Los 906 metros de Ribadesella que reúnen a corredores todos los veranos: “Los motivos son diferentes, pero los retos son comunes”

La historia del circuito de entrenamiento de la localidad asturiana es la historia universal de la creación de los grupos de corredores, de los inescrutables caminos de las aficiones o del papel que juegan los líderes

Marisa Peña, vecina de la Urbanización Astursella, observa entrenar a los corredores el 17 de agosto en Ribadesella (Asturias).Julian Rus

Lo llaman, con mucha ironía, el CAR. Es el acrónimo de Centro de Alto Rendimiento. Son 906 metros de calzada con forma de rectángulo. A su alrededor y en las manzanas interiores hay más de 80 viviendas unifamiliares, una treintena de parcelas vacías ―todas con césped― y un club social que lleva más de 20 años sin uso. Pertenecen a una urbanización privada. En la acera interior, cada 100 metros, se pueden ver marcas de pintura verde. Son las referencias que utilizan los corredores. La historia de este peculiar c...

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Lo llaman, con mucha ironía, el CAR. Es el acrónimo de Centro de Alto Rendimiento. Son 906 metros de calzada con forma de rectángulo. A su alrededor y en las manzanas interiores hay más de 80 viviendas unifamiliares, una treintena de parcelas vacías ―todas con césped― y un club social que lleva más de 20 años sin uso. Pertenecen a una urbanización privada. En la acera interior, cada 100 metros, se pueden ver marcas de pintura verde. Son las referencias que utilizan los corredores. La historia de este peculiar circuito de entrenamiento en Ribadesella (Asturias) es la historia universal de la creación de tantos y tantos grupos de corredores, de los inescrutables caminos de las aficiones, del papel que juegan los líderes, de la importancia de dar con un lugar en el que entrenar o del paso del tiempo medido en veranos.

Son las 9.45 de una nítida mañana de agosto. Astursella ―así se llama esta urbanización proyectada a finales de los años setenta― se despereza sin prisa. Una vecina se sube al coche para ir a la compra, otra cuida un pequeño huerto. Desde detrás de algunos setos llegan conversaciones de desayuno. También la respiración de perros. De repente, irrumpen en la escena unas animadas voces. Ocho corredores acceden al recinto bordeando la puerta automática que impide el acceso a los vehículos. Hay camisetas rosas, amarillas o azules, con referencias de carreras populares, publicidad de negocios locales o del Club Tritatlón Tetuán.

―¡De aquí no escapamos!― grita uno de los corredores.

Empezaron a venir en 2004. El médico Roberto Pire (64 años, Oviedo), el fontanero jubilado Roberto Sánchez (65 años, Ribadesella) o el interventor municipal Pablo Valdés (55 años, Laviana) fueron de los primeros en llegar a este lugar. “Buscábamos un sitio para entrenar, vimos que era muy llano, que no había nadie, que apenas pasan coches… que era una maravilla, vaya. Trajimos un medidor de la Policía Local, salían 906 metros”, dice Pire.

Miembros de la Sociedad Cultural y Deportiva Ribadesella entrenan en la urbanización Astursella.Julian Rus
Maximino González, presidente de la sección de atletismo de la Sociedad Deportiva y Cultural de Ribadesella, frente a una casa de la urbanización donde entrenan. Julian Rus
Silvia María García realizando ejercicios de estiramiento después de la sesión de entrenamiento. Julian Rus
Un vecino de la Urbanización Astursella, observa a los corredores entrenar, mientras trabaja en su jardín.Julian Rus
Pablo Valdés, corredor, charla con Julia García, vecina de Astursella, al finalizar el entrenamiento, Julian Rus

Maximino González (63 años, Ribadesella), operario de excavadora jubilado y presidente de la sección de atletismo de la Sociedad Deportiva y Cultural de Ribadesella, recuerda los tiempos en los que, para hacer series o sesiones de ritmo alto, tenían que salir “a la carretera general. “Y a lo mejor llegábamos hasta Naves o Arriondas (a 18 kilómetros)”, comenta. Antes de ese tiempo, están las razones por las que empezaron a correr. Maximino lo hizo porque fumaba “como un descosido” y estuvo un mes ingresado; Vitaliano Suárez (55 años, Ribadesella), extrabajador de una mina, para adelgazar ―”cogía el coche para hacer 100 metros”―; Seve Méndez (48 años, Gijón), exjugador de balonmano y empleado de banca, de casualidad ―“empecé en un viaje de trabajo a Madrid con unos compañeros”― y porque, según él, venía “en el pack” con su mujer, Silvia María García (48 años, Gijón), funcionaria que siempre había hecho deporte; Luis González (42 años, Ribadesella), trabajador del sector inmobiliario, porque estando en la tumbona en su viaje de novios pensó que le haría bien empezar a correr y llegar a hacer la Behobia-San Sebastián.

