Giorgio Armani: “Hoy el lujo no se puede hacer sin responsabilidad”
En París, la alta costura busca redefinirse a través de unos desfiles digitales que no terminan de conectar ni emocionar a la audiencia
En una época sin prácticamente eventos sociales ni alfombras rojas, se antoja más pertinente que nunca el debate sobre el sentido y el futuro de la alta costura, cuyas colecciones para la próxima primavera-verano 2021 se presentaron esta semana en una cita enteramente digital. La pregunta, en realidad, lleva años sobre la mesa: ¿Sigue siendo un negocio o es una costosísima campaña de marketing para elevar la imagen de las firmas? Giorgio Armani r...
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En una época sin prácticamente eventos sociales ni alfombras rojas, se antoja más pertinente que nunca el debate sobre el sentido y el futuro de la alta costura, cuyas colecciones para la próxima primavera-verano 2021 se presentaron esta semana en una cita enteramente digital. La pregunta, en realidad, lleva años sobre la mesa: ¿Sigue siendo un negocio o es una costosísima campaña de marketing para elevar la imagen de las firmas? Giorgio Armani responde. “Está en buena forma. Tengo muchas clientas que son directivas y sus encargos siguen llegando. Aunque es verdad que los vestidos para ocasiones especiales son el eje central de nuestro sector”, explica por correo electrónico el diseñador, que el pasado martes desvelaba una propuesta cuajada de trajes de chaqueta y que pretendía ser “una celebración de la belleza clásica y armoniosa”.
Mientras medio mundo vive en chándal, la alta costura resiste como el último reducto de la magia, la exclusividad y la tradición más exquisita. Aun así, rebaja su grandilocuencia en un intento de apelar a sensibilidades más actuales: desde las gabardinas y bermudas que pudieron verse en la futurista colección de Valentino, hasta propuestas, como la de Armani, que buscan asociar la haute couture a conceptos en principio tan alejados de su discurso como el reciclaje: “He involucrado a las celebrities en un nuevo plan: no más creaciones para ser vestidas una única vez, con el consiguiente desperdicio de habilidades y recursos. Mis piezas son atemporales y pueden llevarse en muchas ocasiones. La costura es una celebración de la belleza que perdura; es verdaderamente sostenible, preparada para un futuro brillante”, defiende el diseñador italiano.
De momento, el presente se dibuja sombrío. LVMH, el conglomerado de empresas del lujo más grande del mundo, presentó el pasado martes sus resultados financieros de 2020. Los ingresos de la compañía —propietaria de firmas como Fendi o Marc Jacobs— cayeron un 17%; y sus beneficios netos, un 34%, hasta los 4.700 millones de euros. Pero hay esperanza. Las ventas de Louis Vuitton y Dior, locomotoras de LVMH, aumentaron más de un 10% en el último semestre, pese a llegada de la segunda ola del coronavirus.
La función que esta última marca ha querido dar a la alta costura es netamente escapista. Esta temporada, su directora creativa, Maria Grazia Chiuri, volvió a aliarse con el realizador de Gomorra, Matteo Garrone, para crear una fantasía onírica y de tintes renacentistas inspirada en el mundo del tarot; esa inesperada pasión que vincula a Christian Dior —se dice que una pitonisa le animó a abrir su firma en 1944— con los millennials, y que la diseñadora italiana ya explotó en su colección de alta costura de primavera-verano 2017. Los arcanos mayores se representan en prendas que parecen sacadas de cuadros de Zurbarán o Bronzino; un juego de referentes que Garrone y Chiuri subrayan con la iluminación en claroscuro e incluso a través de la composición de las escenas.
En el extremo opuesto, su excompañero en Valentino y actual director creativo en solitario de la marca, Pierpaolo Piccioli, continúa ensayando una interpretación más contemporánea de la alta costura. Y lo hace con una colección en la que se alternan complejas piezas de papiroflexia y espectaculares vestidos de lentejuelas, con abrigos de líneas limpias, bermudas e incluso camisetas, y, por primera vez, prendas masculinas.
También Virginie Viard, directora artística de Chanel desde hace dos años, aligera las siluetas de su predecesor, Karl Lagerfeld, en busca de opciones más compatibles con la vida de una mujer del siglo XXI, que desea sentarse y respirar (e incluso comer) sin que el corsé —que no falta, por ejemplo, en las creaciones inspiradas en Sevilla de Giambattista Valli—, le provoque un neumotórax. La paradoja es que, al simplificar la alta costura, la distancia que la separa del prêt-à-porter, muy rico en patrones y bordados en el caso de Chanel, se acorta peligrosamente.
Pese al formato digital de estos desfiles, la conexión con el público es, en general, débil. Falta emoción; un sentimiento que ni siquiera despertó el debut de Kim Jones en Fendi arropado por Naomi Campbell y Christy Turlington, además de por una irreconocible Demi Moore. Son muchos los que piensa que ha llegado el momento de redefinir el lujo, incluido el maestro Armani: “Como productores, tenemos que hacer menos y mejor, con una perspectiva sostenible. El lujo hoy no se puede hacer sin responsabilidad”, asegura.
Iris Van Herpen es una de las pioneras en la aplicación de materiales reciclables en la alta costura; un compromiso que no entra en conflicto con la creatividad de sus propuestas. En su última colección, parte de la morfología de los hongos para componer sus piezas casi extraterrestres, élficas. Daniel Roseberry, director creativo de Schiaparelli, introduce una perspectiva gótica en el legado surrealista de la casa para actualizarlo. Con ecos de Thierry Mugler, Rick Owens y Larry LeGaspi dota a su impecable sastrería de una potencia visual que perdura en la retina, frente a tantas propuestas poco memorables. Porque en el camino hacia su redefinición, la alta costura se sitúa esta temporada en una transición tan tímida como insustancial. El problema es que, como advierte Armani, ya no hay tiempo para la vacilación ni para nostalgia: “No echo de menos el sistema tal cual era; me alegra que esta crisis nos haya dado la oportunidad de cambiar. O, al menos, de intentarlo”.