Marisol Galdón: “Muchos están jodidos como yo y solo muestran su cara ideal”
La comunicadora y actriz, que publicó un vídeo pidiendo empleo, denuncia la perversidad de un mercado que excluye a las mayores y confiesa la dureza de vivir en la precariedad y la pobreza cuando se ha tenido casi todo
Charlando ambas sentadas en el salón de su bonito adosado con vistas al bellísimo campo alcarreño, cuesta creer que Marisol Galdón esté tan mal económicamente como para haber publicado hace unos meses un vídeo pidiendo trabajo y confesar, hoy, que sigue pasándolas canutas y no le llegan ofertas. Primer prejuicio a revisar. La casa, llena de lozanísimas plantas y estantes atestados de libros viejos, es alquilada; su casero, comprensivo, le ha aplazado y rebajado la renta, y la inquilina completa sus escuetos ingresos con ayudas de amigos. ...
Charlando ambas sentadas en el salón de su bonito adosado con vistas al bellísimo campo alcarreño, cuesta creer que Marisol Galdón esté tan mal económicamente como para haber publicado hace unos meses un vídeo pidiendo trabajo y confesar, hoy, que sigue pasándolas canutas y no le llegan ofertas. Primer prejuicio a revisar. La casa, llena de lozanísimas plantas y estantes atestados de libros viejos, es alquilada; su casero, comprensivo, le ha aplazado y rebajado la renta, y la inquilina completa sus escuetos ingresos con ayudas de amigos. Galdón, amable y locuacísima, luce primorosamente vestida, teñida y maquillada. Segundo prejuicio: se tiñe y se maquilla ella sola, y el modelito que ha elegido para las fotos, divino, es de hace décadas. Prejuicios fuera: la pobreza y la precariedad no implican siempre pasar hambre ni llevar harapos. Y ella es la primera en saberlo.
¿Cuándo empezó a torcérsele el carro, laboralmente hablando?
En realidad, muy pronto. Después del boom de los programas Plastic y Peligrosamente juntas, en los noventa, me llamaron como opinadora en Telecinco, como jurado en programas de entretenimiento y cosas así. No me llenaba profesionalmente, pero pagaban bien, aunque jamás me hice rica. La ruina llegó con la crisis de 2008, en la que bajaron brutalmente las tarifas, y, sobre todo, con la pandemia. Se paró todo. No me salía nada. Tuve que vender mi casa, pagar deudas. Llegó un momento en que no vi otra salida que grabar y subir el vídeo.
¿Cuánto le costó publicarlo?
Muchísimo. Es durísimo salir del armario de la pobreza, y más en una época y una profesión en las que mandan el postureo y la impostura. Alucinarías con la cantidad de colegas que están tan jodidos como yo y solo muestran su cara ideal.
También hay gente que lo pasa bastante peor que usted.
Claro, yo no estoy en guerra encerrada en un sótano en Ucrania ni me han mutilado el clítoris ni paso hambre. Pero necesito trabajar y nadie me contrata. Y luego está la dictadura esa de la autoayuda y el autoempleo. “Emprende, emprende”, te dicen. Reinvéntate. Yo escribo libros, tengo un blog, acabo de rodar un corto, me invento mil cosas, pero de eso no vivo. Estoy harta de ese discurso. A la mierda la resiliencia. Al final, te culpan a ti de no darte trabajo.
¿Cómo es ser pobre cuando se ha vivido confortablemente?
Muy duro. Yo, modestamente, lo he tenido todo. Te vas empobreciendo, vas teniendo que dejar de hacer cosas. Parecerá frívolo, pero es una derrota íntima, por ejemplo, tener que dejar de usar cremas buenas por una del súper, y racionándola. Y lo de mendigar a los amigos... Es todo no, no, no.
¿Qué es ahora un lujo para usted?
Un libro. Hace siglos que no me compro uno, es de lo que peor llevo.
Un libro cuesta unos 20 euros.
Sí, pero son 20 euros que quito a la compra y las facturas. Mi único lujo es Spotify. Nueve euros al mes, incluso en los peores tiempos. Habrá quien no lo entienda, pero sin música me muero.
En el vídeo se ofrece de periodista, DJ, presentadora de eventos, guionista. ¿Está al día en todos esos frentes?
Soy muy buena haciendo todo eso. Ya lo he hecho y ahora, a mi edad, lo haría muchísimo mejor. Tengo experiencia, poso, aplomo. Pero no me quieren. Ese es el drama.
¿No se le caen los anillos por nada?
Nunca. Porque, además, estoy sola. No tengo padres ni hijos ni pareja. No tengo a nadie. Por eso me endeudé como una loca antes de pedir ayuda a los amigos. El tiempo pasa, la gente te dice que cómo puede ser, si eres muy potente. Y tú dices, seré potente, pero en un mundo impotente. Y te metes en un pozo muy negro. El año pasado por estas fechas casi termino como Verónica Forqué.
