exactamente eso lo que quería. “Creo que fue al final de la primera temporada”, repasaba durante una entrevista hace un par de años con The Hollywood Reporter. “Recuerdo llegar a casa y pensar: esto es lo que quiero hacer con mi vida, quiero ser actor. A ver, tenía 36 años. Llevaba haciéndolo 30″. Allí, además, encontró amigos: J. Smith-Cameron (la consejera familiar Gerri Kellman), a quien conocía desde años atrás; y, sobre todo, Sarah Snook, que interpretaba a su hermana Shiv y se convirtió en casi otra hermana también fuera de la pantalla. Su fuerte conexión está siendo evidente en todas las entregas de galardones, donde se besan, felicitan y agradecen el premio el uno al otro.
Pero no es la única que se lleva sus buenas palabras. En los Globos y en los Emmy, Kieran ha tenido mensajes de agradecimiento para otras tres mujeres. Primero, para una de las que más le conocen: la que es la agente de todos los Culkin desde hace tres décadas, Emily Gerson Saines. Ella contaba en una entrevista con Vanity Fair que durante una época “Kieran no estaba particularmente a favor de la actuación”: “Ni Macaulay ni Kieran lo decidieron. Lo eligieron por ellos”. “Creo que nadie puede entender sus vidas más que ellos. Tienen experiencias comunes imposibles de explicar a la gente. Creo que ninguno de ellos piensa o se comporta como los actores”. Después, para su esposa desde hace más de 10 años, la británica Jazz Charton, que trabajaba en el departamento musical en una agencia de publicidad cuando se conocieron en un bar de Nueva York hace 12 años y con quien tiene dos hijos (y quiere más, como dejó claro en los Emmy). Y, por último, para su madre, Patricia Brentrup, de 69 años, que pasa por un mal momento de salud, como se ha sabido días después. “Gracias a mi madre por darme la vida, y por mi niñez, que fue estupenda”, aseguraba el actor, al borde de las lágrimas, la noche del lunes.
Brentrup vive en un rancho de Montana junto a su marido desde hace 12 años, Mart Cox. Se separó del padre de los niños, Kit Culkin (con quien nunca se casó), a mediados de los noventa. La familia vivía en Nueva York y cada par de años traían al mundo un niño a su diminuto apartamento, un estudio al norte de Manhattan. Ella se encargaba de la casa y de los chicos y por las noches era telefonista para una agencia de castings teatrales, mientras él —además de tener un trabajo como sacristán en el Upper East Side que proporcionaba educación católica gratis a sus hijos— llevaba a todos los chavales a las audiciones, y de ahí a Hollywood, donde se convirtió en una odiada figura. Unos amigos de la pareja gestionaban un pequeño teatro en Manhattan y cuando necesitaban un crío, según la edad y el género, Kit aparecía con uno u otro. El colegio era algo secundario. “Eran tan pobres que tenía que poner de mi dinero para asegurarme de que Macaulay fuera y viniera a los ensayos”, recordaba en una entrevista con The New York Magazine en 2001 el director de casting Billy Hopkins. “Gateaba debajo de los asientos del teatro buscando el cambio que se le caía al público de los bolsillos”.
Y sí, Macaulay logró triunfar, sacar a la familia de las literas de aquel cuchitril junto a las vías del metro y darle alas al resto con su éxito. El tercero de los hermanos —Christian, Dakota, Macaulay, Kieran, Rory, Shane y Quinn; además, Kit tenía una hija mayor, Jennifer, nacida en 1970, que se crio al oeste del país y murió de sobredosis en 2000— logró fortuna, acompañada de una fama que nunca quiso y de la que hoy sigue renegando. “Sabía que mi vida era única, pero no fue hasta que me hice mayor cuando entendí exactamente cómo de única. Éramos otra familia del bloque de pisos y de repente hubo un cambio drástico en cómo nos trataban hasta los niños del barrio. Así que siempre nos protegimos los unos a los otros”, contaba en 2018 en Vanity Fair. “Somos bastante únicos por nuestras experiencias. No podemos echar un vistazo y encontrar a alguien con una crianza similar. Eso ha ayudado a que estemos más unidos”. “Pobre chaval, joder”, comentaba sobre Macaulay su hermano Kieran en una reciente entrevista con Esquire. “Era pequeño y tenía que aceptar ese nivel de fama”, reflexionaba. “Incluso entonces, de niño, recuerdo pensar: Esto es una mierda para él”. Macaulay hoy, con un podcast, su banda The Pizza Underground y dos niños pequeños, se define con felicidad como “básicamente un jubilado de treinta y tantos”.
