La alquimia de Sabato de Sarno: unir el Adn de Gucci y las demandas del público en su colección debut
En su primera colección para la firma italiana el diseñador actualiza los clásicos más famosos y los combina con prendas para todos los gustos. Darle al público lo que busca es la estrategia que también han seguido los desfiles de Blumarine y de Peter Hawkings en Tom Ford
La palabra italiana ancora significa aún y también significa otra vez. Es el concepto sobre el que ha girado el esperadísimo debut de Sabato de Sarno. La expresión Ancora Gucci ha llenado esta semana vallas publicitarias en varias ciudades de todo el mundo. Todavía Gucci / Otra vez Gucci. El matiz lo es todo. “Ancora es la palabra que utilizas cuando tu deseo no se ha agotado aún, cuando quieres más de un abrazo, de un beso o de hacer el amor. Cuando quieres más de al...
La palabra italiana ancora significa aún y también significa otra vez. Es el concepto sobre el que ha girado el esperadísimo debut de Sabato de Sarno. La expresión Ancora Gucci ha llenado esta semana vallas publicitarias en varias ciudades de todo el mundo. Todavía Gucci / Otra vez Gucci. El matiz lo es todo. “Ancora es la palabra que utilizas cuando tu deseo no se ha agotado aún, cuando quieres más de un abrazo, de un beso o de hacer el amor. Cuando quieres más de algo que ya posees”, contaba este viernes el diseñador napolitano al diario Women’s Wear Daily.
De Sarno era uno de esos secretos bien guardados en esta industria, es decir, un director del equipo de diseño, la mente que da forma y la mano que ejecuta las ideas del director creativo de una firma. Como lo fue Alessandro Michele con Frida Giannini antes de ser ascendido a director creativo de Gucci en 2017. Después de ser durante una década la mano derecha de Pierpaolo Piccioli en Valentino, el grupo Kering, dueño de Gucci, apostó por De Sarno tras la salida de Michele a finales del pasado año. Querían un diseñador de oficio que cambiara la imagen de la firma italiana después de los muy lucrativos seis años de Michele, cuya estética, tan reconocible como peculiar y copiada hasta la saciedad, había alcanzado su cima comercial. Querían un (de) nuevo Gucci.
Pero esa idea, ancora, tiene muchos significados. Tras una primera campaña, el pasado agosto, que supuso el regreso de la modelo Daria Werbowy después de siete años retirada, se especulaba con una vuelta al Gucci abiertamente sexual y opulento de los años de Tom Ford en la casa. Otros, dado el perfil de Sabato de Sarno, curtido en la sombra, hablaban de un debut en el que se priorizara la artesanía por encima de la imagen, muy en la línea de la macrotendencia del lujo discreto que practican con éxito otros diseñadores de oficio ascendidos a directores creativos (véase el caso de Matthieu Blazy, eterna mano derecha de Raf Simons, hoy en Bottega Veneta).
Pero el debut de Sabato de Sarno esta tarde de viernes no ha sido ni una cosa ni la otra. Pensado para generar momentos virales por las calles de la zona milanesa de Brera, la lluvia ha hecho que el escenario se cambiara en menos de 24 horas a las oficinas de la marca (donde se han celebrado todos los desfiles en los últimos años) y, obviamente, sin ningún escenario epatante, solo un inmenso espacio cuadrado bajo una intensa luz roja y una música comisariada nada menos que por Mark Ronson.
Gucci todavía es Gucci, esa marca centenaria con la marroquinería en el centro, y por eso De Sarno ha sacado a desfilar casi todos los modelos de bolsos y zapatos emblemáticos de la firma: “Objetos de deseo que no tienen que ver con el arte, sino con la alegría de poseerlos”, contaba el diseñador en la nota de prensa. Una oda a la alegría sin pretensiones, “una especie de banco de imágenes de gente estilosa y diversa”, añadía. “Una historia de todo”, que se traducía en prendas de todo tipo, de faldas de cuero brillante a microtops de pedrería, jerséis camel, shorts con el monograma o sobrios abrigos negros. El nuevo Gucci abarca a un público discreto y a un cliente ávido de tendencias, a una audiencia tradicional y a un nicho moderno. Todavía es Gucci para unos, y es otra vez Gucci para otros.
La tendencia dominante de explotar los clásicos de archivo y mezclarlos con novedades sutiles y discretas, hasta realistas, es la que están siguiendo la mayoría de los diseñadores. Si para De Sarno este podría ser un banco de imágenes de gente estilosa, Kim Jones decía el pasado miércoles que su desfile de Fendi estaba inspirado en las mujeres con estilo que veía por las calles de Roma. El lujo juega la carta de una especie de espejismo realista en la calle, quizá en busca de un cliente que no quiere estridencias, pero sí inversiones dados los tiempos extraños que corren. Vender todavía más, en definitiva, ahora que está batiendo todos los récords de ventas.
De ahí que el jueves por la noche, el también primer desfile de Peter Hawkings en Tom Ford (y también mano derecha del diseñador tejano durante años) fuera otra plegaria atendida. El público, tanto el que se lo puede permitir como el que no, clamaba desde hace un par de años por el retorno al Ford más Ford, el que convirtió irónicamente a Gucci en la gallina de los huevos de oro a finales de los años noventa a golpe de sexo y poder explícitos. Hawkings se lo dio punto por punto, del traje de terciopelo al vestido con escote en la espalda, el pelo rubio con volumen, la gafa de aviador y el lamé dorado. “Ropa que supone la mitad del camino, la otra mitad es la actitud”, explicaba de una colección inspirada, como no podía ser de otra forma, en Donyale Luna, musa de Warhol, y de esa obsesión juvenil de Ford llamada Studio 54.
El vietnamita Peter Do recuperó hace dos semanas en su desfile de Nueva York un Helmut Lang esquemático para todos los públicos, Hawkings ha condensado el abecedario (que no el idioma) de Ford, De Sarno ha recubierto piezas de distintas décadas con una pátina de actualidad y, el jueves, Nicola Brognano, en Blumarine, quiso repetir el éxito que tuvo entre los jóvenes fans de Euphoria hace dos temporadas con un desfile que parecía sacado del vestuario de The Idol. 2023 está acabando con el cliché del creativo ajeno al mundo delirando en una torre de marfil. El diseñador del presente da al cliente lo que quiere.