¿De verdad pensó en suicidarse?
Sí, sin dramas, además, porque siempre he pensado que la vida le pertenece a uno y a nadie le importa lo que hagas. De niña te enseñan cosas maravillosas como la bondad y luego sales al mundo y ves que son patrañas, que todo es mentira. Y si eres buena persona, lo pasas mal. Cuando te vas estrellando contra una valla y otra, y no lo logras, te desesperas. Yo me valoro mucho a mí misma. Demasiadas cosas he hecho ya por debajo de mis posibilidades. Entonces, si este mundo no está interesado en mí, dices, como Fernán Gómez: “Idos todos a la mierda”.
¿Por qué no lo hizo?
Porque me concedieron una ayuda de 400 euros de AISGE (Sociedad de Gestión de Derechos de Imagen de Intérpretes), de la que soy socia. Y me salieron de puta chamba unas secuencias en la serie Sentimos las molestias. Del Estado no he recibido nada. Esas ayudas a mí me salvaron la vida. Con eso voy tirando.
Ha dicho que no tiene a nadie. ¿Cómo lleva la soledad?
En mi fórmula de la felicidad, y cada uno tiene la suya, entra la soledad. Es maravillosa si una está a gusto consigo misma. Desconozco el aburrimiento. Estoy todo el día haciendo cosas. He vivido en pareja ocho años con el primero, cuatro con el segundo, y con el tercero no llegó ni a dos, y cada uno en su casa. Ahora hace 20 años que no tengo novio. Necesito mi mundo, mi espacio, mi rollo.
¿Ha renunciado al amor?
El amor ha renunciado a mí, lastimosamente, y eso sí me sabe mal. Cuando hice el monólogo Me río por no follar, que hablaba del sexo y las mujeres maduras, decía que me había hartado de follar y lo que quería era hacer el amor. Pero no es así: se puede hacer el amor con alguien de quien no estás enamorado. Y follar, también. Eso sigue operativo y lubricado. Las menopáusicas no somos mujeres de segunda clase como quieren hacernos creer. Al revés, para mí fue una liberación.
¿Y las arrugas?
Pero, ¿cómo me preguntas eso?
Bueno, yo las llevo regular.
Porque el puto patriarcado nos ha vendido que un hombre maduro da igual que tenga arrugas, tripa, canas. Lo importante es su sabiduría y su experiencia. Y que las mujeres podemos ser sabias, pero qué mal se nos ve pasada una edad. Ese es el problema en que nos han metido y caemos como idiotas. ¿Cómo permitimos que nos mangoneen así? Aunque reconozco que el código de barras me tiene frita. Será por la crema del súper [bromea].
¿Se siente una culpable de no encontrar trabajo?
La culpa lo único que hace es meternos veneno y tenernos controlados. Pero sí. Cuando eres autocrítica, lo primero que haces es culpabilizarte. Siempre pienso qué habré hecho mal, en qué la habré cagado. Pero eso es perverso. Este mundo no me merece. Tienen a una tía como yo, superválida, que puede hacer mil cosas en un montón de frentes, y no les interesa. Esa es la realidad.
Hace ya ocho meses que publicó su videocurrículo. ¿Ha merecido la pena?
Aquello se hizo viral, me puso en el mapa y me salieron bolillos, entrevistas, alguna cosilla, sí, pero es todo tan precario y tan puntual que no acabo de salir del hoyo. Lo digo otra vez desde aquí: necesito trabajar ya. Tuve que darme de baja en la Seguridad Social por no poder pagarla y necesito cotizar para cobrar pensión. Hace poco me ofrecieron ir [al reality] Supervivientes. Les agradecí la atención, pero debí de mostrar tan poco entusiasmo que no me volvieron a llamar. Soy una mujer madura y talentosa a la que no le dan trabajo. De petarda me habría ido mejor.
'MARISOL AL DESNUDO'
Así se titula el cortometraje que ha rodado Marisol Galdón (Barcelona, 59 años) sobre su vida actual y las razones que la llevaron, en septiembre de 2021, a colgar un vídeo en Twitter relatando su abultado currículo y pidiendo trabajo. En él, no se le ve un centímetro de más de piel, pero Galdón se desnuda confesando sus más íntimos sentimientos: los de una mujer en plenitud obligada al ostracismo y la precariedad por un mercado de trabajo que la ignora. Marisol, rostro popularísimo en la televisión de los noventa y los primeros dos mil, estudió Periodismo, aunque su auténtica vocación hubiera sido ser directora de cine para narrar historias. Acaba de publicar su tercer libro, un trepidante thriller titulado Cumbres tenebrosas, y de aparecer como actriz en la serie Sentimos las molestias, junto a Antonio Resines, Miguel Rellán y Fiorella Faltoyano. Sigue buscando trabajo.