Avances hacia la agricultura sostenible en España
La producción orgánica en España goza de buena salud y crece a buen ritmo, pero se enfrenta a retos como el bajo consumo interno y la huella de la exportación
El planeta tiene sus límites. Según estableció un grupo de científicos internacionales hace 12 años, son nueve, corresponden a procesos que permiten el desarrollo de la humanidad y en cada uno se fijan tres niveles de seguridad para que siga siendo viable. Cuatro han superado el umbral de incertidumbre y el sistema agroindustrial ha tenido mucho que ver. Ante esta situación, desde hace años se apuesta, entre otras medidas, por implantar esquemas de producción más sostenibles, como la agricultura ecológica. En España...
El planeta tiene sus límites. Según estableció un grupo de científicos internacionales hace 12 años, son nueve, corresponden a procesos que permiten el desarrollo de la humanidad y en cada uno se fijan tres niveles de seguridad para que siga siendo viable. Cuatro han superado el umbral de incertidumbre y el sistema agroindustrial ha tenido mucho que ver. Ante esta situación, desde hace años se apuesta, entre otras medidas, por implantar esquemas de producción más sostenibles, como la agricultura ecológica. En España, incluida en la Visión 2050 como una herramienta frente al cambio climático y la despoblación rural, la producción goza de buena salud, pero el consumo interno va varias marchas por detrás, y la exportación, entre otros factores, puede repercutir en la sostenibilidad del modelo.
“Nosotros teníamos fincas familiares, que pasan de los abuelos a los padres, lo típico de los agricultores. Entonces llegó el relevo a nosotros y propusimos un cambio”, cuenta por teléfono Enrique de la Torre Liébana, ingeniero y director de El Cortijo El Puerto, en Sevilla. “Nuestro objetivo era hacer un ecosistema desde cero, hacerlo todo ecológico y con agricultura de precisión. Y replicar la naturaleza”, añade. En su finca conviven olivares y almendros con fauna y flora diversas, cuyos efectos reducen la necesidad de intervención humana. El sistema de precisión, además, se sirve de la tecnología de información y comunicación para gestionar recursos de manera más eficiente.
Tendencia imparable
De la Torre es uno de los cerca de 42.000 productores, de los que el 88% son agricultores, que han dado el salto a lo orgánico. “La agricultura ecológica en España es una tendencia, crece de forma imparable”, asevera Concha Fabeiro, presidenta de la Sociedad Española de Agricultura Ecológica (SEAE). La superficie calificada como “eco” ha aumentado cerca de un 20% desde 2015 y se sitúa en los 2,35 millones de hectáreas, de acuerdo con los últimos datos disponibles de 2019.
España es el país europeo con más hectáreas dedicadas al cultivo biológico —tercero en el mundo tras Australia y Argentina—, pero en proporción a la superficie agrícola útil cae 11 puestos en la lista. Con alrededor de un 10%, está lejos de Austria, con más del 25%, Estonia y Suecia, con más del 20%, o Italia, con más del 15%, según el último informe del Instituto de Investigación de Agricultura Orgánica y la Federación Internacional de Movimientos de Agricultura Orgánica.
Los pastos ocupan más de la mitad de la superficie orgánica y en la restante lo que más abundan son cereales, olivos y viñedos. “Hortalizas también hay en ecológico, pero sobre todo en invernadero”, dice Alberto Sanz, investigador y profesor del Departamento de Química y Tecnología de Alimentos de la Universidad Politécnica de Madrid. “Pero por lo que respecta a la superficie, suponen un porcentaje muy pequeño comparado con la dedicada a pastos, olivar y vid”.
En Gil Luna, en el municipio zamorano de Toro, producen vino ecológico desde 2007. “Creo que estamos recuperando un poco el sistema tradicional”, relata al otro lado del teléfono el fundador y dueño, Wences Gil. El viticultor añade que desde hace años la calidad de los ecológicos iguala o incluso supera la de los vinos convencionales, lo que ha impulsado al sector. También que ha aumentado el interés del consumidor nacional, pero que a día de hoy los principales mercados son Estados Unidos, Canadá y los países nórdicos, junto a Alemania y Suiza.
