Rederas, un oficio tradicional que busca nueva vida y relevo generacional
El proyecto Red_Era se ha propuesto que este trabajo se mantenga y actualice en el puerto de San Vicente de la Barquera. En el muelle cosen averías y en un taller hacen complementos de moda y decoración con redes que ya no se usan para pescar
Dependiendo del medio de transporte en el que se vaya, hay que saber cómo y cuándo llegar a San Vicente de la Barquera, en la costa occidental de Cantabria. Esta villa marinera se sitúa en pleno corazón del parque natural de Oyambre, en torno a las marismas de Rubín y Pombo, a las que dan vida los ríos Escudo y Garandilla, respectivamente. Se asienta entre las rías de San Vicente y la Rabia, cuyos brazos rodean casi por completo las colinas sobre las que se esparce la parte antigua de la localidad. De fondo, los Picos de Europa. En coche, aunque hay una carretera alternativa, lo bonito a la par que engorroso, dependiendo de la época del año, es cruzar el puente de la Maza. Una construcción medieval de piedra que antes fue de madera. Sus 500 metros de largo se elevan sobre el agua sostenidos sobre 28 arcos de medio punto. Si se va en barco hay que tener presente que la entrada al puerto está condicionada por las mareas. Con bajamar no hay profundidad y a las embarcaciones les toca esperar a la pleamar.
El desarrollo social, cultural y económico desembarcó en San Vicente de la Barquera a través de su puerto. Un lugar en el que huele a una mezcla de salitre, pescado fresco, aceite, gasoil quemado y red húmeda. Aquí se encuentra una de las cofradías de pescadores más antiguas de España, cuyo origen se remonta al siglo XII. Desde hace varios años la cofradía ha cedido un espacio a tres mujeres para trabajar como rederas dentro del marco del proyecto Red_Era. Ellas son Silvia González (1980), Oana Zamán (1977) y Sandra García (1987).
Red_Era se puso en marcha para favorecer el relevo generacional, dar visibilidad y poner en valor el trabajo de redera. Un oficio que desempeñan, sobre todo, mujeres entre los 40 y 65 años. Es muy complicado encontrar gente joven que quiera ser redera, a pesar de lo importante que es para el sector de la pesca. ¿Los motivos? Los bajos salarios, las condiciones precarias y la estacionalidad. Para tratar de dar solución a esa problemática, la iniciativa combina un emprendimiento complementario a la actividad de redera que consiste en dotar con una segunda vida a las redes que ya no se usan para la pesca y convertirlas en materia prima para elaborar bolsos, bolsas de playa, llaveros, carteras, alfombras, etcétera. Este trabajo complementario es el que hacen en el taller que les ha cedido la cofradía de pescadores de lunes a viernes, en horario de mañana. Las redes rotas las cosen en el muelle. Todas, una media docena de mujeres, no siempre coinciden a la hora de trabajar, son madres y tienen que conciliar.
Su carácter estacional hace que el trabajo se concentre en las temporadas del bocarte, el chicharro y la sardina, de octubre a marzo. Durante el invierno el poco trabajo que hay no corre prisa y cambiar trozos enteros de pañadas, por ejemplo, es algo que pueden hacer tranquilamente. En el espacio cedido por la Cofradía de Pescadores de San Vicente de la Barquera, Silvia González cuenta a EL PAÍS que se puede dar el caso de que estén haciendo un bolso, pero que llegue un barco con la red averiada y tengan que bajar al muelle a coserla. Entonces solo tienen que bajar con su delantal con bolsillos, donde guardan el hilo, las tijeras y las agujas, ropa de abrigo (si procede), y tomar asiento en sus respectivas sillas, del resto se encargan los bodegueros del barco. Cada embarcación tiene sus propios ganchos, a los que se enganchan las redes para que ellas la cosan.
Las rederas veteranas adscritas al proyecto enseñaron las técnicas básicas a González, Zamán y García, tres mujeres ajenas al mundo del mar que querían aprender el oficio. La primera de las tres cuenta que ella no es redera de nacimiento, sino por su marido, que es dueño de uno de los cuatro barcos de pesca de cerco, por su suegra y por sus compañeras rederas, que le enseñaron el oficio. Ellas tomaron el relevo de esta otra parte de la diversificación del oficio de redera, porque las veteranas, por sus circunstancias, por su edad, próximas a la jubilación, ya no querían embarcarse en otra cosa. Un patrimonio inmaterial que también enseñan a los escolares a través de las visitas que les hacen en el muelle para ver in situ dónde y cómo trabajan.