La experiencia de Kieran es casi opuesta a la de su hermano. Su pequeña aparición en Solo en casa dio en un papel mayor en las dos entregas de El padre de la novia (en 1991 y 1995), pero con una fama controlada; a partir de ahí, fue a título al año. En 1999 acabó su niñez con Las normas de la casa de la sidra; en 2002 arrancó su adolescencia con La gran caída de Igby. Con 18 años se había independizado, y fue su madre quien le ayudó a amueblar y comprar sartenes para el apartamento alquilado del East Village de Manhattan donde vivió hasta hace un par de años, cuando nació su hijo menor y se mudaron a Brooklyn, aunque lo sigue manteniendo como estudio y local de ensayo. Y en Brooklyn estuvo Patricia echando una mano a su hijo durante unos meses con sus nietos pequeños.
Más allá de Scott Pilgrim contra el mundo (2010), su carrera estaba hecha de papeles menores y voces de doblaje. Hasta que llegó Succession. Le propusieron interpretar al primo Greg, pero desde el primer momento él supo que debía ser Roman. Grabó tres escenas y se las mandó al creador de la serie, Jesse Armstrong, con quien la conexión fue total y le fichó de inmediato. Nunca ha acudido a una escuela de interpretación ni ha seguido un método. “Ha sido cuestión de hacerlo, seguir haciéndolo y ¡anda! ¡Tengo una carrera!”, comentaba en Vanity Fair.
Pero fue 30 años antes cuando a todos los Culkin la fama les cambió la vida. Kit, actor en su juventud, empezó a gestionar las carreras de sus hijos y a pelearse con ejecutivos de estudios que se quejaban —además de por su escasa higiene y olor corporal— del control que ejercía sobre los chicos, de su tiranía, sus amenazas y sus malos modos, de los que incluso la prensa del momento se hacía eco. Macaulay ha llegado a acusarle de maltrato físico y psicológico, de sentirse “celoso” de él, como contó en su podcast: “Todo lo que él ha intentado hacer en la vida yo lo había logrado de sobra con 10 años”. De ahí que cuando rodó Niño rico, en 1994, se plantara. Se negaba a seguir siendo una máquina de hacer dinero. El juicio por su custodia, que pidió y logró su madre, quedó en los anales.
Kieran, por su parte, lo ve con más distancia. Nunca tuvo una buena relación con su padre pero no le considera un maltratador. “No es un buen tipo, pero no fue importante en mi vida desde los 15″, repasaba en una entrevista, recordando cómo en algún momento en los noventa Kit se fue de casa un par de semanas y nadie preguntó por él. “La verdad, a nadie le importaba. Mi madre era el progenitor, así que cuando él no estaba todo era mejor”. “No era una buena persona y probablemente tampoco un buen padre”, sentenció. Los chicos, ya adultos, no tienen relación con su padre, quien hace una década sufrió un infarto que le afectó al habla y al movimiento. Fue por entonces cuando Kieran le vio por última vez: en 2014 Kit fue a verle al teatro en Broadway, él le puso en la lista de invitados y después se saludaron entre bambalinas. Nunca más. “Que le den. No me importa”, contaba en The Hollywood Reporter.
Pese al huracán de una fama temprana (”no es una cosa nada buena”, ha comentado Kieran, “me quedo con la felicidad personal antes que con el éxito, por supuesto; si soy un desgraciado ¿qué mierda es esa?”), los Culkin siguen unidos. Macaulay recibió el 1 de diciembre su estrella en el Paseo de la Fama. Su pareja, la actriz Brenda Song, sus hijos y sus hermanos Rory y Quinn le acompañaron, igual que su ahijada, Paris Jackson. Su madre no pudo acudir desde Montana por su salud.
Solo falta algo en la vida de los Culkin: Dakota. La segunda de los hermanos falleció en diciembre de 2008, con 30 años. Salía de un bar en Marina del Rey, al sur de Los Ángeles (California), cuando la atropelló un coche. El conductor no había bebido ni consumido drogas; ella estaba en rehabilitación por su alcoholismo. La familia quedó devastada, cancelaron sus proyectos. “Fue lo peor que ha ocurrido jamás, no se puede endulzar”, ha reconocido Culkin. “Cada uno lo gestionó de una manera distinta. Creo que todos nos pusimos del revés”. Aunque han pasado más de 15 años, Kieran sabe que la herida nunca cerrará: “Siempre va a ser devastador. Todavía lloro sin venir a cuento. Me viene a la cabeza algo divertido que hizo y me hace reír, y después me pongo a llorar. A veces es darme cuenta de que nunca conocerá a mis hijos y que ellos nunca la tendrán; es difícil describir cómo era”.
Porque Kieran está cumpliendo con su trabajo soñado y no es el de actor, el que le da premios por Succession o le colocará en pocos días en las salas con su nueva película, A Real Pain, con Jesse Eisenberg. Es poder estar en casa y con sus hijos. “Siento que mi propósito es ser un padre que se queda en casa”, contaba en Esquire hace unos meses. ”Ahí es donde me siento más yo. Y todo lo que me saque de ahí está mal”. Para los Culkin, desde hace 30 años, la familia es lo primero.