Cocer alubias en una caja de cartón

Es una versión moderna de la vieja técnica de cocinar enterrando la olla en un hoyo con brasas calientes. Da resultados magníficos con el arroz o la pasta. Cristina vive en una autocaravana y cuece así las alubias para ahorrar butano

FERNANDO HERNÁNDEZ / Getty

Cristina vive en una autocaravana y las dos cosas que más echa de menos son un horno y un sofá, dependiendo de si esa tarde le apetecen más galletas o una siesta.

Como las florecillas improbables que prosperan en las grietas entre adoquines, se ha acostumbrado a vivir sin épica, resolviendo los enigmas que surgen de las limitaciones con la misma ligereza con la que el agua baja por el riachuelo saltando, buscando el camino de menor resistencia.

Para cocinar, Cristina dispone de un hornillo a gas. El chisme, pese a ser pequeño, es capaz de convertir el interior de la autocaravana en un infierno en pocos minutos. Para elaboraciones rápidas es muy práctico, pero su descripción de la experiencia de cocer alubias con él me hace viajar a los veranos de mi infancia y a la imagen de mi madre, los domingos, cocinando arroz a la cazuela a puerta cerrada en la cocina, al borde del vahído, entre nubes de vapor, con el extractor rugiendo a toda pastilla, las ventanas ajustadas para que la brisa no apagase el fuego, y la condensación goteando por las baldosas y su frente. Hecho el arroz, mi madre aparecía en el salón con la paella en brazos como una sacerdotisa después de un ritual extenuante. Su figura, con la bata pegada al cuerpo como papel encerado a las madalenas, recordaba la de una rana que hubiesen dejado secar un tiempo considerable bajo el sol y que luego hubiesen echado al agua vestida.

Es por esto por lo que Cristina cuece las alubias en una caja de cartón; para ahorrar butano y no terminar hervida viva. Estas legumbres, a diferencia de lentejas y garbanzos, quieren ser cocinadas largo tiempo en un agua que roce el punto de ebullición sin llegar a rebasarlo. Cristina las deja a remojo doce horas. Después, las echa en una olla con agua que las cubra, y un poco más, y las pone al fuego del hornillo. Ahí cocerán con normalidad diez minutos, acompañadas de medio bulbo de hinojo. Pasado este tiempo, esta olla será tapada, envuelta con una manta, y encerrada en una caja revestida con cinco centímetros de grosor de porexpan. Así pasará la noche. A la mañana siguiente, nueve de cada diez veces en el interior de la olla habrá unas alubias con un punto de cocción impecable y un caldo que da unas sopas excepcionales.

Este método no deja de ser una versión moderna de la vieja técnica de cocinar con calor residual enterrando la olla del guiso o del estofado en cuestión en un hoyo en la tierra con brasas calientes y, a base de ensayo y error, da resultados magníficos en la elaboración de arroz, pasta, cocidos, quesos y yogur.

La actitud de Cristina con las alubias tiene poco de razonable, pensará el lector. Cualquier persona sensata y moderna le recomendaría dejarse de malabarismos y de complicaciones innecesarias y, simplemente, hacer acopio de tarros de legumbres cocidas periódicamente al paso por algún supermercado. Pero el asunto con las personas sensatas es que, pese a que suelen considerarse a sí mismas seres formados e informados, tienden a ser reacias a permitir que ninguno de esos temas de los cuales han leído les cale hasta los huesos y les cambie la forma de ver y estar en el mundo. Si esto no fuera así, verían en Cristina una pequeña mariposa de colores aleteando en Australia. Según la teoría del caos, cada suceso en el universo provoca una cantidad infinita de reacciones en cadena de consecuencias imprevisibles por nuestras mentes limitadas. El aleteo de un insecto en Hong Kong puede desatar un tornado en Florida; el paso de un cometa, el desplazamiento del plancton en los mares y el cambio en las rutas migratorias de las ballenas; el error al teclear una línea de código en la actualización de un antivirus, el colapso de los aeropuertos y de los sistemas de emergencias de todo el mundo.

Resulta apabullante tratar de imaginar las galaxias, las nebulosas, las auroras boreales que Cristina crea y destruye cada vez que decide, una tarde de agosto, en el solar donde tiene aparcada la autocaravana vieja, a la vista de todos los dioses grandes y pequeños, cocer legumbres en una caja de cartón.

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