Hasta hace poco las rederas no cotizaban por hacer su trabajo, arreglar, coser las roturas de las redes de pesca. Averías, les dicen ellas. En la actualidad, son autónomas que pagan su correspondiente cuota mensual a la Seguridad Social. Alternándose la palabra, las tres cuentan que este es un oficio centenario, artesanal y puro, que se aprende cosiendo en el muelle con otras rederas. Se transmite de forma oral, de generación en generación. De mujer a mujer. Es un oficio femenino. Cuando el hombre se va al mar, la mujer se queda en tierra cuidando la casa, a los hijos y arreglando las redes, en el muelle, en posturas forzadas y a la intemperie. Aunque cada vez un poco más protegidas. Desde la ventana de la habitación en la que trabajan haciendo complementos de moda y decoración a partir de redes recicladas se ve en el muelle una tejavana verde con un toldo transparente que les resguarda del viento de noreste, de la lluvia y del sol. Su maña y paciencia a la hora de arreglar averías en las redes no quita que se dañen las manos, la espalda y la vista.
“Esto es el apaño que hacen los marineros en la mar cuando rompen. Lo enjaretan (hilvanar) con hilo blanco y luego, de vez en cuando, dan algún nudo y de esta forma pueden seguir usando la red, aunque el barco lleva redes de repuesto. Una vez atracan en el muelle, esa red trampeada se la arreglamos nosotras”, explica González.
Para reparar la red, los marineros desde el barco y por medio de una grúa sacan la red como si fuera una cortina. Una cortina con la que se podría tapar una pirámide de Egipto. La red flota gracias a unos corchos, y la parte que se hunde lo hace gracias a unos plomos. Mientras se realiza esta operación, las rederas miran dónde están los agujeros y los van apartando. Hay que estirar bien la red para poder arreglarla, de ahí que trabajen en el muelle, no cabe en el taller. Una vez estirada, lo que hacen es buscar los refuerzos de cada lado, unir, amarrarlo de forma provisional y estirarlo, para que quede bien cosido. Es como un rompecabezas en el que tienen que encontrar las diferentes piezas y encajarlas. Para orientarse en esa enorme cortina, cada 100 mallas hay un refuerzo, una franja de red que les sirve para plantear el arte y arreglarlo sin error.
El tamaño y la sofisticación de estas redes hace que su precio ronde los 85.000 euros. De ahí la importancia del trabajo de las rederas. Es necesario y a los propietarios de los barcos les sale a cuenta que las arreglen. De esta manera, la red puede durar años: “Lo que nosotras hacemos es remendar la red. Si la pañada tiene muchos remiendos pequeñitos, cortamos y echamos red nueva, pero no se quitan. Es un arreglo que se hace por partes”, explica García. En San Vicente hay cuatro barcos de cerco y cada barco tiene su redera de confianza, la de casa.
Dependiendo de la rotura se recurre o no a otras rederas. González, Zamán y García se dedican en exclusividad a este oficio: nunca saben cuándo se va a romper una red de cerco. Tienen que estar operativas. Es posible que pasen uno, dos o tres meses sin coser, y temporadas que no dejen de hacerlo.
Zamán aprendió a coser gracias al proyecto Red_Era y dice que le encanta. Lo que ella y el resto de sus compañeras cosen y diseñan, como un bolso de mano, con red, entretela y forro, con estampado o retales varios, lo venden en el propio taller, en tiendas de San Vicente, en mercadillos y ferias. Lo venden a precios más altos que los complementos que se hacen y vienen de Asia. “Para hacer los productos que hacemos tenemos que sacar nuestro hilo de red, algo que nos lleva mucho tiempo”, explica. Procuran hacer cosas para todos los gustos y todos los presupuestos. Dicen que quien se lleva un producto de Red_Era se lleva parte del saber y hacer de la redera.