Puntual o impuntual crónico, ¿por qué hay personas que no pueden evitar llegar muy pronto o muy tarde?
Varios obsesos de la puntualidad y tardones crónicos confiesan las razones de su comportamiento, anécdotas divertidas provocadas por ese hábito y lo que sufren en silencio por sus devaneos temporales
Hace unos días había quedado con unos amigos en un bar a las siete de la tarde. El lugar acababa de abrir, nunca había estado allí y estaba situado en un barrio en el que nunca solemos quedar. No dediqué mucho tiempo a calcular el tiempo que me costaría llegar desde mi casa, sino que salí en el momento en el que estuve listo. Al llegar, me di cuenta de que había ocurrido una cosa que me suele pasar a menudo. Miré el reloj y había llegado exactamente a las 19.00, ni un minuto más y ni un minuto menos. No obstante, la cosa se puso todavía más interesante. Prácticamente a la vez llegó una de mis amigas, Irene. “¿Sabes una cosa?”, le dije, una vez que nos habíamos saludado y sentado. “Me resulta muy difícil no llegar exactamente a la hora. Ni antes ni después, sino justo en el momento”. “A mí me pasa lo mismo”, me confesó ella.
A partir de entonces, nuestra conversación empezó a echar chispas. Ambos empezamos a recordar la cantidad de fiestas a las que habíamos llegado los primeros, justo a la hora de la convocatoria cuando, obviamente, todavía no había llegado nadie. O citas en las que nos habíamos querido hacer los interesantes haciéndonos esperar unos minutos y habíamos fracasado estrepitosamente. Me resultaba muy llamativo que existieran más personas a quienes les ocurría lo mismo, que les fuera imposible llegar tarde.
Vivimos en un mundo en el que se habla muy a menudo de la impuntualidad. Mucha gente tiene entre sus rasgos distintivos el llegar siempre tarde, pero nunca he escuchado hablar de la extrema puntualidad y sus consecuencias. ¿Será tan común como su contrario? ¿Es algo imposible de cambiar?
“Aunque intente llegar cinco minutos tarde, no hay manera”, me responde Débora, directora creativa en su propia marca de diseño textil y la primera persona que encontré a la que le pasaba lo mismo que a mí y a Irene. “Siempre llego puntual aunque intente no hacerlo y siempre me toca esperar a la otra persona. No tengo ni idea de por qué lo hago. ¿Quizá es que soy demasiado organizada?”. “Creo que es importante llegar puntual para no malgastar ni tu tiempo ni el de los demás”, afirma Claudio, responsable de compras de un gran laboratorio farmacéutico, que responde a las preguntas solo unos minutos después de enviárselas. “Además, vengo de una familia medio alemana, donde la eficiencia es lo que prima. También creo que tiene que ver con mi afición al baloncesto, que es un poco como el ejército: hay que llegar puntual porque si no los demás compañeros te tienen que esperar para comenzar a entrenar”. Claudio explica que siempre llega a tiempo porque, de alguna forma, se organiza para hacerlo así. Incluso teniendo en cuenta posibles imprevistos. “Si la cita es importante, puedo salir 10 minutos antes de lo normal por si acaso el metro se para o algo así”.
En el otro extremo del espectro se sitúa Carla, que realiza tareas de producción en un estudio de sonido. “Llegar tarde es algo que he arrastrado toda mi vida y que creo que lo heredé de mi madre. De hecho, me he llegado a plantear si es algo biológico o aprendido”, dice, un poco en broma y un poco en serio. “El caso es que siempre he llegado tarde y la razón creo que es porque no sé medir el tiempo que tardo en realizar actividades que hago cada día. Siempre pienso que me costarán menos de lo que finalmente me llevan. O sea, si he quedado con una amiga a las siete y me tengo que duchar y pasar por Correos, perfectamente, puedo decir: ‘Bueno, pues me meto a la ducha a las 18.15 y llego’. Pero luego me ducho a las 18.30 y ¡aún pienso que puedo llegar!”.
