Godzilla ataca de nuevo
He descubierto que el monstruo es Japón. Todas las cosas a las que temen, lo foráneo, la fuerza de la naturaleza, expresada en lo que viene desde el fondo del mar, como los tsunamis, o desde el centro de la tierra, como los terremotos
Estoy en Osaka, Japón. Un destino que sería aún más fascinante si hablara japonés. El nivel de incomunicación es tan grande que te hace pensar que está concebido para hacerles creer que el aislamiento es su mayor fuerza como nación. No es fácil conseguir llegar a un sitio, por más conocido que sea, si no dispones de wifi. Porque no sabes cómo pedir ninguna dirección, ni siquiera si se la muestras a través del móvil, escrita en su idioma y temes perder la compostura, algo que ellos dominan m...
Estoy en Osaka, Japón. Un destino que sería aún más fascinante si hablara japonés. El nivel de incomunicación es tan grande que te hace pensar que está concebido para hacerles creer que el aislamiento es su mayor fuerza como nación. No es fácil conseguir llegar a un sitio, por más conocido que sea, si no dispones de wifi. Porque no sabes cómo pedir ninguna dirección, ni siquiera si se la muestras a través del móvil, escrita en su idioma y temes perder la compostura, algo que ellos dominan muchísimo mejor que los occidentales y puedes terminar por no llegar al estupendo restaurante que te indica la guía.
Pero el encanto de los japoneses y su comida lo salvan todo. Ante cada embrollo u obstáculo, te pinchas en el brazo y te dices que forja carácter, que ha sido un pueblo castigador y castigado, que sus líderes tomaron pésimas decisiones, quizás por no saber otros idiomas. Así, empujados por el populoso centro de la ciudad, entramos en una de las salas de cine a disfrutar una nueva versión japonesa de Godzilla.
A pesar de su mal carácter, Godzilla es mucho más que un monstruo para mí. Es casi una deidad, parte de mi colección de fetiches, entre Marilyn, Frankenstein y King Kong, de quienes obviamente ha tomado prestados pedazos de encanto que ha incorporado a su radioactividad. Pero al ver en un cine de Osaka este nuevo Godzilla, sin entender casi nada más allá de lo puramente cinematográfico, he descubierto que el monstruo es Japón. Todas las cosas a las que temen, lo foráneo, la fuerza de la naturaleza, expresada en lo que viene desde el fondo del mar, como los tsunamis, o desde el centro de la tierra, como los terremotos, se relacionan con el origen de Godzilla. Y su radioactividad es la demostración física y química, gracias a los efectos especiales, de su mayor trauma: sobrevivir a la bomba nuclear. A la guerra.
Todo esto se mezcla con melodrama y un magnífico uso del color en esta nueva versión de un aporte de la cultura japonesa al universo de los monstruos cinematográficos. Es una vuelta a casa del héroe internacional que prefiere no aprender ningún idioma, sino manifestar su enfado con bramidos y destrucción. A veces hasta con buen criterio arquitectónico al ser especialmente fiero con las aparatosas construcciones de ese Tokio que diezma para exaltar la histeria en el espectador.
No solo pensé en que Godzilla es Japón. También puede ser uno de nosotros o yo mismo. Al igual que él, tengo y tenemos poderes que permiten renacer. O reinventarse, como se dice ahora. Se regenera. Nosotros nos reconvertimos. Terminé emocionado. Y aplaudiendo. En la sala también lo hicieron. La magia comunicativa de Godzilla. Y del cine.
Godzilla se estrenó en Japón el 28 de diciembre. El viernes siguiente, fallecía en Nueva York Gustavo Cisneros, el gigante empresarial venezolano. Para los venezolanos de mi generación, Cisneros creó un país poderoso y exitoso donde si aprendías a arriesgar y mantener foco y disciplina no solo podías llegar a ser como él, sino a convertir al país en otro ejemplo de éxito. Aunque sin disponer de una fortuna, sí tuve la fortuna de conocerlos, a ese país y al empresario. En 2009, mientras cenábamos, junto a su esposa Patty, en casa de Elena Benarroch, me propuso participar en el Miss Venezuela, el concurso de belleza que Venevisión, su cadena de televisión, transformó en elemento cultural para multitud de venezolanos y convirtió en un espectáculo llamativo e integrador. Nuestras misses no solo ganaban el Miss Venezuela, bajo la personalísima tutela de Osmel Sousa y la dirección de Joaquín Riviera, sino que se coronaban repetida y sucesivamente como Miss Universo y Miss Mundo. En ese 2009 que Cisneros me invitó a ser presentador, una Miss Universo venezolana le había cedido esa corona a otra Miss Venezuela. En la gala, tras descender las empinadas escaleras del Poliedro de Caracas, fueron reunidas ante un público bramando como Godzilla y atrapado en una misma radioactividad. Horas antes, Cisneros reunió a los presentadores del evento en el telediario estelar, junto a él. Desde 2004, Chávez y la oposición le habían cogido ojeriza, una situación que él describe en el documental Sin Descanso. En ese momento, vi al Cisneros político, empleando su mejor arma de entretenimiento para dirigirse, en momentos muy críticos, al país al que había ofrecido varias dosis de identidad.
Recuerdo un momento anterior en Barcelona, cuando con exquisita complicidad me invitó a una conferencia que impartiría en la ESADE e iba a hablar de varias de las tácticas ejecutadas en la expansión internacional de sus empresas. Cuando llegué al centro, antes de las 8.00, detecté una especie de revolución ante mi presencia. Los estudiantes, aunque acicalados, tenían aspecto de no haber dormido mucho y me miraban con cara de saber lo que había hecho la noche anterior. Habían visto Crónicas Marcianas y Cisneros se regocijaba con el momentazo. Patty y yo recordamos este momento como ejemplo de la sagacidad de Gustavo Cisneros.
Gustavo no se marchó solo. Godzilla está con él.