Más de la mitad de la producción ecológica acaba fuera. “Ahora estamos en torno a un 63% de exportación. Se sigue exportando, pero el consumo interno ha crecido”, señala Álvaro Barrera, presidente de la asociación Ecovalia. Con 50,2 euros, el gasto medio anual por cabeza está muy por detrás del de países como Dinamarca o Suiza, que superan los 300, pero que cuentan con un mayor PIB por habitante corregido por el poder de compra. “Es verdad que el precio suele ser uno de los principales motivos, pero no es el único. Hace falta hacer llegar un mayor conocimiento a los consumidores de los beneficios de los alimentos ecológicos”, señala Fabeiro. El mercado español ronda los 2.300 millones anuales, alrededor de cinco veces menos que el alemán o el francés.
Aclaración de etiquetas
Este modelo, que prima los procesos y sustancias naturales, restringe los insumos sintéticos y fomenta la biodiversidad; bien hecho, favorece la salud y fertilidad de los suelos, la calidad del agua y contribuye a mitigar el efecto invernadero, entre otros beneficios. Sin embargo, como apunta Sanz, que un alimento sea de producción orgánica no implica necesariamente que siempre sea sostenible desde un punto de vista medioambiental. “Un producto en una estantería certificado como ecológico, cuya materia prima viene del otro lado del Atlántico tiene asociadas unas emisiones importantes de CO₂ debido al transporte”, comenta.
“Una agricultura que quiera revertir el cambio climático tiene que ser una agricultura local y de temporada. Y minimizar las exportaciones”, afirma Laura Calvet Mir, ambientóloga. “Ahora hay mercado, entonces, España, que puede producir, lo hace para exportación. No estamos hablando de la España vaciada, no hablamos de que nuevas generaciones puedan ver la agricultura como una opción de futuro… estamos haciendo agronegocio igual, pero agronegocio ecológico”, sentencia.
Elisa Oteros, de Ecologistas en Acción, habla de la concepción de los modelos productivos como un continuo. En un extremo está la agroindustria, en el otro, la agroecología, que toma en consideración todos los eslabones del sistema agroalimentario, y, entremedias, más cerca de este último, la agricultura ecológica. “Pero que puede no ser socialmente justa o no comercializarse en circuitos cortos y tener mucha huella de transporte. O incluso de producción también, porque se produce mucho en invernaderos que requieren mucha agua, plástico, insumos que vienen de lejos…”, asevera.
La agroecología, por su parte, se erige sobre los pilares ecológico-productivo, socioeconómico y sociopolítico. Este modelo, dice Calvet, pasaría también por la eliminación de los monopolios de distribución, la reducción de los intermediarios, el establecimiento de precios justos para consumidores y agricultores y la protección de la cultura tradicional, entre otras medidas. “Una producción ecológica enmarcada dentro de un sistema capitalista neoliberal en el que prevalecen las ganancias sin tener en cuenta la perspectiva socioeconómica no es adecuada. Y menos en una emergencia climática”, reflexiona.
El plan de la UE
“A mí me gusta hablar siempre de sistema agroalimentario sostenible, que es la visión que se da en la estrategia De la granja a la mesa”, dice Raquel Bravo, delegada de Madrid del Colegio Oficial de Ingenieros Agrónomos de Centro y Canarias. “Tiene medidas para la producción, la transformación y la comercialización, así como otras dirigidas al consumidor y a la reducción del desperdicio de alimentos”, añade. En este programa, además, la UE se fijó el objetivo de que la producción ecológica llegue al 25% de las tierras agrícolas en 2030, y el pasado abril presentó un plan de acción para los próximos seis años que tiene como primer eje estimular la demanda y garantizar la confianza del consumidor.
“Es necesario apoyo de todas las instituciones, económico, por supuesto, pero también desde la investigación, la formación y el asesoramiento, para mejorar esa capacidad de innovación, de experimentación en la propia finca”, afirma Fabeiro, “y, al final, necesitan que su producto se compre”. Barrera apunta que España es uno de los países que menos gastan en promoción. “La compra pública, en hospitales o en colegios, en países como Dinamarca se potencia. Aquí, en España, no se tiene un plan ni de promoción ni de compra pública”, añade.