“Entre las causas psicológicas más comunes de llegar tarde puede haber problemas de autorregulación a nivel cognitivo, afectivo y conductual, poca valoración del tiempo de los demás, un bajo sentido de la responsabilidad, falta de entusiasmo o motivación, distracciones y baja capacidad de organización del tiempo”, explica la doctora Sandra Farrera, psicóloga clínica y directora del Centro PsicologiaBcn. En el otro extremo, los que siempre llegan puntuales suelen valorar mucho esta cualidad, como explica Claudio, y se les suele dar muy bien organizarse y automotivarse.
Aparte de todo esto existen, según Farrera, multitud de causas adicionales que pueden influir en mayor o menor medida en que alguien suela llegar puntual o no a sus citas. “Existen factores culturales que afectan mucho a la puntualidad. Hay países donde se es mucho más flexible a nivel de horarios y otros en los que llegar tarde se considera una falta de respeto grave. En otros incluso, como en Japón, lo recomendable es llegar bastante antes de la cita”.
“Yo vengo de un lugar en Andalucía llamado Granada, donde la puntualidad se rige por otras leyes”, confiesa, irónicamente, Carmen. “Cuando no había móviles y tenías una cita, lo normal era esperar media hora antes de plantearte irte. Si estabas esperando en tu casa, llegar una hora tarde era normal. Yo llegaba tarde, pero no era la que más, tenía una amiga que podía llegar un par de horas tarde y no daba ningún tipo de excusa, es más, cuando llegaba ligeramente no-tan-tarde, se regodeaba en ello”.
La psicóloga también sitúa entre otros factores cruciales la herencia familiar o las nuevas tecnologías. Hoy resulta muy sencillo avisar de que llegaremos tarde, lo que reduce la culpabilidad de hacerlo debido a que ya hemos avisado. “Entender bien las causas de por qué una persona no consigue ser puntual, o sufre ante la posibilidad de no serlo, puede ayudar a desarrollar estrategias para mejorar cuando es necesario”, afirma la doctora.
Efectos en la autoestima y la percepción propia y ajena
“Me avergüenza llegar tarde y siempre me pregunto cómo ha podido pasar”, afirma, compungida, Carmen. “Soy perfectamente consciente de lo mal que está llegar tarde y siempre pido perdón”. “Poco se habla en mi opinión del sufrimiento que, al menos a mí como persona impuntual, me genera el llegar tarde”, reflexiona por su parte Carla. “La gente piensa que soy una distraída, una empanada y que todo me da igual, pero es mentira, me genera muchísimo estrés y autoflagelación. Pienso: ‘¡Otra vez! ¿Por qué soy así? Soy una mierda de persona”.
“Es habitual que la puntualidad o la falta de ella afecte significativamente a la autoestima y a la percepción de uno mismo”, explica la doctora. “Normalmente, la puntualidad suele producir cierta sensación de control, de eficacia. Al cumplir con sus compromisos y llegar a tiempo, la persona suele sentirse más confiada y segura de sí misma”. Algo que Claudio confirma. “Me hace sentir bien”, asegura. “Incluso si llego un poco antes. ¿Qué más me da esperar? Que la gente piense lo que quiera, para mí llegar puntual es una virtud y no me supone ningún problema”.
Débora reconoce incluso que puede llegar a sentir cierto sentimiento de superioridad: “Es inevitable acabar juzgando un poco a la gente que llega más tarde”. Se anima también a contar una anécdota: “Una vez un amigo nos invitó a mí y a mi pareja a una barbacoa en su casa. Como siempre, llegamos los primeros, pero es que incluso lo hicimos antes que el propio anfitrión, que tardó más de una hora en llegar. Su compañero de piso nos tuvo que entretener mientras llegaba”.