En otros casos, hubo que vencer a la vergüenza. Sánchez “corría escondido”, para que no le viera nadie. Por el mismo motivo, Pire debutó un día de madrugada y se ahogó a los 500 metros: “Volví a casa corriendo casi por orgullo”. Años después, serían campeón de España de media maratón en la categoría de más de 60 años y campeón del mundo de media maratón de veteranos por equipos, respectivamente. Fue Pire el que más tiró del grupo al principio. “Íbamos leyendo cosas, aprendiendo, e intentábamos profesionalizarlo un poco. Hubo una época en la que distribuía las series y los ritmos de cada persona. Encontrar este espacio nos permitió mejorar y crecer. La gente nos veía y nos preguntaba adónde íbamos a entrenar. O nos reconocíamos en carreras en otros sitios. Llegamos a ser hasta 150 atletas en el equipo”, explica.

El descubrimiento de un espacio para los entrenamientos específicos impulsó la creación, en 2008, de la sección de atletismo del club. Joaquín Dosil, profesor de Psicología del Deporte de la Universidad de Vigo y exatleta, explica el valor de encontrar un grupo afín, un líder y un lugar adecuado para entrenar: “El sentido de pertenencia tiene mucha fuerza. Los motivos son diferentes, pero los retos son comunes. La ilusión por compartir una experiencia es algo muy bonito. La figura del líder surge de forma natural, por conocimiento y creatividad, y aglutina. Y, para hacer series o ritmo, tener un circuito adecuado y que conoces ayuda a manejar la cabeza, porque tienes el control de la situación y te enfocas en lo que estás. También te permite plantearte pequeñas metas”. “Será repetitivo, pero se interioriza el ritmo a tope. Cuando te agobias, te dices, venga, una vueltina más. Aquí hemos llegado a hacer 27 vueltas a un ritmo de 4:10″, cuenta Pablo.

Varios corredores entrenan en la urbanización Astursella, en Ribadesella (Asturias). Julian Rus

Al otro lado, en las aceras, están los vecinos. La mayoría de ellos veraneantes habituales. Santiago Sánchez (71 años, Oviedo), ingeniero jubilado, tiene la marca de los 500 metros justo delante de su casa. “Da gusto verles y además en invierno nos cuidan las casas, porque siguen dando vueltas. A veces les ofrezco pasteles de guayaba, pero no los cogen para estar a tope”, dice antes de destacar cómo se han ido incorporando mujeres al grupo. Una de ellas es Hortensia Posada (63 años, Ribadesella), ama de casa que en su día regentó una tienda. “Cuando empecé a venir aquí, mejoré muchísimo”, explica. Hoy, una fascitis plantar la mantiene a otro ritmo: “Corro lo que puedo. Es exagerado lo que lo echo de menos”.

Julia García (75 años, Oviedo), profesora jubilada, tiene casa aquí desde 1986. “Veo el paso del tiempo a través de ellos, de verano en verano”, dice antes de lanzarles un: “¡Otro año aquí, no hay quien pueda con vosotros!”.

El grupo avanza a un ritmo de cuatro minutos y 11 segundos por kilómetro. Ya no se oyen las voces alegres del inicio. Está a punto de terminar una nueva sesión de entrenamiento en el CAR riosellano.

“¿Queréis un vaso de agua?”, pregunta Marisa Peña (75 años, Torrelavega), profesora jubilada frente a cuya casa ha finalizado hoy la sesión de entrenamiento. “A mí es que lo de correr me da mucha sed”, dice entre risas.

―¿Y a usted le gusta que vengan a correr aquí?

―Me parece estupendo. ¡Mientras no me hagan correr a mí...!

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