Dime qué emoji de corazón envías y te diré quién eres
Este emoticono ya no significa amor (o no siempre). Su color, su tamaño y el contexto en el que se manda forman parte de una nueva gramática emocional que cada persona adapta a sus preferencias, por lo que no siempre se saben descifrar
Es posible que no exista un emoji más polisémico que el que representa a un corazón. Por ejemplo, uno de esos rosas con estrellitas alrededor, enviado a una amiga, puede desatar la confusión, la ilusión o el pánico. Durante una anodina conversación de trabajo, el emoji de un sobre sellado con un corazón puede parecer totalmente fuera de lugar, aunque, en ocasiones, se envía. Y cualquiera que utilice la mensajería instantánea ha mandado alguna vez un corazón rojo con una intención más evidente de lo que le gustaría admitir. Especialmente si la respuesta no ha sido la que deseaba.
Para muchos, en los mensajes de WhatsApp o Instagram, los corazones, y todas sus variantes de colores, tamaños y formas, se han convertido en un idioma paralelo. Un lenguaje con una gramática muy personal, pero con una potencia simbólica que ningún teclado podría predecir.
Para el catedrático de Filología Inglesa de la Universidad de Alicante Francisco Yus, autor de Emoji Pragmatics [Pragmática de los emojis, en español] (Palgrave Macmillan, 2025), estos todavía no pueden considerarse un lenguaje ni una prolongación del lenguaje escrito. “Tienen una cierta sintaxis, aunque muy limitada”, explica. Lo que sí son, reconoce, es “un complemento importante para la espartana comunicación verbal”, una forma de suplir la falta de gestos, miradas o tono de voz en las conversaciones digitales.
Hace años, Yus preguntó a sus alumnos por qué usaban emojis en sus conversaciones. “Una amplia mayoría subrayó la idea de que el texto tecleado no es lo suficientemente expresivo para comunicar todo lo que desean expresar. Sobre todo en lo relacionado con sentimientos, emociones o la carga humorística e irónica que deseaban comunicar”. Los emojis, concluye, enriquecen esos textos y, en ese sentido, cumplen una función emocional: permiten decir sin decir, insinuar sin riesgo, protegerse tras una carita o un símbolo.
El problema es que, en ocasiones, su significado no está tan claro. “Interpretarlos exige un esfuerzo de procesamiento y no son sustituciones siempre diáfanas o fáciles”, advierte Yus. Una cosa es escribir “Tú que me miras con buenos (emoji de ojos)” y otra muy distinta decir “¿Nos (emoji de ojos) esta tarde?”. “En el primer ejemplo”, explica el profesor, “está claro que el emoji sustituye a la palabra ojos, pero en el segundo caso sustituye al verbo ver”. En el comprometido universo de los corazones, esa ambigüedad se multiplica.
¿Por qué los corazones, y no otros emoticonos, se han convertido en una especie de código emocional del siglo XXI? Yus lo tiene claro: “El corazón abunda fuera del uso de emojis, y se popularizó a partir del famoso eslogan de I ♥ New York”. “Como es evidente, su uso abunda en los chats y aplicaciones de ligar, tanto como sustituto del sustantivo (corazón) como del verbo (amar). Y de forma intuitiva, parece que su uso es más frecuente en intercambios mixtos o entre mujeres que entre los usuarios masculinos”, añade.
Continuando con su análisis, Yus destaca que se adaptan también a diferentes contextos culturales. “Los franceses, por ejemplo, los usan cuatro veces más que en cualquier otro país”, señala. Y cada color o variante ha acabado funcionando como una marca de identidad.
Los matices del cariño digital
Para la psicóloga Núria Jorba, este “lenguaje de los corazones” demuestra nuestra obsesión por graduar y medir los sentimientos. “Los emoticonos han facilitado expresar muchas cosas que antes se tenían que decir con palabras”, explica. “Porque no es lo mismo hablar con alguien cara a cara y decirle lo que sea en voz alta y mirándolo a los ojos, que escribirlo. Pero es que enviar un emoji es todavía más fácil y, al hacerlo, nos sentimos menos vulnerables y expuestos a nivel emocional”.
Respecto a la diversificación en el uso de los diferentes corazones que ofrecen los teléfonos, la psicóloga lo ve como algo positivo. “Puede parecer una tontería, pero nos ayuda a identificar matices”, reconoce. “Un corazón azul puede significar que le tenemos cariño a un amigo, mientras que el rojo implica un componente más emocional, erótico o sentimental. Esa diferenciación en los sentimientos es algo positivo”.