El segundo pilar es el estímulo de la conversión y el refuerzo de la cadena de valor. “Los principales incentivos para la conversión a la producción ecológica son la potencialidad en el incremento de consumo, tanto en el ámbito nacional como en la exportación”, señala en un correo electrónico José Manuel Delgado, técnico de la Unión de Pequeños Agricultores y Ganaderos. “Otro incentivo son las ayudas dentro de la política de desarrollo rural, que incentivan tanto la conversión a la producción ecológica como el mantenimiento. Además, las diferentes políticas europeas y nacionales en favor de la sostenibilidad contribuyen a este cambio de modelo”.
Estas ayudas, provenientes principalmente de la Política Agraria Común, permiten equilibrar el proceso durante los dos o tres años que duran las conversiones, cuando los gastos suben y la producción baja. O cuando, al comenzar desde cero, la inversión inicial es más alta y los tiempos más dilatados. “Ahora bien, la clave no es hacer agricultura ecológica porque me dan una ayuda, eso no conduce a nada. De hecho, hay mucha gente que se estrella”, señala De la Torre, de El Cortijo El Puerto. “Más que nada tienes que estar convencido de que lo que quieres es producir producto ecológico, más que el tema económico”, apunta por su parte el dueño de Gil Luna.
El tercer y último eje se centra en mejorar la contribución a la sostenibilidad, reduciendo su huella climática y medioambiental, mejorando la biodiversidad, buscando alternativas a algunos insumos dudosos y haciendo un mejor uso de los recursos.
Otros sistemas menos dañinos para el planeta que los convencionales
“Hemos llegado al límite del paradigma de la revolución verde”, dijo en 2019 el entonces director general de la FAO, José Graziano da Silva. Esta transformación agrícola se centró en la productividad, con semillas mejoradas, explotaciones intensivas, mecanización y uso de químicos, para dar de comer a una población hambrienta tras dos guerras mundiales. Y fue efectiva, pero lleva años revelándose como un sistema caduco, entre otros aspectos, por su alto precio medioambiental. En la búsqueda de una cadena agroalimentaria más sostenible se han desarrollado diversos sistemas de producción menos dañinos para el medio ambiente. El ecológico es uno, pero no el único.
La agricultura de conservación, por ejemplo, gestiona el suelo de manera más sostenible que la convencional siguiendo tres principios: la eliminación del laboreo, el mantenimiento de una cubierta vegetal y la rotación de cultivos. “Hablamos de beneficios tanto en biodiversidad como en el suelo, agua y aire”, cuenta Óscar Veroz, director ejecutivo de la Asociación Española de Agricultura de Conservación. Aumenta la fauna, el suelo es más fértil, filtra mejor el agua y se reducen la escorrentía y la erosión, y se incrementa el secuestro de carbono en él. Además, al sacar el laboreo de la ecuación, se reduce el uso de maquinaria y combustible, contribuyendo a reducir las emisiones de dióxido de carbono.
La producción integrada, regulada y reconocida por el Ministerio de Agricultura, por su parte, es una práctica en la que se permiten los métodos químicos de control, pero se priorizan los biológicos. Una de las principales críticas a este sistema es que puede resultar insuficiente en la situación actual. También existen otras modalidades que llevan la ecológica un paso más allá, como la biodinámica, por ejemplo, que incluye una dimensión espiritual y propone trabajar en consonancia con las fuerzas cósmicas.
“Pues no hay una y hay muchas”, asevera Elisa Oteros, de Ecologistas en Acción, sobre si habría alguna manera de definir o catalogar una producción como sostenible. “Depende de lo que mides”, dice, ya que se utilizan distintos indicadores, como la energía, la huella ecológica u otros más sofisticados como la apropiación de producción primaria.
En la actualidad, solo la producción ecológica e integrada están reguladas por entes públicos. “Luego hay distintos sellos privados, pero lo ideal es que hubiese un sello en el ámbito de la Unión Europea, que es lo que se está impulsando en la estrategia De la granja a la mesa”, dice la agrónoma Raquel Bravo. Para ella, la responsabilidad no puede recaer solo sobre el primer eslabón de la cadena. “El consumidor es una parte clave de todo el proceso”, afirma. Para un consumo más consciente se puede, por ejemplo, priorizar los productos de temporada y de proximidad y reducir el desperdicio de alimentos.