“Siento que mi impuntualidad me genera sentimientos de culpa, ansiedad y frustración”, reconoce Carla. “Me afecta muchísimo, porque mi colectivo, permíteme llamar colectivo a los impuntuales, no solo es que lleguemos tarde, es que nos afecta a un nivel más amplio de nuestra vida. Por ejemplo, yo soy una persona bastante social y siento que voy arrastrada por el carrusel de la vida. Una cosa que practico es el double booking, quedar con dos personas durante la misma tarde, por ejemplo. Siempre sale fatal y quedo mal con las dos personas, pero lo sigo haciendo”.
Policrónicos y monocrónicos
Carla sería un ejemplo perfecto de una persona con una concepción policrónica del tiempo, siguiendo la terminología acuñada por el antropólogo Edward T. Hall en su libro The Silent Language (1959). Las personas policrónicas tienden a hacer varias cosas a la vez sin un orden estricto y aceptan fácilmente las interrupciones y los cambios de planes. Las relaciones interpersonales son muy importantes para ellas y están por encima de las tareas o los compromisos. Su vida personal y su trabajo están muy poco separados. Las culturas latinoamericanas, mediterráneas, árabes, africanas y del sur de Asia tienden a ser policrónicas.
En el lado opuesto se situarían los monocrónicos, aquellos que prefieren abordar una tarea a la vez y seguir una secuencia organizada y lineal en sus actividades diarias. Valoran enormemente la puntualidad y el cumplimiento de horarios y plazos, mostrando un gran respeto por los compromisos y las agendas. Tienden a planificar meticulosamente su tiempo, estructurando su día de manera que cada tarea tenga su espacio definido y se realice sin interrupciones. En su entorno laboral y personal priorizan la eficiencia y la productividad, enfocándose en completar cada tarea antes de pasar a la siguiente. Además, suelen valorar la privacidad y el orden, procurando minimizar las distracciones y mantienen una clara distinción entre su vida personal y profesional. Culturas como la estadounidense, alemana y japonesa ejemplifican este enfoque.
¿Es posible cambiar?
Por todo ello está claro que la puntualidad o la impuntualidad es algo que no parece nada fácil de cambiar. Todos los entrevistados coinciden en que han intentado, si bien no cambiarse al otro bando, sí moderar un poco su tendencia a llegar tarde o estrictamente a la hora. El éxito, sin embargo, ha sido muy limitado.
La doctora Farrera reconoce que, aunque no es tarea sencilla, existen algunas estrategias terapéuticas que pueden ayudar a mejorar la puntualidad de una persona. “En el caso de los impuntuales, es posible, mediante terapia, modificar creencias y hábitos a través del enfoque cognitivo-conductual, lo que implica cambiar la manera de interpretar las situaciones relacionadas con la impuntualidad y desarrollar nuevas rutinas que fomenten la puntualidad. Además, se puede mejorar la planificación y la organización del tiempo, ayudando a la persona a desarrollar habilidades de gestión del mismo, establecer rutinas y priorizar tareas. También es importante trabajar en la regulación emocional para manejar la ansiedad, el estrés y la procrastinación”. Según la experta, abordar problemas de motivación y autoestima es crucial, ya que estos pueden contribuir a la impuntualidad. Finalmente, desarrollar la conciencia y la responsabilidad, ayudando a la persona a tomar conciencia del impacto de su impuntualidad en los demás y fomentar un mayor sentido de la responsabilidad, puede ser beneficioso.
Respecto a los puntuales, “se pueden considerar estrategias terapéuticas que aborden la necesidad de control, la ansiedad y la rigidez en la planificación del tiempo. Un enfoque terapéutico cognitivo-conductual podría ser beneficioso para trabajar en la flexibilización de estas conductas obsesivas y en la gestión de la ansiedad”, afirma Farrera.
Eso si queremos cambiar, claro. ¿Deberíamos hacerlo? En realidad, tras conocer un poco más profundamente cómo viven algunos su puntualidad extrema o su impuntualidad patológica, queda claro que, se quiera o no, características como estas son las que definen la naturaleza de las personas y quizá forman parte de su esencia mucho más de lo que podríamos pensar.