Carolina Herrera, la mujer que dicta sentencia sobre la elegancia
Se la conoce como “la señora”, un tratamiento cimentado sobre una carrera que dura cuatro décadas en la que ha vestido desde a la reina Letizia a Kamala Harris
Dicen que Carolina Herrera (Caracas, Venezuela, 1939) dijo algo nada elegante a propósito de la “falta de clase” en ciertas mujeres de edad. Que pontificó sobre la inconveniencia de minifaldas, vaqueros, biquinis y melenas desatadas pasados los 40, los mismos años con los que ella irrumpió como suma sacerdotisa del estilo destilado en la G...
Dicen que Carolina Herrera (Caracas, Venezuela, 1939) dijo algo nada elegante a propósito de la “falta de clase” en ciertas mujeres de edad. Que pontificó sobre la inconveniencia de minifaldas, vaqueros, biquinis y melenas desatadas pasados los 40, los mismos años con los que ella irrumpió como suma sacerdotisa del estilo destilado en la Gran Manzana. A la velocidad a la que se hacen y deshacen entuertos en Twitter e Instagram, el asunto ya está superado. También por parte de la interesada, que respondía con humor a una polémica calculada a partir de unas supuestas declaraciones de 2018. Pero, más allá de acudir a la fuente para dar con el auténtico sentido de tales palabras, conviene recuperar aquella entrevista del tabloide británico The Daily Mail porque contiene la clave del genuino talante de la señora de la moda. “Yo no me retiro”, proclama casi al final, “estoy yendo hacia adelante”.
Recién apeada de la dirección creativa de la casa que fundó en 1981, la diseñadora venezolana se confirmaba ahí como la fuerza de la naturaleza que siempre ha sido. El sentido del trabajo disciplinado lo lleva de serie, tanto como el del gusto/elegancia: su padre, Guillermo Pacanins Acevedo, fue piloto militar antes de convertirse en estadista. Su madre, María Cristina Niño Passios, con un abolengo que se remonta al siglo XVI, no era menos estricta. La idea preconcebida es que su hija Carolina, cuchara de plata en boca desde la cuna, llevaba una vida regalada, sin mayores intereses que sus caballos. Sin embargo, a los 18 ya estaba casada (con el terrateniente Guillermo Behrens de Tello), a los 24 lidiaba con una prole de dos hijas y a los 25 se convertía en madre divorciada. De ese último momento data su empleo como publicista de la tienda de Emilio Pucci en Caracas. El resto es más o menos historia: en 1968 contrae segundas nupcias con otro acaudalado paisano, Reinaldo Herrera (de ahí su apellido actual y hasta un título español de marquesa consorte, el de Casa Torre, que se le retiró en 1992 al no tener hijos varones), se muda definitivamente a Nueva York a finales de los 70 y, entre sarao y sarao en la discoteca Studio 54, se pone a diseñar. “No sabía que iba a suponer tamaño esfuerzo, pero me criaron en la disciplina y logré manejarme”, dice en la entrevista.
Para el caso, salir del gueto aristocrático latinoamericano para triunfar entre la alta sociedad wasp no es poca cosa. Que la imponente presencia de la señora Herrera ayudó, seguro –encontrarla en las listas de las mejor vestidas de la época era habitual, aún lo es–, como también el trabajo de su marido en la revista Vanity Fair, puerta de acceso directo a celebridades y realeza. Su primer intento fue el diseño textil, pero, tras consulta con Diana Vreeland, desistió. “¡Qué aburrido! Lo que tienes que hacer es una colección de ropa”, le espetó la ex directora de Vogue, legendaria gurú del estilo. En 1980 ya tenía sus primeros modelos, una veintena de vestidos que presentó a su círculo de amistades en Park Avenue. Hubo interés, pero la creadora se encontró con que no podía servir pedidos por falta de estructura. Su alianza con el empresario Armando de Armas (fundador del grupo de comunicación venezolano Bloque de Armas), solucionó la papeleta. Y en abril de 1981, a los 42 años, salía al ruedo del Metropolitan Club neoyorquino con su primera colección completa, todo hombreras, cinturas estrechas y faldas ondulantes. Estée Lauder y Jacquie Kennedy ficharon enseguida como clientas. De hecho, fue el encargo del vestido de novia de la hija de esta última, Caroline, el que terminó de disparar su nombre en 1986. Lo que sucedió a continuación no sorprenderá. O sí.
Carolina Herrera Nueva York es la etiqueta de las grandes damas. De las señoras como ella. Así lo expresa en una reciente conversación a dúo con su sucesor, Wes Gordon, lanzada en las plataformas digitales de la marca para conmemorar sus 40 años: “Yo diseño para los millones de mujeres que quiero que vistan Herrera”. Ojo, porque ahí cabe lo mismo la reina Letizia, que la lleva casi por bandera desde 2016 pero también Kamala Harris, con ese muy analizado traje de chaqueta y pantalón blanco con el que se presentó al mundo como próxima vicepresidenta estadounidense. Lo curioso es que la clase y la elegancia de Carolina Herrera podrán destilarse en el Upper East Side, pero se facturan sobre todo en el polígono industrial de O Pereiro de Aguiar. En este municipio orensano quedó sellado en 2001 el destino de una marca —propiedad del grupo catalán Puig desde 1995— que tiene en su línea de difusión/lifestyle, CH, su verdadero motor, engrasado al milímetro por la empresa en posesión de su licencia, Sociedad Textil Lonia, el otro gigante gallego de la confección que comandan Josefina, Jesús y Francisco Javier Domínguez, los hermanos disidentes del clan de “la arruga es bella”. En lo que va de los salones patricios de la Gran Manzana al corazón industrializado de la Galicia rural está, al final, el quid de la cuestión.