No obstante, hay que tener en cuenta que, según advierte la experta, “enviar un corazón en lugar de decirle a alguien ‘te quiero’ a la cara es más fácil, pero también más ambiguo”. El uso tan masivo de este símbolo ha hecho que para mucha gente el corazón rojo clásico sea una especie de muletilla digital que utilizan todo el tiempo. “Cuando apareció WhatsApp, que te mandaran un corazón era algo significativo. Ahora, este puede servir simplemente para cerrar una conversación. Funciona por defecto. Y ahí aparece la dificultad: la diferencia entre un ‘te tengo cariño’ y un ‘te quiero’ se ha difuminado”.
El código secreto de los usuarios
Pero no nos quedemos en la teoría. Cada persona gestiona un complejo sistema de significados para los corazones que utilizan para cada ocasión. Por ejemplo, Laura, cuyo emoji favorito es el corazón rosa que crece: “Combina el significado potente del corazón con un color juguetón, coquette”. El corazón vendado lo reserva para cuando se siente cuidada o cuando cuida de alguien que está de bajón. El blanco, en cambio, “es para mostrar ternura y cariño a alguien a quien tengo mucho afecto, pero con quien aún me da miedo ser tan directa como para usar el corazón rojo”. “Los rosas que giran es como yo por ti y tú por mí, un baile de los afectos”, explica. En su jerarquía emocional, el corazón atravesado por una flecha solo lo utiliza como reacción a los selfis de su crush, y “el brillante o el que tiene un lazo son signo de agradecimiento con admiración, pero sin llegar al rojo, que es solo para unos pocos”.
Ana, por su parte, también tiene un significado para cada uno de ellos: “Últimamente, uso mucho el blanco porque me parece relajado, y el de las vendas, porque estoy malita del corazón”. En su repertorio, el color también es muy importante: “El violeta me sirve para acompañar a las amigas, es algo más para mostrar apoyo, sororidad. El marrón lo uso mucho en un grupo que tengo con amigas sobre café, y el azul, si hablo del mar o de Galicia”.
Y luego está Dani, que ha hecho del emoji del corazón anatómico, con sus venas y arterias, su emblema. “Es mi elección todo en uno. Se lo mando a mi madre, a mis amigos, incluso a mi jefe. Sospecho que mi masculinidad frágil necesita un corazón anatómico para no sentirse demasiado sensiblón”. El que tiene llamas lo usa “cuando hay cierto flirteo en el ambiente”, mientras que el rojo clásico “ha quedado relegado a likear mensajes de WhatsApp”.
Cabe preguntarse si los emojis (y especialmente los corazones) suponen un avance en la comunicación o si, por el contrario, la empobrecen. “Nos permiten expresarnos, pero siempre con una protección, no hay exposición real. Perdemos la calidad emocional que tiene decir algo cara a cara”, explica Jorba. Yus coincide en esa preocupación: “Estamos usando imágenes para reemplazar la riqueza de la conducta no verbal humana, lo que empobrece enormemente la capacidad de interpretar sentimientos y emociones en los demás”. Para apoyar su argumento, cita a la analista Sherry Turkle, autora de En defensa de la conversación (Ático de los libros, 2017), libro en el que advierte que, debido a las comunicaciones digitales, los jóvenes están perdiendo la capacidad de empatizar con otras personas. “La empatía se basa en la lectura de microgestos en la conducta de los demás, y los emojis son imágenes fijas que limitan esa variabilidad gestual”, afirma el catedrático.
Turkle, según recuerda Yus, fue una de las pioneras de los estudios de internet y nada menos que en 1995, cuando la red estaba en pañales, escribió un libro fundamental, La vida en la pantalla (Paidós, 1997), que comenzó a alertar sobre cómo los ordenadores e internet iban a transformar la identidad humana, las relaciones y nuestra propia concepción del yo, el cuerpo y la máquina. La autora, que ya tiene 77 años, se dedica a difundir la idea de que es necesario que los jóvenes dediquen más tiempo a conversar cara a cara, minimizando las interacciones virtuales y sus consecuencias negativas. Una advertencia a la que, viendo el estado actual de las cosas, quizá deberíamos empezar a tomarnos algo más en serio.