Placeres de verano | Ponerse una manga larga
A este paso, esa rebequita tan añorada en verano puede acabar siendo un vestigio como lo es el apéndice en el cuerpo humano. Algo innecesario, incluso molesto
Qué inútil se está quedando la rebequita en verano. Con lo útil que hace sentir llevarla en el bolso, atada en la cintura (por si acaso) o en la mano. Esa rebequita tiene la doble utilidad que tiene lo improbable. “Qué calor, qué calor, qué calor”, y de pronto, llega una ráfaga de aire inesperada y zas, se vuelve necesaria.
Necesaria es mucho decir, replicaría Marcello Mastroianni. Necesarios eran los ca...
Qué inútil se está quedando la rebequita en verano. Con lo útil que hace sentir llevarla en el bolso, atada en la cintura (por si acaso) o en la mano. Esa rebequita tiene la doble utilidad que tiene lo improbable. “Qué calor, qué calor, qué calor”, y de pronto, llega una ráfaga de aire inesperada y zas, se vuelve necesaria.
Necesaria es mucho decir, replicaría Marcello Mastroianni. Necesarios eran los calzoncillos de lana, los calcetines y el jersey con los que durmió todo el tiempo que vivió en casa de sus padres, pues no conoció un radiador hasta los 18 años. Se lo contó a Oriana Fallaci en una charla tan profunda y tan punzante, que fue una vivisección. “Mis padres eran tan pobres que no se preocupaban ni de mi futuro”, explicó a la periodista el actor, que aprendió que la diferencia entre el placer y lo imprescindible la marca el país y la casa donde se nace. Quizá por eso tener un suéter de cuello alto se convirtió en el principal deseo adolescente del hombre que más tarde diría, también a la Fallaci, que la patria para él no valía, ni de lejos, lo que valía un jersey.
A saber qué pensaría de lo que vale hoy el planeta de este siglo XXI, donde el sueño de las noches de verano es echar mano de rebeca, suéter o pañuelo de la abuela. Y no es un capricho en este agosto en el que el termómetro sigue hacia arriba y hasta la ONU tiene ya una Jefa de Calor para abordar el aumento de las temperaturas que ha vuelto locos los registros y que, además de calentamiento global, efecto invernadero y olas de calor, provoca que haya días en los que es difícil saber en qué mes o en qué hemisferio vivimos.
Desde el hemisferio sur, precisamente, hay alguien que canta esto: “Pero nada decía el diario de hoy de esta sucia pasión, de este lunes marrón, del obsceno sabor a cubata de ron de tu piel, del olor a colonia barata del amanecer, de este cuarto sin medias ni besos... de este frío de agosto en los huesos, como un bisturí”. La escribió Juan Carlos Baglietto en 1990 y en Argentina, donde desde ese año hasta el actual la temperatura media de su capital ha subido dos grados en el mes de agosto, es decir, en invierno. Y en el de 2023 ha habido días en los que porteños y porteñas han descartado el abrigo y optado por jerséis livianos, de los que se usarían ante lo improbable (esa ráfaga de aire en el estío) no ante lo sabido (que haga frío en invierno). A este paso, por la misma razón y a la vez, van a acabar caducando las estaciones y las canciones.
La de Baglietto se titula Eclipse de mar y habla de un desamor al que le puso música Luis Eduardo Aute, dio a conocer a Joaquín Sabina entre el público argentino y viene al pelo porque los diarios siguen sin hablar de aquel romance particular, pero sí informando, y menos mal, de cosas como esta: “Los récords de calor que está batiendo esta década: los días de más de 40 grados ya no son una excepción.” Hasta la revista The New Yorker dedicó la última portada del mes de julio a lo que le pasa al planeta con una ilustración de Christoph Niemann donde puede verse el globo terráqueo metido en un microondas en distintos años. En 2021, aún lo pinta azul. En 2022, amarillo secarral. En 2023 es naranja incandescente y en 2024, lo augura el autor en un tono rojo incendio, que no rojo pasión. Por eso viene a pelo esa canción porque, ¿qué son el amor y el desamor, sino un cambio de temperatura?
Y así está la relación de los humanos con el planeta. Yendo y viniendo. Lo herimos y nos la devuelve. Y ahora estamos intentándolo. Pero a este paso, esa manga larga tan añorada en verano puede acabar siendo un vestigio como lo es el apéndice en el cuerpo humano. Algo innecesario, incluso molesto. O quizá solo para personas muy enfermas, algo que se acabará recetando. No para el placer ni el hedonismo de ese instante en el que la piel se eriza por sorpresa por un aire que actúa como bálsamo. Como un regalo. Igual llega un momento en que solo se oirá la brisa, levemente, como un fantasma que una vez estuvo y aún se deja oír, pero que ya no alivia con su tacto. Ya se está viendo, que en lugar de ese frescor, lo que se encuentra a veces es la gelidez que da oír a alguien querido negándote lo evidente: el amor o el cambio climático. Y ese frío no hay jersey que lo mitigue.
Lugares donde la autora siempre lleva una manga larga, por si acaso:
- En El Retiro, siempre. Madrid no es Barcelona y el aire de la sierra llega, y frío, cuando menos te lo esperas.
- Padrón, en el verano del 98 que pasé entero allí, con el pullover en la cintura. Y puesto algún día, capucha incluida y bien tempranito para recoger pimiento.
- Cuando fui freelance y no me daba para calefacción, la rebeca en el respaldo siempre, por si acaso.